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“Hacia una Teología Bíblica de la Evaluación de la Misión”

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Nota del Editor: Este es un trabajo en progreso, y es la primera parte de un trabajo más largo que busca establecer una base bíblica para evaluar la eficacia de la misión cristiana (en un contexto Adventista del Séptimo Día).  Cada vez más, los adventistas reconocemos la necesidad de parar y mirarnos a nosotros mismos, para ver si estamos haciendo nuestra tarea tan eficazmente como sería posible, y si hemos hecho el mejor uso de los recursos, tanto los monetarios como los humanos.  La misión de la iglesia no es un negocio y nunca se podría evaluar sobre la base de la relación coste-eficacia, pero es necesario algún tipo de evaluación si queremos ser buenos administradores de los recursos que tenemos a cargo.  Esto representa un intento de un erudito adventista para identificar cómo podría evaluarse la eficacia de la misión, teniendo en cuenta los principios bíblicos.

I. La esencia de la misión de la Iglesia

Missio Dei [i] : el origen de la misión

La tarea de salvar a los seres humanos se originó en el corazón de Dios y se desarrolló en la encarnación de Jesús, en su ministerio histórico, y en su muerte y resurrección.  “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

El plan del sacrificio de Jesús por la humanidad fue hecho mucho antes de que la armonía fuera destruida por el pecado en el Edén, como leemos en la Escritura: “El Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).

De manera que la tarea de salvar a la gente es la empresa de Dios, y él es “la fuente, el originador y el fin de todas las cosas, incluyendo la misión”.[ii]  Las tres Personas de la Trinidad han estado cumpliendo su parte en esta Missio Dei, con Dios Padre como el Soberano del universo, Jesús como el Redentor y primer misionero enviado a un mundo que perece, y el Espíritu Santo como Consolador (Juan 14:16, 16:7), un Maestro (Juan 14:26), el Espíritu de la verdad (Juan 14:17), el Espíritu de poder (Hechos 1:8), y el Espíritu de adopción y transformación (Romanos 8:5-11; 14-16).  Todos son agentes celestiales que participan en esta empresa de la salvación universal, incluyendo a los ángeles, que son enviados para ayudar a los hombres a salvar almas y “para servir a los que heredarán la salvación” (Hebreos 1:14).

Dios siempre ha tomado la iniciativa en la salvación de su pueblo.  Buscó a Adán y Eva después de la caída (Génesis 3:8-9); proveyó el arca como un rescate ante el Diluvio (Génesis 6:14,18); originó y terminó el éxodo de Israel, sacándolo de Egipto y llevándolo a la Tierra prometida (Ex 3,7-8), y Él volverá, para llevar a su pueblo a casa (Juan 14:1-3).  Él es la garantía de que la iniciativa de la misión se llevará a cabo con éxito.

El alcance y finalidad de la misión

La Missio Dei tiene un alcance incluyente y universal, con su clímax en la Segunda Venida de Jesús.  A continuación, la etapa final de la misión de Dios será llevada a cabo, entonces “en el nombre de Jesús toda rodilla se doblará en los cielos y en la tierra y de debajo de la tierra, y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10-11).

Entonces el propósito de la misión de Dios es mucho más amplio que la proclamación del evangelio.  Implica un apoyo multifacético a las personas antes y después del bautismo, con el objetivo final de hacerlos hijos de Dios y ciudadanos de su Reino.  Alcanza a las personas en el lugar donde están y las lleva a la eternidad.  Se trata de un largo proceso de discipulado que consta de varias fases, tales como:

a. proclamación del Evangelio: “¿Cómo, pues, invocarán a Aquél en quien no han creído?  ¿Y cómo creerán en Aquél de quien no han oído?  ¿Y cómo oirán sin haber quién le predique?” (Rom. 10:14).

b. la aceptación de Jesús como Salvador personal: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, mediante el cual podamos ser salvos” (Hech. 4:12).

c. el bautismo como entrada en el Cuerpo de Cristo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo …” (Mar. 16:16).

d. cambios obvios en los hábitos y estilo de vida, transformación y santificación (Gal. 5:22-23).

e. crecimiento espiritual, que resulta en el ministerio en el mundo (Efe. 4:13-16, Juan 17:18, Mat. 28:19-20).

Jesús Resucitado le dio a la iglesia su declaración de misión – la Gran Comisión (Mateo 28: 19-20).  Contiene el propósito de la Missio Dei y refleja las fases recién enumeradas: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado.  Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.  La misión de Dios, con tal alcance y tarea, se puede realizar sólo en sociedad con Dios, su originador.

