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“A pesar de” y “Por lo tanto”

Los griegos de la antigüedad se distinguieron por, además de muchas otras cosas, establecer maneras de llegar a conclusiones razonables. El silogismo como instrumento de la razón hace que uno pueda avanzar con certeza en su manera de pensar. “Todos los seres humanos son mortales. Sócrates es un ser humano. Por lo tanto, Sócrates es mortal”. Si se concede que las premisas son ciertas la conclusión es también cierta. No es necesario buscar evidencias que confirmen la muerte de Sócrates.

En las disputas acerca de la persona de Cristo entre los cristianos de los primeros siglos, los argumentos se concentraron en la definición del Logos (Verbo, Palabra) que según el Evangelio de Juan estaba en el principio con Dios y eventualmente se encarnó en el tiempo y el espacio. Ario de Alejandría formuló un silogismo incontrovertible: “Dios es inmortal. El Logos murió. Por lo tanto, el Logos no es Dios”. Los docetas habían formulado un silogismo contrario: “Dios es inmortal. El Logos es Dios. Por lo tanto, el Logos no murió”.

Atanasio, por su parte, no podía argumentar en contra de tales razonamientos. Se vio obligado a buscar otra manera de argumentar que el Logos era Dios y también murió. Primero inventó la palabra “homoousios” para decir que Dios y el Logos eran de la misma “ousia” (ser, esencia). Luego tuvo que decir que lo que murió fue el cuerpo inmaculado que el Logos había construido especialmente para su encarnación, y que el Logos había resucitado a su cuerpo. Esta manera de solucionar el problema, como se debiera haber podido suponer, no contentó a la mayoría de los cristianos.

El rigor de los silogismos no afecta a los escritos bíblicos, especialmente a los del Antiguo Testamento. En ellos las ideas avanzan, mayormente, encontrando paralelismos, o lo que llamamos “libre asociación”. Estas dos cosas van juntas. Exactamente, ¿cómo? No me concierne. Si algo sucede, Dios lo realizó. ¿Cómo? No importa.

Las versiones inglesas del famoso versículo 18 del primer capítulo de Isaías leen: “Come, let us reason together” (Vengan, razonemos juntos). Al traducir el original hebreo de esta manera introducimos en la Biblia una función desconocida por Isaías. Las versiones castellanas traducen más fielmente: “Venid y estemos a cuenta” (Reina-Valera), “Venid y entendámonos” (Nacar-Colunga), “Venid, hagamos cuentas” (Bover-Cantera). La versión Dios Habla Hoy parece depender más del inglés que del hebreo al traducir: “Vengan, vamos a discutir este asunto”. El hebreo clásico no tenía las palabras “razonar” y “discutir”. En el caso de Isaías se trata de cómo neutralizar el peso de los pecados cuando Dios odia los sacrificios, las fiestas y las solemnidades que el pueblo realiza en el templo. Si el pueblo quiere arreglar “cuentas”, estar “al día”, debe “dejar de hacer lo malo y aprender a hacer lo bueno, buscar justicia, restituir al agraviado, oír en derecho al huérfano y amparar a la viuda” (1:17). Entonces, “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Aquí no se argumenta, no se explica, no se ofrecen razones. Aquí la cosa es así. Nadie se sienta a razonar con nadie. Aquí la sangre produce pecados rojos, y éstos quedan blanqueados sin sangre.

A la eliminación del pecado no se llega por un “por lo tanto”. Se llega por medio de un “a pesar de”. Ningún silogismo nos da este resultado.

Tampoco puede un silogismo darnos la certeza que Dios es el Creador de los cielos y la tierra, o que la muerte de Cristo nos limpia de todo pecado. Indudablemente que si pudiéramos tener hoy un poco de la sangre que pinto de rojo la frente, las manos, los pies y el pecho de Jesús en la cruz y la analizáramos en un laboratorio moderno nada revelado por este análisis comprobaría su eficacia para blanquear pecados rojos.

