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El Dios ambivalente

 

El Dios colérico en oposición al Dios de amor

 

«Entregó su pueblo a la espada,

encolerizado contra su heredad»

(Salmos 78:62)

 

¿Cómo entender a Dios? ¿Qué imagen de Dios tenemos? ¿Cómo percibimos su forma de actuar? ¿Cómo interpretar aquellos textos que nos hablan de la cólera de Dios? ¿Podemos hablar de un Dios de amor cuando la Biblia habla en ciertos momentos de un Dios airado?

No existe la menor duda de que nuestra forma de comprender a Dios dependerá en buena medida de la respuesta que demos a estas preguntas. Además, estas condicionarán nuestra forma de dirigirnos y de actuar en relación a Dios, y lo que es más importante aún, la imagen que proyectemos como creyentes de Él.

En muchas ocasiones a lo largo de la historia, la imagen que hemos percibido o la forma de interpretar el Dios del AT se ha asociado con la de un Dios colérico, con la de un Dios que fácilmente se indigna y que está dispuesto a destruir a aquellos que le rodean si no actúan de acuerdo a su voluntad. No hay que negar que al leer el AT nos encontramos como creyentes con situaciones que nos resultan difíciles de entender. Al mismo tiempo, una lectura superficial del AT nos puede llevar a caer en el error de hablar de un Dios airado, de un Dios que se caracteriza por el odio y la venganza, y que por el contrario la compasión, la misericordia son ajenas a su ser. Esa imagen negativa del Dios del AT contrasta por otra parte con la imagen que tradicionalmente hemos tenido del Dios del NT. Este es definido como un Dios de amor. Y ese Dios de amor, ama tanto a sus criaturas que está dispuesto a encarnarse en la figura de Jesús y, no tan solo eso, sino que además está dispuesto a darse por ellas.

Esa aparente dicotomía entre el Dios del AT y el Dios del NT llevó a Marción, ya en el siglo II, a afirmar que el Dios del AT no tenía nada que ver con el Dios del NT. Y como consecuencia de esa aparente oposición, a rechazar el AT y el Dios que allí se manifiesta porque este se caracteriza por la cólera, además de actuar de forma arbitraria. Ese rechazo o menosprecio del AT y del Dios allí presentado se ha ido produciendo sistemáticamente desde entonces, en contraste con el valor dado al NT y al Dios que allí se nos revela. Pero ante tal realidad, hemos de reconocer que esa interpretación o visión del Dios del AT nos lleva a un callejón sin salida, y hace que tengamos que afrontar toda una serie de preguntas que difícilmente podremos solventar. Algunas de ellas a modo de ejemplo serían: ¿Qué valor tendría entonces el AT? ¿Cómo hablar de un único Dios? ¿Cómo explicar la inacción o pasividad del Dios del NT durante el AT? ¿Cómo entender la Biblia en su conjunto y en particular el papel de Dios? Todas estas preguntas nos llevan a una mucho más significativa: ¿Realmente podemos hablar de un Dios del AT en oposición a un Dios del NT? ¿Es esta una opción válida?

Creo que la respuesta es obvia en sí misma, lo cual no quiere decir que sea sencilla. De hecho, tengo el profundo convencimiento de que el Dios del AT y el Dios del NT son el mismo Dios, y que no existe ninguna contradicción entre el AT y el NT. Pero a la vez hay que ser sinceros y reconocer que esa respuesta necesita una justificación y que dicha afirmación no se puede aceptar sin más. No podemos negar que el AT está repleto de imágenes y de escenas en las cuales Dios se nos presenta como airado. Además, al hacerlo, se utiliza un lenguaje y un conjunto de expresiones que nos incomodan. Y no podemos negar que estas aparentemente entran en contradicción con la de un Dios de amor en el cual decimos creer.

 

El Dios colérico

 

«Dios lo oyó y se indignó,

y rechazo totalmente a Israel.»

