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“El gozo del sábado”

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Cuando era niña, el sábado parecía ser un día de “no hacer”, el enfoque estaba casi exclusivamente en lo que se prohibía hacer durante ese período de 24 horas –no ver televisión, no comprar, no nadar; la lectura era permitida, pero sólo si se trataba de “libros de sábado”.  De hecho, a menudo parecía que cualquier cosa divertida tenía que ser descalificada automáticamente como una actividad de sábado.

Como mujer adulta, trabajando 40 horas a la semana, sin duda he llegado a apreciar las horas de descanso que ofrece el sábado, aunque me parece cada vez más difícil levantarme para ir a la iglesia, algo así como un “trabajo”, más que algo que esperamos con interés.  Y en nuestra vida moderna, con cinco días de trabajo a la semana y con fines de semana de dos días, el sábado a menudo parece diferenciarse del domingo sólo por la asistencia a la iglesia y, una vez más, las cosas que no se nos permite hacer. 

A menudo escuché que el sábado era un día para contemplar la creación de Dios a través de la naturaleza, lo que significa, por lo general, una caminata después de almorzar, o leer la Biblia.  También es un día para desarrollar el sentido de comunidad, favorecido por la asistencia a la iglesia todas las semanas.  Todas estas cosas son verdaderas y buenas, pero nunca parecerían suficientes.  Para ser honesta, guardaba el sábado por costumbre, porque soy adventista del séptimo día y esa es nuestra costumbre, pero no había mucho gozo en ello. 

Luego, hace unos años, asistí a un servicio de adoración dirigido por una mujer que había pasado varios años en Israel, donde conoció a sus vecinos judíos y adoró con ellos, y habló de la alegría del día de reposo que había faltado, por lo general, en mi experiencia. El entusiasmo con que hablaba de cómo los judíos esperan el sábado cada semana, cómo el día se llena de fiesta y de sentido de comunidad, me causó un profundo anhelo de sentir lo mismo.  ¿Qué podría aprender del sábado judío para que mi propio día de reposo fuera más bendecido? 

Para empezar, los judíos se acercan a la puesta de sol, la noche del viernes, con preparación  anticipada.  La preparación a menudo comienza el día anterior, para que todo esté listo con antelación.  Así como la creación comenzó con la luz, así también el sábado: justo antes de la puesta del sol encienden y bendicen las velas.  Tradicionalmente es la mujer la que hace esto, porque es ella la que está más íntimamente relacionada con el hogar y, dicen algunos, porque la naturaleza espiritual de las mujeres hace que sean las más adecuadas para dar la bienvenida en el día de reposo.  Por lo general se encienden dos velas, una por cada referencia al sábado en las Escrituras: “Acuérdate del sábado” (Éxodo 20:8) y “observa el sábado” (Deuteronomio 5:12).  Algunos enciendenuna vela extra por cada niño y otros encienden siete (por los días de la semana).  Después de encender las velas la mujer cierra los ojos y recita la bendición: 

Baruj Atá Adonai E1oheinu, melekh Ha’Olam, asher kid’shanu b’mitzvotav v’tzivanu l’ner shel Shabat hadlik

“Bendito eres Tú, Señor, Dios nuestro, Rey del Universo, Quien nos ha hecho santos a través de sus mandamientos y nos ordenó encender la luz del reposo”. 

Sólo después de terminar la bendición, la mujer abre sus ojos, porque con los ojos cerrados puede concentrarse más plenamente en la misma bendición y posponer el momento de disfrutar de los resultados de la bendición, al ver la luz en sí misma por más tiempo. 

Luego se puede asistir a un servicio nocturno especial, el Viernes de oración en la sinagoga, y al regresar se canta un himno de alabanza especial, Aleikhem Shalom, que significa “Paz a vosotros”. 

Antes de la cena viene lo que creo que es la parte más bella de la noche.  El marido recita los versos de Proverbios 31, “mujer virtuosa”, para bendecir a su esposa y mostrar su aprecio por lo que ella ha hecho por la familia durante la semana.  Segúnla tradición judía, el poema fue compuesto originalmente por Abraham como un elogio para su esposa Sarah. 

Luego los padres bendicen a los niños y niñas, expresando en voz alta su amor por ellos.  Los procedimientos difieren en cada familia, pero por lo general uno o ambos padres colocan sus manos sobre la cabeza de cada hijo y lo bendicen, a veces con un beso y palabras de elogio para él o ella.  La bendición para un hijo varón es: “Que Dios te haga como a Efraín y Manasés” (los hijos de José), y para una hija: “Que Dios te haga como a Sara, Rebeca, Raquel y Lea”. Después de bendecir a cada hijo e hija, pueden bendecir a todos en conjunto con: 

“Dios te bendiga y te guarde. 
Dios haga resplandecer su rostro sobre ti y te muestre su favor. 
Dios tenga misericordia de ti y te conceda la paz”. 

El vino y el pan son bendecidos antes de la comida, la cual es un acontecimiento festivo, a menudo acompañada con canciones especiales.  Luego, después de comer, se ofrecen cuatro diferentes bendiciones y gracias una vez más. 

Hay una belleza y estructura en estas tradiciones y rituales que nosotros, en nuestra prisa por que todo se acabe, podemos descartar como arcaicos y sin sentido.  Pero, ¿cuánto más significativo podría ser el sábado si le diéramos la bienvenida con tanta gracia y gozo?

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