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Amor = Confianza en el Día del Juicio

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Génesis 2:25 puede parecer un extraño punto de lanzamiento para un discurso sobre el amor divino. Sin embargo, tengan paciencia conmigo.

El escritor del Génesis dice acerca de los prototipos humanos recién creados, el hombre y la mujer: “El hombre y su esposa estaban ambos desnudos, y no se sentían vergüenza” (Gén. 2:25).1 Qué increíble descripción: Nada que ocultar. Total transparencia. Ninguna preocupación por alguna insuficiencia. No hay peligro de ser juzgados negativamente.

Lamentablemente, esta imagen idílica se evapora cuando la pareja come la fruta prohibida. “Entonces los ojos de ambos se abrieron”, dice la Biblia, “y se dieron cuenta de que estaban desnudos, por lo que cosieron hojas de higuera y se cubrieron” (Gén. 3:7).

Recuerde que Adán y Eva estaban desnudos desde el principio. Pero con el pecado aparece la culpa y la vergüenza. Ahora se enfrentan al espectro aterrador del juicio.

No sólo han puesto en tela de juicio la profundidad del amor de Dios, al comer lo que Dios había prohibido, sino que ahora se preguntan si Dios va a tener compasión de ellos, en vista de lo que han hecho.

Buscan su propia solución. Sin embargo, reconocen de inmediato que las hojas de higuera que han puesto como fachada son inútiles en la restauración de lo que han perdido. Así que se esconden.

Leemos: “Entonces el hombre y su esposa escucharon al Señor Dios que estaba caminando en el jardín, en el frescor del día, y se escondieron del Señor Dios entre los árboles del jardín” (Gén. 3: 8).

La promesa de la serpiente era que podrían ser como Dios. La idea era atractiva. ¿Por qué seguir siendo un simple humano cuando un estado mucho más elevado parecía estar al alcance de la mano? Después de haber tratado de alcanzar la condición de Dios, siguieron actuando como si fueran Dios.

Vamos a ver–razonaron—si fuéramos Dios, ¿cómo reaccionaríamos si nuestras criaturas hubieran hecho lo que acabamos de hacer? Y al darse cuenta de lo que harían, corrieron hacia el bosque. Al menos, así es como me lo imagino.

Dios finalmente llama a la pareja, que está asolada por la culpa y la vergüenza, para que salga de su escondite, y escucha su confesión de tener miedo a causa de su desnudez. Su comentario es interesante y nos deja una lección: “¿Quién te dijo que estabas desnudo?” (Gén. 3:11). Lo que leo en el sentido de sus palabras es: “¿Los estoy castigando por causa de su apariencia? ¿Me he quejado de eso?”

Recuerde, Dios vino a encontrarse con Adán y Eva como siempre lo había hecho. El cambio está en ellos, no en Dios. Ellos huyeron. Dios los buscó. Desde entonces sus hijos también han huido. Dios ha seguido llamando. Sin tregua.

Lo que nos lleva al por qué esta historia es un punto de lanzamiento adecuado para una discusión sobre amor divino. El objetivo último del amor de Dios, además de la seguridad de nuestra salvación eterna, es quitarnos el miedo –en el aquí y ahora. Dios quiere restaurar algo parecido a la absoluta sensación de seguridad que existía en el Edén.

En 1 Juan 4:16–18, leemos:

Dios es amor. Todo aquel que vive en el amor, vive en Dios, y Dios en él. De esta forma, se completa el amor entre nosotros para que tengamos confianza en el día del juicio, porque en este mundo somos como él. No hay temor en el amor. Pero el amor perfecto expulsa el temor, el miedo, porque tiene que ver con el castigo. El que teme no es hecho perfecto en el amor.

La base principal de esta ausencia de miedo es el amor demostrado por Jesús: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito…” (Juan 3:16). Jesús demuestra que Dios es un Dios de gracia, no de venganza. Cuando nos fijamos en las acciones de Jesús, vislumbramos el carácter de Dios (Juan 14:9).

Jesús declaró que la manifestación más dramática del amor es morir por los amigos (Juan 15:13). Pero él fue más allá: él murió por nosotros mientras éramos todavía sus enemigos (Rom. 5:10).

Cuando vemos a Jesús diciendo a la mujer descubierta en adulterio: “Tampoco yo te condeno, vete y deje tu vida de pecado” (Juan 8: 11); cuando escuchamos a Jesús decirle a Nicodemo que su objetivo es salvar, no condenar (Juan 3:17); cuando escuchamos a Jesús prometiendo que “quien viene a mí nunca lo dejo fuera” (Juan 6:37); cuando vemos a Jesús orando por sus perseguidores: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34); cuando nos encontramos con todo esto y mucho, mucho, mucho más, estamos viendo evidencias prácticas, tangibles y confiables de la magnitud del amor de Dios para nosotros—un amor que verdaderamente echa fuera el temor.

Pero yo sugeriría que hay otro aspecto de cómo el amor ahuyenta el temor. Jesús nos mandó amarnos unos a otros (Juan 13:34, 35). De hecho, así como él fue enviado al mundo para mostrar cómo es el Padre, nos ha dado una tarea similar (Juan 17:18). Pero aquí está el verdadero reto: Juan dice que tendremos confianza para estar frente a Dios en el día del juicio “porque en este mundo somos como él” (1 Juan 4:17, énfasis mío).

Al parecer, Juan sugiere que las manifestaciones del amor divino no son la única base para la confianza del cristiano en el día de juicio. Parece que está diciendo también que, cuando nosotros, como seguidores de Cristo, somos amantes, cuidamos a los demás, los comprendemos, no los condenamos –cuando “somos como él”—el sentido de la seguridad que caracterizaba al Edén puede, en gran medida, ser restaurado “en este mundo”. Cuando los seguidores de Cristo también demuestran un amor como el de Dios, no es difícil creer que Dios puede aceptarnos, y que de hecho lo hace.

Una cosa más: Jesús dijo que seremos medidos con el mismo dispositivo de medición que utilizamos para medir (Lucas 6:38). Por lo tanto, si “en este mundo somos como él” (es decir, si nuestro objetivo—como el de Cristo—es salvar y no condenar) podemos estar seguros de que Dios se ocupará de nosotros en forma similar. Por lo tanto no hay necesidad de temer.

El objetivo final del amor no tiene que ver con transacciones legales. Se trata de la transformación del corazón y de las relaciones. Se trata de la garantía absoluta de un Padre divino en el que se puede confiar.

Notas y referencias

1. Todos los textos bíblicos son citas de la Nueva Versión Internacional.

James Coffin es pastor principal de la Iglesia de Markham Woods, en Longwood, Florida.

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