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Caminando en la Luz: Rechazar los anticristos

Los adventistas del séptimo día hemos creído siempre que el “Tiempo del Fin” (Daniel 12:4) se inició en 1844. Nos hemos visto a nosotros mismos, por lo tanto, viviendo en tiempo prestado. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, mi padre creía sin dudar que el fin no podía estar a más de cinco o diez años de distancia, y sentía de la misma forma al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero ahora, sesenta y cuatro años más tarde, no estoy tan seguro acerca de los cinco a diez años. Además, hemos descubierto que los escritores del Nuevo Testamento vieron los últimos días a partir de sus propios días. Hebreos 1:2 dice que “en estos últimos días, Dios nos ha hablado por medio de Su Hijo”. Pedro escribe que Jesús fue “manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1 Ped. 1:20), y Juan vio la presencia de “muchos anticristos” como una característica de “la última hora” (1 Juan 2:18).
¿Cómo deberían los adventistas, ahora, hablar de los últimos días? El año 1844 marcó el comienzo del énfasis moderno en la segunda venida de Cristo. El Diccionario Inglés de Oxford encontró que la palabra “escatología” aparece primero en ese año. (Nuestros padres habían redescubierto la primera venida de Cristo en el año 1888). Pero, ¿cuál debería ser nuestra postura con respecto a la prolongación de estos “últimos días”?
Todos los que somos de más edad consideramos ahora la probabilidad de que vamos a morir antes de que Jesús venga. Me parece que la posición que debemos tomar es que hay que vivir cada día como si fuera el último. Porque si no lo fuera para el mundo, podría serlo para mí. Desde la primera venida de Cristo, todos los tiempos han sido los “últimos días”. La “última hora” no se refiere a la cronología sino a un concepto teológico.
En nuestra lección de esta semana, Juan se refiere a los anticristos como una característica de los últimos días. Describe a las personas que negaban que Jesús había venido en la carne (1 Juan 4:2, 3; véase también el capítulo 2:18, 19, 22, y 2 Juan 7). Esta era la enseñanza de los “Docetistas”, que negaban la humanidad de Cristo en honor a su divinidad. Sostenían que Cristo tenía un cuerpo humano sólo en apariencia. Algunos afirmaban que sus pies nunca dejaron una huella, porque siempre caminaba media pulgada por encima del suelo.
Juan vio esta enseñanza como una amenaza para la iglesia, porque las opiniones sobre Cristo siempre afectan a los puntos de vista sobre la salvación. Si Cristo es divino, y sólo aparentemente humano, entonces la escalera de Jacob es corta en el extremo que toca la tierra. Las tentaciones de Cristo se convertirían en una mera farsa, y realmente él no habría compartido nuestras experiencias. No sería un Salvador completo. Seguiría habiendo algo que deberíamos hacer para salvarnos a nosotros mismos. Uno de los primeros teólogos griegos, Gregorio Nazianceno, dijo acertadamente: “Lo que él no asumió no lo puede curar”.
En el siglo XXI, el peligro no es la negación de la humanidad de Cristo, sino su divinidad. Algunos sostienen que Jesús fue un hombre bueno, incluso un hombre perfecto, pero no era Dios. Algunos adventistas subrayan tanto su humanidad que creen que Jesús tomó la naturaleza de Adán después de su caída, pero sin pecado. Su perfección es el ejemplo que nosotros debemos seguir. Podemos ser perfectos también, si dependemos de Dios como lo hizo Jesús. Otra vez, hay algo que nosotros deberíamos hacer para salvarnos a nosotros mismos.
Estas creencias sobre la naturaleza de Cristo ilustran el hecho de que los herejes tienden a adoptar una verdad a expensas de las demás. A menudo la respuesta a estas preguntas es “Sí”, tomando en cuenta ambos lados de la cuestión. Martín Lutero nos comparaba a un campesino borracho tratando de montar su burro. Primero se caía a la derecha, luego a la izquierda. Es difícil ser equilibrados.
A través de los siglos, ha habido muchos de estos conflictos. Se han producido las paradojas de la ley y la gracia, la justificación y santificación. Hoy tenemos vigorosos debates sobre la ciencia y la fe, que están relacionados con la inspiración de la Escritura y los métodos de estudio de la Biblia.
Finalmente, Juan dice a sus lectores que deben poner a prueba los espíritus para ver si son de Dios (1 Juan 4:1). Una de las pruebas es que “salieron de nosotros, pero realmente no son de nosotros” (1 Juan 2:19). Podemos aplicar esto a ciertos elementos subversivos de hoy. Nosotros los llamamos vástagos. Con su énfasis unilateral, tienden a separarse del cuerpo principal de la iglesia y criticarlo. Los verdaderos creyentes, por otra parte, se mantienen unidos en el amor a Cristo y entre sí.
A continuación, Juan dice: “Todos ustedes han recibido unción del Santo, de manera que conocen la verdad” (1 Juan 2:20, NVI). La unción es del Espíritu Santo, a quien Jesús prometió que nos guiaría a toda la verdad. Pablo escribió en 2 Corintios 1:21, 22: “Él nos ungió, puso su sello de propiedad sobre nosotros, y puso su Espíritu en nuestros corazones como una garantía de sus promesas, que están por venir”. Y repitió su idea de que el Espíritu es una garantía, un pago inicial, en Efesios 1:14, diciendo que el Espíritu “es un depósito de garantía de nuestra herencia, hasta la redención de aquellos que son la posesión de Dios, para la alabanza de su gloria”.
Mientras esperamos la herencia prometida con el Espíritu como garantía, también nos guía en la verdad. La verdad tiene un doble significado. En primer lugar, es Jesús, “el camino, la verdad, y la vida”. Y en segundo lugar, es el evangelio de Jesús. El Espíritu toma lo que es de Cristo y hace que sea conocido por nosotros. Él nos ayuda a distinguir entre Cristo y el anticristo. Sin embargo, su orientación se da a la iglesia, a todos los verdaderos creyentes, no a las personas que se separan de sus hermanos y hermanas en Cristo. Aquellos cuyas interpretaciones privadas los separan del cuerpo de Cristo, es probable que tengan el espíritu del anticristo.
Por último, Juan llama a la iglesia a permanecer en Cristo. La gran tentación de hoy en América del Norte, Europa y Australia no es tanto oponerse a Cristo como alejarse de él. En el evangelio de Juan, Jesús compara a sus discípulos con las ramas de la vid, que es él mismo. “Sin mí”, dijo, “nada podéis hacer”. Vamos a comer su carne y beber su sangre, lo que significa vivir por su palabra (Juan 6:63). Los que permanecemos en él estaremos a salvo de los engaños de los últimos días.
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Ralph Neall Biblia enseñó en Singapur durante tres años, y en el Union College de Lincoln, Nebraska, durante diecisiete años antes de retirarse en 1994. Él y su esposa, Beatrice, fueron misioneros en Camboya, Vietnam y Singapur antes de su regreso a los Estados Unidos. Ahora viven en Collegedale, Tennessee.
(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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