¡Música maestro!
“La música Rock es del diablo, proviene de los ritmos espiritistas africanos y un cristiano no debe escucharla.” La primera vez que oí una declaración semejante fue el verano de 1998, en el Seminario Adventista de Bogenhofen, Austria. En mi iglesia de Barcelona (España), la música, como mucho, era aburrida. Y si bien siempre había quien decía que ciertos tipos de música eran nocivos, hasta con mensajes subliminales si se reproducía del revés, ésta no había llegado a ser objeto de debate público.
Once años después, concretamente en Valencia (España), desde el pasado 4 de diciembre y durante cuatro días, la Asociación de Estudiantes y Graduados Universitarios Adventistas de España (AEGUAE), celebró su 35 convención para poner el tema de la música encima de la mesa. Y afortunadamente, se trató con un rigor y una honestidad que sentencias como la que inicia este artículo hubieran desentonado ligeramente. Todo aquel que asistió al congreso titulado “La Música en la vida del cristiano” esperando recibir una lista de qué sí y qué no se debe escuchar, se marchó con las manos vacías pero con la cabeza llena de ideas para reflexionar, para pensar.
La elección de este tema no fue por casualidad. Tampoco fue un capricho. Ni mucho menos una excusa para convocar a 150 inscritos y reunir el sábado a más de 250 personas, más de la mitad menores de 35 años. Plantear un debate serio sobre la música se había convertido en una necesidad urgente para el adventismo en España, reconocida cada día por más gente.
Álvaro Calvo, director de la escuela de música adventista J.S. Bach, ubicada en el Campus Adventista de Sagunto, publicó hace unos meses un post sobre adoración en la iglesia adventista española titulado “Maestro, enséñanos a (ad)orar”. Entre otros, señalaba la necesidad de adorar con “canciones diferentes cantadas de forma diferente” y enfatizaba “necesitamos una renovación urgente de nuestros cantos”.
Tanto Calvo como la anterior directora de la misma escuela, Adriana Perera, están plenamente convencidos de que la música que interpretamos en la adoración requiere una actualización. Así, hace unos 6 años empezaron un proyecto ambicioso juntamente con la Unión Adventista de España para proveer a las iglesias con nuevos himnarios repletos de música cristiana contemporánea. Debido a problemas de todo tipo que ahora no vienen al caso, todavía no está terminado. Dicen que aparecerá a lo largo de 2010 y que sí, que esta vez va en serio.
El himnario que ya ha sido publicado y que podemos tocar con nuestras manos en España desde el pasado mes de noviembre es el Nuevo himnario adventista para jóvenes, una coproducción de ACES, APIA y Pacific Press, cuya primera edición data de julio de 2009. Esta nueva compilación de himnos está llamada a sustituir, con el paso del tiempo, al himnario que hoy en día se puede encontrar en los bancos de las iglesias españolas y que fue editado y revisado en 1962.
Hay varios factores ineludibles que hacían imprescindible abordar la adoración musical. El primero es que una nueva generación pide paso. Los jóvenes nacidos entre finales de los 80 y principios de los 90 gozan de amplios conocimientos musicales y no se sienten identificados con la música que tocamos en la iglesia española. Saben inglés –a diferencia de sus padres–, llevan sus reproductores mp3 repletos de música gospel y worship, entre otros, y quieren cantar lo mismo cuando adoran al Señor. Ya son varias las iglesias que cuentan con un grupo de worship y que empiezan a incorporarlo en los servicios de culto.
El segundo es que los padres de estos jóvenes han visto que por un lado, en los últimos 15 años la feligresía española autóctona ha decrecido a marchas forzadas. Si no fuera por la inmigración, en lugar de abrir iglesias como hemos hecho hasta ahora, las estaríamos cerrando. Y por el otro, ellos mismos perciben que entonar cánticos del siglo XVII no es la mejor manera de incentivar la permanencia en la iglesia de los más jóvenes.
