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“El que es discipulado, es un discipulador”

 

“Evangelización” y “testimonio” son palabras técnicas utilizadas para describir la forma en que una persona cristiana comparte su fe.  La Gran Comisión, en Mateo 28.19-20, ofrece una rúbrica para la conceptualización de estos actos de una manera única: a través de un paradigma de discipulado.

El discipulado, para muchos, ha llegado a centrarse solamente en la formación espiritual, en la que se supone la búsqueda de una vida dedicada a Dios.  Se invocan textos tales como Mateo 8:19-22 y 16:24, y se citan eruditos como Dietrich Bonhoeffer y Ogden Greg para validar este enfoque.  Aquí el cristiano se concentra en ejercicios espirituales y de reflexión, que a su vez dan forma a sus motivaciones internas –el epicentro de los cambios tanto de actitud como de comportamiento.  Aunque éste, en muchos sentidos, es un énfasis muy descuidado en la iglesia adventista del Séptimo Día en la actualidad, Mateo 28:19-20 (La Gran Comisión) presenta un paradigma mucho más amplio para el discipulado, aunque este último está incluido en la misma. Y es precisamente dentro de la Gran Comisión que las nociones de la evangelización y el testimonio se entenderán mejor.

En el contexto inmediato de la Gran Comisión tenemos a los discípulos volviendo a Galilea (v. 16), la región pluri-religiosa donde Jesús comenzó su ministerio y que ahora es el contexto de un nuevo ministerio/misión.  Tenga en cuenta que la duda acompaña a la adoración de Jesús en el monte (v. 17), y no es repudiada.  De hecho, las dudas de los discípulos son respondidas, en primer lugar, por la autoridad mundial y cósmica de Jesús resucitado, la que regula el ámbito de aplicación incluyente de la Comisión, que es hacer discípulos en todas las naciones (vv.19-20a), y, en segundo lugar, por la promesa del pacto que se da al final de la Comisión: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).  Sin embargo, estas respuestas no enmascaran  la realidad de que, al llevar a cabo la más audaz de las misiones, la santa audacia de los discípulos a menudo puede ser impugnada por la incertidumbre.  ¡Ellos no lo saben todo!

Vamos ahora a la propia Comisión.  Es evidente que el objetivo de ésta se revela en el verbo imperativo: “haced discípulos”, es decir, convenzan a la gente para que sean como ustedes, seguidores de Jesús.  La indicación de cómo debe hacerse esto, está en el paradigma de los versículos 19-20.  Aquí hay tres formas verbales, tres palabras, que informan sobre la manera en que la acción del verbo principal, el “hacer discípulos”, se debe llevar a cabo.  Ellos van, bautizan y enseñan.  La gramática y la sintaxis de la Comisión sugieren que cuando estas fases se llevan a cabo, el individuo –el objeto de discipulado— es hecho discípulo.

La forma concreta en que el primero de estos participios funciona, es discutible.  Sin embargo, como quiera que uno pueda desear etiquetarlo, es claro que está lleno de la idea de una marcha intencional, “ir” en una dirección, “ir” con un propósito, es decir, “teniendo en cuenta que ustedes van, vayan ahora”, o bien, “a medida que avanzan, de la manera que sea, hagan discípulos”.  Esto se debe a que Jesús supone que los discípulos irán y compartirán inevitablemente lo que acaban de vivir como testigos, tanto externa como internamente.  Por lo tanto, implícito en la noción de ir está el compartir personalmente la buena noticia de lo que Jesús resucitado ha hecho a sus vidas.  Esta es la fase del discipulado que puede corresponder a lo que la lección de la Escuela Sabática llama “testificar” y, en menor medida, a “la evangelización”.

