Reflexiones pascuales
Durante el fin de semana del domingo de resurrección los profesores, alumnos y algunos vecinos de Andrews University en Berrien Springs dieron varias representaciones de la pasión de Jesucristo a mucho público que en grupos de unas cien personas eran guiados por un sendero a lo largo del cual veían dramáticas representaciones de los eventos principales de la vida y la pasión del Señor. Esta celebración del domingo de la resurrección ya hace un tiempo que se realiza anualmente, y es un cambio notable en la tradición adventista que a propósito se distancia del calendario cristiano. Es una que une, mejor que ninguna otra, a la universidad con la comunidad circunvecina.
En los relatos evangélicos, sin duda, el Evangelio de Mateo es el que le da a la resurrección las escenas más dramáticas. El autor le añade al relato del Evangelio de Marcos dos terremotos y testigos del evento. La guardia romana que sufrió el terremoto que afectó solamente al sepulcro, y que quedó espantada ante la presencia del ángel del Señor, presenció atolondrada, indefensa y fuera de sí la desaparición del cuerpo que había sido depositado y sellado en la tumba. En este relato, María Magdalena y “la otra María” son testigos del entierro, el terremoto y la primera aparición de Cristo cuando iban de camino “con temor y gozo” corriendo a dar las nuevas de la resurrección a los demás discípulos. Cuando Cristo les sale al encuentro, ellas “se llegaron y abrazaron sus pies y le adoraron” (28:1-9).
El autor de Mateo, escribiendo alrededor del año 90, nos informa que en sus días los judíos decían que en realidad la desaparición del cuerpo se debía a que los discípulos lo habían robado mientras la guardia dormía. El autor ya tiene lista la respuesta a la acusación de los judíos: la guardia había sido comprada para que dijera esa mentira. Seguramente que cuando esta disputa entre los judíos y los cristianos tuvo lugar los miembros de la guardia romana ya no estaban en Palestina.
El evangelio de Mateo refleja un cristianismo que está en una lucha vitriólica con el fariseísmo. En el año 70, con la destrucción del templo de Jerusalén, el judaísmo dejó de ser. La muerte de la religión madre hizo que las dos hijas que sobrevivieron el desastre, el fariseísmo y el cristianismo, se disputaran la herencia con las pasiones que caracterizan a las disputas familiares visibles a flor de piel. La manera en que se presenta a los fariseos en Mateo hace clara la intensidad de los ánimos entre los contrincantes.
Entre los cuatro evangelios canónicos, Mateo es el que más obviamente se apropia de la tradición judía, presenta un cristianismo firmemente basado en la Torah, y exige de los cristianos la más perfecta obediencia a la Ley. La justicia de los cristianos tiene que ser superior a la de los fariseos (5:20).
Pero la justicia de Dios ha sido puesta en tela de juicio por los mártires de la guerra de los Macabeos. Esa crisis de fe trajo a primera plana la perspectiva apocalíptica como la manera de justificar la justicia de Dios por medio de la resurrección de los justos, los que murieron por su fidelidad a la Torah. Es por eso que en el Evangelio de Mateo, el autor ve la resurrección de Jesucristo en el contexto de la resurrección de los mártires de la fe. Cuando Cristo expira en la cruz un terremoto abre las tumbas de estos justos que claman por justicia. De esa manera Mateo expresa la verdad en el corazón de la resurrección. Las buenas nuevas de la resurrección nunca se limitaron a la re-aparición de Jesús. Desde el mismo principio de la predicación del evangelio, los cristianos entendieron la resurrección como un evento cósmico en el cual Dios había realizado algo decisivo para demostrar su carácter y su relación con la humanidad.
Para Pablo la resurrección es el fundamento de la Nueva Creación por el poder del Espíritu. Todos los cristianos participan en la Nueva Creación al bautizarse. En el Evangelio de Marcos, escrito alrededor del año 70, no es necesario narrar la resurrección puesto que la Venida del Reino en el contexto de la destrucción del templo hace que tal relato sea anticlimático.
El autor de Mateo ata la resurrección de Jesucristo a la resurrección de los santos mártires. Estos aparecen a muchos en Jerusalén cuando un terremoto que abre sus tumbas tiene lugar en el momento en que Jesús expira en la cruz y el velo del templo se rasga de arriba abajo (27:51-53). Tanto la resurrección de los santos como la de Jesucristo son causadas por terremotos que abren los sepulcros para que la justicia de Dios sea revelada. Los cristianos modernos a menudo se dejan llevar por las corrientes culturales que persisten en querer entender la resurrección de Jesucristo como el símbolo de la resurrección que cada primavera observamos en la naturaleza. Los huevos de pascua puestos por conejos milagrosos pueden ser muy especiales para niños que ansían escuchar cuentos de hadas antes de dormirse, pero los cristianos no debieran confundir las cosas. La resurrección no está principalmente ligada a la naturaleza.
