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Por qué mataron a Jesús: un sermón

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Hoy [28 de agosto] se conmemora el movimiento por los derechos civiles y su marcha en Washington, EE.UU. El pasado sábado 24 de agosto, Matt Burdette fue invitado a dar el sermón en la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Hightstown, ciudad ubicada en el estado norteamericano de Nueva Jersey. A continuación presentamos una transcripción [traducida del inglés] de ese sermón.

Este miércoles 28 de agosto es el cincuenta aniversario de la marcha a Washington D.C. del movimiento por los derechos civiles en la que el Rev. Dr. Martin Luther King, Jr. pronunció su famoso discurso “Yo tengo un sueño”. Hoy [sábado 24 de agosto] miles de personas se reúnen en el Lincoln Memorial en Washington D.C., no sólo para conmemorar el evento, sino también para recordar a la nación y al mundo que la lucha no ha terminado, que el sueño americano de Martin King no se ha realizado, que la mayoría de la población humana sigue viviendo en lo que Malcolm X llamó la pesadilla americana.

Apuesto que todos en esta sala tiene un alto concepto de Martin Luther King y de lo que él y los otros incontables activistas de los derechos civiles lograron en este país.

Pero quiero comenzar recordando que hace cincuenta años, la Iglesia Adventista del Séptimo Día no quería tener nada que ver con el movimiento por los derechos civiles. Mientras que mucha gente hacía “viajes de libertad”, corría el riesgo de sufrir daños físicos al sentarse en restaurantes solo para blancos, marchaba a estados del sur en los que había linchamientos, todo ello en una lucha por la libertad y la igualdad, los adventistas del Séptimo Día continuaron adorando cada sábado, siguieron absteniéndose de carne impura y alcohol, continuaron predicando acerca de la Ley Dominical Nacional y la Iglesia Católica e identificando a todas las otras bestias de Daniel y Apocalipsis, continuaron refiriéndose a sí mismos como la iglesia remanente de los últimos días de Dios; mientras la cafetería de la sede de la Asociación General estaba racialmente segregada, al igual que las asociaciones locales. Los adventistas estaban más comprometidos con su creencia en la separación de Iglesia y Estado que con la difícil situación de los pobres y oprimidos.

Y por si lo hemos olvidado, las asociaciones locales todavía están racialmente segregadas. Y los adventistas continuamos diciendo que somos la iglesia remanente de los últimos días, seguimos predicando acerca de las bestias y los cuernos y anticristos, continuamos absteniéndonos de ciertos tipos de alimentos y bebidas, y seguimos observando el sábado.

Mientras tanto, hay más personas negras y mulatas que hoy viven en la pobreza que las que había hace cincuenta años. Hay más hombres negros encarcelados en nuestro complejo industrial de prisiones que el número de esclavos en 1850. Este es el Nuevo Jim Crow!

Cada día muchos niños temen por su vida; y muchos de ellos la pierden. Últimamente mueren niños de manera indiscriminada a causa de los ataques con drones que ocurren dentro del marco de una guerra sin fin contra el terrorismo; también a causa de los criminales de guerra del gobierno de Estados Unidos que sirven sólo a los intereses de las empresas y del complejo militar industrial.

Millones de personas aquí en Estados Unidos tienen que trabajar en varios empleos para mantener a sus familias porque no pueden ganar un salario digno, y en todo el mundo la gente muere de hambre y desnutrición. ¿Y nosotros? Nosotros nos peleamos por si la versión King James es más precisa que la Nueva Versión Internacional, o si es aceptable que los niños anden en bicicleta el Sábado.

Tal vez algunos de ustedes se preguntan por qué estoy hablando de política en la iglesia, ya que, después de todo, los Adventistas del Séptimo Día creen firmemente en la separación de Iglesia y Estado. Tal vez otros de ustedes se están preguntando qué tiene esto que ver con usted, o con la fe cristiana, o con la iglesia.

Hoy quiero decirles la verdad. A algunos de ustedes no les va a gustar. Otros no estarán de acuerdo con ella. No pasa nada. Esta semana, mientras me preparaba para este sermón, resolví que iba a ser sincero con ustedes sobre algo que me pesa mucho -una fea verdad que no es fácil de decir y difícil de escuchar. Pero he decidido ser sincero con ustedes, y eso es lo que voy a hacer.

