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“¡Cuán hermosos son los pies!”

 

Comentario sobre Romanos 10:14-15

Por John Gill (1697-1771)

Pastor bautista inglés, biblista y teólogo

¿Cómo pues, invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz, y llevan alegres noticias de las cosas buenas! (RV)

Versículo 14. “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?” …. El apóstol, habiendo observado que todo aquel, judío o gentil, que haya creído en el Señor y que invoque su nombre, será salvo; y que el mismo Señor estaba listo y dispuesto a otorgar su gracia, sin ningún tipo de diferencia con respecto a ellos; sugiere, por tanto, que era absolutamente necesario que el Evangelio fuera predicado tanto a los gentiles como a los judíos; que esa era la voluntad de Dios; que lo que él –el apóstol— y otros hacían, era por un mandato divino; que fueron enviados por el Señor a predicar el Evangelio, para que los que oyeran pudieran creer, y para que invocando el nombre del Señor pudieran ser salvos; y, por lo tanto, los judíos no deberían culparlos por hacerlo, porque había una necesidad real de predicar, puesto que no puede haber una verdadera invocación a Dios sin fe, y no puede haber fe sin escuchar, y no se puede escuchar si no hay predicación, y no habría predicación sin una misión divina.  El primero de ellos está representado por este interrogatorio.  Cada hombre invoca al Dios en el que él cree, y sólo a él; ésta ha sido la práctica de todos los hombres, en todas las naciones; así que los que no han creído en Dios y en Cristo, no recurren a ellos; es cierto, en efecto, que puede haber una invocación externa, donde no hay fe verdadera; pero entonces esto no es invocarlos en la verdad y la sinceridad; como es su fe, así es su invocación; una invocación es histórica, y la otra es sólo externa; no hay invocación de verdad sin fe, o que sea aceptable a Dios, o que sea de algún provecho a los hombres; para invocar el nombre del Señor, como debería ser en todos los cultos religiosos, se concluye que todas las partes del culto se hagan con fe.

“¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?”  El significado es que no hay fe en Cristo sin oír de él; como sucede con lo humano, así también con lo divino, se puede creer sin ver, pero no sin escuchar; así creemos que existieron hombres como Alejandro Magno y Julio César, y otras personas que ahora viven, aunque nunca las hayamos visto, pero después de haber oído hablar de ellas, o de haber recibido alguna información sobre ellas, tenemos razones para dar crédito; así es con la fe en Cristo, creemos sin haberlo visto con los ojos del cuerpo, aunque no podríamos creer sin haber oído hablar de él; pero con respecto a una persona desconocida, no puede haber fe en ella, porque no hay ningún ejercicio del pensamiento acerca de ella.  Esto ha de entenderse con respecto a oír exteriormente la palabra, y con respecto a las personas adultas solamente, porque los niños pueden tener la gracia de la regeneración, y así la fe crece en ellos por el Espíritu de Dios, sin escuchar la palabra, lo cual no se puede negar; porque si son capaces de los principios de la corrupción, ¿por qué no los de la gracia?; y también esto ha de entenderse con respecto a las personas que tienen el ejercicio correcto y libre de las facultades de oír y hablar, y no respecto de esas personas que jamás podrían escuchar y hablar, porque mientras el Espíritu obra en donde, y cómo le plazca, puede obrar la fe en los corazones de esas personas que nunca han oído la palabra, y que puedan ejercerla en el objeto adecuado, y el Espíritu puede hacer que en secreto invoquen el nombre del Señor con gemidos que no pueden ser pronunciados.  Por otra parte, esto ha de ser entendido de la forma y de los medios ordinarios de creer, pues Dios puede, ya veces lo hace, trabajar por otros medios, e incluso sin ninguno, sin embargo, su forma habitual de llevar a los hombres a la fe y al arrepentimiento es por medio de la escucha de la Palabra.

“¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”  o sea, no hay audiencia sin predicación; se puede leer sin ella, y donde hay predicación se puede leer para ver que lo que se predica está de acuerdo con las Escrituras; pero no hay escucha de la palabra sin predicar; explicar la palabra es predicar.  No hay audiencia acerca de Cristo y la salvación traída por él, sin la predicación del Evangelio; la manera usual y ordinaria de escuchar acerca de Dios y de Cristo, es por el ministerio de la palabra: esto demuestra no sólo la necesidad y la utilidad del ministerio del Evangelio, sino también señala el objeto de la predicación, que es Cristo, y éste crucificado.  Los que predican deben predicar sobre la persona de Cristo, sus oficios, su gracia, su justicia, su sangre, su sacrificio y satisfacción, de lo contrario los hombres podrían escuchar al predicador y no escuchar a Cristo.

