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De bueno a magnífico


Las grandes reformas sociales no son hechas por gente buena gente, los progresos tecnológicos no son realizados por gente buena, los avances médicos no son descubiertos por gente buena, las victorias militares no son planeadas por gente buena. Ese tipo de acontecimientos clave, que cambian la vida de la humanidad, pertenecen al ámbito de lo excepcional. En comparación con esos logros, tratar de ser buenos se siente como un compromiso para los que no pueden hacerlo mejor. Habida cuenta de la elección, a todos nos gustaría algo más que ser buenas personas. Jim Collins, en su libro Good to Great [De bueno a magnífico], muestra la comparación con el mundo de los negocios. Él describe las buenas compañías como las que marcan el paso, sin distinguirse por características sobresalientes —son promedio. En cambio define las empresas magníficas como las que superaron el promedio múltiples veces. 



Una visión bastante diferente de la diferencia entre bueno y magnífico es la de la historia relatada en Marcos 9:33-35, donde los discípulos discutían sobre quién sería el más grande. La respuesta de Jesús pone de relieve el mensaje central de la lección de esta semana: “Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (NVKJ). Las palabras de Cristo ponen de relieve el primer punto acerca de la bondad: No es una mera aspiración, sino el resultado de una acción intencional. 

 Es a la vez reconfortante y estimulante considerar que la bondad no es una cualidad innata que tienen algunas personas en más abundancia que otras: tranquilizador, porque significa que nosotros, también, tenemos la oportunidad de ser buenos, y es un reto porque significa que la bondad es el resultado de decisiones claras y con propósito. La ancianita en la iglesia, que siempre tiene una palabra amable y una dulce sonrisa que ofrecer (debe haber al menos una en cada congregación), no consiguió su bondad junto con su pelo gris y el olvido de los nombres. Pensar así nos eximiría de la responsabilidad de nuestras acciones, quitando a la bondad su carácter deliberado. Salmos 34:14 nos dice: “apártate del mal y haz el bien”. Aquí vemos las dos opciones que figuran claramente ante nosotros. Cuando se presenta el tema de manera tan clara, no quedan dudas sobre si la bondad es una elección intencionada o no.


En segundo lugar, la bondad tiene que ver con la motivación. Un acto bueno no es suficiente en sí mismo: lo importante es nuestra motivación para hacerlo. Reflexionando sobre el contraste entre lo bueno y lo magnífico, la diferencia clave desde una perspectiva humana es que lo magnífico llama la atención sobre mí mismo, destacando nuestros logros o nuestra posición de prominencia. La bondad, por otra parte, se refiere a lo que podemos hacer por los demás. Por eso Cristo dice que debemos ser “siervos de todos”, eligiendo la dedicación a satisfacer las necesidades de los demás. 



Dios se agrada de nosotros cuando hacemos las cosas con la motivación de beneficiar a otros. John Ortberg describe este aspecto de la naturaleza de Dios en su libro Amor más allá de la razón, con las palabras “ámame, ama a mi muñeca de trapo”. Se describe cómo Dios quiere que nosotros expresemos nuestro amor por Él a través del amor hacia los demás, incluso hacia aquellos que tal vez no querríamos amar (Lucas 6:35). Ser buenos no se supone que sea fácil. No podemos elegir cuándo mostraremos bondad y/o a quién queremos demostrársela. No se trata de conveniencia o capricho. La lección explica que se trata de una bondad activa, incluso agresiva, la que está implícita en el original griego. 



Vivimos en un mundo donde hay un sinfín de oportunidades para expresar la bondad a los demás: mientras escribo desde Haití, rodeado de enorme sufrimiento humano, este hecho es claro. La cuestión de por qué Dios permite el sufrimiento es un tema para otra discusión. Pero independientemente de la respuesta a eso, lo que es innegable es que las necesidades de otros nos presentan la oportunidad de mostrar la bondad a la que Dios nos llama –a “hacer el bien” a los demás. Por supuesto, la bondad no tiene que estar motivada por algo tan monumental como una tragedia humana de la naturaleza del devastador terremoto de Haití. No hay un ranking de bondad, en orden de importancia e impacto. Simplemente se nos manda a hacer el bien a todas las personas, en todo momento. Esto me lleva a mi tercer punto. 



La bondad tiene que ver con la persistencia. La descripción bíblica de la bondad es un compromiso tenaz, una actitud de constante elección de hacer lo correcto. En los círculos de la financiación humanitaria tenemos el concepto de “fatiga de los donantes”. Esta ocurre cuando hay una exposición prolongada a una necesidad particular, cuando la situación conduce a la apatía y a la disminución del interés y el compromiso. Para el cristiano esto debería ser un anatema, porque mientras mayor es la necesidad, más oportunidad hay de hacer el bien. En este contexto, la bondad no es sólo una actitud o una acción: es también una reacción al estado de las cosas que nos rodean. Así como Amós dio un mensaje a la gente de su tiempo para corregir la injusticia sistemática prevalente en la sociedad (Amós 5:24), el mensaje para nosotros es que nuestros actos de bondad deberían reflejar las necesidades de nuestro entorno: necesidades que aparentemente se han generalizado, se han tornado persistentes y parecen insolubles. Por eso, en Gálatas 6:9 Pablo nos exhorta, “no os canséis de hacer el bien”. 



Pensar en el concepto bíblico de la bondad mientras trabajo en una emergencia de la naturaleza en Haití, me ha conmovido. La idea de que la bondad sólo puede expresarse a través de la acción significa que lo que hago es importante, no sólo para los que me rodean y están en necesidad, sino también para mi relación con Dios. Recientemente falleció un ex colega, que era una persona humanitaria. Durante los años que trabajamos juntos llegué a admirarlo por su dedicación a la labor humanitaria, por su voluntariado y compasión. Fue intencional en su compromiso de hacer el bien, motivado por su fe y por las necesidades apremiantes de los demás, y persistió en hacer el bien, incluso a un costo personal. Probablemente todos podemos identificar a personas que han tocado nuestras vidas, porque han mostrado esas características. 



Cuando consideramos la bondad en este sentido, comienza a adquirir una cualidad inspiradora, después de todo. Una vida dedicada a hacer el bien es una propuesta atractiva: ser una bendición para los demás y para Dios. La consecuencia de esta clase de vida se describe en Amós 5:14: “el Señor Dios Todopoderoso estará con vosotros, como decís”. Esta es, después de todo, la aspiración más elevada que un cristiano puede tener.

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