La Iglesia como Cuerpo de Cristo

Jesús fundó la Iglesia para que fuera su embajada y agencia en el mundo.  Así, la Iglesia es la empresa de Dios, y Cristo es su cabeza (Mat. 16:18; Efe. 1:22).  Elena G. de White describe el propósito de la existencia de la iglesia y su misión de la siguiente manera: “La Iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres.  Fue organizada para el servicio, y su misión es llevar el evangelio al mundo”.[iii]

Es obvio que la Iglesia debe combinar diferentes talentos y dones de sus miembros para realizar esta complicada tarea y efectuar todas las fases del discipulado con éxito.  Es notable que la Biblia nos da una imagen clara e interesante de lo que se puede hacer, al presentar a la Iglesia como el Cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:12-31, Efe. 1:23, 4:11-13).  Esta imagen es un símbolo de la diversidad, interdependencia y unidad de la Iglesia.  Muestra también que Dios proveyó un medio para que la Misión pudiera ser realizada por medio de la Iglesia.

Cada parte del cuerpo tiene su ministerio y capacidad especiales (dones espirituales) para lograrlo.  Los dones espirituales deben “preparar a los santos para la obra del ministerio, para que el cuerpo de Cristo pueda ser edificado en todo . . . hasta que lleguemos a ser perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo”.  Esta imagen nos ayuda a entender que “vamos a crecer en todo en Aquel que es la cabeza, esto es, en Cristo.  En él todo el cuerpo, unido entre sí por todos los ligamentos, crece y se edifica en el amor, y cada uno hace su trabajo” (Efe. 4:13,15-16).  El éxito de la Iglesia en la misión se logrará sólo cuando “cada uno haga su trabajo” correctamente.

Los miembros del cuerpo no son sólo los creyentes particulares con dones espirituales individuales, sino también los grupos de creyentes tales como apóstoles, profetas, maestros, etc.  Además, los miembros del cuerpo representan los ministerios de la iglesia y sus programas, los que deberían estar interrelacionados y reforzarse mutuamente, complementándose.  El funcionamiento eficiente o el fracaso de los miembros separados del cuerpo de Cristo influyen en la eficacia de toda la Iglesia.  “De manera que no hay división en el Cuerpo, sino que todos tienen la misma preocupación los unos por los otros.  Si una parte del cuerpo sufre, todos sufren con él; si una parte es alabada, todos comparten su felicidad” (1 Cor. 12:25-26).

La Iglesia Adventista y su misión

Puesto que la Iglesia es la empresa de Dios, las prioridades de su misión deben estar en armonía con la misión de Dios.  Sólo entonces podrá la Iglesia cumplir efectivamente la misión en el mundo.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió en el contexto de las expectativas escatológicas en el siglo XIX.  Tomó el mensaje de los Tres Ángeles como su prioridad misionera, y poco a poco llegó a la comprensión de que la misión debería alcanzar a todo el mundo (Mat. 24:14, Mar. 16:15).  En el siglo 21 la Iglesia Adventista lleva adelante su misión en el mundo en continuidad con la Gran Comisión y con la visión de los pioneros adventistas, con la siguiente declaración de misión: “Hacer discípulos en todas las naciones, mediante la comunicación del evangelio eterno en el contexto del mensaje de los tres ángeles … llevándolos a aceptar a Jesús como su Salvador personal y a unirse a su iglesia remanente, discipulándolos para que le sirvan como Señor, y preparándolos para su pronto regreso”.

La Iglesia Adventista del Séptimo entiende que debería haber un enfoque integral, holístico, en la misión ante este mundo.  “Las prioridades de la misión no se limitarán a predicar el evangelio, sino que abarcarán todos los esfuerzos necesarios para que los seres humanos caídos lleguen a ser la imagen restaurada de Dios”.[iv]  Como dijo Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

La Iglesia en misión vive “en la tensión creativa de ser llamada a salir del mundo, y al mismo tiempo, ser enviada al mundo”.[v]  Todas las actividades de sus organizaciones, todos sus programas y ministerios deben estar en armonía con su declaración de misión, y reflejar la plena comprensión de la misión de Dios – Missio Dei.


[i]Missio Deiesun término teológico latino que se puede traducir como “misión de Dios”.

[ii]Ajith, Fernando, “God: the Source, the Originator, and the End of Mission,” en Global Missiology for the 21st Century, ed. William D. Taylor (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000), 192.

[iii]E. G. White, Los Hechos de los apóstoles, (Boise, ID: Pacific Press Publishing Association, 1911), 9.

[iv]Wagner Kuhn, “The Need for a Biblical Theology of Holistic Mission,” en: A man with a vision. Mission, ed. Rudi Maier (Berrien Springs, MI: Department of World Mission Andrews University, 2005), 102-103.

[v]David J. Bosch, Transforming Mission (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1991), 11.

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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