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Columna: Neurosis y Perfeccionismo

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Para algunos autores, las neurosis son enfermedades menores de la organización de la personalidad cuyos síntomas simbolizan los conflictos inconscientes y las defensas contra la angustia. Entre sus síntomas se encuentra la presencia de sentimientos de angustia y culpa. Para protegerse de la angustia, una persona recurre a determinados mecanismos de defensa: represión, proyección, negación, disociación, identificación, racionalización, intelectualización, sublimación, desafectivización, aislamiento, huida, desplazamiento, etc.1

Una de las causas de las neurosis son las exigencias perfeccionistas de la sociedad. Algunas instituciones sociales –tales como la familia, la escuela y la iglesia— nos exigen ser perfectos. Un buen cristiano “debería” ser un ejemplo, un buen cristiano “no debería” sentir agrado por un cierto tipo de música. Un buen alumno “debería” estar en silencio en la clase. Un bueno hijo “debería” hacer siempre lo que los padres desean.

Muchas de las necesidades del individuo se contraponen a las necesidades de la sociedad o del grupo social al que se vincula principalmente. Al responder a los “debería”, el individuo puede jugar un rol que no se basa en sus necesidades genuinas. “Se torna falso y fóbico”.2 Para responder al ideal de perfección “el individuo desarrolla una fachada falsa para impresionar a los otros con lo buen chico que es”.3 En el fondo, le angustia saber que no es perfecto, y desarrolla una neurosis. “Al volver sus exigencias perfeccionistas hacia sí mismo, el neurótico se destroza con el objeto de ajustarse a su ideal irreal”.4

Es importante que veamos lo que esto tiene que ver con la vida en la iglesia. ¡Cuántos jóvenes estudian Teología con el propósito de tornarse más “santos” y vencer los llamados del “mundo”! Como pastores, desarrollan conductas neuróticas de represión y de proyección. Controlan a los fieles con sermones neuróticos y proyectan en ellos su propia “pecaminosidad” y luego los censuran, los disciplinan y los marginan. Muchos actos disciplinarios de las iglesias son actos de proyección de culpas propias puestas sobre un “chivo expiatorio” que luego es expulsado de la comunidad de los “puros”.

El Evangelio es la buena noticia de que no necesitamos alimentar las neurosis con exigencias irreales. Cristo estuvo atento, siempre, a las necesidades del individuo por sobre las exigencias de la sociedad. Por eso atendió al paralítico que fue descolgado por sus amigos desde el techo, aunque eso era algo que “no debería” haberse hecho, menos aún interrumpiendo la importante reunión del Maestro. Por eso perdonó públicamente a la mujer pecadora, sorprendida en el acto mismo del adulterio, aunque no era lo que “debería” haberse hecho, de acuerdo con la Ley. Por eso Jesús tocaba a los leprosos, a los que “no se debería” tocar, y se dejaba tocar por una mujer “inmunda” por su flujo de sangre, lo que tampoco estaba bien.

Pero nos cuesta oír y entender los ejemplos de Jesús como éstos –que se multiplican por decenas— y así seguimos exigiéndonos, y exigiendo a otros, implacablemente, una irreal perfección impecable. Y nos torturamos la existencia y se las torturamos a otros, en el nombre de Dios.

Nos cuesta repetir con Cristo, “yo no te condeno” (Juan 8:11). No nos damos cuenta de que la propuesta que sigue, “no peques más”, sólo podemos actualizarla cuando estamos libres de tiranías neuróticas culposas, que no nos dejan fuerzas para estar disponibles en el aquí y ahora, siguiendo las pisadas del Maestro. Por eso la enorme importancia de la justificación por la fe, que aparta la atención de nuestras obras para que contemplemos la belleza del Maestro.

“Sed vosotros perfectos”, dijo Jesús (Mat. 5:48), es verdad. Pero sacamos el texto de su contexto y lo hacemos decir lo que no dice. Imponemos la carga de impecabilidad sobre nosotros y sobre los demás. ¡Jesús no hablaba de que seamos perfectos, en el sentido de “sin pecado”! ¿De qué hablaba? Hablaba de no ser vengativos (Mat. 5:38-39), de no ser egoístas (5:42), de amar y hacer el bien (5:44), de que no discriminemos entre justos y pecadores (5:45). “Sed, pues, perfectos” tiene la palabra “pues”, que significa que todo lo anterior es lo que debemos considerar como modelo de perfección. ¡Dios es perfecto porque es bueno y no discrimina, porque perdona y no condena!

“Sed como Dios: amad, no discriminéis, y no condenéis”, es lo que quiere decir Jesús. ¡Es una gran lástima que este pasaje lo usemos precisamente para lo contrario, para exigir perfección impecable, para acusar y condenar, para castigar y “apedrear” a los que yerran! En otras palabras, para agravar nuestras neurosis, y para neurotizar a otros . . . teniendo a la mano la terapia Divina del perdón que nos hace libres, pero que con mucha frecuencia no usamos.

1 http://www.zonamedica.com.ar/enfermedades/explorar/147/Neurosis

2 Frederick S. Perls, “Terapia Gestáltica y las potencialidades humanas”, en Perls y otros, Esto es Gestalt, Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos, 1978, p. 13.

3 Ibid.

4 Ibid., p. 14.

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