“El agitador predica la paz”
Asombroso. El agitador argumenta a favor de la paz. Eso es lo que Pablo hace en su primera carta a los creyentes de Tesalónica (1 Tes. 4:10-12).
Nuestra primera tarea, sin embargo, es la de documentar la reputación de Pablo como un agitador. Mi sospecha es que la mayoría de los creyentes “recuerdan” los pasajes de Pablo que fomentan la paz, y no su papel como un elemento perturbador del primer siglo: “El amor es sufrido, es benigno” (1 Cor. 13, VRS), “pensad” en lo “puro”, lo “encantador”, lo “admirable” (Fil. 4:8, NVI), “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz” (Gál. 5:22, NVI). ¿Cómo podrían tales gemas venir de un agitador? Sigue leyendo.
La actividad agitadora de Pablo está documentada en Hechos 16 y 17, en la historia de la fundación de tres comunidades cristianas en Macedonia, y otras en Filipos, Tesalónica y Berea. Después de la invitación nocturna, “Pasa a Macedonia y ayúdanos”, Pablo y Silas se dirigieron a Filipos, una importante ciudad romana de Macedonia, donde una mujer esclava, una adivina, comenzó a seguirlos anunciando a voz en cuello: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino para ser salvos”.
A Pablo no le gustó el acto de Relaciones Públicas. De hecho, le resultó tan irritante que un día se dio la vuelta y, en el nombre de Jesucristo, ordenó al espíritu que saliera de la mujer. Habiendo perdido su fuente de ingresos, los amos de la esclava arrastraron a Pablo y Silas hasta el mercado para que enfrentaran a las autoridades. Después de ser golpeados, Pablo y Silas fueron arrojados a la cárcel.
Fue una noche emocionante en la cárcel: un servicio de himnos a medianoche, un terremoto, y la conversión del carcelero y toda su familia. Por la mañana, las autoridades enviaron a decir que dejaran a los presos en libertad. Pero Pablo insistió en sus derechos como ciudadanos romanos, y exigió una disculpa oficial. Alarmados, los magistrados vinieron y pidieron disculpas, pero también les pidieron que abandonaran la ciudad. Pablo y Silas cumplieron las instrucciones.
Su siguiente parada fue en Tesalónica, donde Pablo discutió en la sinagoga judía tres sábados seguidos. Su presentación de Jesús, el Mesías sufriente, dio como resultado la conversión de judíos principales y gentiles temerosos de Dios. Sin embargo, otros judíos se enfurecieron, formaron un grupo y empezaron una revuelta en la ciudad. Esa noche los creyentes enviaron a Pablo ya Silas hasta Berea.
Los airados judíos de Tesalónica, siguiendo a Pablo y a Silas a Berea, agitaron a la multitud allí también. Los creyentes de inmediato enviaron a Pablo a la costa, aunque Silas y Timoteo se quedaron atrás.
En resumen, en los tres lugares Pablo causó tantos problemas que debió retirarse, ya sea que fuera enviado lejos por las autoridades (Filipos) o que huyera por su propia cuenta con la ayuda de los creyentes (Tesalónica y Berea). Fuera o no su culpa, sólo causaba problemas.
La historia de Pablo como problemático está en el centro de la narración de Hechos 16 y 17, y los ecos de ese problema se pueden escuchar en la correspondencia de Pablo con los tesalonicenses. En 1 Tes. 2:2, por ejemplo, se informa que él y Silas habían sido “ultrajados” en Filipos. Pero él no da ninguno de los detalles que se encuentran en el libro de los Hechos. De hecho, dado su historial de alborotador en Hechos, su consejo de 1 Tes. 4:11-12 es realmente sorprendente: 1) Que procuréis –incluso ambicionéis–tener tranquilidad; 2) Que os ocupéis en vuestros asuntos, 3) Que trabajéis con vuestras propias manos, 4) Que ganéis el respeto de los extraños; 5) y que no dependáis de nadie (cf. 1 Tes 4:11-12, NVI).
Pablo, el agitador contra-cultural, ahora está aconsejando a los creyentes que se establezcan, que lleven una vida tranquila y que ganen el respeto de los forasteros. En otras palabras, Pablo exhorta a los creyentes a trabajar dentro de la cultura, no en contra de ella. Un sociólogo diría que Pablo casi ha abandonado la convocatoria sectaria de plantarse en contra de la cultura como una voz crítica. En su lugar, hace un llamamiento a los creyentes a transformar la cultura desde dentro.
En líneas generales, un patrón similar se observa en la experiencia de Elena G. de White. Ella y sus primeros compatriotas adventistas proclamaron el mensaje del segundo ángel de Apocalipsis 14:8: “Ha caído Babilonia” (VKJ), y lo relacionaron con el mensaje del otro ángel de Apocalipsis 18:4: “Salid de ella pueblo mío”. Fue un mensaje estridente, de confrontación, esencial para marcar los límites de la primera comunidad adventista.
Pero, ¿qué le sucede a una comunidad a través del tiempo si sostiene aquel espíritu de ataque? Fácilmente se despedaza, cuando los miembros se convierten en pendencieros y agresivos con los demás. En el adventismo, he trazado el movimiento de Elena de White de la confrontación a la cooperación, a medida en que se relacionaba con la cultura no adventista. Podemos oír los ecos de esa transformación en este consejo notable para un hermano que iba a Sudáfrica como misionero:
Al trabajar en un campo nuevo, no crea que es su deber decirle a la gente desde el comienzo: somos Adventistas del Séptimo Día, creemos que el séptimo día es el sábado, creemos en la no inmortalidad del alma. A menudo, esto sería erigir una barrera formidable entre usted y las personas que desea alcanzar. Hable con ellos, cuando tenga la oportunidad, sobre los puntos de la doctrina en los que estén de acuerdo. Insista en la necesidad de la piedad práctica. Deles pruebas de que usted es un cristiano, que desea la paz, y que ama sus almas. Hágales ver que usted es concienzudo. Así ganará su confianza; y habrá tiempo suficiente para las doctrinas. Gane los corazones, prepare el terreno, y luego siembre la semilla, presentando la verdad en amor, tal cual es en Jesús (Obreros evangélicos, 119-120 [1915]; Evangelismo, 200 [48-49]. Cf “Carta a un ministro y su esposa enviados a África” [25 de junio 1887 = Carta 12, al pastor Boyd, casi palabra por palabra del “original” de la cita de Obreros evangélicos] en Testimonios para el sur de África, pp. 14-20).
Los cristianos están llamados a vivir en la peligrosa tierra de nadie, entre el ataque a la cultura en que vivimos y el tratar de transformarla desde dentro. Pablo debe haberse dado cuenta de que su agitado recorrido a través de Macedonia no era un buen modelo para un testimonio perenne cristiano en una comunidad en particular. Así que aconsejó a los creyentes “llevar una vida tranquila” y tratar de “ganarse el respeto de los extraños” (1 Tes. 4:11-12).
Ese podría ser un oportuno consejo para los cristianos devotos de hoy en día, incluso para los adventistas devotos.
(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)