(Salmos 78:59)

 

«Mirad: el Señor en persona viene de lejos,

arde su cólera con espesa humareda;

sus labios están llenos de furor,

su lengua es fuego devorador;

su aliento es torrente desbordado

que alcanza hasta el cuello:

para cribar a los pueblos con criba de exterminio,

para poner bocado de extravío en la quijada de las naciones.»

(Isaías 30:27,28)

 

«El Señor es un Dios celoso y justiciero,

el Señor sabe airarse y tomar venganza.»

(Nahum 1:2)

 

Todos estos textos, así como otros muchos, vienen a reforzar la imagen de un Dios colérico, de un Dios que está dispuesto a destruir a sus criaturas porque no han actuado de acuerdo a su voluntad. Sin embargo, esta forma de entender el texto se correspondería con una lectura superficial. Aparentemente nos hablan de un Dios indignado, de un Dios enojado, de un Dios vengativo. En definitiva, de un Dios carente de amor. Es indudable que estos pasajes necesitan de una interpretación si queremos continuar defendiendo que el Dios de la Biblia es un Dios de amor. Pero, ¿cómo interpretarlos? ¿Cómo interpretar la imagen que aparentemente proyectan de Dios? ¿Cómo compaginar el amor con semejante cólera? ¿Realmente estos textos nos hablan de la esencia de Dios? Y si consideramos que no es así, ¿cómo entenderlos entonces?

 

El Dios de amor

Para comenzar, lo primero que habríamos de señalar es que todos estos pasajes que nos han servido para hablar de un Dios colérico, airado, enojado van unidos de forma indisoluble a la de un Dios de amor. Porque de la misma manera que nos hablan de un Dios indignado también nos hablan de un Dios de amor. Si no, cómo entender los pasajes siguientes:

 

«¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso;

tardo para la ira y grande en misericordia y verdad,

que guarda misericordia millares,

que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, […]»

(Éxodo 34:6,7) RV95

 

«Lo adulaban con su boca, le mentían con su lengua;

su corazón no era sincero con él ni eran fieles a su alianza.

El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía;

una y otra vez reprimió su cólera y no despertaba todo su furor;»

(Salmos 78:36-38)

 

«No cederé al ardor de mi cólera,

no volveré a destruir a Efraín;

que soy Dios y no hombre, […]»

(Oseas 11:9)

 

No hay la menor duda en cuanto a que hay numerosos textos en el AT que nos hablan de un Dios airado, de un Dios que se ha enojado con su pueblo. Pero al mismo tiempo, estos textos nos hablan del amor de Dios. Dios acompaña estos mensajes de amonestación con palabras de amor como hemos tenido ocasión de mostrar. Dios llama a su pueblo al arrepentimiento, al reconocimiento de sus errores. Además, por si no fuera suficiente para demostrar el amor que Dios siente por sus criaturas, algunos de ellos nos hablan de cómo Dios ofrece el perdón sin pedir nada a cambio (por ejemplo Jeremías 3:12). Dios desea que su pueblo sea feliz, pero esa felicidad depende de que se vuelvan a Él como fuente de vida.

A modo de conclusión, y para reforzar lo que venimos diciendo, me gustaría hacerme eco de varios pasajes del AT que registran las palabras pronunciadas por Dios mismo en relación a sus hijos.

 

«En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro,

pero con misericordia eterna te quiero

-dice el Señor, tu redentor-.»

(Isaías 54:8)

 

Con amor eterno te amé, […].”

(Jeremías 31:3)

 

«Cuando era niño lo amé, […]

Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño […]

me inclinaba y les daba de comer.»

(Oseas 11:1,4)

 

Además, a la luz de todo lo dicho podemos afirmar que el Dios que se revela en la Biblia es el mismo, tanto en el AT como en el NT. No son diferentes ya que el amor es lo que define su esencia y refleja su carácter.