Versículo 15.  “¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?”….  No hay predicación adecuada, justa, regular y legal de la palabra, sin una misión, que puede ser extraordinaria, u ordinaria; misión extraordinaria era la de los apóstoles, que, como fueron llamados a un servicio extraordinario, tenían calificaciones extraordinarias, y fueron enviados de una manera extraordinaria, con poder para hacer milagros, dado directamente por el mismo Cristo.  Misión ordinaria es la de los pastores y maestros, que incluye calificaciones para el trabajo ministerial; y a quienes Cristo envía a dicho servicio, les otorga dones para capacitarlos, a unos más, a otros menos, pero todos tienen alguno; y también incluye un llamado, que puede ser interno y por obra del Espíritu de Dios, y se encuentra en parte en el equipamiento que da, y en la inclinación del corazón a esta buena obra, y ​​que no surge de la vanidad de la mente, ni del deseo del aplauso popular, ni de puntos de vista mundanos, ni con fines siniestros, sino a partir de una preocupación real por el bien de las almas y la gloria de Cristo; y están dispuestos a negarse a sí mismos, y a renunciar a todo por Cristo, y a sufrir reproches a causa de su nombre, y a renunciar a todo interés mundano, y a puntos de vista seculares: también es externo, el cual está dado por las iglesias de Cristo, después de un juicio debido y examen cuidadoso de los dones, y de un examen serio de la cuestión, y de la manera más solemne; y ​​esto es lo que puede llamarse propiamente la misión de un predicador, ya que nadie debe predicar el Evangelio si no es de esta manera: a éstos puede ser aplicado el pasaje de Isaías 52:7, donde está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el Evangelio de la paz, y llevan la alegre noticia de las cosas buenas”; palabras que no han de entenderse como referidas a los mensajeros que trajeron la noticia de la liberación de la cautividad de Babilonia, sino de la los ministros del Evangelio.  En Isaías 52:7 se expresa en el número singular, “qué hermosos son los pies de aquél”, etc., y es entendido por algunos como que habla del Mesías, como lo es también por muchos escritores judíos: por lo tanto la interpretación de “la voz de la tortuga” en el Cantar de los Cantares 2:12; “esta (dicen {a}) es la voz del Rey Mesías, proclamando y diciendo: “Cuán hermosos son sobre las montañas”, etc.

Y en otro lugar {b} se observa, que los “rabinos dicen, grande es la paz, ya que cuando el Rey Mesías venga, él no empieza sino con la paz, como se dice: ‘¡Cuán hermosos son sobre los montes’, etc.”.  “Y, afirma {c} otro”, un versículo dice:  “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas”, xyvmh Klmh vryp, “la explicación” o “el significado, es el Rey Mesías”: y algunos de los más modernos {d} de ellos, son dueños de estas palabras, xyvmh taybw hlwagh Nynem, “relativas a la redención y la venida del Mesías”; y así los mundos, si bien pueden considerar que estas palabras se aplican principalmente al Mesías y su ministerio, pueden aplicarse con propiedad a los apóstoles de Cristo, y tienen sentido si se aplican a cualquier ministro del Evangelio, cuya misión es la de “predicar el Evangelio de la paz”: el cual se llama así por el asunto al que se refiere, la paz lograda por la sangre de Cristo, que es lo que se proclama; por el efecto del mismo, que produce paz y tranquilidad en las mentes agobiadas, y hace que los hombres tengan una disposición pacífica; y por la utilización del mismo Evangelio, que es dirigir a los hombres al camino de la paz, para guiar sus pies en ella, lo que les llevará a la paz eterna: la obra de los apóstoles y ministros es también la de “llevar la alegre noticia de las cosas buenas”, tales como la reconciliación, la justicia, el perdón, la vida y la salvación eterna, obtenidas por un Cristo crucificado; y por medio de la predicación del evangelio, y de llevar este tipo de noticias, hacer que sus pies sean “hermosos”: uno podría haber pensado que más bien sus labios, en vez de sus pies, debían ser alabados; la razón de esto es, en parte, debido a la concordancia entre su caminar y su conversación sobre la doctrina que predican, y en parte debido a su disposición para predicar en todas partes, aunque se corre un gran riesgo al hacerlo; y también por su rapidez, sobre todo la de los apóstoles, al pasar por las ciudades de Israel y luego correr al mundo de los gentiles con el Evangelio de la paz, en tan poco tiempo como lo hicieron, y sobre todo a causa de la aceptabilidad de su mensaje, con el que fueron enviados y corrieron; véase 2 Samuel 18:27.  Y así este pasaje es aplicado pertinentemente para demostrar que la misión es necesaria para la predicación; puesto que estas palabras declaran el carácter de los ministros del Evangelio, como anunciadores de la paz y mensajeros de buenas nuevas; y expresar el mensaje en sí, y la naturaleza del mismo; tanto que ambas cosas presuponen que han sido enviados por otro, el Señor, bajo cuya autoridad, y por cuya orden ellos actúan; así como lo hacen los embajadores, los heraldos y los mensajeros, en virtud de una comisión que reciben de su príncipe.

{a} Shirhashirim Rabba, fol. 11. 4. 

{b} Vajikra Rabba Parash, c. 9.fol. 153. 2. Perek Shalom, fol. 20. 1. 

{c} Raziel, fol. 23. 2. 

{d} Menashé ben Israel Nishmath Jaim, fol. 41. 2.

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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