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Ciudades de justicia social

La Guía de Estudio de esta semana destaca un punto obvio: Cristo es nuestra ciudad de refugio, como lo eran las ciudades israelitas de refugio en el AT. Pero mientras que esa es una analogía popular en la teología evangélica, la creación y el funcionamiento de las ciudades de refugio eran muy complejos, y la vida en Cristo es mucho más profunda que simplemente sentirnos mejor con respecto a ser pecadores.

Una ciudad de refugio era un lugar donde las personas que habían sido acusadas de asesinato, podían encontrar seguridad mientras se juzgaba su culpabilidad. Esto daba la oportunidad de escapar de la tradicional práctica del Antiguo Medio Oriente de la “contienda de sangre”, en la que los familiares de una persona asesinada eran culturalmente, e incluso legalmente, obligados a vengar su muerte. Era sumamente peligroso ser sospechoso de transgresión. De hecho, hay pruebas de que las carreteras a las ciudades sacerdotales eran el doble de ancho, para que el acusado no hallara demora en el camino hacia la seguridad. Haciendo una conexión ineludible, la Guía de la Lección de adultos dice: “Aunque las ciudades de refugio debían ser utilizadas por los acusados de asesinato, estos símbolos ilustran nuestra necesidad crítica de refugio en Cristo. ¿Cómo ilustra esto la gravedad de nuestro pecado?”

Sin embargo, la idea de que las ciudades de refugio, o los lugares de los sacerdotes –ya fueran ciudades, santuarios o templos, o incluso objetos como los altares— constituían un lugar seguro, era una idea común en culturas del Antiguo Cercano Oriente. Los griegos permitían que los esclavos que escapaban de sus amos se escondieran en sus templos. Al saltar directamente del mensaje del tipo AT / anti-tipo NT, ¿podría ser que falten otras lecturas de este texto? ¿Siempre es sólo uno-a-Uno?

Más allá de la ubicuidad cultural de los lugares santos / seguros, veamos un poco más a los israelitas en la práctica real. De este modo, la praxis del refugio urbano y la vida de Jesús, de hecho, podrían revelar una mejor guía para la vida cristiana.

En primer lugar, la analogía se desmorona, porque si uno había cometido el asesinato a sabiendas, a uno no se le permitía buscar refugio en la ciudad. Esto no encaja con la soteriología adventista, porque Cristo nos reconcilia incluso si hemos pecado a sabiendas.

En segundo lugar, no estoy claro en lo que pasaba si alguien era hallado culpable de asesinato intencional, mientras que estaba dentro de una ciudad de refugio. ¿Cualquier lugar fuera de la ciudad era una zona segura para los ciudadanos de la-ciudad-de-refugio? ¿Tenían que escapar a otra ciudad?

En tercer lugar, un hombre que mató a alguien por negligencia era considerado culpable, pero no lo suficientemente culpable como para ser asesinado por la venganza de la sangre. (Un ejemplo podría ser que una tienda o carpa colapsara y asfixiara a alguien, y todo porque alguien se olvidó de asegurar todas las estacas en el suelo). Así que, si bien se hubiera establecido que no fue su culpa directa, todavía tenía que pasar el resto de su vida, o hasta que el sumo sacerdote muriera, en la ciudad de refugio. Si esa persona se aventuraba a salir, podría ser muerto legalmente. No está claro cómo esto encaja con la vida cristiana, o con el mandato de Jesús para perdonar setenta veces siete.

Tratar de crear una analogía entre las ciudades de refugio y la expiación penal sustitutiva cristiana, parece el camino correcto, pero también parece que algo falta. Ambos sistemas tienen que ver con la culpa. Ambos se refieren a la redención y una vida mejor. Pero parece que hay algo más profundo que subyace en ambos sistemas. ¿Podría ser la Justicia?

Justicia, que es sinónimo con el significado de “rectitud” en la mayor parte de las Escrituras, es un concepto interesante. Es evidente que las ciudades de refugio se ocupaban de la justicia. Y la obra de Cristo consiste en dar un mayor sentido de justicia, tanto en parábolas como la del hombre rico y Lázaro, o al atacar a los prestamistas que trataban de obtener una ganancia rápida en el templo.

De hecho, toda esta sección de Números 33-36, desde la orden de Dios para la erradicación de los pueblos indígenas de Palestina, hasta la división de la tierra de acuerdo con el criterio de tener “más” y “menos”, así como las ciudades de refugio, todo plantea preguntas muy ricas (y, a veces, inquietantes) sobre el sentido de la justicia en el contexto de establecerse formando una sociedad. ¿Qué es, entonces, la justicia social?

Mientras era estudiante en la Universidad de Andrews, recibí algunas becas para trabajar con los profesores del Seminario en sus investigaciones. Una de esas oportunidades fue la de un rol menor asistiendo a Roy Gane, que investigó y escribió su Comentario de aplicación práctica sobre Levítico y Números (NVI), para la editorial Zondervan. Fue una experiencia fantástica.

El mes pasado me acordé de eso, mientras estaba en las reuniones de la Sociedad de Literatura Bíblica, en las que la Sociedad Teológica Adventista y la Sociedad Adventista de Estudios Religiosos compartieron una noche de comunión de los viernes. Ahora, el presidente de la Sociedad Teológica Adventista, Roy Gane, presentó un documento titulado “El Evangelio según Moisés y Elías”. En él, Gane escribe: “Al igual que Moisés, Elías estaba preocupado por la justicia social. Cuando Acab y Jezabel abusaron de su poder real para aprovechar la herencia ancestral de Nabot, mediante el asesinato judicial, fue el profeta el que emitió la condena divina (1 Rey. 21)”.