El tercero es la inmigración de la que hablábamos hace un momento. Durante los últimos diez años, España ha recibido cinco millones de inmigrantes procedentes de iberoamérica, Europa y África del Norte. Si en 1998, la población extranjera representaba un 1,60% de la población total, en 2009 representa un 12%. Cómo no, los bancos de nuestra iglesia también han reflejado esta realidad aunque el porcentaje es brutalmente diferente. De los 15 mil adventistas que se calcula que hay en España, más de un 60% son inmigrantes procedentes de Latinoamérica y Rumanía. Los primeros se quejan de que los españoles cantamos con poca alegría, los segundos nos acusan de falta de reverencia.
Tanto españoles, latinoamericanos como rumanos, cantamos diferente porque adoramos diferente. Esto ha hecho que allí donde ha sido posible, las iglesias se hayan dividido por culturas, mientras que en los lugares donde no hay suficiente dinero o membresía para separar las congregaciones, la convivencia sea un reto y la música, una manzana de la discordia. Se da el caso que ante el uso de baterías en la música de alabanza, los sectores más conservadores de la congregación se levantan y abandonan la iglesia para evitar ser cómplices de una blasfemia. Y a la vez, los músicos que ven como estos se marchan, no pueden dejar de tacharlos de fanáticos.
Lo que hay detrás de estas actitudes y comportamientos es de sobra conocido para cualquiera mínimamente familiarizado con el adventismo. Discusiones sobre si la batería es maligna, que si el ritmo es contrario a los principios de Dios y un largo etcétera que no son más que muchos malos entendidos fundamentados en la falta de conocimiento.
En este contexto, AEGUAE invitó a cinco músicos para tratar el cántico y la música en nuestra iglesia con rigor: los ya citados Perera y Calvo, juntamente con Wayne Bucknor, María José Jimeno y Arturo Balué. Entre todos ellos ofrecieron 6 ponencias y 4 talleres simultáneos en los que pudimos escuchar, reflexionar y debatir acerca de la adoración por medio de la música.
Perera, actual profesora del Oakwood University, Huntsville (Alabama), música y compositora, ofreció dos ponencias y un taller dividido en tres sesiones que nos ayudaron a comprender un poco mejor el rol de la música en la iglesia.
Empezó afirmando que la Biblia cuenta con más de 500 referencias a la música y que el estudio de las mismas nos ayuda a entender que la música, en el contexto de la adoración, es funcional, es decir, es un medio para reflejar a Jesús.
“Jesús es desde siempre el centro de la adoración”, apuntó Perera, para luego explicar que Jesús, Dios, es a la vez inmanente y trascendente. Esta doble condición de Dios nos puede ayudar a comprender las diferentes expresiones musicales cristianas que se han dado a lo largo de la historia.
Así, tanto los católicos como los anglicanos han producido una música orientada a la trascendencia de Dios, mientras que los evangélicos y pentecostales han preferido focalizar su atención en la inmanencia de Jesús.
Desde el inicio, según Perera, la música religiosa ha intentado desmarcarse de la música secular. Ya en el s.V, el Papa Gregorio hizo unas primeras normas para la música cristiana. El canto gregoriano, por ejemplo, busca la contención del sentimiento, promueve la contemplación y procura alejarnos de lo mundano. Carece de instrumentos porque en la época histórica de su composición, los instrumentos existentes se asociaban con el hipnotismo.
Más adelante, en el s. XVI, Lutero crea el Coral luterano basado en melodías folclóricas ya existentes. Si bien sus canciones no se usaban en la iglesia, sí que se entonaban durante las reuniones celebradas entre semana. Lo que se propuso Lutero, según Perera, fue cambiar la doctrina cambiando la liturgia. Dicen que los curas tenían más miedo a sus canciones que a sus prédicas. Lutero cambió la música movido por un ideal estético, filosófico y sociológico.
