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La firme devoción de Ana

Uno de los argumentos más firmes expuestos por una mujer del Antiguo Testamento es el de Ana cuando le dice a Elí: “No mires a tu sierva como una mujer sin valor, porque he estado hablando de mi gran ansiedad y aflicción todo este tiempo” (NVI, 1 Samuel 1: 16). La historia de Ana es una historia de autoestima, ella no es una persona inútil. Más bien se trata de una mujer que ha presentado ante Dios un problema serio. El problema de Ana, que se resolvió con el nacimiento de Samuel, no ocupa mucho espacio en los dos primeros capítulos del Primer Libro de Samuel. De hecho, los hijos malos de Elí son el principal tema del capítulo 2. Sin embargo, la historia de Ana es un gran acto de apertura. Ella ejemplifica cuán persistente debe ser la relación con Dios; lo que engendra el yo auténtico que uno busca es la permanencia en la presencia del Señor.

Ana era una de las dos esposas de Elcana, y no había tenido éxito en la maternidad. Ella era estéril. Para los israelitas de su tiempo, esta incapacidad para dar a luz significaba que algo debía andar mal con Ana. Tal vez había cometido un pecado grave, o tal vez no merecía tener un hijo debido a algún defecto de carácter. Obviamente, su esterilidad no era una contribución para Elcana. Su otra esposa, Penina, había tenido varios hijos de él. Además, en la narración Elcana es presentado como un hombre piadoso. Cada año traía a su familia a Silo, donde residían los sacerdotes de Dios, para ofrecer sacrificios y adorar. Es aquí donde también se daban las porciones a las esposas e hijos. Usted puede imaginar a su familia haciendo fila después de los sacrificios y libaciones durante la fiesta anual. Ana espera al final de la fila, un poco aparte de la fértil Penina. Elcana va por la fila repartiendo las porciones. Cuando llega a Ana, le da una doble porción.

A pesar del amor de su marido, la santidad de Silo probablemente estaba contaminada para Ana por las provocaciones de Penina. La Biblia describe a Penina como rival de Ana. Todos los años, en Silo, se burlaba de Ana porque no podía tener hijos. ¡Debe haber sido una experiencia muy desagradable la de tener siempre la adoración de Dios mezclada con las agresiones verbales de la otra esposa de su marido! ¿Habrá sentido Ana que le había fallado a Dios de alguna manera, y que su vida era un fracaso? La comprensión de sí mismas que tenían las mujeres, culturalmente, era a través de los roles de esposa y madre. Elcana sin duda la apreciaba como esposa, pero Ana no era mamá. En uno de los cultos anuales en Silo, la Biblia dice que Ana estaba triste y no comía. Una vez más, su marido muestra su amor por ella preguntándole qué es lo que está mal, y le dice: “¿Por qué está triste tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” Él la ama. ¿No es eso suficiente para que Ana sienta que es una persona digna?

Ana siente que no puede existir sólo por el amor que su marido le tiene. Quiere ser madre, y sólo hay una manera en que esto se puede resolver. En 1 Samuel 1:9 leemos que “Ana se levantó y se presentó ante el Señor”. Esto es una audacia inusual. Ella no busca a un sacerdote como intermediario. Va directamente a la presencia de Dios. Tal vez le ha preguntado a Dios a través de los años por qué no puede tener hijos. Lo importante de este caso es que ella busca a Dios. Tiene fe en que él va a hacer que ella sea lo que debe ser. Más que el amor de su marido, es la relación con Dios la que le da un sentido de sí misma. En su oración, ella se llama su “sierva”. Le pide que mire “la miseria de tu sierva, y acuérdate de mí”. No creo que Ana se considerara a sí misma fatalmente defectuosa o censurada por Dios por un pecado que hubiera cometido. Se presenta ante él como una sierva que está necesitada. Sólo Dios puede salvarla y concederle el deseo de su corazón. Si Dios le da un hijo varón, ella lo consagrará al Señor.

Mientras Ana presenta apasionadamente su caso ante Dios, Elí la observa. Él piensa que está borracha. La critica por hacer un escándalo en el tabernáculo. Este es un momento fascinante de la historia de Ana. Estoy segura de que muchos de nosotros hemos estado en la posición de Elí o de Ana. ¿Cuántos de nosotros no hemos juzgado a alguien en silencio, o no tan en silencio, porque pensábamos que no estaba adorando a Dios correctamente? Elí hace un juicio, pero no teme escuchar una respuesta. Entonces cambia de opinión sobre Ana. La mayoría de nosotros necesitamos ser como Elí en este tipo de situaciones –capaces de admitir que estábamos equivocados. También deberíamos ser como Ana: si alguien hace un juicio rápido acerca de nosotros, no tener miedo ni enojarnos tanto como para no explicar.

Además, en su explicación, Ana dice que no piensa en ella como una mujer sin dignidad. No está borracha. Ella tiene una estrecha relación con Dios, de tal manera que puede derramar su alma ante Él y presentarle lo que la hace sentir miserable y “profundamente preocupada”. La fuerza y la firmeza de la fe que tiene, viene de Dios. Se profundiza dentro de Ana, aun cuando no entiende cuál es la causa de su esterilidad. Aferrarse a Dios y tener fe en Él hace que ella sea Ana, una creyente persistente y fuerte. No tiene miedo de estar en la presencia de Dios. Su dignidad es la dignidad de Dios. Debido a esta fe, Dios le concede su petición.

La próxima vez que Ana visita Silo, trae a su hijo como una ofrenda para Dios. Ella nunca regatea esta parte de su voto. Por el contrario, ofrece una oración de alabanza y acción de gracias. Esta oración es una letanía maravillosa sobre las transformaciones que sólo Dios puede realizar. La oración se puede dividir en tres partes: la alabanza por el poder y el conocimiento de Dios, una lista de contrastes que muestran el juicio y el poder de Dios, y luego la conclusión que señala que Él guarda a los fieles y castiga a los malvados. Uno de los contrastes que se encuentran en el versículo cinco es: “La estéril ha dado a luz siete, / pero la que tiene muchos hijos está sola”. ¿Está solitaria la mujer fértil porque nunca se ha establecido en Dios? La letanía de los contrastes comienza en el versículo tres con la declaración: “porque el Señor es un Dios de conocimiento / y es Él el que pesa las acciones”. Esto puede ser una afirmación de que Dios había aprobado a Ana, aunque era estéril. Por último, ella recibe una señal externa de su relación con Dios: tiene un hijo.

La oración de Ana de acción de gracias y alabanza revela su capacidad para persistir en la fe. Ella se aferra a Dios y se mantiene firme en su presencia. Ella lo busca cuando parece que la tristeza no se puede ahuyentar. Al final, el “Señor escuchó a Ana, ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Y el niño Samuel crecía en la presencia de Dios”. Tal vez no es tan extraño que los hijos malvados de Elí aparezcan en la historia de Ana. Elí era un hombre bueno, pero tenía hijos terribles. Durante años, Ana no pudo concebir hijos y por esta causa era considerada, probablemente, como defectuosa o pecaminosa. Al final, Dios mostró públicamente que era su sierva desde el principio. Su esterilidad no había sido una condena divina, era un problema de su cuerpo que Dios podía resolver. Ella y Elí eran siervos de Dios que supieron vivir en la presencia del Señor, a pesar de que ambos tuvieron pruebas. Ana fue bendecida con más niños a causa de su fe y, a diferencia de la mujer fértil de su oración, no va a estar triste ni sola. El “yo” que ella es y conoce, permanece con Dios.

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