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Oyendo la voz profética: la cuestión de la interpretación

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Cuando no logramos dar el debido respeto a las Sagradas Escrituras como una gran colección de obras literarias escritas por diversos autores a lo largo de muchos siglos, producidas en diversas circunstancias y para diversos fines, con diversos puntos de vista, y terminada hace casi dos mil años, cualquier significado que saquemos de ella implica darnos a nosotros mismos un cierto poder que deja al texto en sí incapacitado para decir lo que quiere decir. Podemos escuchar las voces proféticas en el texto sólo cuando regresamos al lugar en que esas voces se originaron y nos encontramos con personas reales que sostenían luchas genuinas. A esto es lo que llamamos “exégesis bíblica”.

Si tratamos de escuchar el texto desde donde nos encontramos, las voces que oímos no son las del texto sino nuestras propias voces, y el texto representa nuestra propia creación hipotética de personas con problemas hipotéticos que se pueden aplicar a cualquier circunstancia que elijamos. Esto es lo que llamamos “homilética”.

La interpretación homilética es a veces intencional y representa una utilización arbitraria de la autoridad para proponer agendas sociales y políticas particulares. Aquí los intérpretes pueden incluso aplicar metodologías que parecen adecuadas, pero torcidas hacia sus propios intereses.1 En esos casos, se concede a la Biblia tanta autoridad como las comunidades o individuos particulares se lo permitan, a fin de justificar sus propias doctrinas.

En este breve comentario, voy a tratar de presentar ejemplos de la exégesis y la homilética y, en el proceso, demostrar cómo un enfoque exegético de Romanos puede refutar la hipótesis común en cuanto a quiénes comprenden la comunidad de los salvados.

Exégesis

La exégesis bíblica reconoce que las Sagradas Escrituras son un ejemplo de la condescendencia de Dios. “No son las palabras las inspiradas, sino los hombres” (Elena de White, Mensajes Selectos 1:21). Dios usó a las personas donde estaban. En la exégesis, no solamente analizamos la literatura en sí misma, sino que también hay que moverse a través de la imperfección humana por medio de la cual nos llegó la literatura, a fin de escuchar la voz de Dios.2

Por ejemplo, en el primer siglo, cuando Pablo escribió: “Los esclavos deben obedecer a los amos” y “las esposas sométanse a sus propios maridos” (Efesios 5:22–6:9), el Espíritu Santo no lo impresionó para que le dijera a la iglesia que el dominio de un conjunto de seres humanos sobre otro está mal. Eso no es algo que la gente común habría comprendido en un antiguo sistema socioeconómico basado en la esclavitud y cargado por la ideología de que sólo los hombres fueron creados a imagen de Dios y en el que las mujeres eran propiedad de los hombres. Así que Pablo enseñó el eterno principio de respeto mutuo y de unidad en la iglesia en un lenguaje que pudiera ser comprendido.3

Si bien hoy nos preocupa el problema moral de la esclavitud y la dominación masculina, esa no era la preocupación de Pablo ni del pacto Mosaico. Su preocupación era la forma en que el esclavo y la mujer eran tratados por sus “dueños”. Hoy en día no podemos enseñar este principio eterno de justicia y unidad de Efesios 5 y 6 de la misma manera en que lo hacen Pablo y el pacto Mosaico, porque ahora sabemos que todos hemos sido creados a imagen de Dios y que si un ser humano esclaviza o domina a otro, está cometiendo una violación de la regla de oro.

Cuando los cristianos utilizaron este pasaje para oponerse a la abolición de la esclavitud en el siglo XIX–y cuando lo utilizan hoy para sostener argumentos y símbolos en favor de la autoridad de los hombres sobre las mujeres–están en verdad silenciando la voz de Pablo sobre la justicia y la unidad.

