“No menosprecies ni juzgues”
Las lecciones de este trimestre de la Escuela Sabática han girado en torno al tema de la adoración. Como casi todos los temas religiosos y teológicos, éste no está exento de controversias. Entre los adventistas, las controversias tienen que ver con la manera de adorar –con el tipo de música e instrumentos apropiados, con las formas litúrgicas, con la extensión de los sermones, con el gozo y la celebración que –según unos— debe haber en los cultos y que –según otros— transformaría el culto en un acto de entretención, etc., etc.
No hay discusión en cuanto al objeto de adoración: es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No se ha escrito mucho sobre el sujeto de la adoración, es decir, la persona que adora a Dios. Una mirada al NT nos permite reflexionar sobre este aspecto. Pero antes, una breve consideración de lo que significa adorar.
¿Qué es adorar?
La palabra castellana “adoración” proviene del latín, que significa dar un homenaje (AD= a, ORA= boca, “trayendo a la boca”). Los romanos la utilizaban llevándose una mano a la boca, y aventando un beso al objeto de su adoración, ya fuera un ídolo o una estatua, o un rey, o el ser amado.
Adorar es reverenciar con gran respeto a un ser. La adoración, según la Biblia, se debe únicamente a Dios (Mat. 4:10). Adorar implica no sólo formas sino, principalmente, actitud. Es la actitud del hombre que reconoce la presencia y la cercanía de Dios, quien es el único digno de reverencia y amor por ser el Creador y Salvador. La obligación principal del hombre, entonces, es adorar y servir a su Creador. Por tanto, es esencial que entendamos lo que esto implica.
En el culto religioso, adorar es honrar en extremo a la divinidad. Se llama adoración al acto de postración (griego proskyneo), es decir expresar, por medio de palabras o mediante la inclinación del cuerpo o la postración,un respeto profundo y un sometimiento completo.
Diversidad en el Nuevo Testamento
El NT nos presenta evidencias de la diversidad existente en la adoración cristiana primitiva. Algunos miembros de la iglesia adoraban dentro de un contexto cultural de formas judaicas, otros –que no provenían del judaísmo— adoraban de maneta diferente. Desde luego, se produjeron controversias: los que venían de Judea exigían las formas judías (Hech. 15:1-2,5). La contienda no fue pequeña (15:2,7). Como en nuestros días, hubo “mucha discusión” acerca de la forma “correcta” de adorar.
¿Cómo se zanjó la discusión? Primero, los apóstoles dejaron en claro que “Dios conoce los corazones” (15:8). La adoración es una cuestión de actitud interior, es la expresión de lo que hay en el corazón: respeto hacia Dios, gratitud, amor, admiración, sometimiento gozoso y voluntario, etc. En consecuencia los ancianos de la iglesia, junto con el Espíritu Santo, decidieron no obligar a los cristianos no-judíos a adorar como lo hacían los cristianos judíos (15:24-28).
Pablo expresa este acuerdo de la siguiente manera: “¿Fue alguno llamado a la iglesia cristiana siendo judío? Permanezca así. ¿Fue alguno llamado no siendo judío? No se circuncide, no se haga judío. Adorar siendo circuncidado o no siéndolo no significa nada fundamental, lo importante es la actitud de sometimiento a la voluntad de Dios. Cada uno quédese en el estado en que fue llamado” (1 Cor. 7:18-20, traducción del autor).
Lo admirable es la actitud de aceptación de las diferencias dentro de la misma iglesia. Pablo no enseñaba a los cristianos judíos –que eran “celosos por la ley” de Moisés (Hech. 21:20)— a abandonar las “costumbres” judías (21:21). Pero los gentiles no necesitaban guardar dichas costumbres (21:25). La diversidad era aceptada en la iglesia del NT.
A pesar de estas evidencias, no creo que en la iglesia actual van a cesar las controversias en cuanto las formas de adorar y los estilos de culto. La subjetividad pertenece a la esencia de los seres humanos, cristianos y no cristianos. Y esa subjetividad hace que cada uno crea, de buena fe, que tiene la razón.
Lo que tal vez podría esperarse de los miembros de la iglesia es que aprendamos a no condenar a los que piensan diferentemente. Respecto a otro asunto altamente controversial en la iglesia del Nuevo Testamento, Pablo enseñó: “El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Quién eres tú que juzgas al criado ajeno?” (Rom. 14:3-4, el énfasis en cursiva es mío).
¡No menosprecies ni juzgues! ¿Quién te crees que eres?
Cuando se trata de adorar a Dios, “cada uno esté convencido en su propia mente” de lo que hace (Rom. 14:5). La adoración es una cuestión de actitud interior. Es subjetiva por definición. Y el que conoce los corazones, si ve que la adoración la hacemos “para el Señor” (14:6), sin duda que “la ha recibido”.