Skip to content

Adventistas ante la guerra y la paz

El pasado 29 de noviembre, Jonás Berea, miembro español de la Iglesia Adventista, publicaba en su blog el artículo que aquí reproducimos con la intención de reflexionar acerca de la relación que el adventismo ha establecido y establece con la guerra y la paz.

La red de noticias ANN informa de que el 9 de octubre [de 2009] Jan Paulsen, presidente mundial de la Iglesia Adventista, emitió un comunicado sobre la concesión del Premio Nobel de la Paz a Barack Obama (la alocución de Paulsen se puede escuchar completa, en inglés, en un breve vídeo).

El dirigente adventista felicitaba a Obama el mismo día en que recibió el premio, y consideraba que se le ha otorgado como reconocimiento a «las señales que ha dado el presidente Obama dirigidas a librar al mundo de la amenaza nuclear», así como a su esfuerzo por colaborar con «las naciones del mundo en interés de la civilización».

La valoración de Paulsen se parece mucho a la que ese mismo día emitió el portavoz vaticano Federico Lombardi (hago esta comparación sin insinuar que haya relación entre uno y otro comunicado). Lombardi destacó «el compromiso mostrado por el Presidente Obama por la promoción de la paz en el campo internacional, y en particular, también recientemente en favor del desarme nuclear», y añadió: «Se augura que este importantísimo reconocimiento aliente ulteriormente este compromiso difícil pero fundamental para el futuro de la humanidad, para que pueda traer los resultados esperados» (Zenit, 09/10/2009).

En el caso del Vaticano, resulta comprensible la felicitación a Obama, y la mención del asunto nuclear. El trasfondo internacional en esta cuestión es la campaña que Estados Unidos está dirigiendo contra Irán, con la excusa del programa de energía nuclear para fines civiles de este país asiático. Desde que comenzaron las amenazas de Estados Unidos y sus satélites (mientras los principales mass media se empeñan en hacer ver que las amenazas proceden de Irán), el Vaticano se ha pronunciado de forma un tanto velada pero suficientemente clara a favor de las posiciones norteamericanas. Actualmente estamos presenciando una intoxicación similar a la que el país norteamericano siguió con Irak en 2002-2003, acusando al país árabe de esconder “armas de destrucción masiva” (ADM). Después vinieron la salvaje invasión y la abominable guerra, que hoy continúa, junto al reconocimiento explícito por parte de los agresores de que no existían tales ADM.

En este contexto de guerra inminente contra Irán, no hay motivos para alegrarse por que Obama reciba el Nobel de la Paz. Irán, no lo olvidemos, sufrió una terrible guerra en los ochenta por parte del Irak de Sadam Huseín, cuando éste era aliado de Estados Unidos. Es posible que Obama llegue a agredir a Irán (aunque se venderá como una guerra “defensiva”, o “preventiva”). ¿Mantendrá en tal caso Paulsen la felicitación al laureado presidente? ¿Él, que ha calificado a sus compatriotas noruegos de “valientes” por conceder ese premio, tendrá la valentía de colgar otro vídeo en Youtube condenando la guerra?

Pero no es necesario esperar a que se cumplan esas amenazas de guerra a Irán para valorar si Obama merece ese premio. Basta comprobar los atentados contra la paz que el flamante premio Nobel está llevando a cabo: mantenimiento de la ocupación de Irak; intensificación de la guerra de Afganistán (iniciada por Estados Unidos, quien atribuyó los atentados del 11-S a Bin Laden, y acusó a los talibanes afganos de protegerlo, todo ello falso); en el contexto de esa guerra, incursión militar en el territorio de Pakistán; como recuerdo de ella, numerosos detenidos desde 2001, bajo la acusación genérica de “terrorismo” pero sin ningún cargo formal (por tanto, secuestrados ilegalmente por el gobierno de Estados Unidos). Fueron recluidos en el campo de concentración de Guantánamo, sobre cuyo cierre en casi un año de gobierno no se han obtenido más que promesas. Guantánamo en realidad sólo es la punta del iceberg de toda una red de cárceles flotantes y vuelos secretos de la CIA donde infinidad de “sospechosos” son torturados y están privados de sus derechos y garantías más básicos. A ello hay que sumar el posicionamiento de Obama en el conflicto palestino-israelí, abiertamente favorable al estado sionista, o su negativa a firmar el tratado de minas antipersonales.