 

Cólera versus amor

Si nos limitamos a una lectura superficial de ciertos pasajes del AT podemos llegar a la conclusión errónea de que la acción de Dios fluctúa entre la cólera y el amor. Pero la realidad es bien distinta, como señala muy acertadamente Bernard Renaud:

«El amor solo define el ser mismo de Dios; la cólera pertenece a su acción.»1

Tengo el profundo convencimiento de que no hay la menor duda en cuanto a que la mejor definición de Dios es el amor. Este forma parte de su esencia, de su ser. No podemos entender el Dios de la Biblia si no somos capaces de entender que el amor es lo que le define, lo que le motiva a actuar. En cambio, cuando la Biblia nos habla de la cólera de Dios, esta no se refiere a su esencia, sino a como Dios actúa en determinadas circunstancias.

La cólera de Dios es una consecuencia de ese Dios de amor del cual nos habla la Biblia. Dios ama a sus hijos de tal forma que no puede dejar de enojarse, indignarse, airarse cuando estos actúan al margen de lo que les resultaría beneficioso. En definitiva, cuando se alejan de Él. Y esa cólera, no responde a un sentimiento egoísta o a un deseo de retenerlos privándoles de su libertad, sino que está en sintonía con ese deseo profundo de que sean felices.

Aunque el término cólera asociado con un Dios de amor nos pueda sorprender, hay una explicación muy fácil. Salvando las diferencias, porque no hay la menor duda de que existe un abismo entre el amor de Dios y el amor que nosotros podamos sentir por aquellos que más amamos, tampoco nosotros podemos dejar de indignarnos, airarnos o hasta encolerizarnos con nuestros seres queridos en determinadas circunstancias. ¿Quién no ha entrado en cólera cuando observa que aquel que amamos con todo nuestro corazón toma una decisión o actúa de tal forma que sabemos que eso le va perjudicar? Aquellos que tenemos hijos, ¿cuántas veces no nos hemos indignado hasta llegar a perder los papeles cuando ellos han tomado o toman ciertas decisiones? Pero por ello no dejamos de amarlos. Nuestra cólera responde al amor que sentimos por esas personas y al deseo profundo que tenemos de que sean felices. Además, cuando nos airamos con aquellos que amamos, no nos desentendemos de ellos, sino que rápidamente intentamos restablecer esa relación que aparentemente se ha resquebrajado. Si nosotros como seres humanos nos encolerizamos, cómo no entender entonces que Dios que nos ama más allá de lo que podamos comprender, no se haya de encolerizar. Dios entra en cólera porque ama a su pueblo y como lo ama, no puede permanecer indiferente. Pero esa cólera va acompañada del deseo de restablecer esa relación que está en crisis.

La Biblia nos habla de un Dios de amor. Pero, al mismo tiempo, de un Dios que entra en cólera cuando su pueblo se aleja del camino de la felicidad. Ante tal evidencia, no puedo dejar de exclamar mi alegría por un Dios así, ya que se trata de un Dios que no es indiferente a mis errores, sino que intenta restaurarme a una mejor condición.

No existe la menor duda en cuanto a que el Dios de la Biblia es un Dios de amor. En este sentido, tanto el AT como el NT no difieren. No podemos hablar de un Dios en el AT y otro en el NT, no dejan de ser el mismo. Además, reiterando la idea anterior, la cólera de Dios no deja de hablarnos de un Dios de amor, de un Dios que se preocupa por sus criaturas. Y que como consecuencia de ello, no puede dejar de airarse cuando estas se equivocan. El amor no es indiferente ante el error sino que reacciona porque desea la felicidad de aquel a quien ama.

Dios se indigna porque nos ama. La cólera de Dios solo se puede entender desde el amor que Dios siente por sus criaturas.

1 RENAUD, Bernard: Un Dios celoso. Entre la cólera y el amor. ESTELLA (Navarra): Verbo Divino, 2011, p. 17.

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