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“Una respuesta de amor”

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Mi viaje.  Crecí en una familia donde el programa de la iglesia Metodista Wesleyana, los estudios bíblicos diarios y el canto de himnos eran el centro de nuestras vidas.  El domingo era nuestro día de reposo y el día anterior se limpiaba la casa en preparación, nos lavábamos el pelo y lustrábamos los zapatos.  Se preparaban comidas especiales, usábamos la mejor ropa, y practicábamos la hospitalidad.  Entre los tres servicios que se celebraban, disfrutábamos de la amistad, de la música, de leer y admirar nuestro hermoso y amplio jardín.  Era el único día de la semana cuando las agujas de tejer de mi madre dejaban de trabajar.  La iglesia, que se centraba en Jesús como Salvador, me dio amor, comunidad e identidad.

Disfrutaba de los programas misioneros, especialmente cuando los ex misioneros volvían con informes e imágenes brillantes, y también disfrutaba de mi clase de la escuela dominical.  Cuando tenía trece años y asistía a un campamento con la Clase Bíblica, pasé adelante en repuesta al llamado del altar y firmé una tarjeta como señal de que entregaba mi corazón a Jesús.  Después pedí ingresar a la formación para ser diaconisa en la iglesia, y cuando creciera quería ser misionera, e incluso quizás casarme con un pastor o ministro.  No tenía ninguna idea acerca de las palabras testigo y dar testimonio.  El amor era el centro de mi fe.

Tres años más tarde, por influencia de un carismático evangelista adventista del Séptimo Día, y por el hecho de que él frecuentemente hablaba de Inglaterra, su patria, de donde también era mi familia, mi madre y yo fuimos bautizados por inmersión y se nos dijo que, por medio de ese acto, éramos ahora adventistas del Séptimo Día.  Antes del bautismo yo le había dicho al evangelista que quería ser bautizado de la misma manera que Jesús, pero que no deseaba unirme a su iglesia.  Como joven despierta que era a los dieciséis años, a menudo discutía acerca de doctrinas que me parecían ilógicas o que no estaban en verdad demostradas en la historia, pero como a la iglesia adventista asistían algunas de mis amigas, yo también seguí haciéndolo, pensando que mi caminar con Jesús se había expandido.

A partir de entonces la palabra testigo se tornó en el centro de la atención: se hacía hincapié en ello en la Escuela Sabática, en el servicio de la predicación, y especialmente en la reunión de jóvenes de la tarde, a la que todos los miembros de la iglesia asistían.  Tal como dice Joe Huston en un comentario escrito para Spectrum, se esperaba que yo informara sobre mi testificación de la semana, centrándose en: estudios bíblicos, dinero donado, personas ayudadas, horas de trabajo misionero, ropa regalada. Siendo competidora por naturaleza, hacía lo que se esperaba.  

Veinte años después, más o menos, siendo todavía adventista y ahora académica, que fue misionera y casada con un ministro, fui nombrada profesora de Inglés en la Universidad Católica.  La esposa del ex presidente de nuestra Asociación me rogó que no aceptara el cargo ni hiciera nada para la bestia y su imagen.  Yo veía de manera diferente las cosas y pasé trece fructíferos años trabajando con monjas, sacerdotes y cristianos de varias denominaciones. Cuidadosa, estaba atenta a que los católicos, siendo testigos de su fe, trataran de ganarme para su iglesia.  Bueno, ¡nadie nunca lo hizo!  Por el contrario, demostraban devoción religiosa y diligente compromiso académico, siendo justos, considerados y compasivos.  Siendo amistosa con varias monjas, he visto el amor desinteresado en acción, simplemente por la forma en que se comportaban.  A veces nos reíamos juntas, hablábamos acerca de nuestros gatos domésticos y las oí cantar “Hazme un instrumento de tu paz”. . .  Entonces reconocí que ese era el principio según el cual vivían.