¿Son esos motivos para felicitar al presidente de los Estados Unidos? Uno podría pensar que Jan Paulsen simplemente está despistado, y en una visión superficial sólo ha considerado el discurso, aparentemente conciliador, de Obama. Ojalá sea así. Analicemos algunos precedentes para considerar el asunto en perspectiva.

Ante la guerra de Irak

Cuando en noviembre de 2002 se estaba gestando la invasión de Irak, el presidente de la iglesia mostró su preocupación por la creciente aceptación del militarismo entre los adventistas, y puso énfasis en la tradicional postura no combatiente de nuestra iglesia. «Yo defiendo esa postura», comentó, «y tal vez como iglesia debamos prestar de nuevo la debida atención a ella» (Adventist Review, noviembre de 2002).

Una vez comenzada la agresión, el Departamento de Comunicaciones de la Iglesia Adventista mundial, en nombre de la Oficina del Presidente, emitió una declaración en la que se decía, entre otras cosas: «En tanto que miembros de una comunidad de fe, activa en todas las naciones de la tierra, no podemos contemplar a ningún país como una nación de maleantes, sino que hemos de verlos más bien como personas por las cuales el Hijo de Dios, Jesucristo, entregó su vida. Recordamos en estos momentos a los cientos de miembros de nuestra iglesia en Irak […]. Las iglesias no deberían ser conocidas solamente por sus contribuciones espirituales, aun siendo éstas de carácter básico, sino también por su apoyo a la calidad de vida, y a este respecto la acción pacificadora resulta esencial. Llamamos a los cristianos y a la gente de buena voluntad de todo el mundo a tomar un papel activo en hacer y sostener la paz, siendo así nosotros parte de la solución en vez de ser parte del problema» (ANN, 20/03/2003).

Aunque habría sido deseable una posición más firme de apoyo a todo el pueblo iraquí, y de condena a los agresores, la dirección era la buena. El problema es que, mientras tanto, numerosos soldados adventistas participaban en la invasión de Irak. Recordemos que en Estados Unidos el servicio militar no es obligatorio, por lo que hay hermanos nuestros que están eligiendo esa carrera como opción profesional, en contra de la posición tradicional de no combatientes mantenida por nuestra iglesia.

En una visita de Paulsen a España, la Revista Adventista le realizó una entrevista (número de abril de 2005, pág. 9) en la que se le preguntaba por estas circunstancias. El presidente de la iglesia respondía: «La postura oficial de nuestra iglesia es y ha sido siempre la de no combatientes, no somos partidarios de tomar las armas y participar en una guerra. Yo siempre he sentido, como muchos de mis compañeros, que debemos animar a los jóvenes adventistas a elegir otras profesiones. Ha habido momentos en la historia en que jóvenes adventistas han tomado las armas para luchar, y en aquellas ocasiones también se les aconsejó que no lo hicieran. Es difícil comprender que alguien vaya a la guerra por elección propia cuando puede tomar otra decisión. Pero esto ha sucedido, y la Iglesia nunca ha hecho de este punto motivo de desfraternización. Como pastor me preocupa que esto haya sucedido y suceda, y desearía que no fuese así, porque no encaja en nuestra posición histórica de no combatientes».

