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Escuela sabática: El significado de su muerte

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)
Es un hecho que en medio de la vida nos enfrentamos a la muerte. También es una extraña especie de ironía que, después de toda una vida de derrotas, rociada con unas pocas emociones de victoria, nos reunimos en el servicio conmemorativo junto al sepulcro de los “muy amados que parten” con elocuentes elogios y homenajes. En esos momentos, parece que todas las obras del fallecido no sólo eran buenas sino magníficas. Sus virtudes se magnifican y las deficiencias son pasadas por alto, como si nunca hubieran sido parte de la ecuación relacional. Debido a su carácter definitivo, y al costo que la pérdida cobra a los que viven, es difícil encontrar algún sentido o virtud en la muerte. Sin embargo, cuando se trata de Jesús, hay muchos significados en su muerte. Por ejemplo, murió para reconciliarnos con Dios (Rom. 5:9-11), para destruir el poder y las obras del diablo, (Col. 1:13, 2:15), para quitar el pecado (Juan 1: 29; Heb. 9:26-28), y para darnos la vida eterna (Juan 3:14-16).
La palabra griega thánatos (muerte) tiene dos significados importantes. Uno describe la separación del alma (la parte espiritual que vuelve a Dios – Eclesiastés 12:7) con respecto al cuerpo (la parte material que deja de funcionar, que es enterrada en la tumba y se convierte en polvo. Esto se conoce como el sueño de la muerte – Juan 11:11-13). El otro significado es el de la “muerte segunda” (la separación de los seres humanos de Dios, espiritualmente –Gén 2:17, y físicamente –Apoc. 20:14). Desde la caída de Adán y Eva, todas las personas han tenido una condición espiritual que las pone en peligro de sufrir la muerte segunda (Rom. 5:12, 14, 17, 21). Sólo aquellos que rechazan a Cristo como su Salvador personal no serán liberados de ella (Juan 5:24, 1 Juan 3:14). A pesar de eso, si bien todos los seres humanos, desde Adán hasta el presente, han fallecido en el sueño de la muerte, nadie ha experimentado la muerte segunda, excepto Jesús, el Dios-hombre, que la experimentó para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. Cuando hablaba con Marta sobre la muerte y resurrección de su hermano, Lázaro, Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida [eterna]; el que cree en mí vivirá [eternamente] incluso si él [o ella] muere [físicamente]” (Juan 11:25).
Todas las decisiones a favor o en contra de Cristo deben ser hechas antes del sueño de la muerte. Sin embargo, en el caso de Jesús, él experimentó la “segunda” muerte antes de entrar en la muerte del “sueño”. Jesús murió la muerte segunda para que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna. Esto significa que la suya fue una muerte expiatoria, un sacrificio sustitutivo, para redimir a la humanidad del pecado y de la muerte segunda.
El nacimiento de Jesús fue anunciado por medio de una luz extraordinaria (Mateo 2:2; Lucas 2:9) y, en la cruz, el universo fue notificado por medio de un período excepcional de oscuridad, de que él estaba entrando en la segunda muerte. Toda la naturaleza, traída a la existencia por su poder creador, se escondió para no ver a su Creador en la angustia del alma, cortado de la eterna presencia de los demás miembros de la Trinidad, en una gran crisis, por causa de la redención de la humanidad. La misteriosa separación del alma del cuerpo se estaba llevando a cabo en ese momento (Isaías 53:10-11). “Él estaba llevando los pecados del mundo entero; el Señor había cargado sobre él la iniquidad de todos nosotros; no había nadie para aliviarlo de su carga; y la luz de Dios fue retirada de él en ese momento” (The Pulpit Commentary – El Comentario del púlpito).
Su encuentro con la segunda muerte se llevó a cabo “a partir de la hora sexta (mediodía) . . . hasta la hora novena” (3 pm – Mat. 27:45) cuando fue colgado en la cruz en aquel fatídico Viernes, siglos atrás. No se escribe ni una palabra sobre su experiencia durante esas tres horas. Sólo se dice que fueron horas de sufrimiento silencioso para la observación humana. Sólo podemos imaginar la soledad, el desfallecimiento, la confusión de la mente, y la desesperación cuando todas las despreciables manifestaciones del pecado culminaron en un audaz asalto contra el Hijo de Dios, que se presentó ante el mundo como el Hijo del Hombre que no conoce pecado (2 Cor. 5:21). Cuando la lucha hubo terminado victoriosamente, un “fuerte clamor” de Jesús rompió el silencio. La expresión griega que se traduce como “fuerte clamor” hace hincapié en el hecho de que él exteriorizó el clamor en voz alta. Se trata de un rugido que nunca había sido escuchado, y que nadie que ha recorrido este largo camino llamado vida ha vuelto a mencionar. Es a la vez un grito de abandono y de victoria, que Jesús tomó de las palabras del Salmista (22:1) para transmitir su pasión y cumplir con la Escritura (Joel 3:15-16).
