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Mi opinión franca acerca de la unión con Cristo (“Unidos a Cristo”)

(Traducido por: Carlos Enrique Espinosa)

Voy a ser franco. Nunca he apreciado realmente el discurso acerca de la unión con Cristo—o, al menos, hasta hace poco. He culpado de esta aversión al Sr. Ashbaugh, mi profesor de Inglés de la escuela secundaria. Muchos de mis amigos y yo lo encontrábamos bastante excéntrico. Él corría todos los días para llegar a la escuela por un camino de grava, una distancia cercana a un kilómetro. Portaba un maletín de cuero y vestía de traje. En invierno se ponía un abrigo negro, cubre-zapatos de goma, y un tope de almacenamiento. Pero lo que me parecía excéntrico es lo que escribía en la pizarra, no importa cuántas veces lo hayan borrado. Se trata de una pregunta simple. No era una pregunta socrática, pero no obstante podía fácilmente hacer trastabillar a más de una persona. Eran sólo tres palabras: “¿Qué haría Jesús?”

Muchos de nosotros en la clase del Señor Ashbaugh estábamos seguros de que no teníamos ni idea de lo que Jesús haría. ¿Cuál era la carrera equivalente a la de aprendiz en el taller de un carpintero? Jesús, obviamente, no tenía citas, y eso era algo que sin duda no deseaba imitar. Y en cuanto a la barba y sus sandalias, o el pelo largo recto, eso era de antes de que aparecieran los Beatles.

Años más tarde, cuando era estudiante de doctorado, la cuestión de la unión con Cristo cobró importancia teológica. ¿La unión con Cristo significa que Jesús nació con una naturaleza pecaminosa como la nuestra, a fin de que unidos con Cristo también podamos vivir sin pecado? ¿O la unión con Cristo significa que Jesús entró en la vida como Adán, que era capaz de pecar, pero era perfecto en la mente y el espíritu? En este escenario, la cuestión no era que yo tenía que ser perfecto como Jesús, sino más bien que debía aceptar la victoria que Jesús había logrado allí donde Adán había fracasado. En Adán yo había pecado. En Cristo se me otorgó la victoria. Mi propia solución teológica consistía en afirmar que Jesús era espiritualmente igual a Adán, pero físicamente era como yo, con la terrible desventaja de tener el poder para vivir separado del Padre. Después de todo, él era Dios mismo. De esta manera, Jesús era más que un modelo, y ciertamente nunca las cosas fueron fáciles para él.

A decir verdad, todo este ejercicio teológico fue realmente otra manera de descartar cualquier pregunta seria sobre la unión con Cristo. Nunca realmente tradujo de nuevo la pregunta del Sr. Ashbaugh: “¿Qué haría Jesús?”, en otras palabras, la pregunta sobre lo que la unión con Cristo tiene que implicar, la pregunta que yo temía desde la escuela secundaria ya que me amenazaba con sacarme de mi mundo cotidiano.

Yo vivo en un mundo real que, por un lado, me asombra y me sorprende cada día. Y que, por otra parte, contiene tanto daño y dolor, que a veces me aturde y me deja estupefacto hasta el punto que apenas me puedo mover—y mi vida es una pesadez en comparación con la de un montón de gente.

Sin embargo, es en este mundo real, al margen de cualquier tipo de discurso religioso o teológico, donde he llegado a apreciar no la idea sino la realidad de la unión con Cristo, tomando muy en serio la pregunta del Sr. Ashbaugh, “¿Qué haría Jesús?” Viviendo actualmente sin ningún ingreso real, con estampillas para obtener comida, y con montones de deudas, pienso todos los días en lo que Jesús haría. La imagen que me viene a la mente es una no muy diferente de mi situación. Tengo un apartamento, Jesús no tenía. No estoy seguro de qué comía, ya que en ninguna parte aparece cómo se ganaba la vida o que tuviera acceso a estampillas de comida. Sin duda no comía como un gourmet, excepto cuando era invitado, y la mayoría de los banquetes a los que asistió parecen haber ofrecido más problemas de lo que valían la pena.

Jesús fue condenado al ostracismo por el establishment religioso. Que yo sepa, nunca fue invitado a importantes conferencias o reuniones. Sin embargo, y aquí es donde el tema de la unidad se lleva a cabo, Jesús era Dios. Fue y es mi mayor poder. Mi mayor poder es alguien que “no tenía dónde reclinar la cabeza”. Solía resistirme a la idea de unión, porque le tenía miedo. Pero sin poseer muchas cosas, estoy verdaderamente asombrado al pensar que el Dios que caminó en este mundo tampoco tenía casi nada. De hecho, tenía menos que yo. De repente, uno se siente muy rico. En verdad rico.

He hecho hasta ahora algunas cosas que sé que él dijo que debíamos hacer. Visito la cárcel con regularidad. Trato de hacerme el hábito de dar cosas a otras personas. Y cuando realmente deseo sacar a alguien fuera de la carretera, la imagen de Jesús viene a mi mente, y pienso, “No, él probablemente no haría lo que acabo de hacer.” Estoy esperando que algún día, pronto, la imagen de lo que es Jesús esté tan clara en mi mente, que yo ya no maneje tocando la bocina, o haciendo cualquiera de las cosas menos honorables que hago.

Sin embargo, estoy viendo cada vez más la extrema riqueza de Jesús, en lugar de su pobreza. No he visto el Reino en un grano de mostaza, ni en una red arrojada al mar, ni en una familia que saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo, pero sí lo he visto en cosas semejantes a éstas. Yo siempre veo el Reino de color azul, pero que ha sido desteñido por el sol y oxidado hasta tener un color que no es ni azul ni gris, pero que merece ser engastado, como cualquier joya, en los muros de Jerusalén. Este es el azul de una pátina de pintura que uno no puede lograr, pero es el color que sólo se da cuando es viejo y degradado.

Yo nunca he vivido a la orilla del mar, por eso no sé nada de redes. Pero me he sentado a observar las manchas y grietas en un antiguo muro enyesado, y creo que Leonardo da Vinci tenía razón, es una cosa maravillosa. Aunque no soy el propietario de los tesoros reales, sí tengo cosas viejas y nuevas que saco de mi colección de cajas y miro de vez en cuando, y todas las veces tengo el sentimiento de que soy tan rico como cualquier rey. Y la lista sigue y sigue. No puedo mirar sin ver ahora, en cualquier lugar, tesoros y riquezas increíbles.

La ascética y el misticismo cristianos son diferentes a los del Oriente, o por lo menos así me parece a mí. El objetivo final no es renunciar a todo deseo, sino cumplir todos los deseos. Nos inquietamos, como dice Agustín, “hasta que descanse en ti”. No apuesto a un futuro reino y su recompensa. Desde luego, voy a ser gratamente feliz si recibo una. Mi visión ideal, sin embargo, no incluye las calles de oro ni los palacios de cristal. Sólo puedo aceptar tantos palacios de Versalles o de Buckingham, si no jurara que nunca visitaré de nuevo un palacio.

No, mi visión de una recompensa final es más parecida a una vieja calle en algún lugar de un pueblo de Dordoña, o una esquina como la de Prince o Spring, en algún lugar entre Greenwich Village y Canal Street. Estos lugares se parecen más a las calles por donde Jesús caminaba. Al menos, esa es mi idea de lo que creo que Jesús haría.

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