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El fruto de la bondad

Mi marido y yo vivimos en la región del Valle de Napa, en el norte de California, conocida por sus viñedos. Cada año nos deleitamos en ver los viñedos recuperarse de la poda con el nuevo crecimiento, y que más tarde se adornan con los colores del otoño. Siempre hay gran preocupación entre los viticultores en relación con la producción de las viñas “este año”. Trabajan diligentemente para dar tener condiciones favorables a la producción de uvas de calidad. En la época de cosecha, vemos la evidencia de su trabajo cuando los racimos de uvas exuberantes cuelgan en abundancia de las vides.

Observar de este ciclo anual del cultivo de la uva ha mejorado mi comprensión sobre los viñedos en las Escrituras (Isaías 5:1-2; Mat. 21:33-44). En estos pasajes se entiende que el dueño de la viña no escatimó esfuerzos en la selección de las tierras fértiles, en la preparación del suelo y la plantación de una viña escogida, en la expectativa de que tendría una rica cosecha de uvas. Estos textos describen la relación de Dios con Israel. Dios no retuvo ninguna bendición que les ayudara a representarlo ante el mundo. Eran un pueblo privilegiado, para un propósito privilegiado. Nosotros tenemos el mismo honor y responsabilidad. La evidencia de nuestra conexión con el Espíritu Santo es que en nuestra vida se producen los frutos del amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.

Esta semana nos estamos centrando en el fruto de la bondad. Es una virtud que ha capturado los corazones y las mentes de las personas desde la antigüedad:

  • Vestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Pablo el Apóstol
  • Olvídate de los agravios, nunca olvides la bondad. Confucio
  • Sé amable, porque todos los que conoces están luchando una batalla más difícil. Platón
  • La bondad es un signo de la fe, y quien no es bueno no tiene fe. Profeta Mahoma
  • La bondad es el idioma que los sordos puedan oír y los ciegos pueden ver. Mark Twain
  • Que nadie venga a ti sin irse mejor y más feliz. Sé tú la expresión viva de la bondad de Dios, haya bondad en tu rostro, bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa. Madre Teresa
  • Esta es mi religión simple. No hay necesidad de templos, ni necesidad de una filosofía complicada. Nuestro propio cerebro, nuestro propio corazón es nuestro templo; y la filosofía es la bondad. Dalai Lama

Estas citas representan una gran diversidad de sistemas de creencias, pero la bondad es un valor fundamental en todos ellos.

Entonces, ¿podemos asumir que un acto de bondad parece ser el mismo, independientemente de quién realizó la obra? Si cuatro personas fueren a ofrecer un vaso de agua fría a una persona sedienta, ¿se podría identificar con seguridad qué individuo era, por ejemplo, adventista, ateo, católico o Wicca? Probablemente no, y realmente no importa. La bondad es una de esas hermosas características nuestras, que, tal como la entienden los cristianos, apunta directamente a nuestro Creador. Los que no creen en Dios pueden explicar el deseo de ser amables, simplemente como un instinto humano. Pero el cristiano sabe que es un instinto divino, que mueve nuestros corazones en las direcciones de necesidad. Debido a nuestra relación con Dios, cada acto de bondad implica un elemento de culto. Nuestras acciones de bondad, cada una de ellas, por pequeñas que sean, son un camino que le damos al mundo para regresar a su Creador.

Hace varios años el cantante de música country, Glen Campbell, grabó una canción titulada Prueba un poco de amabilidad. En la canción él describe a un “hermano al lado del camino con una carga pesada” y a una “hermana caída en el camino”. La canción hace un llamado a la gente a “probar un poco de amabilidad” y echar una mano a quienes lo necesitan. La popularidad de la canción parecía indicar que su mensaje resonaba con convicciones comunes de muchas personas.

