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Escuela sabática: Cristo en el crisol

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

La película de Mel Gibson La pasión de Cristo atormentó al mundo durante mucho tiempo. No vi la película, porque no quise que un espectáculo sangriento holywoodizado se quedara grabado en mi mente. La respuesta de todas partes, sin embargo, puede haber excedido incluso las expectativas del propio Gibson—el foco en el sufrimiento, brutalidad y locura humanos.

Lástima que Gibson no tenía idea de lo que estaba sucediendo ese día en el Gólgota. A nadie le aportó una comprensión acerca del “Cristo en el crisol”. Jamás dio la más remota sugerencia de que los otros dos hombres que fueron crucificados sufrieron más que Jesús, físicamente, en ese día espantoso. Tampoco le dijo a sus espectadores que muchos miles habían sido crucificados por los romanos antes que Jesús, y que también lo fueron después, muchos de ellos agonizando en ese horrible madero durante varios días. ¡Pero Jesús murió en seis horas!

¿Qué estaba sucediendo durante esas seis horas? En términos simples, cuando Jesús murió en esa cruz romana, ¡tenía mi nombre y mi rostro en su mente!

La Biblia no es ambigua con respecto a esto. Jesús murió para darnos “redención por medio de su sangre” (Efe. 1:7). Pablo lo estableció de manera categórica cuando dijo, “sin derramamiento de sangre no hay remisión” (Heb. 9:22). En el Getsemaní y en el Calvario, Jesús abrió la puerta para que tú y yo podamos regresar al Edén.

Incluimos el Getsemaní, porque en el huerto Jesús derrotó a Satanás definitivamente, en la lucha humana más intensa que se pueda imaginar. Una inteligencia humana, sin otra ventaja especial que el haber elegido a su propia madre, le demostró al Universo que Dios había sido justo y bueno en todos sus tratos con los seres inteligentes que había creado. Su alma estaba “extremadamente triste, hasta la muerte” (Mat. 26:38).

¿Qué es lo que causaba su sufrimiento? ¡No los clavos romanos! ¡No su cuerpo sangrante y lacerado! Estaba experimentando lo que todos los pecadores experimentarán en lo que llamamos la “segunda muerte” (Apoc. 20:6). Estaba experimentando el abandono de Dios (Mat. 27:46). “El destino de la humanidad temblaba en la balanza.…Todavía no era demasiado tarde.…Que el trasgresor reciba la penalidad de su pecado.…Cayó moribundo al suelo.…Dios sufría con su Hijo.…El ángel vino, no para tomar la copa de la mano de Cristo, sino para fortalecerlo a fin de que la bebiera.…La agonía de Cristo no cesó, pero su depresión y su desánimo lo dejaron.…Había soportado lo que ningún ser humano podría jamás soportar; porque había sufrido los dolores de la muerte por todos los seres humanos”.1

Lea los Evangelios y trate de representar el papel de Jesús, y note que en unos pocos minutos usted estará desesperado. ¿Por qué? ¡Porque cualquiera que mira a la Cruz y al Getsemaní puede experimentar, aunque sea pálidamente, lo que será morir la “muerte segunda”! ¡Sin la ayuda de dobles! ¡Sin segundas tomas! ¡En tercera dimensión, en vivo y en directo, para que todo el mundo vea y entienda, sin importar qué escolaridad o lenguaje tengan!

Jesús podría haber muerto en Getsemaní para los ángeles y los mundos no caídos—pero, ¿cómo podría tener la Imagen Completa alguien que viviera en el Planeta Tierra después del año 33 d.C.? ¡No es raro que Pablo, el brillante graduado de las escuelas de Tarso y Jerusalén con altas credenciales, tuviera un mensaje definitivo: “predicamos a Cristo crucificado…poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:23–24)!

¡Oh, había mucho más! Cristo murió para demostrar que Satán estaba equivocado en su diabólica promesa a Eva, “ciertamente no morirás” (Gén. 3:3). Los más grandes filósofos y teólogos todavía tienen que ver todo esto con claridad. Cristo murió para demostrarnos a todos que el pecado lleva a la entropía—la disolución de todas las cosas afectadas por el pecado y los pecadores. Contradiciendo las leyes del Universo, el pecado conduce a la muerte. No es de extrañar que Dios hiciera un llamado a Israel: “Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere” (Eze. 18:31–32).

En vista de todo esto, ¿cómo puede alguien decir que Jesús murió para satisfacer a un Dios airado? Por supuesto, Dios estaba ofendido, pero por el pecado—que contradice a su amor y sabiduría. ¡La ofensa era medida por su angustia por los pecadores! ¡Su angustia es medida por su amor de padre hacia sus hijos extraviados y caídos! ¡Dios odia el pecado pero no a los pecadores! Esa es la razón de por qué, aún conociendo el riesgo de fracasar, el amor de Dios halló el camino a través de esta pesadilla que, de otro modo, sería insoluble.2

Cuando Jesús murió, tenía tu rostro en la mente. ¡Murió por ti! En el gran tiempo por venir, ¿qué verá Jesús—tu sonrisa agradecida o tu memoria, al mirar sus heridas en las manos? Ah, ¡el “crisol” valía la pena!

Notas y referencias

1 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, 690–92 (en inglés).

2 Ibid., 49; Elena de White, Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 196 (en inglés); y Herbert E. Douglass, Love Makes a Way (Nampa, Idaho: Pacific Press, 2007).

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