“Proclamando la gracia de Dios”, como yo lo vi
Crónica de un joven de la División Sudamericana que asistió al último congreso de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día celebrado en Atlanta entre junio y julio de 2010.
Hay más de dos mil delegados. Siento que soy un puntito en medio de un océano de gente que viene y va. Y el ritmo de trabajo es agotador. El día empieza con una meditación a las ocho de la mañana y termina sobre las nueve y media de la noche. Entre tal bullicio me siento y miro a mi alrededor. Quiero entender lo que está sucediendo.
Elección de los cargos administrativos
Lo primero que se eligió fue los tres administradores. Según escuché, la elección del nuevo presidente, Ted Willson, duró alrededor de una hora. Lowell Cooper era otro nombre que estuvo cerca.
Jan Paulsen había dado su informe presidencial el día anterior. Junto con su esposa manifestó que habían estado analizando retirarse en ese momento. Y hasta ahí iba bien pero luego agregó que todavía no habían tomado la decisión. Más de uno leyó entre líneas que no tenía deseos de dejar la presidencia todavía. Un sabor algo extraño para su despedida.
A la hora de elegir a los departamentales, surgió la propuesta de posponer la elección de todos los “vices” de los departamentos para la reunión de otoño de la Asociación General (AG). Esto levantó bastante indignación: más de uno vio esto como una maniobra para poder asegurar en los cargos a personas según la conveniencia. La votación rechazó la propuesta. El argumento de quienes proponían esto (entre ellos, Paulsen) era cierto: demasiados nombres a ser elegidos en muy poco tiempo. Menos de cinco minutos para cada nombre.
También se eligieron las administraciones de las divisiones y los departamentales. Las reacciones de los no reelegidos variaron desde una aceptación comprensiva a enfados casi infantiles.
Hay que señalar que la comisión de nombramientos trabajó paralelamente a las reuniones que discutían, principalmente, el Manual de Iglesia. Cuando la comisión de nombramientos tenía la lista de nombres para proponer, interrumpía el proceso del auditorio mayor para votarlas. Estas casi siempre son aprobadas.
Reuniones de trabajo de la Asamblea
Este quinquenio se pasó por un proceso de reedición del Manual de Iglesia: se intentó transformarlo, de un collage de parches y modificaciones, a un estilo más estandarizado y cohesivo, sin modificar el contenido del mismo.
Un día hubo una discusión interesante cuando se propuso que donde se menciona la ordenación de diáconos también se agregue “y diaconisas”. Se presentó una declaración de E.G. White respaldando la propuesta y luego empezó una discusión kilométrica. Y realmente hubo mucha confusión. Porque había varios “conservadores” acérrimos en contra de la propuesta y quienes la defendían con gran habilidad.
Quienes habían traído la propuesta original decían que esto no se refería en absoluto a la ordenación de mujeres al ministerio, pero los opositores decían que no veían diferencia alguna entre esa ordenación y la de ancianas o pastoras. La respuesta afirmaba que esto debería ser votado en cada una de las divisiones y que no cambiaría la usanza que ya se está llevando a cabo.
Para la reflexión
1. La elección de la administración. Por lo que parece, el congreso no es para eso. Porque ya para el primer domingo tenían elegidos los nombres. (Entiéndase por “Administración” los cargos de Presidente, Secretario y Tesorero.) Estoy llegando a pensar que la actividad principal de la mayoría de los delegados fue pasársela sentados con participación semi-pasiva mientras se discutían cambios en el Manual de Iglesia, algo que por otro lado considero muy importante.
En la Asamblea General, dijeron que cada delegado tenía una copia del Manual desde mayo para poder estudiarla y estar listo para discutir los cambios propuestos por la comisión a cargo. Esta declaración llamó mi atención ya que algún delegado me informó de que nunca había recibido dicho material.
El nombre de Ted Wilson ya lo había escuchado antes de Atlanta. Más de un año antes, si no me equivoco. Quien me lo dijo tiene cierta cercanía a la administración de cierta división. E inclusive escuché un nombre para el sucesor de Wilson, pero no sé cuánta confianza darle a los “se dice que…”.
Parece que estos son cargos a los que se llega escalando. No me atrevo a juzgar el proceso porque hay cargos que no se pueden andar cambiando todos los días y que requieren de cierto tiempo para aprenderlos y ejercerlos sabiamente.
2. Lo desorientados que pueden estar los delegados. No pienso difamar a ningún delegado pero en más de una ocasión vi a gente perdida. No en los pasillos, sino en las reuniones. Latinos, morenos, chinos, de cualquier rincón no anglo-sajón. El idioma es la primera barrera. Si bien se provee de una frecuencia de radio con traducción en vivo (que, al menos en español, dejó mucho que desear), la carpeta de trabajo (principalmente es el texto del Manual de Iglesia), los boletines y revistas oficiales, etc., están en inglés. Y me pregunto, ¿Se elegirán los delegados de acuerdo con su dominio del inglés o de acuerdo a su sabiduría y experiencia para aconsejar a la Iglesia?
3. Sobre la magnitud del evento. No es broma: son MILLONES de dólares los que se invierten. ¿Se podría economizar algo? Tal vez. Pero me parece que es lo mínimo a lo que puede reducirse. Se podría recortar gastos no pagando el viaje o la comida a los familiares, o traer menos “invitados”, que de todos modos no van a tomar parte tan activa en las deliberaciones y discusiones. Pero tengo mis dudas de decir que está mal que lo hagan.
4. Hipercompresión de agendas. Con muchos talleres, conciertos, exposiciones, seminarios, etc, ocurriendo incluso a veces en paralelo con actividades prioritarias. Intenté estar al ritmo de las actividades pero fue imposible.
Nuestra Iglesia está trabajando y está creciendo mucho. Enfrentamos muchos desafíos, y a veces el elemento humano busca predominar o tener reconocimiento. Pero también podemos ver la mano de Dios al mantener unido a este grupo tan diverso culturalmente, que de otro modo no estaría unido. Comenzamos otro quinquenio: ¡Proclamemos la gracia de Dios!