Pero aquí está el dilema de la bondad —que puede ser riesgosa en el mundo de hoy. ¿Cuántos padres alentarían a sus adolescentes a recoger a aquel solitario “hermano a la orilla del camino”, o estimularían a sus niños a recibir dulces ofrecidos por un “bondadoso” extraño? Debido a los peligros inherentes a nuestro mundo, ¿estamos menos obligados a ayudar a otros? ¿Somos ingenuos como para suponer que todavía hay “ángeles sin que lo sepamos” en medio de nosotros (Hebreos 13:2)? Dios es honrado no sólo por nuestra preocupación por los demás, sino también por nuestra preocupación por nosotros mismos. El Espíritu que nos regala el fruto de la bondad, también nos regala el discernimiento espiritual para saber cómo responder a las necesidades de los demás (1 Cor. 2:12-14). Tenemos que vivir con el hecho de que a menudo queremos hacer por la gente mucho más de lo que somos capaces. Un dulce consuelo es recordar que orar por los demás es una de las cosas más bondadosas que podemos hacer por ellos.

Otro dilema con expresar la bondad se produce cuando hay que elegir entre dos (o más) necesidades igualmente convincentes. Anhelamos poder responder a todos los pedidos de ayuda, pero somos muy conscientes de las limitaciones de nuestro tiempo y recursos. Cristo también tuvo que trabajar dentro de límites durante su ministerio. Si estaba curando en Capernaum, no podía hacerlo en Jericó. Los Evangelios no presentan a Jesús corriendo a caballo alrededor de Palestina para llegar a cada pueblo con el fin de curar toda enfermedad y calmar todo miedo. Jesús es presentado como alguien que viajaba a pie por todo el país y satisfacía las necesidades que se presentaban donde quiera que estuviera.

El pasaje más elocuente en todas las Escrituras acerca de la bondad es el de la parábola del Juicio Final. Se presenta a Cristo (Mateo 25:34-36, RV) separando a todas las naciones del mundo en dos grupos: aquellos que fueron amables, porque era la inclinación natural de su corazón, y aquellos cuyo ensimismamiento los había cegado a las necesidades humanas. Cristo acoge con satisfacción al primer grupo en el Reino con las palabras: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, pues . . .

Tuve hambre y me disteis de comer.

Tuve sed y me disteis de beber.

Fui forastero y me recibisteis.

Estuve desnudo y me vestisteis.

Estuve enfermo y me visitasteis.

Estaba en la cárcel, y vinisteis a mí.

Cristo deja muy claro que él y sus discípulos se identifican con cada necesidad expresada por la humanidad. Las personas que no pueden seguir ese ejemplo se excluyen del cielo, simplemente porque no muestran bondad.

Cristo presenta las decisiones que se adoptarán en el Juicio como “girando alrededor de un punto” —lo que la gente haya hecho o no por los pobres y los que sufren (Deseado de todas las gentes, p. 637 en original inglés).

“Nuestra posición delante de Dios no depende de la cantidad de luz que hayamos recibido, sino del uso que hagamos de la que tenemos. Así, incluso los paganos que eligen hacer lo recto, en la medida en que pueden distinguirlo, se encuentran en condiciones más favorables que los que han tenido gran luz y profesan servir a Dios, pero que hacen caso omiso de la luz, y por su vida diaria contradicen su profesión” (DTG, 239).

“Incluso entre los paganos hay algunos que han apreciado el espíritu de bondad …. Sus obras son evidencia de que el Espíritu Santo ha tocado sus corazones, y son reconocidos como hijos de Dios” (DTG, 638).

Las doctrinas tienen un lugar fundamental para ayudarnos a explorar las verdades espirituales y a reflexionar sobre ellas, pero a menos que nos obliguen a ser más bondadosos, podrían permanecer en las páginas impresas de un libro cerrado. Dios nos llama a través de las necesidades de las personas vulnerables, para que nuestra religión sea una imitación de la bondad de Dios. ¡Alabado sea Dios!

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