Cuando el autor de la Carta a los Hebreos va más allá que ningún autor veterotestamentario y afirma que “sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados”, no llega a construir sobre la base de esta declaración un silogismo. La premisa menor dice: “la sangre de los sacrificios de corderos y machos cabríos en el templo no perdonaba pecados” (según los profetas). Con estas dos premisas no se puede construir una conclusión. Sólo le queda introducir otra premisa, “La sangre de Cristo es superior”. Con esta premisa, sin embargo, la conclusión queda en el aire. Cuando el perdón de los pecados es visto como producto de la gracia divina, sólo se puede afirmar por un “a pesar de”.

Lo que me hace consciente de mi Creador y de mi condición de criatura no es un “por lo tanto”. Muchas veces ya he tenido que reconocer esto, pero la tragedia del terremoto de Puerto Príncipe me ha hecho reflexionar nuevamente, y con mayor angustia, sobre esta gran verdad. Karl Barth fue uno de los teólogos más respetados del siglo pasado. Su influencia, sin embargo, no ha perdurado debido a que no le prestó suficiente atención a la historia mientras fundamentaba su teología en La Palabra Soberana y Trascendente. Prestándole atención a la realidad histórica, podemos reconocer la importancia que Barth le dio al dennoch (a pesar de). Frente a los más de 230,000 muertos y la dilapidación de la capital haitiana que un Dios todopoderoso y soberano no impidió, ¿cómo puede uno afirmar que es el Creador? Seguramente que tal afirmación no puede derivarse de un “por lo tanto”.

Puede que haya quienes consideren que el terremoto de Puerto Príncipe es una señal de la pronta Segunda Venida. Es la que toma el lugar del terremoto de Lisboa y hace que Su pueblo esté alerta y se prepare hoy para recibir Su salvación. Tal manera de ver las cosas, sin embargo, es una completa negación del carácter del Dios digno de nuestra adoración. El dios que sacrifica 230,000 personas y destituye a 2,000,000 para darnos una señal de Su Venida no es digno de adoración. Tal dios es una afrenta a Dios. Frente al terremoto de Puerto Príncipe sólo puedo confesar: “a pesar de” mi completa confusión, desorientación, desesperación e incertidumbre frente a este evento en el mundo de Dios, todavía creo en mi Creador.

Cuando cantamos “el mundo es de mi Dios”, afirmamos nuestra fe. Maldades perpetradas por seres malvados que ejercen su voluntad infame nos dejan enojados, frustrados y ansiosos por enfrentarlos, combatirlos y refrenarlos. Terremotos que destruyen y matan directamente o por olas marinas miles de inocentes nos dejan desorientados, indefensos, preguntándonos, “¿Qué tipo de Creador es el nuestro? ¿Acaso no podía crear un mundo en el cual estas cosas no ocurren? Seguramente que no creó el mejor mundo posible. Si en un par de segundos “la naturaleza” mata 230,000 personas y destruye lo que 2,000,000 consideran su hogar nos es difícil identificar a “la naturaleza” con “la creación”. Ningún silogismo nos ayuda a llegar a esa conclusión. Si queremos seguir identificando a la naturaleza con la creación tendrá que ser “a pesar de” que la naturaleza puede a veces ser errática, irresponsable, inhóspita y aún malévola. Aún cuando hacemos claro que la naturaleza no es inmoral sino amoral, la moralidad del Creador no nos es obvia.

Termino aclarando que deseo enfáticamente dejar sentado que de ninguna manera es mi intención argumentar que uno no debe permitir que la razón lo guíe a conclusiones ciertas. Al contrario, soy un defensor acérrimo de la razón como el guía más seguro y como el único medio por el cual el Espíritu Santo puede comunicarse con nosotros e influenciarnos. La razón, hay que reconocer, no sólo hace posible la construcción de silogismos. También hace posible que todos nuestros pensamientos sean razonables al darle estructura a nuestra mente. Tanto el “por lo tanto” como el “a pesar de” son productos de la razón y nos permiten formular opiniones que son a su vez evaluadas por la razón de nuestros semejantes. Es por eso que mi fe nunca puede contradecir la razón, pero puede, y a veces no tiene más remedio que ir más allá de los límites de los silogismos. La fe cristiana se desprende razonablemente de un “a pesar de”, y el terremoto de Puerto Príncipe me lo hizo reconocer nuevamente con la fuerza de 7.0 en la escala Richter.

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