Skip to content

Yo elijo el camino estrecho

the-narrow-road

Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14: 6). También dijo: “Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la Vida” (Mateo 7: 14).

Y normalmente, cuando mencionamos “el camino estrecho”unimos los dos textos para inferir que el camino del cristiano es un camino difícil, azaroso, lleno de dificultades. No en vano, la vida de Cristo en esta Tierra estuvo llena de peligros, dolor, dificultades y sufrimiento. Por ello es necesario pasar por todas las dificultades, pruebas y zancadillas del diablo para poder conseguir la Vida Eterna.

Supongo que todos los que me leéis habéis oído este razonamiento o incluso lo hemos utilizado para justificar nuestro sufrimiento y frustración cuando todo parece estar en nuestra contra.

Pero si lo volvemos a repensar hay algo que no tiene mucho sentido en esta forma de comprender “el Camino”. Dios se hizo hombre para darnos salvación. Vino a anunciar el Reino de Dios que es alegría, paz, satisfacción, consuelo, gozo, perdón, confianza… Todo lo contrario a un camino escabroso donde los pies sangran, fallan las fuerzas y se debilita la fe.

¿Y si hubiera otra forma de comprender las palabras de Jesús?

Una de las primeras señales de civilización es la construcción de caminos.

Los caminos comunicaban poblados y marcaban rutas de comercio. En tiempos de Jesús, el imperio romano, había construido una red inmensa de calzadas romanas, modernas, con toda clase de servicios. Las calzadas buscaban trazar el camino más corto entre dos poblaciones, pero a su vez debían ser prácticas, conectar la mayor cantidad de ciudades posible y que su trazado fuera cómodo. Se evitaban pendientes demasiado duras para los carruajes, se construían puentes sobre los ríos, se adoquinaban con piedras y se construían desagües laterales para evitar las inundaciones.

Las calzadas romanas eran vigiladas constantemente por patrullas de soldados para evitar a los asaltadores. Cada pocos kilómetros existían posadas para descansar con todo tipo de servicios: comidas, agua, habitaciones, establos, venta de alimentos y animales de recambio….

Lo lógico era transitar por las modernas calzadas en vez de por los antiguos caminos estrechos.

Pero Jesús afirma que esta maravilla de la ingeniería conduce a la perdición. ¿Por qué?

Hoy en día disponemos de maravillas de la ingeniería llamadas autopistas y autovías. Y realmente no se diferencian en mucho de las calzadas romanas, al menos en su planteamiento.

Cuando planificamos un viaje, el mismo GPS, elige las mejores carreteras, aunque por las carreteras secundarias haya menos kilometraje.

¿Por qué elegimos una autovía en vez de un camino de tierra?

Porque queremos hacer el viaje en el menor tiempo posible y llegar antes al final del trayecto. Tanta es nuestra ansiedad de llegar cuanto antes que muchas veces no hacemos las paradas recomendadas para que el conductor descanse, a no ser que sea imprescindible para usar los servicios o repostar combustible.

Durante el viaje ponemos música o la radio para que el tiempo se haga más ameno. A los niños les ponemos un reproductor de DVD, les damos una tablet o una consola portátil para que no molesten y hagan el viaje tranquilos. El copiloto aprovecha para echar una cabezadita. Y si nos preguntan qué tal el camino, solo podemos hacer referencia al estado del asfalto o a si había mucho o poco tráfico. Ninguno de los ocupantes del coche podemos dar referencia de si había parcelas de cultivo, montes, almendros o cuántos ríos hemos pasado.

Sabemos que circular por una autopista es peligroso, pero nos sentimos seguros dentro del coche, detrás del volante, como si de un escudo invencible se tratara. Sabemos que el exceso de velocidad, las imprudencias de otros conductores (porque nosotros no cometemos imprudencias) o nuestro propio cansancio al volante son graves peligros, pero no pensamos en ellos; hacemos como si el peligro no existiera.

La autopista está llena de señales que casi pasan desapercibidas excepto las que marcan la distancia hasta el destino. Y, sí, esas son las únicas que realmente nos importan. Y nos quejamos porque todavía quedan “x” kilómetros para llegar.

Finalmente, llegamos a nuestro destino, que es lo que realmente nos importa. Lo importante es llegar cuanto antes, pasar menos tiempo en el camino.

Y Jesús dice que este “camino ancho” lleva a la perdición. ¿Qué es lo que hemos perdido? Nos hemos perdido el camino. No hemos disfrutado del paisaje, de la compañía, no hemos aprendido casi nada. Hemos perdido el tiempo que ha durado el viaje.

