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“La contienda de Génesis Uno”

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El primer indicio de que la creación de nuestro mundo se llevó a cabo en un universo peligroso, viene en el capítulo uno, versículos 3-5.  En el primer día, Dios creó la “luz” y la calificó de “buena”, luego Dios ‘separó la luz de las tinieblas’ y llamó «día» a la luz y ‘a la oscuridad llamó “noche”’.[1]  Curiosamente, Dios ofrece una evaluación positiva de la “luz” sin dar ninguna evaluación paralela de la calidad de la ‘oscuridad’.  En pocas palabras, si bien la narrativa, en esta etapa, se resiste a la adopción de la oposición binaria normativa “luz/oscuridad” como “el bien contra el mal”, se nos presenta un orden de la creación en el que la luz (que Dios juzga a Dios sin ambigüedades como  “buena”) se encuentra en relación con un elemento misterioso y moralmente ambivalente llamado ‘oscuridad’.  El hecho de que Dios les da un nombre a la luz y a la oscuridad (“Día” y “Noche”) demuestra la soberanía de Dios sobre ellas, y sin embargo la narrativa todavía permite una actitud de indecisión, en la medida en que la oscuridad o ‘Noche’ sigue teniendo una cualidad desconocida.

La razón de esta omisión puede estar vinculada al hecho de que la plena consolidación del poder de la luz sobre las tinieblas no llega a completarse hasta el cuarto día.  Por otra parte, este retraso también puede sugerir un agón o contienda entre la luz y la oscuridad dentro del proceso de la Creación, que culmina con la luz prevaleciendo sobre la oscuridad.  En el cuarto día, el acto fundamental de separar la luz de las tinieblas logra una expresión más concreta en la creación de las diversas “lumbreras” que tienen la doble función de dividir el día de la noche (v. 14) y además de servir como “signos” del paso del tiempo (estaciones, días, años).  Dada la separación de la luz de las tinieblas en el primer día, la creación de las lumbreras que participan en esa división en el cuarto día puede parecer redundante, sin embargo, en el versículo 15 nos encontramos con que las “lumbreras” no sólo participan en la división entre la luz y las tinieblas, sino que también la consolidan a través de la imposición de un poder delegado.  En los versículos 16 y 18 nos enteramos de que las “lumbreras” (el sol y la luna) también “rigen” en sus respectivos dominios.  Así, al término del cuarto día, la oscuridad o la noche sólo existe en subordinación a la luz, ya que la “oscuridad” no existe durante el día y la noche está ahora dominada o “gobernada” por la luz “menor” de la luna.  En esta etapa, con las lumbreras ejerciendo la soberanía sobre el día y la noche, Dios evalúa el cuarto día como “bueno”.

Este patrón de “creación, división, duración y luego consolidación” obtiene un mayor énfasis a través de la simetría inversa, o estructura de quiasmo, del cuarto día en el que encontramos un resumen de la relación cambiante de la luz a la oscuridad.  El quiasmo comienza con la luz separando el día de la noche, y termina con lo mismo:

     “Para separar el día de la noche …” (Versículo 14)”Para las estaciones, días, y años …” (Versículo 14)

     “Para dar luz sobre la tierra” (Versículo 15)

     “E hizo Dios las dos grandes lumbreras, la mayor para presidir el día y la menor para presidir la noche …” (versículo 16)

     “Para dar luz sobre la tierra …” (versículo 17)

     “Para dominar en el día y en la noche …” (versículo 18)

     “Para separar la luz de las tinieblas …” (versículo 18)

Esta estructura de quiasmo con sus valores implícitos de progresión ordenada, resonancia y simetría, hace que el cuarto día sea fundamental para la comprensión de la interacción entre la creación y el caos en el relato de la Creación: en el primer día Dios creó la luz y luego la separó de la oscuridad, y en el cuarto día Dios creó las lumbreras para marcar el tiempo, y a través de ellas estableció la soberanía de la luz sobre las tinieblas; sin embargo la oscuridad sigue siendo un “otro” funesto, ahora totalmente subordinado.

Laurence Turner señala que en la delegación de la autoridad del día y de la noche a las lumbreras celestiales, Dios “delega poder” al optar por operar a través de “intermediarios” (en hebreo la raíz de esta última palabra es “lámpara”) en lugar de hacerlo directamente.[2]  Esta función de intermediario puede alertar al lector acerca de  una estrategia divina específica: la luna, como intermediaria, no elimina la oscuridad  –sólo la rige.  El agón entre la luz y la oscuridad requiere tiempo e implica una estrategia de contención en lugar de la aniquilación.  En este sentido, puede ser significativo que el quiasmo no presenta una simetría perfecta: el versículo 14 describe al sol y la luna como cronometradores mientras que el versículo 18 (la contraparte del versículo 14) describe su papel en términos de gobierno.  Esta asimetría quiástica ofrece un vínculo conceptual entre el tiempo y el poder en el sentido de que a través del mecanismo físico de marcar el paso de los días, meses y estaciones del año, el sol y la luna parecen establecer soberanía sobre las tinieblas en virtud de su capacidad para establecer límites de duración sobre la oscuridad.  Dios contiene la oscuridad a través de las «Lumbreras» que inocentemente marcan el paso de los intervalos de tiempo regulares y dan luz a la tierra.  Así, la Luz y el Tiempo emergen como medios de Dios para mantener a raya a la oscuridad.  Por supuesto, la imposición divina del tiempo sobre la oscuridad implica contención no sólo a través de la duración sino también la eventual terminación de la oscuridad (ver Apocalipsis 21), ya que el concepto de tiempo, por definición, supone a la vez un principio y un final.

El hecho de que el agón o contienda de los días 1-4 termina con un quiasmo que contiene, en miniatura, al agón mismo, hace hincapié en la importancia de la relación luz/oscuridad para el relato de la Creación en su totalidad.  Al mismo tiempo, la existencia continua de una oscuridad subordinada dentro de la esfera creativa no parece poner en peligro a la luz ordenada por Dios, a pesar del hecho de que una usurpación de la luz por parte de las tinieblas implicaría una inversión total del orden creado.  En cambio, la oscuridad (ahora nombrada y gobernada) puede, hasta el momento, expresarse sólo en virtud de lo que no es, es decir, no es la “luz” y no es soberana.  Qué significa la oscuridad dentro del orden creado en esta etapa de la narrativa, o lo que podría llegar a ser, aún sigue siendo una incógnita.  Por otra parte, en el capítulo 1 de la narración del Génesis, no se puede vincular formalmente a la oscuridad con el mal, excepto a través de la conciencia retrospectiva del lector post-lapsario.  Pero el potencial de enemistad entre la luz y las tinieblas existe en la narrativa, en la medida que la oscuridad sigue siendo moralmente ambigua y debe ser “gobernada” por la luz.  Así, podemos ver que Génesis 1 no sólo narra la aparición física de la Creación, sino que también presenta un relato sofisticado del conflicto del Universo en general, conflicto que necesariamente incide sobre nuestro nacimiento como especie.


[1]Laurence Turner estima la separación de la luz de las tinieblas y el hecho de que ambas sean nombradas, como la ‘domesticación’ de un ‘caos previamente existente’.  Laurence A. Turner, Genesis (Sheffield, Inglaterra: Sheffield Academic Press, 2000), 22.

[2]Turner, Genesis, 23.

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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