Paulsen añadía: «Es necesario tener en cuenta que se trata de una cuestión cultural, que existen argumentos de solidaridad con los intereses de un país y que en este contexto muchos jóvenes consideran que deben defender su país como expresión de lealtad como ciudadanos. Con esto quiero dejar constancia de que esto sucede, no estoy mostrando un posicionamiento de la iglesia, sino una constatación de la realidad. La iglesia dice: “Si esa es tu postura, nosotros seguiremos pastoreándote.” Por tanto, por una parte el asunto me preocupa, pero por otra parte reconozco que hay una razón cultural de lealtad a un país y la iglesia no lo considera incompatible con ser adventista.»

La Revista Adventista de julio de 2005 (pág. 12) publicaba una carta de una hermana en respuesta a estas declaraciones de Paulsen, en la que se daba justa respuesta a las mismas: «No estoy muy segura, y no sé yo si al invadir los norteamericanos un país como Irak, injustamente, por la fuerza, alegando mentiras y por intereses creados, los soldados adventistas si los hubiese en Irak, estaría justificado defenderse luchando. […] Pero que los soldados “adventistas” estadounidenses vayan a Irak a matar a su prójimo en una guerra cruel e injusta, impuesta por la fuerza, por mucho patriotismo y solidaridad que quieran tener con su país, no están representando ni a Dios ni a su iglesia (¡es muy grave!). No han entendido este mensaje ni la singularidad del mismo». Haciéndose eco de la noticia que narraba cómo un soldado estadounidense había rematado a un iraquí, la carta continuaba: «Hermano Paulsen: No puedo imaginarme (y pudiese haber sido el caso) a un soldado adventista norteamericano, rematando a un iraquí moribundo “porque las normas del combate sean así”, en vez de llevarle evangelio eterno. […] Si no nos posicionamos claramente, podemos entrar en un relativismo y pluralismo de pensamiento en el que todo vale, perdiendo así nuestra identidad.»

Reagan, Bush, Ashcroft… ¿ejemplares?

Las intervenciones inoportunas (por utilizar un adjetivo benévolo) del presidente de la iglesia en materia política no se limitaron al asunto de la guerra. Por ejemplo, cuando falleció el ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan en junio de 2004, Paulsen emitió un comunicado de condolencia en nombre de «la familia adventista» mundial, en el que valoraba así su figura: «Recordamos al Presidente Reagan como un hombre de optimismo y dedicación, que dotó de un fuerte liderazgo a su nación y al mundo libre durante una era difícil. Fue un hombre que sostuvo la libertad como valor supremo, y expresó ese valor en toda oportunidad. La defensa firme de la libertad religiosa por parte del Presidente Reagan es un legado perenne de su administración» (ANN, 08/06/2004). Paulsen parecía olvidar que fue ese presidente el que bombardeó Libia, promovió un polémico despliegue militar (conocido como “la guerra de las galaxias”) y financió la Contra nicaragüense con fondos ilegales obtenidos de la venta de armas a Irán (entre otras acciones éticamente reprobables). Pero, aparte de esas acciones, para la escatología adventista su presidencia tiene un significado especial, en cuanto que rompió con el tradicional distanciamiento político de Estados Unidos con el Vaticano, dando inicio a las relaciones diplomáticas con la sede papal, y organizando acciones de espionaje y acción política conjunta con la Iglesia Católica en los países del este de Europa (lo que se conoció como “la Santa Alianza”). Sus ocho años de mandato supusieron el impulso definitivo a la acción combinada de católicos y evangélicos derechistas para dirigir la política según una supuesta “ética cristiana”, y en definitiva ir erosionando la separación iglesia-estado. El presidente que de forma abierta había dado inicio a la colaboración entre la bestia marina y la bestia terrestre con voz de dragón de Apocalipsis 13 (según la interpretación oficial adventista), era valorado positivamente por el máximo representante de nuestra iglesia.