En el concepto opuesto de los caminos está la senda de montaña, estrecha, tortuosa. El único medio de transporte capaz de circular por ella es nuestro propio caminar.

¿Por qué una persona decide caminar por una senda de montaña?

Un senderista busca la tranquilidad de la montaña, busca la belleza, la paz, el poder admirar el paisaje y cada uno de los elementos que se encontrará. Un senderista nunca sabe a ciencia cierta qué va a encontrar detrás del siguiente tronco o al cruzar el riachuelo. Deja que la vida, que el camino, le sorprenda. Y acepta la sorpresa de buen grado, como una bendición.

Un buen senderista nunca camina solo. Busca la compañía de alguien agradable con el que poder charlar, compartir los descubrimientos del camino y que admire, con su misma pasión, cada elemento que encontrarán. Una compañía ideal es aquella que, además, pueda enseñarte, que sea más observador que tú, que tenga más conocimientos; alguien del que aprender. Y que se ría, porque para acompañar a una persona quejosa y triste mejor nos quedamos en la ciudad.

Cuando un senderista planifica su viaje siempre tiene en cuenta el origen y el final del camino: su meta es llegar a su destino. Pero tan importante como llegar es disfrutar de cada uno de los recodos del camino: disfrutar de las vistas, de los animales que se puedan cruzar, de las flores y los árboles, de los perfumes, del viento o de la lluvia. Y si para ello debe dar un rodeo porque la línea recta está demasiado empinada o llena de aliagas (arbusto espinoso típico del monte mediterráneo) lo hará gustoso.

Un senderista llega a conocer tan bien el camino que ve en cada árbol, en cada nube y en cada desnivel las señales que le indican si está en el camino correcto o no.

El senderista sabe que puede encontrar peligros: el clima cambiante, el suelo quebradizo o la posibilidad de perderse por no haber visto una señal. Pero es consciente de ello y siempre está alerta, dispuesto a cambiar su itinerario si las condiciones del camino han cambiado. Sabe de su fragilidad en medio de la naturaleza, pero la acepta con humildad y respeto, y adecúa su comportamiento y actividad para evitar accidentes y no agredir al entorno.

Finalmente llegas a tu destino y lo haces satisfecho y con un poco de pena porque el camino se haya acabado, deseando regresar a ver ese mirador o a encontrar esa flor que crecía entre las rocas.

Y este es “el camino estrecho que lleva a la Vida”. Cada minuto del viaje ha sido vivido, disfrutado intensamente. Cada momento ha sido un hito de aprendizaje, de compañerismo, de vida.

Llevando esta comparación a la vida cristiana, nos equivocamos cuando pensamos que lo importante del camino es el final, la meta, el llegar.

El razonamiento de Jesús es “Yo soy el Camino que lleva a la Vida”. No dice “Me alcanzaréis al final del Camino”.

Cuando nuestro cristianismo solo tiene su mirada en el final, estamos yendo por “la autopista” de la vida. Viajando por el camino ancho, preocupados únicamente por llegar, nos perdemos el Camino: no lo vivimos, no disfrutamos de él. No vivimos a Jesús en nuestra vida.

Sin embargo, transitar por el camino estrecho, por la senda de montaña, es estar en Jesús. Y al estar en Jesús estás en la Vida. Lo importante para el cristiano es Cristo, es el camino mismo, no el final del camino. Tan importante para el cristiano es llegar como ESTAR en el camino.

La elección de camino es una cuestión de actitud y de relación con el camino mismo.

¿Qué es para el cristiano el pasar por esta vida? Si crees que esta vida es un mal menor en beneficio de un bien mayor que se encuentra al final del camino, si crees que debemos pasar por ella lo antes posible en la seguridad que nos ofrece el viajar dentro de nuestro vehículo, si no te importa qué hay en los márgenes del camino, entonces estás eligiendo el camino ancho.

Por el contrario, si crees que el camino de esta vida es un regalo de Dios, si crees que Dios desea que disfrutes de su compañía en todo momento, ahora y cuando llegues a tu destino, si crees que la hermosura del camino está en sus márgenes, entonces estás eligiendo el camino de la Vida.

¿Y qué hay de las dificultades, del dolor y del sufrimiento del camino estrecho?

No hay más que leer las noticias y las estadísticas: muchas más personas pierden su vida en las carreteras que paseando por la montaña.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.