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El ministerio Sumo-Sacerdotal de Jesús

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)
Entre los escritos del Nuevo Testamento la obra sacerdotal de Cristo es más plenamente desarrollada en Hebreos.1 En este libro Jesús es aludido exclusivamente como un sumo sacerdote. Esto se dice explícitamente en nueve ocasiones (2:17; 3:1; 4:14-15; 5:5, 10; 6:20, 7:26, 8:1, 9:11); y está implícito dos veces (7 : 28; 8:31). Además, seis veces se le llama sacerdote (5:6, 7:16, 17, 20, 21), pero en estos casos las asociaciones contextuales muestran claramente que el término se refiere a su ministerio sumo-sacerdotal. Esto significa que su ministerio celestial está relacionado con el Día de las Expiaciones, ya que en este día se concentraba la actividad del sumo sacerdote.
El ministerio sumo-sacerdotal de Jesús viene a ocupar un lugar preponderante desde el comienzo mismo de Hebreos. Después de describir al Hijo como la revelación definitiva de Dios, y como el Creador y Sustentador de todas las cosas (1:1-2), el libro declara que después que el Hijo “ha proporcionado la purificación de los pecados”, se ha sentado a la mano derecha de Dios (1:3). Esta purificación o limpieza de pecados, más tarde interpretada como la eliminación de los pecados (9:26), recuerda uno de los efectos del Día de la Expiación ritual en Israel, donde se usa la misma palabra para “limpieza” o “purificación” que en la versión griega –la única versión citada por Hebreos: “Porque en el día de hoy se hará expiación por vosotros, para purificaros; porque seréis limpios de todos vuestros pecados ante el Señor”. Que Cristo se sienta después de hacer la purificación (también 10:12 y 12:2 ) indica que ya ha efectuado la ofrenda de sí mismo para salvación eterna (5:9, 9:12), la cual es aplicada, mediante su ministerio perpetuo en el cielo, a los creyentes a medida que vienen ante el trono de la gracia para recibir la misericordia de Dios (4:16).
Hebreos 4:14-16, 6:19-20, y los capítulos 7-10, continúan con la imagen de la actividad sumo sacerdotal de Cristo, de la cual Heb. 1:3 es sólo una sinopsis. Estos pasajes hacen muy claro que el sacrificio de Jesús, hecho de una vez para siempre, quita los pecados, santifica y perfecciona las conciencias de los creyentes, los trae ante el trono mismo de Dios, y les concede total garantía de salvación.
La pregunta que surge es por qué estos temas del ministerio sumo sacerdotal de Cristo, y la gloriosa realidad que éste efectúa, encuentran un lugar destacado en este libro de la Biblia. La respuesta está a la mano, y es muy práctica. Según 10:32-34, a los destinatarios originales del libro se les pide que recuerden el momento en que se convirtieron en cristianos y tenían una ardua lucha, con el sufrimiento como consecuencia de ello. Fueron públicamente expuestos a los abusos y la persecución. Algunos habían sufrido el saqueo de sus posesiones, otros fueron arrojados a la cárcel.
Ahora, en el momento en que Hebreos fue escrito, de nuevo enfrentaban dificultades y posiblemente la muerte. Esto puede deducirse del énfasis en Hebreos 11 sobre todas las ventajas de ser hebreos, comenzando por Moisés, que sufrió la persecución, la tortura y la muerte, y en Hebreos 12 sobre Jesús que “soportó la cruz, haciendo caso omiso de su vergüenza” (12:2). Se les pide a lectores que “consideren a aquél que padeció la hostilidad contra sí mismo de parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo” (12:3). En sus luchas aún no habían llegado hasta el punto del martirio (12:4), pero parece claro que se trataba de un riesgo inminente.
