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Escuela sabática: Diez maneras de trastornar su vida siguiendo a Cristo

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Todos quieren ir al Cielo, pero nadie quiere morir.

—Alison Krause

En una familia de iglesias cuya moderna obsesión ha sido agregar nuevos nombres a las listas de miembros, el discipulado ha retrocedido frente a la conversión.

Jesús se destacaba por su desinterés en ganar nuevos conversos. Al final de tres años y medio de ministerio, tenía una ganancia neta de sólo once discípulos. Cuando las multitudes se congregaban a su alrededor para unirse a su movimiento, todo lo que hacía era despedirlos (véase, por ejemplo, Juan 6:1–15). Aquellos que se acercaban a Jesús con el deseo de conseguir un puesto en su movimiento, eran severamente desafiados a revisar sus intenciones y compromiso.

Para Jesús, un converso debía estar realmente “convertido”—debía cambiar real y concretamente de un mundo a otro, de un conjunto de lealtades a otro. Hay muchos textos que demuestran de qué manera Jesús enfrentaba este problema, el cual persiste hasta el día de hoy.

De todos los severos reproches que Jesús dirigió a sus candidatos a discípulos, ninguno me ha llamado tanto la atención como los tres que se registran en una rápida secuencia en Lucas 9:57–62. Aquí, Lucas ha condensado para sus lectores un ejemplo del tipo de interés que producía el ministerio de Jesús. La gente era atraída hacia él con regularidad. A veces eran sus palabras poderosas y valientes, dirigidas al status quo. Otras veces eran sus actos milagrosos. Y en otras ocasiones, su profunda compasión. Estos tres arquetipos de discípulos, digamos, tenían compromisos anteriores—los tres querían que el discipulado calzara adecuadamente con su vida—que se conformara adecuadamente a sus compromisos anteriores. Jesús hacía caso omiso de ellos de una manera que parece casi áspera.

El importante contexto vital de estos tres candidatos a discípulos, es una frase que sirve de pívot en la narración de Lucas: “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (9:51).

Este paradigmático “viaje a Jerusalén” ocupa casi la mitad del Evangelio de Lucas. El lector sabe que este viaje no terminará bien para Jesús. Iba a Jerusalén para recibir condena y rechazo, para morir como un criminal político. Le expresión “afirmó su rostro” hace algo más que simplemente señalar cuál era el itinerario de Jesús. Nos dice algo acerca de su determinación y sobre el enfoque de su vida. Él tenía una misión y nada lo detendría.

Si retrocedemos un poco para ver la historia que nos lleva hasta el versículo 51, notaremos que hubo problemas incluso antes de que comenzara el viaje a Jerusalén. Como es típico, en el versículo 46 los discípulos estaban discutiendo sobre cuál de ellos sería el más importante. Parece que, una vez más, los discípulos habían mezclado sus propias ambiciones personales con los propósitos de Dios.

Toda vez que el ministerio de Dios es llevado adelante—cuando muchos reciben sanidad, cuando se proclama el Reino de Dios—algunos ambiciosos quieren el crédito o la gloria para sí. Esto era así en los días de Jesús y permanece de la misma manera hasta hoy. Toda vez que Dios está haciendo algo, hay candidatos a discípulos que mezclan sus propias ambiciones personales con los propósitos de Dios. Un aspecto de lo que implica seguir a Jesús, como un discípulo fiel, es permanecer alertas frente a nuestras ambiciones personales, y aprender a dejarlas de lado para seguir a Jesús. Después de todo, esto no es un paseo en la naturaleza—nos dirigimos a Jerusalén.

Volviendo a nuestros tres candidatos a discípulos, otra vez somos confrontados por la aparentemente extraña respuesta de Jesús. Confieso que Jesús me sorprende.

Me imagino siendo abordado por esos “buscadores”, que me dicen: “queremos ir contigo dondequiera que vayas”. Desde luego, yo los animaría. Quizás les daría estudios bíblicos, oraría con ellos, los instruiría, y los ayudaría a unirse a la iglesia.

Pero Jesús no hizo eso. Sus tácticas de obra misionera eran, ¡bueno!—un poquito más severas. La primera persona se acercó a Jesús queriendo unirse a él en el viaje, pero Jesús lo desanimó abiertamente. “Somos esencialmente personas sin hogar”, le dijo. “Podrías querer reconsiderarlo. Incluso los animales salvajes tienen un lugar donde hacer su hogar—un lugar para dormir en la noche. Pero nosotros no—no tenemos donde reclinar nuestras cabezas. Si quieres venir con nosotros, esas son las condiciones”.

El segundo candidato a discípulo quería seguir a Jesús, pero después de enterrar a su padre adecuadamente. Ese parece ser un deseo razonable. Pero la respuesta de Jesús suena como sin corazón—“deja que los muertos entierren a sus muertos”. Un tercer hombre quería seguir a Jesús, pero sólo después de despedirse de su familia. Jesús no tiene nada que ver con eso: “Nadie que pone su mano en el arado y mira para atrás es digno de mí”.