Este sentido de la justicia social profética deriva de la relación con Dios que tenían tanto Moisés como Elías, y de la relación con su prójimo. De hecho, el Evangelio enseña que ambas, la justicia personal y social, son impulsadas por Dios. Roy Gane enumera varios puntos, y el quinto se aplica adecuadamente a la idea de justicia tal como se la presenta en Números 33-36. Gane escribe: “Debido a que Dios había liberado a su pueblo, éste era responsable de la transmisión de la bondad de su justicia y misericordia a los demás, incluyendo las personas pobres y vulnerables, los esclavos, las viudas, los huérfanos y los extranjeros residentes (por ejemplo, Lev. 25; Deut. 10, 15, 16, 24, cf. Mat. 18:21-35). Las leyes divinas protegían incluso a los animales vulnerables y a los árboles (por ejemplo, Deut. 20:19, 22:6-7, 10)”.

Está claro. La preocupación por la justicia social es parte del evangelio. Cuando los presidentes de ATS (Sociedad Teológica Adventista) lo predican a los miembros de ASRS (Sociedad Adventista de Estudios Religiosos) está claro que el jurado ya no está fuera y que la justicia, tanto personal como social, es parte del mensaje adventista.

Ahora, ¿qué significa esto?

En su Ciudad de Dios, San Agustín define la justicia como, “cuando se trata de utilizar las cosas sólo para el fin para el cual Dios las designó, y de gozar de Dios como el fin de todo, mientras disfrutan, él y su amigo, en Dios y para Dios”.

En su Teoría de la Justicia (1971), el filósofo John Rawls, que es probablemente el más responsable de establecer el discurso en torno a la justicia norteamericana contemporánea, escribe:

Cada persona posee una inviolabilidad fundada en la justicia que ni siquiera el bienestar de la sociedad en su conjunto puede anular. Por esta razón, la justicia niega que la pérdida de la libertad para algunos pueda servir para un bien común compartido por otros.

Con esto se rechaza la tendencia utilitarista de las personas a confundir el dinero con el valor, o el bien de la mayoría, siempre, como más importante que el del individuo.

Basados en la filosofía moral, los católicos han trabajado desde el siglo XIX para definir la justicia social, en parte como una tercera vía entre las viejas luchas entre las ideologías capitalista y socialista. Aquí hay dos definiciones de justicia social:

Una, que afirma la dignidad de la vida humana por encima de todas las preocupaciones materiales.

Dos, que incluye la famosa “opción preferencial por los pobres”, señalando que Jesús aclara lo que es importante en el final de todas las cosas, el Día del Juicio escatológico.

Cuando todo está dicho y hecho, Jesús dice: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mat. 25:40). Esto incluye no sólo las acciones personales, sino también las de la iglesia, así como las acciones de política pública. Cuando nos ocupamos de uno de éstos más pequeños, estaremos cuidándonos a nosotros mismos para la eternidad.

En un artículo sobre el médico Paul Farmer, Jeffery Sachs escribe:

La postura moral de Paul Farmer se basa en lo que el movimiento de la Teología de la Liberación llama a una “opción preferencial por los pobres”, un principio de la doctrina social de la Iglesia Católica que impone a los ricos el deber de ofrecer dignidad y apoyo material a los pobres. Los puntos de vista epidemiológicos de Farmer son un potente giro, si bien irónico, a esta afirmación moral: los agentes patógenos como los que causan la tuberculosis y el SIDA muestran también una opción preferencial por los pobres. Lo que Farmer está diciendo es que la enfermedad, también, sigue las líneas de clase, para perseguir y matar a los pobres con particular crueldad. No sólo los pobres carecen de acceso a los servicios de salud eficaces, señala, sino que también son sistemáticamente forzados a vivir en condiciones que perjudican su salud y, con demasiada frecuencia, les cuestan la vida

Por causa de agentes como el VIH / SIDA y el cambio climático, desde la inmigración a la reforma sanitaria, la gente se está muriendo y necesitan auxilio.

Al fin de cuentas, esta parece ser una de las lecciones de las ciudades de refugio. Se las entiende mejor, no como un “tipo” o prefiguración de la expiación vicaria de Cristo, sino como una forma temprana de justicia social en la práctica. En lugar de dejar la justicia simplemente en manos (y caprichos) de la persona agraviada, o de su familia, las ciudades de refugio eran una forma temprana en que sociedad trataba a las personas como algo más importante que una acción, o una situación, o una clase económica. De hecho, al refugiarse, a uno no se le permitía liquidar la deuda a los familiares sedientos de sangre, lo que parece haber sido una forma de igualar la justicia para los ricos y los pobres.

Probablemente podríamos aprender algunas cosas más de la Biblia. Y no estoy seguro de que esas cosas, o la posición de Rawls, o la doctrina social católica, sean la palabra final sobre el tema. Tal vez haya espacio para una teoría y praxis Adventista del Séptimo Día sobre la justicia social.

* * *

¿Cómo podríamos crear una Ciudad de Dios del siglo XXI, que sea también una ciudad de refugio para “los más pequeños de éstos”?

http://www.youtube.com/watch?v=oezXbU9VlkE

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