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¿En qué se parece un pulpo a un ser humano?

pulpo

Puede dar la sensación de que la pregunta tiene como objetivo una respuesta ingeniosa e inesperada pero en biología hay buenas razones para plantearla.

Son muchos los casos en los que distintas especies de seres vivos, en ocasiones muy diferentes, comparten características que difícilmente imaginaríamos. Es lo que en biología se denomina convergencia evolutiva, denotando así el sentido evolutivo que suele utilizarse. Se llegaría a una solución igual o similar en organismos diferentes, localizados en líneas evolutivas más o menos alejadas.

Ciertas convergencias son tan solo superficiales. El elemento biológico convergente es similar para cumplir una función similar, pero nada tienen que ver en su estructura profunda, ni anatómicamente, ni embriológicamente ni, seguramente, desde el punto de vista genético. Un caso de este tipo sería el parecido entre el ala de una mariposa y el de un ave.

Sin embargo, otras convergencias alcanzan la casi identidad morfológica y funcional. Casos de este tipo de convergencias serían la ecolocación (el sonar y el radar de la naturaleza) en cetáceos y murciélagos, o el ojo de los cefalópodos, como el pulpo, y el de los seres humanos. En estos últimos casos ¿hasta dónde llega la convergencia genética?

Antes de proseguir debemos recordar que el fenotipo, la morfología y otras características que presenta el ser vivo desarrollado resultan de la expresión de sus genes, el genoma, con los matices más o menos intensos que impone el medio ambiente.

Pues bien, un equipo de investigadores se ha encontrado con una sorpresa indagando en el fascinante caso de la ecolocación de cetáceos y murciélagos. Al menos así, como sorpresa, lo expresan ellos mismos.

En el artículo recientemente publicado por la revista Nature,1 presentan sus análisis de los genomas de especies pertenecientes a ambos grupos de mamíferos. Por primera vez han realizado un tratamiento estadístico de las secuencias de esos genomas y los resultados no han sido precisamente los esperados.

En principio, la evolución está considerada como un proceso de divergencia genética. Esto determinaría los cambios morfológicos y en todo el fenotipo expresado a partir de los genes. Así, lo que sería de esperar en el caso de las ballenas y los murciélagos es que la convergencia anatómica y funcional se hubiera producido por caminos genéticos alternativos, puesto que implican a muchos genes.

Tanto en cetáceos como en murciélagos se sabía que ciertos genes implicados en el sentido de la ecolocación eran similares en ambos grupos de animales, pero el nuevo método de análisis amplía el campo de posibilidades de estudio del campo genético en características tan complejas como la ecolocación, en la que se suponía que no era un gen el implicado, sino un buen número de ellos.

Esa complejidad genética resulta evidente con los aproximadamente doscientos lugares genéticos que se muestran convergentes. Dos centenares de unidades genéticas, evolucionando al mismo tiempo de modo coordinado, para desembocar finalmente en una construcción común a murciélagos y ballenas resulta ciertamente sorprendente. Algunos de los genes están directamente implicados en la ecolocación, pero parece ser que muchos otros que no se consideraban tan directamente implicados también presentan esa “convergencia”.

Frente a estos datos una opción alternativa a la evolutiva gana fuerza: el diseño común, proyectado por un Diseñador, de este sentido tan peculiar compartido por ambos grupos de animales. Los resultados, por tanto, parecen quedar mejor explicados en el contexto de una naturaleza surgida a partir de un acto creador, tal y como se expresa en la Biblia.

De todos modos, estamos hablando de un solo caso analizado frente a un sinnúmero de convergencias. Resulta obligado esperar a investigaciones futuras para dirimir cuál es la perspectiva más explicativa. Quizá el próximo motivo de estudio se centre en la convergencia existente entre el ojo del pulpo y el humano.

Referencias

1. Parker, J. y otros. 2013. Genome-wide signatures of convergent evolution in echolocating mammals. Nature 502: 228-231.

 

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