Mateo y Marcos registran las palabras que acompañaron a su angustiado grito, “ELI, ELI, ¿LAMA SABBACTHANI?” Es decir, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46, Marcos 15:34). No podemos esperar saber exactamente qué significó este grito de Jesús. Nosotros, sin embargo, entendemos que fue un grito que expresó el tormento de su alma al ser separado de su Padre, en comparación con el cual la cruel tortura de su cuerpo no fue nada. También es notable que durante su agonía en Getsemaní, Jesús no se refirió a su padre como “Abba”, como lo había hecho en numerosas ocasiones (Marcos 14:36). La razón es que, en la cruz él estaba llevando a cabo la obra de la Redención como hombre, y por eso se refirió a su padre como “Mi Dios”, al estar cumpliendo con su voluntad (Isaías 49:4).
Las palabras de su fuerte clamor validan la tesis de que es su segunda muerte la que tiene significado para nuestra salvación. El enfrentó a la muerte y la venció durante esas tres horas cruciales en la cruz.
Por ejemplo:
En primer lugar, él mismo declaró que fue “abandonado” por Dios durante ese tiempo. Cuando su alma estaba angustiada, una voz del cielo lo confortó (Juan 12:27-28). En su agonía en el Huerto, apareció un ángel del cielo para fortalecerlo (Lucas 22:43), pero en esta ocasión, él estuvo solo –abandonado.
En segundo lugar, la forma verbal abandonado no está en el tiempo presente griego, como se traduce en algunas versiones. Está en el tiempo aoristo (una sola vez), e implica que durante esas tres horas de oscuridad Jesús había estado en total desolación por única vez. Ser abandonado por su Padre fue el más grave de todos sus sufrimientos desde que fue arrestado; en ese momento, después de recuperarse de esas tres horas, él profirió ese doloroso y desgarrador grito (Salmo 69:1-3).
En tercer lugar, mientras que Mateo registra la forma hebrea del fuerte clamor, Marcos nos la presenta en el idioma arameo, que era la lingua franca de la infancia de Jesús. Así como recitó el Salmo 22 desde sus primeros años, igualmente volvió a su lengua vernácula en ese momento crucial.
En cuarto lugar, y lo más importante, debido a que los muertos no saben nada (Ecles. 9:5), y esto incluye a Jesús, el plan de salvación debía ser cumplido antes de que experimentara el sueño de la muerte y fuera enterrado en la tumba. Sólo después de que Jesús se aseguró del éxito de su misión para salvar a la humanidad, se ocupó de sus propias necesidades humanas. “Después de saber que todas las cosas ya se habían cumplido, para cumplir con la Escritura (Isaías 53:4-6) [Jesús] dijo: ‘Tengo sed’” (Juan 19:28). Antes de eso, él había rechazado todos los intentos para aliviar la terrible agonía (Mateo 27:34), pero plenamente consciente del significado y del éxito de su muerte expiatoria, buscó remedio para su dolor físico y tomó el vinagre (v. 29), y una vez recibido, lo bebió (v. 30). A continuación, declaró que su misión estaba cumplida y que el salario del pecado había sido “pagado en su totalidad” (tetelestai), o que estaba “consumado”, lo que justamente significa “completar, hacer perfecto, llevar a cabo lo que se dice”, o “cumplir una promesa”. Tras haber completado su misión de expiar el pecado del mundo (Juan 3:16) y de haberlo declarado un éxito, Jesús murió físicamente, experimentando el sueño de la muerte (Mateo 27:50-51).
Por último, la redención, o la semana de la re-creación, termina de la misma forma que la semana de la creación, con el Sábado. Cuando Jesús había completado el plan de salvación, entró en un Sábado de descanso por primera vez desde su nacimiento, tal como se anunció en Génesis 2:1-3. Todo esto significa que nuestra salvación fue comprada y forjada en la cruz, no en la tumba. Cuando Jesús había “terminado” su obra de salvación para la restauración de la humanidad en el sexto día, entonces descansó en el séptimo, tal como lo había hecho después de crear a los seres humanos en el sexto día (Hebreos 4:10).
Hyveth Williams es pastora titular de la Iglesia de Campus Hill, en Loma Linda, California.

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