Cuando en la entrevista citada se le preguntó por este punto, contestó: «Por favor, comprenda que la sede de nuestra iglesia está en Estados Unidos y que Ronald Reagan fue una figura muy significativa dentro y fuera de ese país. […] Debemos reconocer que su liderazgo, aunque secular, aportó mucho a la consecución de beneficios y libertades que gozamos actualmente. No comprendo que no se pueda realizar esta muestra de respeto o simpatía. Yo lo hago a una gran variedad de personas, aunque no esté de acuerdo con todo lo que hayan dicho o hecho. Creo que las condolencias expresadas en esta ocasión en absoluto comprometieron el espíritu y los valores de la Iglesia». Al preguntársele si, por tanto, como representante mundial de la iglesia, presentaría condolencias ante el fallecimiento de los [ex] presidentes de cada país del mundo, respondió: «Evidentemente no. Nuestra sede no se encuentra en ningún otro país. Nosotros estamos donde estamos y debemos actuar en donde estamos».

Ante semejantes posiciones, no es de extrañar que en alguna ocasión hubiera hermanos que propusieran el desplazamiento de la sede de la iglesia a un país menos implicado en la política mundial. Es obvio que la ubicación de la sede en Estados Unidos contamina a nuestros representantes mundiales de la visión geopolítica predominante en aquel país. Lo grave es que precisamente los adventistas llevamos más de cien años advirtiendo de la deriva totalitaria que Estados Unidos protagonizaría, según Apocalipsis 13; siendo que esta profecía se está cumpliendo palmariamente, resulta trágico ver que la dirección mundial de la iglesia no es capaz de desembarazarse de una visión contraria a las libertades y favorable a la imbricación de la religión y la política con objetivos “patrióticos” e imperialistas, propias del entorno político de Estados Unidos. Así se pudo ver, en aquellos años, en algunos comentarios recogidos en el librito de Escuela Sabática, que contenían elogios a personajes como el presidente G. W. Bush (cuyas agresiones a la dignidad humana son bien conocidas por todos) o a su ministro de Justicia John Ashcroft (destacado representante de la extrema derecha religiosa, contrario a la separación iglesia-estado y promotor de la ominosa Ley Patriot de 2001, que socava derechos fundamentales de los ciudadanos y establece las bases para una dictadura en Estados Unidos).

Adventistas a favor y en contra de la guerra

Volviendo a la guerra de Irak, al comenzar ésta en 2003, William G. Johnsson, el editor de la Adventist Review, explicó que había habido lectores que escribieron animando a participar en manifestaciones contra la guerra, pero que también hubo otros que preguntaban por qué la revista no había apoyado abiertamente la guerra de Irak; la política editorial fue no publicar ninguno de esos artículos para evitar la “controversia”. Y concluía Johnsson: «El mundo está polarizado, y el diablo también quiere polarizar la iglesia. Como publicación dirigida a la familia adventista mundial, la Review pretende construir la unidad, de modo que nos contuvimos para no declararnos a favor o en contra. Saludamos a los hombres y mujeres adventistas del ejército que entregan sus vidas en el frente de Irak. Respetamos su conciencia y les agradecemos su servicio. A la vez, sentimos la necesidad de reafirmar a los adventistas de cualquier lugar que la posición de nuestra iglesia, que se retrotrae hasta Ellen y James White en la época de la Guerra Civil, es la cooperación con las autoridades a través de funciones no combatientes». “Entregan sus vidas”, decía Johnsson; pero no precisaba que lo hacen segando otras vidas, entre ellas las de decenas de miles de civiles. Trágica posición la de sacrificar un principio ético fundamental en aras de la supuesta unidad…

