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¿Cómo esperar la Segunda Venida? (Su regreso como Rey y Amigo)

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)
El cielo se puso cada vez más brillante. La tierra parecía temblar y la gente corría despavorida. Yo no sabía si correr o quedarme inmóvil. Y entonces me di cuenta: Era ESO. Era la Segunda Venida de Jesús.
Quería estar contento, pero en cambio estaba terriblemente asustado. La luz se hizo incluso más brillante, hasta que no pude ver nada a mi alrededor. Oí gritos de alegría, pero ninguno de ellos era mío. Intenté hablar, pero sólo podía hacer una especie de croar. Luego, todo se puso negro. Y entonces me desperté.
Esto me sucedió varias veces, con algunas variaciones, cuando yo era joven. Un solo aspecto de los sueños era constante: yo no sabía si estaba salvado o perdido. Sólo tenía incertidumbre, miedo, y a continuación me despertaba.
Los adventistas del séptimo día “viven” con la Segunda Venida. Ella invade nuestro sueño, así como nuestro despertar. ¿No has mirado alguna vez un cielo claro y has visto una pequeña nube blanca del tamaño de una mano de hombre? ¿Y entonces te has preguntado, qué será? ¿Podría ser que . . . ? O tal vez, manejando en un día muy nublado, has visto los rayos del sol filtrándose entre las nubes oscuras, y te ha venido el pensamiento: ¿Irá a ser parecido a esto? Y junto con la fascinación que te produce, ¿no has tenido por lo menos un poquito de miedo?
El hecho indiscutible es que no ha ocurrido aún. Jesús no ha regresado. Creemos que la promesa de Dios es verdadera. Vivimos con la esperanza de la Segunda Venida. Oramos que sea pronto. Pero todavía esperamos, y no podemos seguir simplemente haciendo caso omiso de las preguntas y las dudas.
Luego están las señales. Siempre es fácil decir, simplemente, que todavía no se han cumplido todas. Pero esto no armoniza con nuestra creencia de que las principales señales ya se han cumplido -que éste es el tiempo del fin, que el regreso de Cristo está “a la vuelta de la esquina”.
Si entendiéramos el valor y el significado de las señales de la venida de Cristo, podríamos seguir afirmando su validez sin ninguna vergüenza. Las señales no están dadas para que podamos construir un calendario cronológico de los acontecimientos anteriores a la Segunda Venida de Cristo. Si esto fuera posible, sólo serviría para que muchos de nosotros esperáramos hasta el último minuto posible para prepararnos. Debido a que creemos que tenemos este tipo de calendario, es que podemos permanecer apáticos frente a las señales. (Después de todo, la ley dominical debe promulgarse antes).
Las señales no nos han sido dadas para que nos digan cuánto tiempo queda antes de que Cristo venga. Se nos ofrecen para advertirnos de la calidad de los tiempos que estamos viviendo. Esta es la hora final. Los acontecimientos actuales son el tipo de cosas que Jesús dijo que ocurrirían a la hora de su venida. No son como una bomba de tiempo programada para que explote, son como un tigre que se prepara para la primavera. La situación es crítica a cada momento.
Esto no significa que los acontecimientos de los últimos días no seguirán la secuencia que generalmente se indica; ni que las leyes dominicales no serán aprobadas. Pero es una arrogancia temeraria que exijamos a Dios que siga nuestro calendario, o que se ajuste con precisión a nuestra comprensión de las cosas. Él claramente nos advirtió que tanto sus promesas como sus amenazas son condicionales.
Si Dios, en su paciente amor por toda la humanidad, viera que después de 140 años la iglesia Adventista del Séptimo día como institución ya no estuviera cumpliendo con la finalidad para la cual Él la ha creado, y que debería alejarse de ella, ¿podríamos culparlo? Esperamos y oramos para que esto no suceda. Pero los Judíos eran el pueblo elegido de Dios, y la elección iba a durar para siempre. Sin embargo, cuando no cumplieron su propósito, Dios se vio obligado a rechazarlos como sus mensajeros especiales. Estamos malinterpretando a Dios si creemos que Él va a dejar que todo el mundo siga indefinidamente sufriendo dolor, tristeza y muerte, simplemente porque un grupo de personas son infieles a su misión.