Homilética

Estrictamente hablando, el término “homilética” se refiere al arte de la predicación sagrada. Sin embargo, el término ha llegado a ser utilizado para describir un método de interpretación bíblica que está más preocupado por el uso de textos bíblicos para sostener una idea, en lugar de descubrir la idea que los textos realmente presentan. La interpretación homilética tiende a ignorar el contexto histórico y literario de un texto bíblico. Tiende a acercarse al texto con un tema o un programa ya establecido y, a continuación, crea un mosaico de textos que se ajusten a ese programa, independientemente del contexto histórico o literario de los textos.4

Por ejemplo, uno puede ir a la Biblia para demostrar que alguien es un verdadero profeta. Un texto utilizado entre un mosaico de otros es 1 Juan 4:2–3. Nosotros, sin embargo, no podemos usar este texto para llegar a la conclusión universal de que sólo un profeta cristiano es un profeta verdadero. Juan estaba tratando el problema del Docetismo en su comunidad. El Docetismo es una creencia que salió de la filosofía gnóstica que sostiene que, dado que la carne o la materia es el mal, no es posible que el Logos divino se haya hecho carne, por lo que sólo parecía haberse encarnado y sólo parecía sufrir. Juan estaba tratando de contrarrestar esta falsa enseñanza, la que amenazaba con ganar a una comunidad local de creyentes.

Además, uno puede utilizar el estudio de palabras griegas y otros semejantes sin tener en cuenta las experiencias que han creado esas palabras. Las palabras no significan nada por sí mismas si se encuentran aisladas de sus contextos culturales e ideológicos. Los seres humanos primero tenemos una experiencia del mundo y, a continuación, ponemos nuestra experiencia en símbolos que llamamos palabras, las que se convierten en los ladrillos o elementos básicos del idioma.

Un ejemplo es la interpretación de la palabra logos en el Evangelio de Juan (cf. Juan 1:1, ss.), traducido “palabra” o “verbo”. Si perdemos de vista las implicaciones filosóficas de los griegos, que entendían al logos como la fuerza racional a través de la cual (y no por la cual) Dios trajo todo a la existencia, nos alejaremos del sentido del texto al equiparar el logos divino con la Biblia (las palabras literales). El término griego logos no tiene la misma implicación que el término castellano “palabra”, o “verbo”. Juan no está tratando de decirnos que la Biblia es una encarnación divina, igual a la encarnación del Logos divino, como algunos teólogos han sostenido.5 Juan sólo nos está hablando acerca de Jesús de Nazaret, su origen, su naturaleza y su propósito.

El caso de la Epístola a los Romanos y los elegidos

Se puede incurrir en la interpretación homilética incluso con las mejores intenciones, y aun en el intento de utilizar todas las herramientas disponibles de la interpretación. Aunque el método protestante ha prestado un valioso servicio para la interpretación y aplicación de las Escrituras, la pregunta clave sigue siendo que, si teniendo las herramientas de interpretación correctas vamos a obtener lo que realmente dice el texto o, por el contrario, lo que queremos que diga, a causa de las circunstancias en las que nosotros mismos nos encontramos.6

La interpretación de Romanos nos proporciona un ejemplo de ello. A la luz de los nuevos estudios sobre el apóstol Pablo, llamados la “Nueva Perspectiva sobre Pablo” (NPP), desencadenada por la labor del P. E. Sanders, muchos estudiosos del Nuevo Testamento reconocen ahora que Martín Lutero interpretó Romanos principalmente desde la perspectiva en la que él se encontraba y no desde la de Pablo.7 Martín Lutero se encontraba en un lugar donde la Iglesia tenía un sistema de salvación individual a través de las obras de penitencia. Así que supuso que Romanos se refería a la misma cuestión. En su revisión de la literatura palestina existente, Sanders ha llamado la atención al hecho de que Pablo no luchaba contra el legalismo en Romanos (y Gálatas) sino contra un “nomianismo del pacto”.

Este nomianismo del pacto hace del Israel histórico la comunidad de salvación, o la comunidad de los justos, no por sus logros sino por la misericordia de Dios.8 Sostiene que la ley no gana la salvación para Israel, pero es necesaria como un medio por el cual Israel participa en la salvación de gracia ofrecida por Dios. En efecto, si leemos atentamente el Antiguo Testamento, tenemos que estar de acuerdo con Sanders. El nomianismo del pacto, por lo tanto, requiere ser judío a fin de recibir los beneficios de la salvación.

Este es el problema que Pablo ataca en Gálatas directamente. Pablo utiliza el término de obras de la Ley para referirse a la afirmación de que la pertenencia al Israel histórico (de la cual la circuncisión es la señal) es una condición para la salvación. En Galacia, los judíos que aceptan a Jesús como el Cristo suponen que los gentiles también deben hacerse judíos para acceder a los beneficios de la salvación. Pablo también utiliza el término ley en su contexto griego para referirse a los principios básicos de lo bueno y lo malo, de lo cual puede percatarse toda persona que tiene una conciencia (Rom. 2:14). Por lo tanto, Pablo afirma que no es la pertenencia a una comunidad específica la que lo califica a uno para la salvación, sino el ser miembro de la comunidad de la humanidad que tiene un solo Dios (Rom. 3:21–30) y ante el cual todo el mundo es responsable de hacer lo bueno (Rom. 1:19, 20).