Y cuando observamos el panorama actual, vemos que hay dos factores que deberíamos tener en cuenta. Por un lado, hay que observar que la música religiosa contemporánea sigue arrastrando pautas de la música medieval y por el otro, se habla de que la tecnología ha conseguido derribar las barreras entre música culta y popular.
Ante la evidencia histórica y la realidad presente, Perera rechazó cualquier lista que pretenda delimitar lo permitido con el siguiente argumento: “cuando amamos a Dios y queremos adorarle en espíritu y en verdad, no necesitamos listas que nos señalen qué podemos y no podemos hacer”.
No obstante, Perera recordó que lo que puede parecer fácil sobre el papel, resulta extremadamente difícil a la hora de ponerlo en práctica: “en Estados Unidos, el 85% de las iglesias se han dividido por motivos concernientes a la adoración en los últimos diez años.” Todavía no tenemos cifras para la realidad española, pero tal y como apuntábamos al principio de este artículo, la adoración también es causa de división en la península ibérica.
Las exposiciones de Calvo, también músico y compositor, se centraron en los aspectos culturales de las manifestaciones musicales. “En España, los latinoamericanos ponen énfasis en el ritmo, los rumanos en la armonía y los españoles en la melodía”, apuntó Calvo, “todos ellos, elementos constitutivos de cualquier canción”.
Algo parecido debía pasar en la iglesia primitiva cuando leemos en el Nuevo Testamento que debemos alabar con salmos, himnos y cánticos espirituales. Los salmos, de tradición judía, los himnos, de tradición griega, y los cánticos, de tradición bárbara y/o árabe, tenían un origen distinto con el denominador común de ser un medio para glorificar a Dios.
Calvo también abogó por separar la música de adoración de la secular y que si bien los instrumentos no tienen ninguna calificación moral y que por tanto, todos pueden ser válidos en la adoración, tampoco hay que caer en el relativismo fácil de que cualquier música que se produzca con ellos es válida para el culto.
Bucknor, profesor de Oakwood University, músico, compositor y ministro de música, centró sus ponencias en ofrecer consejos prácticos para llevar el ministerio de la música en la iglesia. Jimeno, licenciada en Psicología y cantautora cristiana española, hizo un taller de composición junto con Perera y Balué, con estudios en música moderna y guitarrista en diferentes grupos musicales adventistas, realizó un taller para incorporar la guitarra al culto de la iglesia.
Las dudas y cuestiones que fueron surgiendo a largo de los cuatro días que duró la convención se formularon en una mesa redonda formada por Bucknor, Calvo y Perera. Se tocaron muchas teclas y se resolvieron dudas de todo tipo. Se afirmó con claridad que no podemos calificar una música de mala por su origen, por ejemplo, africana; también se recordó que la Historia del Arte nos muestra que su evolución ha sido de manera pendular, pasando de la razón al sentimiento y viceversa, sin ser capaz de llegar a un término medio. Así, la música anglosajona que hemos heredado da mucha importancia a la razón, algo que choca con el posmodernismo en qué vivimos, donde la emoción ha cobrado especial importancia.
Pero la última convención de AEGUAE no sólo tuvo tiempo para la teoría y la práctica. También para el goce de la música. El sábado por la noche disfrutamos con el Coro y la Orquesta de la Escuela de Música J.S. Bach y el domingo, Bucknor se marcó un recital de piano que difícilmente olvidaremos.
La música de alabanza de la convención fue a cargo del grupo NTM. Con batería, teclado, guitarra, violines y voces, NTM interpretó lo que quizá será común en diez años en España: música worship norteamericana traducida al castellano. También hubo quien se levantó indignado y abandonó la sala. Sin embargo, aquellos que asistieron a la 35 convención de AEGUAE con la mente abierta se marcharon con el gozo y la paz del que sabe que ha estado adorando en espíritu y en verdad.