Una de las muestras de militarismo más lamentables en nuestro medio fue la del ya fallecido teólogo italiano, residente en Estados Unidos, Samuele Bacchiocchi quien, en su artículo Was the iraqi war biblically justified? se refería a la «liberación» de Irak, afirmaba que la guerra es «inevitable», justificaba que las “naciones cristianas” llevaran a cabo guerras contra regímenes como el de Sadam Huseín, denigraba a los pacifistas, asumía todas las falsedades oficiales sobre la extrema maldad del dictador iraquí sin mencionar el apoyo que durante años recibió de Estados Unidos y Occidente en general, instaba a «agradecer a Dios como cristianos por el valiente liderazgo del presidente Bush y el primer ministro Tony Blair», y explicaba el «Papel Providencial de los Estados Unidos». Además afirmaba que «Dios está utilizando a Estados Unidos hoy» basándose en el argumento de que Dios utilizó a naciones en el pasado, según el testimonio de los profetas del Antiguo Testamento (con lo cual Bacchiocchi, quizá sin pretenderlo, se estaba erigiendo en profeta inspirado por Dios que es capaz de revelar la voluntad divina en el curso de la historia política). Añadía: «El Señor ha usado las fuerzas de la coalición para poner fin al régimen despiadado de Sadam Huseín y ayudar a los iraquíes a establecer una forma democrática de gobierno», exponiendo contra toda evidencia que «el objetivo de la “Operación Libertad para Irak” no era conquistar Irak y sus recursos naturales, sino proteger a Estados Unidos, los países occidentales, los iraquíes y la población de la región». Predice que, según Apocalipsis 13, el país americano desempeñará un papel perseguidor, pero sitúa ese momento «en el futuro».

Bacchiocchi busca en la Biblia supuestos ejemplos de la doctrina de la “guerra justa”, y considera que «la Biblia no glorifica la guerra. Simplemente la reconoce como un mal necesario, que es parte del conflicto cósmico más amplio entre el bien y el mal» (una afirmación equivalente a decir, por ejemplo, que la violencia contra la mujer es un mal necesario, pues también forma parte del conflicto entre el bien y el mal). Ataca la idea, errónea según él, de que en el Antiguo Testamento «Dios es supuestamente un guerrero, mientras que en el Nuevo Dios es un pacificador» y pone como ejemplo el supuesto «despliegue de fuerza» al que Jesús recurrió en la purificación del templo (como si este acto tuviera algo que ver con la violencia bélica, y como si un simple mortal tuviera potestad para tomarse la justicia por su mano como hizo el Hijo de Dios en aquella ocasión). Incurre en la distinción típicamente católica romana entre «guerra espiritual y secular», e interpreta Romanos 13 como una instrucción a someterse ineludiblemente a los gobiernos (sin aplicarlo al de Sadam Huseín, claro, sino sólo al de su país de residencia). Según Bacchiocchi, «los cristianos están llamados a ser pacificadores, pero la paz no siempre es posible en este mundo de pecado». Defiende el principio del mal menor (contrario al planteamiento bíblico de la vida por fe, aplicado a todos los ámbitos de la existencia), y el principio de la «defensa propia como prerrogativa» del pueblo de Dios (frente a la afirmación divina: «Mía es la venganza»).

Bacchiocchi, tras este disparatado discurso de fidelidad política a una causa belicista (teñido, eso sí, de falsa espiritualidad), se atreve a decir que «nunca deberíamos permitir que el activismo político se convierta en un sustituto del crecimiento espiritual agresivo y de la victoria». Este artículo circuló en medios adventistas, y en algún foro pastoral se pudo apreciar que éstas no eran ideas aisladas de un profesor retirado, sino que había ministros del área estadounidense e iberoamericana que compartían estos planteamientos guerreros, e incluso apoyaban abiertamente la política del presidente Bush.