¿Testifiqué ante mis colegas?  ¡Oh, sí!  Lo intenté, señalando que el bautismo por aspersión de los bebés no era el verdadero bautismo, que después de la muerte vamos a la tumba y no al cielo; cuando un estudiante me preguntó qué significaba número 666, le susurré la respuesta, pero en ninguna manera en términos inciertos.  Rechacé el té, el café, la carne y comer entre las comidas.  Desde luego que estaba testificando, así lo pensaba, y trataba de seguir el modelo aprendido los días de reposo, intentando convertir a mis amigos en adventistas del Séptimo Día.  Ellos escuchaban, sonreían amablemente en respuesta, e incluso me daban las gracias por alguna discusión, pero nunca argumentaron.  Me estremezco con el recuerdo de mi conducta tan equivocada.  Me alegro de que hubiera momentos cuando escuché al Espíritu Santo y dejé que Jesús mostrara su amor a través de mis acciones espontáneas.  Doy gracias a Dios porque desde esos años estoy escuchándolo más a él.

2. Algunas ideas personales.  Las notas de la lección de esta semana, en el folleto de la Escuela Sabática, dicen: “Debemos trabajar para ganar almas para Cristo.  La pregunta que debemos responder es qué nos motiva a hacer precisamente eso”.  Para mí, estas afirmaciones son demasiado cognitivas, demasiado analíticas, sugiriendo que vivir es como si estuviéramos en la gestión de una empresa.  Prefiero cambiar dos palabras que alteran el enfoque y el énfasis, y decir: “Debemos vivir para ganar almas para Cristo.  Tenemos que preguntarnos quién nos motiva a hacer eso”.  

Yo quiero proclamar: “¡Hola, detente, frena, relájate.  Conoce a Jesús y deja que su amor fluya a través de ti, que te sugiera qué decir, cuándo, dónde y a quién.  ¿No es acaso SU tarea?”  Puedes sorprenderte, como algunos personajes bíblicos tales como Pedro y Pablo.  Creo que disfrutarás de la libertad y la felicidad, porque cuando Su amor transforma una naturaleza, la testificación amable, espontánea y no forzada es la consecuencia. 

El amor es una palabra clave, como lo indican los textos bíblicos de esta semana, y Dios mismo es Amor, que se nos revela a través de la vida y el testimonio de Jesús, y por medio de su Espíritu obrando en nuestras mentes.  Encuentro una respuesta en mi propio corazón a Juan 6: 28-35, especialmente en el verso 44.

Piensa en la gente que deja folletos en tu buzón de correo, o que viene a tocar a tu puerta.  Algunos intentan persuadirte para que seas Demócrata, otros insisten en que los Republicanos saben más.  Algunos quieren que te conviertas en un Santo de los Últimos Días, otros quieren comprometer tu asistencia al Salón del Reino y que te unas a ellos, testificando de puerta en puerta a favor de Jehová.  Todos quieren tu dinero.  Pueden aparentar mucho afecto y usar argumentos contundentes, incluso antagonistas. 

De manera semejante, podríamos preguntarnos si no estamos luchando por testificar mediante el uso de nuestras propias habilidades de persuasión y mostrando una pseudo-amistad para convertir personas en adventistas del Séptimo Día.  ¿Es lo mismo que amar a Jesús y dejar que él guíe nuestras vidas?   ¿Es nuestra base de operaciones el amor por el Amor mismo? 

Algunas de las ideas de Los Cinco Lenguajes del Amor, de Gary Chapman, que considera el tema de las relaciones humanas, puede ser útil para el debate, no como objetivos estructurados sino como maneras para reconocer el amor en acción.  Chapman sugiere que los cinco lenguajes del amor son: 1, Las palabras de afirmación. 2, Tiempo de calidad.  3, Recibir regalos.  4, Actos de servicio, y 5, Contacto físico.

Dentro de estas cinco maneras reconozco el modo como Jesús vivió, con: 1, La oración y la alabanza.  2, El conocimiento del tiempo del día de reposo, símbolo del Recreador, que es Reposo y nos conduce a una semana significativa.  3, La aceptación y reconocimiento de la Providencia.  4, Ofreciendo la curación de varias fiebres de la experiencia humana.  5, Utilizando la experiencia sensorial y simbólica del agua, el vino y el pan.

En retrospectiva, veo que de los wesleyanos he aprendido el amor, de los católicos la devoción, y de los adventistas la importancia de dar testimonio a todo el mundo.  De Jesús, el autor del amor, la devoción y la testificación, estoy aprendiendo y conociendo el apoyo, la alegría y la libertad.  Ahora, ¡eso es algo de qué hablar y digno de celebrar!

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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