Tengo ganas de protestar: “¡Vaya, esos son requisitos muy altos, Jesús! No tienes mucha sensibilidad hacia los buscadores. Quiero decir, ¿cómo quieres tener un buen número de seguidores cuando cuesta tanto complacerte? ¿No podrías por lo menos mostrar cuáles son los beneficios? Tal vez después podrías hablar del lado negativo”. Casi parecería que Jesús no quería que la gente se uniera a su misión.

Conversando con un amigo hace muchos años, ambos luchando con el asunto de la evangelización y el discipulado en nuestras respectivas iglesias, nos preguntábamos cómo esta enseñanza de Jesús podría aplicarse en el contexto actual de la iglesia. La iglesia contemporánea, de la cual el adventismo es parte, está muy preocupada por el crecimiento numérico –se podría decir que ansiosa. Los pastores harían cualquier cosa, al parecer, para lograr que las enseñanzas de Jesús fueran más agradables, de modo que más gente se uniera a sus iglesias.

Mi amigo reflexionaba que, en tanto que nosotros nos inclinamos a predicar sermones del tipo “Diez maneras en que el cristianismo mejorará su vida”, Jesús estaba mucho más inclinado a predicar sermones como éste: “Diez maneras en que, siguiéndome, trastornará su vida”. Frecuentemente les aconsejaba considerar lo que Dietrich Bonhoeffer denominaba “el costo del discipulado”. ¿Por qué nosotros tememos hablar claramente sobre este “costo”?

En vez de seguir el ejemplo de Jesús, la iglesia contemporánea ha estado tan ansiosa por ganar adeptos que, por generaciones, hemos enseñado a la gente que Jesús puede calzar en su vida y en sus planes. En efecto, la iglesia ha enseñado, incluso, que el propósito de Jesús es hacer que tu vida funcione—hacerte exitoso y feliz. Sin embargo, no encuentro eso en ninguna parte en las Escrituras. Todo lo contrario, los que se acercaban a Jesús con esas expectativas y condiciones, eran desanimados para seguirlo.

Es claro que no somos Jesús. No sabemos tampoco qué era lo que suscitaba la curiosidad de la gente por Jesús. Personalmente, creo que siempre seré uno de los que alimentará a la gente en el camino del discipulado. No creo que este texto bíblico sea una licencia para desanimar a la gente con respecto a ser discípulos. Pero tampoco tenemos licencia para ofrecer a la gente otra cosa que no sea el evangelio. Nuestro mensaje no es que la gente puede “tener a Jesús en su vida”, como lo ha dicho a menudo la iglesia. En ninguna parte la Biblia enseña que podemos tener a Jesús como parte de nuestras vidas. Con Jesús no existe terreno intermedio. O lo sigues completamente, o no lo haces.

Tampoco vayas mirando por sobre tu hombro. Jesús usa una ilustración que, para los que tenemos una vida urbana, no significa mucho. Pero si estás arando en el campo en una hilera, y miras por sobre tu hombro para ver cómo está quedando el trabajo, incluso si la hilera ha quedado perfectamente derecha hasta ese punto, comenzarás a desviarte. No puedes seguir a Jesús mientras miras por sobre tu hombro. Y tampoco puedes seguir a Jesús con tu propia lista de expectativas.

Así que, seamos claros—Jesús quiere discípulos. Jesús amaba a sus discípulos, nos dice Juan, hasta el mismo fin. Confió su reino a estos doce locos, y a las docenas de otros hombres y mujeres que se agruparon alrededor de él. Pero hay varias lecciones acerca del discipulado que Lucas quiere que obtengamos de esta historia.

  1. El discipulado no tiene que ver con la grandeza, ni con el poder o los puestos. No puedes ser discípulo de Jesús mientras estás constantemente comparando tu grandeza con la de tus vecinos.
  2. El discipulado no consiste en borrar al enemigo, o en triunfar sobre el mundo. El discipulado tiene que ver con una marcha constante y determinada de amor abnegado. Con cada paso, nos entregamos a nosotros mismos para el mundo y el reino de Dios.
  3. No puedes ser un devoto discípulo de Jesús con una lista agregada de condiciones previas. Jesús no calzará en tu vida, y él no va a aceptar ningún acuerdo prenupcial. En esto Jesús no está siendo duro. El viaje a Jerusalén—a la cruz—va a demandar todo lo que tienes. Jesús necesita nuestra lealtad sin reservas.
  4. El discipulado incluirá sufrimiento. El viaje será difícil, pero gratificante. Todo lo que es verdaderamente bueno o hermoso, como para procurarlo con toda tus fuerzas, es digno del sacrificio. ¿Son los discípulos más grandes que su Maestro?
  5. Finalmente, los discípulos no pueden seguir a Jesús mientras miran por sobre su hombro para contemplar cómo lo han hecho en el pasado. Después de todo, ¿cuándo nos está pidiendo Jesús que lo sigamos? No ayer, sino hoy y mañana.

Ryan Bell es pastor titular de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, de Hollywood.

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