Por lo tanto, la situación de los lectores era grave. El camino de Jesús fue arduo y temible. En tales circunstancias, sería fácil que prevaleciera la decepción, y que la asistencia a los servicios religiosos disminuyera (10:25), que empezaran a surgir preguntas sobre la enseñanza cristiana (5:11-14), y que apareciera una raíz de amargura hasta poner en peligro su discipulado cristiano (12:15). Que perdieran su confianza y hubiera un retroceso (10:35, 39), es decir, la apostasía, era una clara posibilidad.
La imagen de Cristo como sumo sacerdote sirve a una doble función pastoral en Hebreos. Se habla tanto de la cuestión del sufrimiento de los lectores como de la apostasía que el sufrimiento podría engendrar.
En cuanto a la cuestión del sufrimiento, Hebreos enseña que lo que calificó a Cristo para ser nuestro sumo sacerdote, es que él comparte nuestra humanidad. Aquel que se identifica con nosotros considerándonos como sus hermanos y hermanas (2:12) tuvo que hacerse semejante a nosotros, y ser probado en todo tal como nosotros, a fin de que pudiera llegar a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote, capaz de ayudar a aquellos que están siendo sometidos a prueba (2:17-18; 4:15). Ya que sabemos esto, podemos acercarnos al trono de Dios con valentía para encontrar gracia para ayudarnos en nuestras dificultades (4:16). Cuando los lectores de Hebreos, y nosotros mismos, enfrentamos el desánimo, el sufrimiento y la muerte, deberíamos recordar que Jesús mismo ofreció súplicas a Dios con fuertes clamores y lágrimas, y fue oído por su reverente sumisión a Dios. Aun cuando era el Hijo de Dios, aprendió la obediencia y se perfeccionó a partir de lo que sufrió (5:7-9). Se exhorta a los que sufren a identificarse con su muerte, y a estar dispuestos a soportar los abusos que él padeció (13:13). El mensaje es: “Identificaos con vuestro sufriente pero victorioso sumo sacerdote”.
En cuanto a la apostasía, Hebreos destaca la imagen de los logros de Cristo como sumo sacerdote a fin de disuadir a sus lectores, en una situación extrema, de abandonar su identidad cristiana y dejar la comunidad, y de retroceder en su confianza en el sacrificio y en el ministerio celestial de Cristo. Al rechazarlo, perderían la limpieza de sus pecados, el acceso a la gracia y la presencia de Dios, la realidad espiritual del reposo, y la promesa de una patria celestial. En otras palabras, Hebreos presenta la grandeza de la salvación a través de Cristo, a fin de revelar el enorme daño y la innecesaria tragedia que significaría perderla, tal como se menciona enfáticamente en 2:1-3; 6:3-6 y 10:26-31.
Hebreos contiene un trascendental mensaje sobre el miedo para que los adventistas lleven a casa. No temamos a los próximos momentos de dificultad, porque nuestro sumo sacerdote, Jesús, ha pasado a través de ellos y nos llevará consigo cuando ocurran. Y no temamos por nuestra salvación en el juicio, sino sólo temamos rechazar una salvación y purificación que desde hace mucho tiempo están disponibles en Cristo, que nos dejaría, por tanto, sólo con una “terrible expectativa de juicio” (10:27). Sin duda, no podemos errar por creer en Hebreos cuando afirma que, en su muerte y en su ministerio sumo sacerdotal, Cristo abrió definitivamente la puerta salvífica que conduce a la presencia de Dios “dentro del velo”.2 Allí Cristo, nuestro predecesor, ha entrado en nuestro nombre (6:19-20) y “es capaz de salvar perpetuamente a aquellos que se acercan a Dios a través de él, porque él vive siempre para interceder por ellos” (7:25).
NOTAS Y REFERENCIAS
1 En esta lección se usa la Versión Revisada Estándar de la Biblia.
2 La expresión “dentro del velo” aparece varias veces en Levítico 16 para referirse a la entrada del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo, el lugar de la presencia de Dios, en el Día de las Expiaciones (16:2, 12, 15).
Ivan Blazen es profesor de Interpretación Bíblica y de Teología en la Universidad de Loma Linda.

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