Ahora bien, el discurso de Bacchiocchi no dejaba de ser personal. Por eso resulta más grave la posición de Ángel Manuel Rodríguez, director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General (y por tanto voz oficial y autorizada de la iglesia en cuestiones teológicas) en su artículo Christians and War (Adventist Review, 10/04/2003), en el que, tras considerar que «la guerra es siempre mala» y que «no hay tal cosa como una guerra justa», que «la principal función de la iglesia es la de promover y apoyar la paz y la reconciliación» para así hacerle «la guerra a la guerra», y que es necesario «fomentar entre sus miembros ese carácter de no combatientes, basado en la enseñanza bíblica sobre el valor de la vida humana», afirma: «El grado de implicación del miembro de iglesia individual en la guerra es una cuestión entre él o ella y su Dios. Aunque la iglesia nunca debería dar la impresión de que ciertas guerras son justificables, y por tanto justas, debe reconocer que en algunas situaciones los miembros pueden opinar que han de escoger el menor entre dos males, y que ambos pueden requerir su implicación en una guerra defensiva. En tales casos, los miembros de iglesia pueden extraer beneficios del examen de los principios de la guerra justa, sin concluir de ello que la guerra misma o su implicación en ella sea moralmente justificable». Y a continuación, en flagrante contradicción con lo anterior y con el evangelio, sugiere algunos «principios de la guerra justa» que podrían ser útiles para el cristiano que se cuestiona sobre este asunto: «(1) el propósito es en última instancia la paz; (2) la guerra es el último recurso; (3) el uso de la violencia se limitará a ejercerse sólo sobre aquéllos que estén armados; y (4) el empleo de sólo la fuerza mínima que sea necesaria para la victoria». La conclusión resulta escandalosa: «Estos elementos establecen algunos parámetros que ayudarán a hacer las guerras menos inhumanas y procurarán respetar el llamado de Jesús a amar a nuestros enemigos (Mat. 5: 44).»

La agencia ANN se hacía eco de esta deriva militarista en su informe especial titulado ¿Está cambiando la posición adventista respecto de la guerra? En ella se recogían unas declaraciones, en este caso afortunadas, de Paulsen: «Utilizar armas es una solución inhumana a situaciones que pueden ser resueltas. Hay una mejor manera de vivir juntos y esto implica coexistir antes que ir a la guerra», pero también las maquiavélicas del capellán Gary R. Concell, director asociado de Ministerios de Capellanía en la sede central de la iglesia: «Tenemos una obligación moral de defender al inocente y al desamparado, y si uno descuida eso elude el deber cristiano. Sin embargo, los capellanes no defienden matar a otros o la utilización de armas y la fuerza. A veces puede ser necesario matar a otros durante la guerra, pero eso no significa que no queden cicatrices».

Afortunadamente, hubo por entonces también adventistas que se pronunciaron abiertamente contra la guerra de Irak. En Estados Unidos numerosos alumnos de la universidad adventista de Andrews se manifestaron contra la invasión (ANN 14/03/2003). En 2007, representantes adventistas participaron en la Marcha del Testimonio Cristiano por la Paz en Irak en Washington. Charles Sandefur, presidente de ADRA, declaró entonces que su participación estaba «en clara armonía con la Escritura y con el legado adventista. La paz es un asunto nuclear del testimonio adventista para el mundo». Doug Morgan, professor del departamento de Historia y Estudios Políticos del centro adventista Columbia Union College, destacó cómo para algunos participantes «su fe adventista y gran parte de su legado adventista les incitan a ser pacificadores». Ryan Bell, pastor de la Iglesia Adventista Hollywood, señaló cómo «la historia adventista es algo único en la medida en que nuestros fundadores fueron activistas a favor de causas como la abolición y la prohibición; apoyar la paz no es algo diferente», y añadió: «La principal razón para que los adventistas se impliquen en el activismo por la paz es porque el evangelio nos enseña que la paz es esencial en el cristianismo» (ANN, 26/03/2007).

En enero de 2003, poco antes de la invasión de Irak, la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) firmó el manifiesto ¡Digamos no a la guerra! junto a más de ciento cincuenta asociaciones e instituciones españolas (desgraciadamente, no fue un posicionamiento oficial de la Iglesia Adventista española en su conjunto, pese a lo que interpretaron algunos medios).