Los primeros cristianos nos dejaron un buen modelo. Ellos enseguida comprendieron que la resurrección de Jesucristo era un evento con significado para el presente de la comunidad histórica, no uno que estaba de acuerdo con, o en contra de, la naturaleza. Ese es el significado del relato del terremoto en Mateo que acompaña la ruptura del velo del templo. La aparición de los mártires Macabeos es la garantía que Dios ha hecho justicia con el judaísmo que dejó de ser cuando el templo fue destruido. De esta manera el autor de este evangelio hace claro que el negocio que había quedado pendiente con el judaísmo del templo, en realidad, había sido atendido. Los que perdieron sus vidas por su fe en Dios han recibido su justa recompensa al ser resucitados. Seamos, pues, nosotros también justos como Dios es justo. Este es el mensaje de la resurrección en Mateo. La resurrección es un evento en la comunidad de fe, no solo un evento en la vida de Jesús.
El autor de la Carta a los Colosenses, que tiene intereses similares a los del autor de Mateo, insiste en que los cristianos deben ver las cosas “según Cristo” y no ser engañados por vanas sutilezas “según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo” (2:8). Ver las cosas según Cristo es comprender que la muerte y la resurrección de Jesucristo es el medio por el cual todo el universo ha sido circuncidado. Lo que hacía posible la acumulación de impurezas ha sido eliminado. Ahora Cristo es “la cabeza de todo principado y potestad”. Por su resurrección, Cristo “despojó a los principados y las potestades, sacándolos a la vergüenza en público, triunfando sobre ellos en la cruz” (o “en sí mismo” [el pronombre griego es equívoco] 2:15). O sea que en vez de ver la resurrección en el contexto de la teodicea judía, este autor la ve en el contexto del triunfo de un general sobre las potestades de los aires, los “poderes elementales del mundo” que impiden la libre comunicación entre el cielo y la tierra. Los principados y las potestades que gobernaban las esferas celestiales han sido avergonzados públicamente por el triunfo de Cristo sobre los poderes malignos del universo. En el desfile triunfal de Cristo cuando volvió de su campaña terrenal, los gobernantes subyugados eran parte del cortejo del vencedor.
Esta perspectiva, con notables modificaciones, es luego desarrollada por el autor de la Epístola a los Efesios. El autor de Efesios sigue de cerca al bosquejo de la Carta a los Colosenses. En vez de referirse al bautismo como participación en “la circuncisión de Cristo”, por medio del cual los que estaban muertos en los pecados reciben el perdón, este autor se refiere a la procesión del vencedor con su cortejo de rehenes como la ocasión para repartir dones a la multitud que aplaude al que regresa triunfante habiendo adquirido grandes riquezas. Su descripción se basa en Salmos 68:18, donde se describe a Yahvé ascendiendo el monte del Santuario con veinte mil carros y más millares de ángeles, habiendo “cautivado la cautividad” y habiendo recibido dones entre los hombres.
En Efesios, el general que regresa victorioso, habiendo tomado abundante botín, no viene de una campaña terrenal y lo que es importante no es que acaparó riquezas. Siendo que el Salmo habla de un ascenso al monte, esto significa que hubo un descenso a las regiones subterráneas y los cautivos que ahora desfilan prisioneros no son pueblos extranjeros sino cautivos de la muerte. Otra cosa que es cambiada es que en vez de referirse a la adquisición de bienes humanos, en Efesios se habla de la distribución de dones divinos entre los cristianos. O sea, la campaña que culminó en la muerte y la resurrección de Jesucristo y que incluyó el trastorno de la habitación donde los muertos estaban cautivos hace posible que Cristo distribuya entre los santos los frutos del Espíritu que efectúan la unidad de la iglesia y la unidad de todas las esferas del universo bajo el dominio del Cristo resucitado. Más que ningún otro libro del Nuevo Testamento, Efesios ve la iglesia como una identidad cósmica y a la resurrección como un triunfo de proporciones cósmicas. Sobre esa base, el Credo Apostólico, años más tarde, incluyó la frase, descendit ad inferos.
Tanto en el contexto judío preocupado con la injusticia de la muerte prematura de los mártires de la fe, como en el contexto helenístico del universo vertical con esferas gobernadas por diferentes potestades de los aires, los primeros cristianos no entendieron la resurrección de Jesucristo como otro milagro similar a la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín. Notemos, también, que mientras que en los primeros relatos el actor principal es Dios, con el pasar del tiempo Cristo viene a ser el protagonista. Con todo, para ellos siempre fue el triunfo cósmico de la justicia y el amor de Dios. Para expresar esta realidad usaron un lenguaje mitológico capaz de comunicar cómo veían el evento trascendental que habían experimentado. Lo importante no era el lenguaje usado, sino la experiencia vivida y las consecuencias eternas del presente siendo vivido por quienes habían sido testigos de la justicia divina, o habían sido circuncidados con la circuncisión de Cristo, o habían recibido los dones del Espíritu. Los debates modernos si hay que leer los relatos bíblicos de la resurrección literal o simbólicamente reflejan preocupaciones anacrónicas y pasan por alto la importancia de la resurrección como evento comunitario. Celebrar la Pascua es confesar que vivimos en una comunidad creada continuamente por el poder y la justicia de Dios. La comunidad de fe, y no el Credo, es la que concretiza y celebra la Pascua.