Pablo señala las dificultades que toda la humanidad tiene en común, tanto los judíos con la Ley cono los gentiles sin la Ley (Rom. 1:18, ss; 3:9, ss.). En su nueva definición de justicia, Pablo afirma que la comunidad de los justos se extiende más allá del pueblo de la Torah (el Pacto de la Ley) a todos los que viven de acuerdo a la conciencia de lo bueno y lo malo que Dios les ha dado (Rom. 2:12–15).

En el lugar donde Pablo se encontraba, un no-judío no tenía acceso a la salvación, a menos que se convirtiera en judío. Pablo de toda su argumentación sobre la justicia por la fe en Gálatas y Romanos para refutar, precisamente, esta hipótesis. Así que si hoy en día escucháramos a Pablo, lo oiríamos decir que el judío con la Torah, los cristianos con la Biblia, y los musulmanes con el Corán, todos perecerán si violan los principios básicos de la justicia. Pero los que hacen lo correcto, independientemente de su afiliación religiosa, van a “recibir la gloria y el honor…porque para Dios no hay favoritismos” (Rom. 2:11). Esto, para Pablo, es la gran disposición de la gracia de Dios que está al alcance de todos los seres humanos, a causa del sacrificio de Jesús el Cristo.

La estricta exégesis bíblica no es muy popular dentro de las comunidades de fe, porque no siempre nos permite escuchar lo que queremos oír, pero es potente y transformadora. Sigamos aceptando este método a medida que aprendemos más sobre el contexto de los textos bíblicos, ya que éste es el medio por el cual la voz profética puede ser plenamente escuchada.

Notas y referencias

1. Para un amplio estudio de este fenómeno entre los Adventistas del Séptimo Día, ver mi tesis doctoral, “Los textos sagrados y los conflictos sociales: el uso de la Biblia en el debate sobre la ordenación de la mujer en la Iglesia Adventista del Séptimo Día”, Claremont Graduate University, 2004.

2. Esto incluye todas las etapas de la transmisión del texto original de la Escritura, mediante la copia, traducción y canonización.

3. Por supuesto, Pablo desafió a la Iglesia primitiva a considerar si la estratificación social debe existir entre los que están en “en Cristo” (Gálatas 3:28).

4. Mateo utiliza este método al aplicar el Antiguo Testamento a la vida de Jesús. Esto no necesariamente diluye la presentación de Mateo. De hecho, le da más poder, si interpretamos Mateo con un honesto reconocimiento de su metodología. Sin embargo, esto no nos excusa para usar este método en el día de hoy. Ahora tenemos acceso a más herramientas de análisis literario que Mateo. Dios utilizó lo que Mateo tenía a su alcance, y Dios espera que nosotros usemos lo que tenemos hoy. Ese es el milagro de la Divina Revelación.

5. Esta afirmación equivale a la bibliolatría, y refleja agendas ideológicas fundamentalistas tales como la que está reflejada por Samuel Koranteng-Pipim en su libro, La Recepción de la Palabra (Berrien Springs, Michigan: Berean Books, 1996), 51–52.

6. La mayoría de las denominaciones protestantes, incluidos los adventistas del séptimo día, están intelectualmente comprometidos con el clásico método de la interpretación protestante, el método histórico-gramatical, que afirma la coherencia y la autoridad de la Biblia. Este principio opera sobre dos axiomas básicos. El primero es que la Biblia es la fuente autorizada de cada uno de los aspectos de la vida humana. El segundo afirma que la Biblia no puede contener contradicciones internas. Los principios mismos no suponen un problema tanto como los axiomas en que operan, ya que estos axiomas pueden desbordarse hasta el punto de bibliolatría.

7. E. P. Sanders, Pablo y el judaísmo palestion (Philadelphia: Fortress Press, 1977).

8. Ibíd., 422.

Olive J. Hemmings es profesora del Departmento de Religión en el Columbia Union College, de Takoma Park, Maryland, EE.UU.

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