Mientras tanto, varios jóvenes adventistas murieron en combate en esta sucia guerra. El funeral de algunos se celebró en sus iglesias de Estados Unidos, con honores militares y gran despliegue “patriótico”. A la vez, el capellán del Senado de ese país era entonces (y sigue siendo hoy) el pastor adventista y militar Barry Black, de quien jamás hemos sabido que se pronunciara contra las guerras salvajes llevadas a cabo por su país.

Una postura clara respecto del servicio militar

En marzo de 2008 el presidente Paulsen publicó en Adventist World el artículo Una postura clara respecto del servicio militar en el que, a pesar de cierta ambigüedad en el conjunto, hacía afirmaciones tan claras como éstas: «La guerra, la paz y la participación en las fuerzas armadas no son asuntos moralmente neutrales. Las Escrituras no pasan por alto el tema, y la iglesia, en su interpretación y expresión de los principios bíblicos, tiene que tener una voz de autoridad e influencia moral. Ésta no es una responsabilidad “opcional” que podamos dejar de lado si se tornara incómoda o ajena a lo que siente la mayoría. Si nos callamos, fallamos en nuestro deber hacia Dios y la humanidad. […]

»La posición histórica de nuestra iglesia […] no dejaba lugar a dudas: “…Portar armas o participar en la guerra es una violación directa de las enseñanzas de nuestro Salvador y del espíritu y la letra de la ley divina” (1867, Quinto Congreso Anual de la Asociación General). En términos generales, nuestro principio guiador ha sido: Cuando alguien porta armas da a entender que está dispuesto a usarlas para quitar la vida de otra persona; quitar la vida a uno de los hijos de Dios, aun la de nuestro “enemigo”, es inconsecuente con lo que creemos es sagrado y correcto. […]

»Al hablar con los feligreses de los países que visito, a veces he sentido una cierta ambivalencia hacia nuestra posición histórica; acaso sea el sentimiento de que “así era antes, pero ahora es diferente”. Aun así, no logro entender la razón de este cambio. […] ¿Ofrecemos un apoyo adecuado en nuestras escuelas e iglesias a los jóvenes que deben enfrentar elecciones difíciles respecto al servicio militar? ¿No hemos a veces descuidado nuestra función como brújula moral en este tema? En ausencia del apoyo de la iglesia, ¿será que algunos jóvenes ven que las fuerzas armadas son “tan solo otra opción vocacional”, antes que una compleja decisión moral con consecuencias para su vida espiritual, potencial-mente de largo alcance y acaso imprevistas? […]

»Más allá de tener que entrar en combate o no, se ha tomado una decisión respecto de ciertos valores básicos y se la ha declarado públicamente. Se ha aceptado la posibilidad de ir por ese camino, y eso afectará inevitablemente a la persona involucrada. Es una decisión que cambia y modifica a las personas. Al dar el paso de colocarse en una posición donde se podría requerir que porte armas o en la cual se le haría difícil guardar el sábado, creo que el individuo pone en serio peligro sus fundamentos espirituales y morales.»

Conclusiones

1. El asunto de la violencia en general y de la guerra en particular es decisivo para el cristiano. Nuestra iglesia se ha caracterizado siempre por destacar la importancia del estilo de vida para la espiritualidad. Resultaría absurdo promover la abstención del consumo y el tráfico de substancias tóxicas y animar a los hermanos a guardar el sábado ante cualquier adversidad, pero a la vez considerar que el hecho de que un hermano pueda tomar un arma o un avión de guerra y matar con ellos a otras personas (incluidos civiles, mujeres, niños, ancianos…) es una cuestión que se circunscribe a la conciencia individual.

2. El hecho de que la sede de la Iglesia Adventista del Séptimo Día se encuentre en Estados Unidos influye de forma decisiva en posiciones oficiales sobre temas trascendentes relacionados con la política y la guerra, máxime cuando sabemos que la profecía augura una dictadura mundial liderada por ese país. Además, en la sociedad estadounidense existe una marcadísima tendencia patriótico-nacionalista, y un apoyo mayoritario al militarismo y la pena de muerte, promovidos en gran medida por la derecha religiosa evangélica. Hay importantes sectores de nuestra iglesia influidos por estos planteamientos contrarios al evangelio y a los propios orígenes pacifistas de nuestra iglesia.

