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El Mundo: mensajes mezclados

Crecí con mensajes mezclados acerca del mundo. Mi padre había sido marinero en la Segunda Guerra Mundial. Se había alistado cuando tenía diecisiete años. La guerra fue una manera de escapar de las penurias de la granja, probarse a sí mismo como hombre, y hacer algo bueno por el país.

Cuando se alistó, se le preguntó por su religión, lo que lo tomó por sorpresa. Nadie en su familia iba a la iglesia o hablaba de religión. Viendo la mirada en blanco en su cara, el oficial preguntó: “Bueno, ¿eres católico o protestante?” Lo que hizo reaccionar a mi padre, por lo menos un poco. “¡Ninguno de los dos, Señor! Soy un adventista del séptimo día”.

Mi padre jura que nunca había oído hablar de los adventistas del séptimo día, aunque su madre había sido criada como adventista.

“Bueno, usted no es católico, por lo que debe ser protestante”. Y con eso, mi papá obtuvo un legítimo empate en religión.

Su experiencia en la Armada fue todo menos un ejemplo de estilo de vida adventista. Él nunca fue a la iglesia. Salía de parranda. Se emborrachaba con regularidad cuando tenían permiso para bajar a tierra. Finalmente, lo llevaron a la corte marcial después del “Día V” por amenazar a un patrullero de costa que le dijo que tenía que salir de un bar, porque lo había destrozado.

Mi padre rompió la parte inferior de una botella de cerveza de la que había estado bebiendo, aparentemente para convertirla en un arma, y le dijo al patrullero que saldría del bar cuando tuviera ganas. No fue una decisión inteligente. Se despertó en una celda, la mañana siguiente, en un charco de su propia sangre coagulada. Había sido golpeado severamente. Días después, recibió del tribunal militar una condena de treinta días en el calabozo de la Marina, en la Isla del Tesoro, a mitad de camino en el Puente de la Bahía de Oakland.

La otra mitad de la historia es que la madre de mi padre volvió a la iglesia después de que él se alistó, a fin de dar un respaldo a sus oraciones por su hijo que estaba en la Armada. Cuando mi padre llegó a casa de vuelta de la guerra, comenzó a ir a la iglesia con su madre y su hermana, y no mucho tiempo después fue bautizado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

No tengo ninguna duda en mi mente de que la religión salvó a mi papá. Por lo menos, de que le dio una vida sobria y próspera. Mi padre necesitaba una religión que fuera estricta, con una clara diferencia entre el bien y el mal, entre este mundo y el mundo por venir. Quiero decir que un día caluroso, cuando mi padre vio una botella de cerveza llena que flotaba en una acequia, llegó a casa y nos contó sobre la tentación de beber la cerveza, pero decidió no hacerlo porque su cuerpo era el templo de Dios y no le pertenecía. Esto significa también que a pesar de las dificultades que existen en todos los matrimonios, mi padre se mantuvo fiel a mi madre. Significa que a pesar de que otros agricultores estaban preocupados en el otoño del año por saber si tendrían la remolacha azucarera cosechada antes de que golpearan las ventiscas de Montana, mi padre nunca cosechó una sola remolacha en el día de reposo.

Les cuento esta historia porque creo que va al corazón de lo que significa no estar en el mundo. Sin embargo, existe otra cara de la historia de no estar en el mundo, que mi padre aprendió de su religión, que me molesta hasta el día de hoy. Nunca tomó unas vacaciones para ir a la montaña o hacer una visita al mar, porque mi padre nos decía que no habría montañas en el cielo, ni mar que se estrellase contra una costa rocosa, porque todas estas cosas son consecuencias del pecado. Y cuando visitó San Francisco, nos recordó que la profetisa había visto bolas de fuego cayendo del cielo para destruir la ciudad. Crecí con la sensación de no ser nunca totalmente libre para disfrutar de cualquier cosa terrenal. Todo estaba manchado con el pecado. Todo estaba a la espera de ser destruido.