Hoy en día, usted y yo estamos en una crisis muy grave. Y digo esto porque hoy, si Jesús de Nazaret entrara en una iglesia adventista, no creo que se identificara con su mensaje. Tampoco creo que Jesús nos reconocería como a sus discípulos. Las cosas que defendemos no son las cosas que Jesús defendía, y las cosas que rechazamos no son las cosas a las que Jesús se opuso.

El mensaje que predicamos no es el mensaje que puso a Jesús en la cruz. Si Jesús predicara lo que predicamos, hiciera lo que hacemos y viviera como vivimos, nadie lo habría ejecutado. Si nuestra vida, nuestras palabras y nuestras acciones como comunidad en ningún caso causarían la crucifixión de Jesús, tampoco nos crucificarán a nosotros. Y seguir a Jesús es, ante todo, llevar una cruz, y un día ser clavado en la cruz. Hermanos y hermanas, hoy estamos en una crisis.

Hace dos mil años Jesús dijo que no todo el que le dice: “Señor, Señor”, es su discípulo, y eso es tan cierto hoy como lo fue cuando lo dijo. Hace dos mil años Jesús dijo que habría muchos falsos Cristos, y hoy en día es tan cierto como lo fue cuando Jesús lo dijo. Pero tendemos a pensar que esto significa que habrá personas caminando por ahí llamándose a sí mismos Jesús-y, de hecho, existen esas personas, pero son ignoradas.

Pero ¿y si la razón de que no todo el que dice “Señor, Señor” es un verdadero discípulo y la realidad de los falsos Cristos es que las personas que dicen ser seguidores de Jesús simplemente usan su nombre, pero no están siguiendo al verdadero Jesús? ¿Y si la fe cristiana que practicamos fuera la de un falso Cristo, la de un Cristo que nada tiene que ver con el Cristo de la Escritura? ¿Qué pasa si la persona a quien llamamos “Señor, Señor” no tiene nada que ver con Jesús de Nazaret?

Hoy afirmo ante ustedes que este es de hecho el caso. Hay muchos cristianismos disponibles para nosotros hoy en día, muchos Cristos que se nos ofrecen hoy en día, pero así como hay un solo Jesús, sólo hay un cristianismo que es fiel a él. Tenemos que volver a los fundamentos de la fe si queremos recuperar el verdadero camino. Pero también hay que preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí.

Ninguno de nosotros puede escaparse de su contexto vital. Su identidad, ya sea hombre o mujer, negro, mulato o blanco, rico o pobre, americano o egipcio, condicionará su estilo de vida y la forma de entender la vida. Y lo más importante, quién quiera que usted sea en este mundo condicionará su manera de entender el mensaje de Jesús.

Por ejemplo, es imposible que los esclavistas blancos de este país del s.XIX que adoraban a Jesús tuvieran la misma fe que los esclavos negros que también adoraban a un Dios llamado Jesús. Cuando los dueños de esclavos se enteraron de que el apóstol Pablo decía que en Cristo no hay esclavo ni libre, entendieron que esto significaba que el hecho de que eran dueños de otros seres humanos no tenía ninguna importancia espiritual. Pero cuando los esclavos se enteraron de que en Cristo no hay esclavo ni libre, entendieron que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob que sacó a los israelitas de Egipto y liberó a Jesús de la muerte no los dejaría en las cadenas para siempre, que el crucificado y resucitado Jesús detestaba la esclavitud tanto como ellos. Su posición social en el mundo de los tiempos bíblicos les llevaba a entender el mundo, la Biblia y a Jesús de una manera y no de otra. Esto era así entonces y también lo es hoy en día.

Cada uno de nosotros debe entender quién es y de dónde viene, si quiere ser capaz de examinar con sinceridad y de manera crítica su fe.

Nací aquí, en Nueva Jersey. Al igual que muchos antes que yo, yo soy el hijo de piel oscura de un padre blanco y una madre negra. Yo soy el descendiente de esclavos y amos de esclavos, hijo de linchadores y linchados, de los colonizadores y los colonizados, del capital y del trabajo. Yo soy el hijo de África y el hijo de Europa.

Mi madre nació en Haití. Le pusieron un nombre francés, un recordatorio de que sus antepasados ​​fueron una vez secuestrados en África y vendidos a los criminales franceses, obligados a olvidar su lengua materna y a aprender el idioma de sus así llamados “civilizados” captores, y se les dio nuevos nombres para que también se olvidaran de que hubo un tiempo en que eran libres.

