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La Verdad: realidad vivida por Jesús

A las 8.46 y 9.03 horas del 11 de septiembre de 2001, dos aviones de pasajeros se estrellaron, respectivamente, contra las Torres Gemelas del World Trade Center. ¿Es esta la verdad? Les voy a decir que esta tragedia no es toda la verdad. La prensa informa que estos son los hechos, ¡sí!, pero no es toda la verdad, ya que en la epistemología de Juan la verdad es espíritu y tiene que ser vista a través de los ojos de Dios. Con respecto a los acontecimientos del l1 de septiembre, el profeta diría algo más que los meros hechos, porque, para él, la verdad es la realidad vivida de Dios. Esto se debe a que los desastres, incluso la inhumanidad de los seres humanos hacia otros seres humanos en una escala masiva, caen dentro de un continuum humano-divino o meta-relato que los adventistas, por ejemplo, llaman el Gran Conflicto. Esto es parte de la compleja visión panorámica a través de los ojos de Dios. (Ver mi comentario sobre la Lección de la Escuela Sabática para el 18-24 de julio, 2009.)

La lección de esta semana tiene por objeto encarar otro aspecto de los “frutos del espíritu”: la verdad (Efe. 5:9). Con toda razón, se concentra rápidamente en el Evangelio de Juan, donde Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Luz” (Juan 14,6). Jesús no plantea esto como un mero hecho. No estaba presentando sólo una teoría o idea. Para él, su camino, verdad y luz eran una realidad vivida –espíritu. Desde allí, Jesús es la encarnación o personificación (realidad vivida) de la verdad. En otras palabras, la verdad es una persona, en la que Jesús se ha encarnado. Pero, ¿qué significa esto? Si la verdad es una persona, ¿cuáles son las implicaciones de esto?

La lección pretende enmarcar la respuesta en el marco epistemológico de lo objetivo y lo subjetivo. La sugerencia, en este caso, es que si se acepta la verdad objetiva, a continuación se va a vivir la verdad subjetiva.

Pienso realmente que para Juan las nociones de realidad objetiva y subjetiva son insuficientes e intrascendentes para la descripción de la verdad. Por esta razón, me niego al uso de estas categorías, aunque para nosotros, éstas son claras: por ejemplo, en base 10, 2 + 2 = 4, y es generalmente aceptado como un hecho objetivo. Además, por lo general estas categorías están cargadas de valores: la objetividad es más apreciada que la subjetividad, y es considerada casi siempre una virtud. Tal vez por eso la gente se siente segura con los hechos, ya que parecen ser objetivos y completos. La posmodernidad es una reacción contra esto, porque en muchos casos tales fines científicos han llevado, en última instancia, a la pobreza, la destrucción y la división. De ahí su grito de batalla: “no hay tal cosa como la realidad objetiva.”

Esta es la razón por la que propongo una vuelta a la epistemología de Juan, que permite el modo de expresión hebreo. Para Juan, las categorías de lo “natural” (el mundo físico en el que vivimos) y lo “espiritual” (el reino vibrante donde se lleva a cabo la actividad no-física) son más adecuados. “Lo natural” es donde ocurren los hechos (empíricos) y “el espíritu” es donde reside (la totalidad de) la verdad. Aquí, la verdad se entiende como “la realidad vivida por Dios”. Por supuesto, los hechos y la verdad no son opuestos. Simplemente estoy diciendo que los hechos, una vez vividos, maduran para transformarse en la verdad. En este sentido la verdad, tal como es, implica hechos. Sin embargo, los hechos por sí solos no implican la verdad. Los hechos podrían ser ciertos (descriptivos, realidad como noción), pero por sí solos no pueden ser la verdad (realidad vivida). Luego, los hechos tienen que ser vividos antes de que sean verdad.

Para responder a la pregunta original de manera más directa, aquí es donde aparece Jesús como la verdad en persona, en su totalidad. Relacionarse con la Verdad, entendida como persona, significa tener una relación (un conocimiento experimental) en lugar de simplemente llevar a cabo ciertas órdenes (conocimiento intelectual).

Muchos cristianos viven su vida rigiéndose por un mero conjunto de reglas. Pablo se refiere a este paradigma como la vida “según la letra”. Tienen miedo de ir más allá y vivir en el espíritu. De este modo, han reducido el Decálogo a una serie de “hacer” y “no hacer”, y la escatología a una serie de hechos secuenciales, y su justicia es “una justicia por las obras” –legalismo. Pero su testimonio no es la verdad.

Jill Scott canta una canción, “Vivir mi vida como de oro”. Se trata de tomar el control de la propia libertad, de la vida y del destino de uno. Se trata de la libre determinación; se trata de ser libres….

Lo que tocó una fibra sensible mía es la frase: “Estoy actuando mi propia libertad, viviendo a Dios en mí, en representación de su gloria, en la esperanza de que esté orgulloso de mí”… Aquí Scott audazmente admite que sean cuales fueren nuestras acciones, o las decisiones que podríamos tomar, son cosas que salen de algo que está adentro de nosotros. ¡Hay algo adentro que tiene las riendas y el reinado! Algo que se sienta en el asiento de nuestros motivos. Y algo que alimenta nuestro sistema de valores y creencias, que a su vez se manifiesta en nuestras resoluciones y acciones –nuestra realidad vivida, nuestra verdad. Ese algo es un dios –ya con “d” minúscula o con “D” mayúscula. Cuanto más nos alimentamos de él, ella, o eso, más representaremos a su gloria. Así que, inevitablemente, el control de nuestra libertad está inextricablemente ligado con qué o quién se sienta en el trono de uno. La verdad nuestra es nuestro corazón, y “la verdad os hará libres” (Juan 8.32).

La vida es un viaje de giros y vueltas, de subidas y bajadas, como en un carrusel o calesita de niños. Es un viaje lleno de decisiones que hay que tomar. Pero cualquier cosa que decidamos hacer, siempre deberíamos ser fieles a nosotros mismos, deberíamos ser auténticos. Más que fácticos, debemos ser sinceros. Lo peor no es saber que nos mentimos (a nosotros mismos) sino saber que no pensamos que éramos dignos de la verdad. El valor de la dignidad depende de quién está en nuestro trono. A pesar de todas las controversias políticas y personales, y de las tragedias humanas, sólo cuando Dios está en el trono podemos ver la verdad de nuestras circunstancias tal como realmente son. Esta verdad es de oro, y es un espacio de disonancia que resulta liberador, aunque a menudo sea incómodo en medio del borde existencial de una vida con sus contradicciones, dolores y tensiones.

Tenemos la oportunidad de elegir el Espíritu de Dios (la persona de Jesús) para que conduzca nuestros motivos. ¡Una relación viva y reflexiva con él puede determinar nuestra calidad de vida –nuestra realidad vivida y, por ende, nuestra libertad y crecimiento personales! ¿De verdad quieres ser auténtico y libre? ¿Realmente quieres vivir tu vida como si fuera de oro? Bueno, ¿quién, o qué, está sentado en tu trono? ¡Allí está la verdad de la cuestión!

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