Con seguridad, esto debería ser una advertencia para nosotros. En el gran día final, algunos de nosotros podremos descubrir que hemos ido creciendo como la cizaña, mientras pensábamos que éramos trigo. Que seamos miembros regulares de la iglesia Adventista del Séptimo día no significa que tenemos reservado un asiento en el reino de Dios. No todos los que dicen “Señor, Señor” están inscritos en el Libro de la Vida del Cordero.
Pero todo esto sólo nos lleva a la cuestión de fondo. Sabemos que estamos viviendo en el fin del tiempo. Sin embargo, llegar a cada persona con el evangelio parece imposible, y pensar que podemos ser mejores cristianos que cualquier persona que vivió antes que nosotros, o que Dios no puede rechazar a la iglesia Adventista del Séptimo Día, es un orgullo injustificado. ¿Qué es lo que nos pide Dios? ¿Qué debemos hacer para que podamos ser recibidos en el reino de Dios, donde pertenecemos?
Lo primero y lo más importante –podemos confiar en Dios. Él nos ha dado una segura “palabra profética” que dice que Jesús volverá. Su Palabra no dice: “Usted debe hacer que suceda”. Dice: “Vendré otra vez”. Aquél cuya misericordia es eterna, Aquél que es fiel, a pesar de que todos los hombres sean infieles, no nos va a defraudar. Dios hará que todo lo que Él ha prometido suceda –en el momento oportuno.
En segundo lugar, podemos recordar que Dios no espera más de nosotros de lo que ha esperado de sus seguidores en todas las generaciones. Debemos amarlo con todo nuestro corazón, y con toda la mente, y con toda el alma, y debemos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Debemos hacer los deberes respecto a las cosas que nos rodean, y hacer nuestra parte para la salvación de los demás. Y luego vamos a dejar las preocupaciones con Dios. Él obrará en nosotros tanto “el querer como el hacer, según su buen placer” (Filipenses 2:13). Él se ha hecho a sí mismo responsable de los resultados de nuestros esfuerzos honestos.
No tenemos por qué avergonzarnos de nuestra insistente proclamación de que Cristo viene pronto. Estamos en buena compañía –Pablo, Juan y Pedro lo proclamaron también hace ya casi 2000 años. Y para muchas personas el final llegará en el día de hoy, o mañana, o la semana que viene. Para el resto de nosotros, todo llegará en breve, en el tiempo que Dios ha previsto.
Lo que sí debemos recordar en nuestras proclamaciones es que ser capaces de predecir el momento exacto cuando Jesús vendrá, no es lo más importante. Los tiempos y las sazones están en las manos de Dios. Lo más importante es que –como los santos de antaño— no vacilemos en nuestra confianza; lo importante es que nosotros, como ellos, sigamos buscando la ciudad cuyo constructor y hacedor es Dios, aunque la veamos sólo por la fe .
El siervo fiel no es el que periódicamente se perfecciona a sí mismo por medio de esfuerzos sobrehumanos, y luego decae en la depresión cuando ocurre cualquier cosa sin importancia. Tampoco es aquél que constantemente se dice a sí mismo que si logra hacer un poco más, podrá llegar el fin. El siervo fiel es el que está siempre dispuesto –es el que diariamente hace el trabajo que le es asignado, confiando en que su Señor ha prometido regresar. El Señor es el que va a acelerar ese día. Y cuando llegue, el siervo fiel estará preparado y esperando.
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Una versión más larga de este ensayo apareció por primera vez en Peregrinación de Esperanza, ed. Roy Branson (Takoma Park, Maryland: AAF, 1986), que puede adquirirse en el “Adventist Forum”.
Cuando se escribió este ensayo, Tom Dybdahl era editor en Rodale Press, Pennsylvania, y era un contribuyente frecuente de Spectrum.

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