El segundo participio, del verbo bautizar, es de naturaleza más instrumental, aunque, sin duda, no del todo.  Una vez más, sin embargo, como quiera que uno puede desear etiquetarlo, el bautismo, la declaración formal y pública de lealtad a Dios por medio de Jesucristo, es evidentemente una parte deliberada del proceso de discipulado.  Muchos pueden referirse a esta fase (falsamente) como la meta de la evangelización.  El texto no presenta esta noción.  El bautismo es sólo “una parte” del camino hacia el discipulado.

El tercer participio, del verbo enseñar, es también más o menos instrumental en su naturaleza.  Por lo tanto, una persona no ha sido totalmente discipulada hasta que se le haya dado testimonio, haya sido bautizada y enseñada.  La pregunta es: ¿qué les estamos enseñando a los nuevos conversos –las personas recién bautizadas— a hacer?  Bueno, de acuerdo con el texto, deberíamos enseñarles a cumplir todo lo que Jesús mandó hacer.  Los dos credos de los que dependían todas las enseñanzas de Jesús eran: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente, y, en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22: 37-39).  ¡Este tipo de enseñanza no se puede hacer en un aula!  Sólo se puede demostrar a alguien a amar como Jesús amó.  De hecho, la frase “enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” es, retóricamente hablando, lenguaje mentor o de tutoría.

Por lo tanto, Jesús está hablando aquí acerca de la enseñanza integral a través de tutorías.  No se trata de enseñanza meramente racionalista o doctrinal.  Es una referencia a la enseñanza específica de Jesús acerca de la justicia: que la justicia sólo puede ser obtenida cuando se va más allá de la letra de la ley, cuando se obedece el espíritu de la ley, que, en esencia, es el amor.  Es un amor que se define por la auto-negación, cargando la cruz humildad.  Es un amor no fácil.  Un amor que implica la justicia, porque la justicia es la manifestación pública del amor.  En definitiva, enseñar a los nuevos discípulos de Cristo es  mostrarles que sólo importa un corazón recto, que se logra a través del arrepentimiento.  La tutoría es una enseñanza personal, demostrable, práctica, realizada por una persona madura.  Es una obra que se hace de persona a persona.  Esto se hace demostrando al aprendiz (en nuestro contexto, al nuevo cristiano) cómo vivir los valores y las enseñanzas de Jesucristo en una relación salvadora con Él (que se sustenta en las disciplinas espirituales); cómo compartir orgánicamente la realidad vivida de la transformación por amor (para atestiguar); cómo convencer a alguien para que sea fiel a Dios por amor, a través del bautismo; y la manera de ser mentor de esa persona.  Así, el ciclo se repite.

El texto ahora puede expresarse de otra manera, “haced discípulos en todos los grupos de personas cuando compartan (es decir,  cuando sean intencionalmente testigos), y por medio del bautismo y la tutoría.  Y en todo esto, yo (la autoridad de los cielos y la tierra) estaré con vosotros hasta el final de este mundo”.  Es la tercera fase, la de ser mentores o tutores, la que completa el ciclo del discipulado, donde el discípulo se convierte en un discipulador.

Este paradigma de hacer discípulos es orgánico y apropiado para una generación postmoderna que privilegia la experiencia sobre la razón, la compasión sobre la corrección, las relaciones sobre  el estatus, las personas sobre la tradición.  Naturalmente, no todas las relaciones que formamos progresarán hasta el punto de hacer un nuevo discípulo.  Sin embargo, cualquiera que sea el modo de testimonio que demos (individual o corporativamente) el objetivo final debe ser el de establecer relaciones redentoras basadas en el amor cristiano, incluso si no tenemos la oportunidad de persuadir a ese nuevo amigo para que  se convierta en un discípulo de Jesús.  En efecto, el Espíritu Santo lo dirá.  Del mismo modo, cualquiera que sea el modo de evangelización que la Iglesia emplee, el objetivo a la vista debe ser el de hacer discípulos, donde los que son discipulados se conviertan en discipuladores.  En efecto, el verdadero objeto de la evangelización es el discipulado.  Y el verdadero discipulado es un estilo de vida

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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