Hay un defecto fatal en este tipo de pensamiento. En primer lugar, la mayor parte de la Biblia no dice nada sobre una conflagración en la tierra. La mayoría de las promesas del Antiguo Testamento van en la línea de las promesas de Dios, de que hará nuevas y mejores cosas que las que había hecho antes (Isaías 43: 19–21). Tal vez la tierra recibirá un sábado de descanso, pero será restaurada, y será mejor aún (Lev. 26).

En segundo lugar, como seres humanos, no somos capaces de pensar en cualquier nuevo estado de cosas que no esté vinculado a las imágenes de esta tierra. Incluso en los escritos apocalípticos de Isaías, Daniel, Pedro, y el Libro del Apocalipsis, todas las imágenes de la etapa posterior a la destrucción del mundo, presentan una Nueva Tierra mediante imágenes de esta tierra. Tendremos salud, construiremos nuestras propias casas y las habitaremos, comeremos los alimentos que hayamos sembrado, sin temor a sequías o invasores. Nadie podrá destruir o hacer daño en toda la montaña sagrada de Dios (Isaías 65:17–25; Dan. 9:24; 2 Ped. 3:13; Rev. 21 y 22.)

Tengo un amigo que no puede imaginar el Cielo sin las obras más grandes del ser humano allí presentes. Como artista, estoy de acuerdo con esta convicción. Decir que las obras humanas son tan pálidas en comparación con las obras de Dios, que en verdad nada se perderá cuando sean destruidas, es como decir que una pintura no captura totalmente la belleza de una mujer o la fuerza de un hombre, por lo que, también, debe ser destruida. ¿Qué tan extraña es tal cosa? ¿Acaso dejaríamos de hacer arte, porque no somos Dios? ¿O dejamos de tener hijos porque no son tan bellos, o fuertes, o sabios como los ángeles? ¡Por supuesto que no! ¡Procrear un hijo, pintar un cuadro, componer una sinfonía o un poema, o hacer un buen día de trabajo es parte de las prerrogativas de Dios!

Entonces, ¿por qué la Biblia contiene el lenguaje de la destrucción? Sólo puede haber una respuesta que tiene sentido, al menos para mí. Dios es un Artista que ha intentado todo lo posible por salvar la obra maestra que ha salido de sus manos divinas. La única razón por la que Dios, como artista, destruiría la tierra es que llegue a estar tan contaminada, tan enferma, tan árida, que el único recurso que quede sea purificarla de todos los contaminantes mediante una saludable tormenta de fuego, de modo que la nueva vida, como las flores y los árboles en Yellowstone y en el monte Santa Helena, pueda comenzar de nuevo—lo que nos trae al verdadero punto de las referencias que hace la Escritura sobre el mundo.

El mundo, como un lugar en el tiempo y el espacio, nunca es el culpable en la Biblia. Es la obra de Dios. El mundo que la Biblia tiene como responsable es un estado de ánimo, una acción, que son destructivos de todas las personas, lugares y cosas. Ser del mundo significa vivir la vida para propios fines egoístas y para los placeres, en lugar de vivir al servicio de Dios, de los demás, y de la tierra en sí misma y de todos sus habitantes. (Ver textos como Isa. 24:4; Isa. 64:4; Mat. 13:22; Mat. 16:26; Rom. 12:2; 1 Cor. 5:10; Ef. 2:2; Sant. 4:4; 2 Ped. 2:20).

La lista de las cosas que se consumirán en el lago de fuego es más bien corta: el diablo, sus compañeros de trabajo, el infierno mismo, y los que destruyen la tierra (Apo. 9:4; 11:8; 20:10, 14, 15). ¡Esto resume bastante bien cómo piensa Dios sobre el mundo!

Glen Greenwalt es un artista que escribe desde Walla Walla, Estado de Washington.

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