3. Es necesario que todos los adventistas no sólo oremos por la paz y la promovamos en nuestra vida personal, según la instrucción de Jesús (Mateo 5: 9), sino que también estudiemos en profundidad las implicaciones de la no violencia a la luz del evangelio. Convendría que se predicara sobre el tema, que se estudiara monográficamente en la lección de Escuela Sabática, que se destacara más en la formulación oficial de las “28 creencias” de nuestra iglesia y que se tratara en seminarios y convenciones monográficas, como la que dedicó Aeguae… en 1976.

4. Hay que apoyar iniciativas como Adventist Peace Fellowship, un ministerio que trata de recuperar las raíces pacifistas de nuestro movimiento, y contrarrestar el militarismo que cada vez más invade nuestra iglesia. Sería interesante que alguien comenzara a organizar algo similar en España, quizá como ramificación de la organización estadounidense. A través de su web es posible ponerse en contacto con ellos. (Un ministerio similar, en este caso promovido por mujeres, es Adventist Women for Peace.)

5. La formación, el conocimiento y la profundización deberían conducir a la participación. Las declaraciones oficiales no son (o al menos no deberían ser) el resultado de la reflexión de una camarilla de teólogos y “dirigentes”, sino la expresión del sentir del conjunto de la iglesia. Promovamos ideas evangélicas y constructivas que impregnen el conjunto de la iglesia, y contribuyan a que ésta se asiente sobre fundamentos teológicos bíblicos en relación con el tema decisivo de la no violencia y las libertades.

6. Nuestra iglesia ha mantenido, no sin razón, un secular recelo hacia las cuestiones políticas, especialmente en lo referido a posicionamientos partidistas. Ahora bien, desde tiempos de los pioneros la iglesia se ha pronunciado sobre cuestiones de actualidad que afectan a la ética personal y social y a la dignidad humana, algunas de ellas de gran trascendencia política, como la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Cuando hay que tomar posición ante la guerra o la injusticia desde la sociedad civil, hay hermanos que se espantan considerando que eso significa implicarse en “activismo político” o “radicalismo”. En cambio cuando algunos hermanos ocupan puestos políticos cercanos a la cúpula del poder establecido (con todo lo que en ocasiones implica de consentimiento con gravísimas injusticias), muchas veces se valora su actuación como una aportación de los adventistas a la sociedad. El “tabú político” funciona sólo para la participación como ciudadanos, no para la integración de los adventistas en el sistema establecido.

7. Al igual que se publican declaraciones oficiales sobre la libertad religiosa, el aborto o la homosexualidad, nuestra posición debe quedar clara en cuestiones como la guerra, la invasión de países, la restricción de las libertades civiles (no sólo la religiosa), la interferencia de la confesionalidad religiosa en la política, la manipulación social a través de los mass media… La declaración de 2002 A Seventh-day Adventist Call for Peace, aunque resulta “políticamente correcta”, va en la dirección acertada. Pero, a medida que la violencia y la restricción de las libertades (en nombre de la “libertad” y la “democracia”) avanzan a pasos acelerados en el mundo, urgen más pronunciamientos y más claros, que no se limiten a una formulación de tópicos.

8. La defensa radical de la no violencia, fundamentada en la fe inquebrantable en las promesas de Dios, debería ser una seña de identidad de la Iglesia Adventista. Al igual que la promoción de la salud integral, o la defensa de la libertad religiosa (mediante instituciones como la IRLA o la revista Liberty), son parte de nuestro testimonio bíblico y evangelizador al mundo, la sociedad debería conocernos por ser portadores del mensaje bíblico respecto a la paz.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.