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La expiación y la armonía universal

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

El sábado pasado canté en el coro de mi iglesia. No solemos tener un coro—y menos en Navidad para cantar los pasajes favoritos del Mesías de Haendel. El coro ocasional de una iglesia es siempre una aventura fascinante. Los que sólo calientan asientos se transforman en primeras figuras, mientras que los que alguna vez cantaron en el colegio descubren que la “atrofia” también se aplica a las cuerdas vocales. Pero el director desesperado nunca rechaza a un voluntario.

Tres ensayos más tarde (porque todo el mundo sabe las notas), el coro está formado sobre la plataforma de la iglesia, orando para que el resultado sea mucho más que la suma de sus débiles partes. Y entonces ocurre el milagro. Ya sea que se trate de la ayuda de los ejércitos celestiales, o simplemente debido al espíritu navideño, por alguna razón el coro funciona. A pesar de que no haría que el propio Haendel se sintiera orgulloso, para los participantes es una de las más grandes experiencias de adoración. ¡Aleluya, de verdad!

La armonía es algo extraordinario, sobre todo, me parece, cuando se encuentra en los lugares más inesperados. Con toda seguridad, la música de un coro de voces profesionales es exquisita, pero no sorprendente. No es milagrosa. Así ocurre también con la armonía prometida en las Escrituras para la creación del futuro.

Por fin, después de un viaje a través de todos los (sí, a veces, desconcertantes) elementos de la expiación, llegamos a nuestro objetivo: la Armonía Universal. Para mí, dos conocidas imágenes bíblicas ejemplifican este final prometido. La primera es la visión del profeta Isaías de lo que espera para el futuro: “El lobo morará con el cordero, y el leopardo se tumbará junto al cabrito, el ternero y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6).

La segunda imagen es la esperanza apocalíptica del autor del Apocalipsis: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres. Él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos. Enjugará Dios cada lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:3–4).

El lobo y el cordero, el cabrito y el leopardo, el león y el niño, todos unidos en una creación libre de enemistades, lágrimas, sufrimiento y muerte. La nueva creación en movimiento armónico, como morada de Dios. Conocemos todos estos textos, porque se conectan con el profundo anhelo que hay dentro de nosotros de llegar a un futuro en el que, finalmente, todas las cosas sean justas y rectas. Al fin, todos estaremos en un mundo de paz. El río de justicia de Amós fluirá por la eternidad.

A pesar de lo bonitas que son estas imágenes, y del profundo anhelo que tengo de que se cumplan, hay una nota que suena discordante a los oídos de este oyente. Los finales descritos por estos visionarios bíblicos llegan a un precio que parece fuera de lugar. Isaías: “Pero con justicia juzgará a los pobres, y decidirá con equidad por los mansos de la tierra”…Hasta allí, todo bien. Pero entonces: “Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará a los impíos” (Isaías 11:4).

Este es el Renuevo que proviene de la raíz de Isaí. El que prometió que traerá la paz a la Tierra, ¿debe conseguirla con una vara, y con un espíritu que mata?

El Apocalipsis de Juan sigue su ejemplo. No habrá más muerte ni sufrimiento, pero tal fin tiene un costo. “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones; y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar de la furia de la ira de Dios, el Todopoderoso” (Apoc. 19:15). ¿Debe el jinete que se llama Fiel y Verdadero realmente hacer la guerra (v. 11)? ¿Qué pasa con el maravilloso Príncipe de Paz, cuya encarnación cantamos en esta temporada?

Sinceramente, tengo una lucha con estos precursores de “la armonía universal”. Me gustan la reconciliación y el triunfo del amor de Dios. Pero la purificación, la reivindicación y el juicio, son más difíciles de tragar; sobre todo porque muchas veces parecen conectados con algún tipo de destrucción y violencia. ¿Es la aniquilación de los malos la única vía a la “armonía”? ¿Es esa, realmente, una verdadera armonía?

Yo valoro la historia que nos habla de la Gran Controversia. Cuando el mal entra en el mundo, Dios muestra un auto-control increíble, tomando el largo y doloroso camino de la expiación, en vez de acabar con el pecado en el mismo comienzo. Se le permite al Universo que contemple todas las consecuencias del pecado. Dios tiene que mostrar que el carácter divino es justo y misericordioso, no vengativo ni revanchista. Y de esta manera, Dios espera. Dios trabaja de abajo hacia arriba “tomando la naturaleza de siervo, hecho semejante a los hombres,…y se hizo obediente hasta la muerte, incluso la muerte en una cruz” (Fil 2:7–8).

Esto es profundo y tremendamente conmovedor, digno de nuestra adoración más energética. Pero no puedo sacudirme la pregunta de si nos cuentan la historia de tal manera que al final Dios hace lo que podría haber hecho al principio. Una vara de hierro. Un jinete que paga con la guerra. ¿Por qué el camino del sufrimiento, si la solución final es la mano dura?

Para ser honesto, no estoy muy seguro de tener una buena respuesta. Me han dado muchas respuestas, pero ninguna soluciona el asunto completamente. Y tal vez eso está bien. Yo dudaba en aceptar la invitación a escribir esta semana por falta de claridad en mi propia lucha con el tema. ¿No debería la última semana del año presentar una retórica gloriosa de finalización de la historia de la expiación y la redención? Probablemente. Pero estoy escribiendo, sin embargo, con la esperanza de continuar la conversación, de crecer en comunidad. (¡Dejemos que los comentarios comiencen!).

Creo sinceramente que la armonía universal que salga de este mundo es algo extraordinario y milagroso, por seguro. La espero con ansias. Miremos en derredor nuestro. Si alguna vez hubo un caso sin esperanza, eso somos nosotros. Sin embargo, la redención, la reconciliación y la recreación son nuestra esperanza de futuro. Y el precio que Dios ha pagado para asegurarnos estas cosas es inimaginable. ¡Aleluya, porque el Señor Dios omnipotente reina! Pero la manera como contamos la historia, y como cantamos el himno de la redención, podría ser a la vez apasionada y prudente, para que lo hagamos bien, y para que la belleza de la armonía sea verdaderamente milagrosa y universal.

Vaughn Nelson es el pastor principal en la Iglesia de Gracia, en Eastlake (San Diego, California), y se graduó en Teología en la Universidad Adventista de La Sierra, California.

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