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“Esperanza para el desesperanzado”

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

 ¿No es esta porción de la Escritura el quid real de nuestro camino espiritual como familia de la iglesia?  Hemos visto, en Gálatas 5:16-25, una lista que contiene los “actos de una naturaleza pecaminosa”, y ciertamente hay algunos problemas de las Grandes Ligas contemplados en ella.  Me siento bastante bien cuando empiezo a leer la lista.  Pero luego llegamos a los “pecados” que afectan a nuestras relaciones.  Parece que Pablo me dijera que “el fracaso moral” no es sólo el adulterio o los actos de depravación pública.  Él le da incluso más espacio a ciertos actos y actitudes que me hacen parar y hacer un inventario.  Intercaladas entre la “inmoralidad sexual” y la “borracheras, orgías, y cosas semejantes” nos encontramos con “enemistades, pleitos, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia”.  En resumen, creo que Pablo nos está preparando para que nos demos cuenta de que lo que sigue es aplicable a todos nosotros.

Ahora, en Gálatas 6:1, nos exhorta a ser embajadores de Cristo.  Me siento nuevamente atraído hacia uno de mis pasajes favoritos de los escritos de Pablo, en 2 Corintios 5:17-20.  En Cristo somos una nueva creación, y todo nuestro pasado es borrado.  En vista de que hemos sido reconciliados (restaurados) somos llamados a ser embajadores de su gracia, y se nos ha dado el ministerio de la reconciliación.  Cristo lo expresó de esta manera, en Juan 8:7, cuando se encontró con la mujer que había sido “atrapada” en el adulterio, cuando dijo: “Si alguno de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Entonces, después de asegurarle que le ofrecía el perdón en lugar de condenarla, le ordenó: “vete, y no sigas pecando”.

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales debéis restaurarlo con mansedumbre”.  Algunos señalan que el griego sugiere que este pecado no es flagrante ni deliberado, no es un pecado voluntario, sino más bien un pecado del tipo “¡ay!”, o “¡discúlpeme!”.  Pero ¿es que no hemos aprendido en el contexto que Dios nos enseña que el pecado es pecado?  Un pecado pequeño es tan perjudicial para mi justicia como un gran pecado, ¿no?  Por lo tanto, si estuviéramos diciendo que la restauración con mansedumbre de la que se habla aquí es sólo para aquellos que simplemente han sido atrapados en ciertos hábitos, o en circunstancias que nos pillan con la guardia baja, y no para los pecados de depravación intencional, creo que nos faltaría la parte más importante del significado del mensaje evangélico de Pablo.  “Nosotros, que somos espirituales, debemos restaurarlo con mansedumbre”.  Bueno, ¡que los que son “realmente” espirituales por favor se pongan de pie!  ¿Quién de nosotros está capacitado para iniciar un acto de restauración a favor de alguien que ha sido “sorprendido en alguna falta”?

Permítanme aplicar esto personalmente con el fin de ilustrar la intención de Pablo, a mi modesto entender.  Estoy en deuda con una organización que celebra reuniones para grupos pequeños en todo el mundo.  Cuando asisto a una de estas reuniones, mi presentación comienza así: “Mi nombre es Marvin, y soy un ex alcohólico”.  Ahora saben que estoy hablando de AA.  En un momento en mi vida me emborrachaba todas las noches, y eso ocurrió durante dos años.  Yo no podía sostener un trabajo por más de unos pocos meses.  Mi matrimonio se vino abajo.  Me odiaba a mí mismo y mi vida se había vuelto realmente difícil de manejar.  Me sentía impotente para hacer algo al respecto.

Dios tomó esa época de mi vida, y no sólo me perdonó (sí, he dejado de beber) sino que me ha utilizado para guiar y atender a muchas personas que luchan con el alcohol y con cualquier otra adicción.  Soy un alcohólico . . . con cuarenta años de sobriedad.  ¡Alabado sea Dios!

Estoy trabajando con adictos que están luchando con su “pecado”.  La forma en que algunos interpretan el pasaje paulino de esta semana, parece ser que podemos restaurar a alguien que ha cometido un pequeño “desliz” con respecto a las viejas costumbres, y que necesita de una mano para volver a la carreta.  Pero, ¿qué pasa con el hermano o hermana que ha pecado durante mucho tiempo?  ¿Qué pasa con la persona que acaba de soltar su cuerda y ha caído en el pozo más profundo que nunca antes?  ¿Puede alguna vez tener la esperanza de la restauración?  ¿No es acaso mi ministerio tanto a favor de los de afuera de la iglesia, que están sin esperanza, como para los que luchan dentro la iglesia? ¿Hay realmente alguna diferencia entre nosotros?

Acepto el hecho de que en Gálatas 6:7 y 8, se nos recuerda que hay consecuencias por el pecado que se mantendrán.  Es verdad que cosechamos lo que sembramos.  Puedo dar testimonio de que algunos actos de mi vida anterior dejaron cicatrices que serán parte de mi vida mientras yo viva.  Sin embargo, también puedo testificar que las mismas cicatrices han sido una parte poderosa de mi ministerio.

En mi ministerio de reconciliación sólo puedo ayudar de verdad a quienes han llegado al punto de admitir que su vida es ingobernable y que no tienen poder.  Tiene que haber un espíritu de confesión, arrepentimiento y quebrantamiento.  Sin embargo, no hay ningún adicto (léase pecador) que no pueda ser cambiado y restaurado, y ¿quién mejor para guiarlo que uno que ha sido cambiado y restaurado?

¡Nosotros, que somos espirituales (perdonados y restaurados) debemos estar en el ministerio de la restauración al cuidado aquellos que están atrapados en el pecado!  Y debemos tener cuidado de no vernos inmersos en el pecado, ya sea por ser succionados de vuelta en nuestro propio pasado y adicciones, o por vernos a nosotros mismos como “mejores” o como “algo especial”.  No debemos “compararnos” con nadie.

He tenido numerosos privilegios de ver a las personas que fueron capturadas en el pecado (tanto por su propia adicción como por el conocimiento público), pero que se encontraban en un entorno en el que Dios usó a ciertas personas para conducirlos a través del proceso de admisión, condena, arrepentimiento, aceptación del perdón, renovación de la entrega, y finalmente, la restauración.  He tenido el privilegio de trabajar con pastores que han sido expulsados del ministerio, pero que luego se les ha permitido trabajar a través de un proceso de restauración y volver a ser una herramienta mucho más grande en las manos de nuestro Dios misericordioso.  Sí, ¡alabado sea Dios!

¿No debería nuestra iglesia estar tiempo completo en el trabajo de la restauración? ¿No estamos todos, cada día, en el proceso de restauración?  El mismo autor, en Romanos capítulo 7, dice que él sigue luchando con el hecho de que deja de hacer cosas que él sabe que debería hacer, y que hace lo que sabe que no debe hacer.  Su única esperanza de ser restaurado de su “cuerpo de muerte” está en Cristo Jesús, ¡el que vino a salvar a los pecadores!

Por favor, terminemos con los “grados” de pecado, y reconozcamos que incluso nuestras “justicias” son una abominación para Dios si las vemos como algo meritorio.  ¡Todos estamos irremediablemente perdidos, si no fuera por la gracia y la misericordia de nuestro Creador, Redentor, Sustentador, y Rey próximo a venir!  Entonces, losque hemos sido reconciliados, vamos a ser embajadores de Cristo, porque él hace su llamamiento a través de nosotros, y seamos  ministros de reconciliación con cada persona que Él ponga en nuestro camino en este viaje.

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