Pero mi madre no se quedó en Haití. Como muchos de ustedes aquí hoy, descubrió que el lugar de su nacimiento era un lugar devastado por sus amos coloniales, que la única manera de encontrar una vida mejor sería viajar a la tierra de los colonizadores, donde la riqueza se había acumulado. Así que tuvo que salir de su casa y viajar al norte, primero a Canadá y luego a los Estados Unidos, y aprender el idioma de los otros colonizadores y esclavistas: el inglés.

Mi padre nació ciudadano de este país, al igual que sus padres y abuelos. Mi nombre es Burdette y las personas que llevan este nombre llegaron por primera vez a este país por su propia voluntad desde Inglaterra. Se establecieron en Virginia y Virginia Occidental. Debido a que su piel era blanca, se les permitió tener propiedades, comprar armas para protegerse, viajar a donde quisieran sin temor a la violencia indiscriminada, poseer esclavos, asistir a las escuelas que deseaban, votar a personas que representaban a sus intereses.

Mi padre habla el idioma de sus antepasados y lleva su nombre. Él nunca tuvo que abandonar el país de su nacimiento con el fin de encontrar un salario digno. Debido a los innumerables derechos otorgados a él, derechos negados a tantos otros, mi padre fue capaz de trabajar duro, mejorar su vida y finalmente, convertirse en el dueño de su propio negocio. Gracias a su propio trabajo duro, pero también a los muchos privilegios otorgados a los blancos en esta sociedad, mi padre no teme no tener para comer, o no ser capaz de pagar el combustible, o pagar la próxima factura.

Nací en esta familia. Estos son mis origines y no hay forma de cambiarlos. Mis orígenes condicionan la forma en que veo el mundo y cómo entendiendo qué significa ser cristiano. Evidentemente, esto no es lo único que me influye. Hay mucho más.

Yo también nací en esta iglesia, en esta misma congregación. Fue en este edificio, justo al final de las escaleras, donde he aprendido acerca de Jesús. Esta iglesia siempre ha sido un tanto diversa. Siempre ha sido blanca y negra e hispana. De hecho, en la actualidad hay más personas negras y mulatas que otra cosa. Pero que yo sepa, nunca ha habido un pastor negro o hispano.

Y aunque no hay demasiadas imágenes, las pocas imágenes de Jesús que se encuentran en esta iglesia son imágenes de un Jesús de piel blanca, de ojos azules que se parece más al rey Enrique II que a un judío palestino ejecutado por el imperio romano. Lo mismo pasa con las ilustraciones de los cuadernos de los niños y Biblias para niños. Y no era sólo que Jesús en esas imágenes tenía la piel blanca, cabello castaño claro y ojos azules. Es que la historia de Jesús que esas imágenes contaban era la historia del Jesús Blanco, del Jesús europeo de los colonizadores europeos y de los amos de esclavos. Y permítanme ser claro: no se trata sólo de quién es el pastor, o de qué tipo de Jesús muestran las imágenes en nuestra iglesia. El problema está en la misma fe.

Este mundo está habitado por los poderosos y los débiles, los ricos y el resto de nosotros, los opresores y los oprimidos, los libres y los esclavos; y cada uno de nosotros en última instancia debe elegir la causa de quién apoyará. Y la que elijamos va a determinar lo que significa para nosotros ser cristiano. La pregunta es la siguiente: ¿es la fe que practicamos la fe de los ricos o la fe de los pobres? ¿Es la fe de los dueños de esclavos o la de los esclavos? ¿Adoramos al Dios que adoran los colonizadores, o oramos al Dios de los colonizados? ¿Adoramos al Dios que adoran en Wall Street o adoramos al Dios de los trabajadores mal pagados? ¿Sirvo al Dios de los antepasados ​​de mi padre, o al Dios de mi madre?

Permítanme complicarlo todavía más.

No importa cómo entienda usted lo que Jesús dijo e hizo. Lo único que no se puede negar es el hecho de que los líderes religiosos, las autoridades romanas y una multitud enojada vieron a Jesús como una amenaza suficiente para entregarlo a Poncio Pilato para ser crucificado. Esto significa que Jesús fue ejecutado como un rebelde político. Si simplemente hubieran acusado a Jesús de ser un blasfemo, lo habrían apedreado y el gobierno romano no habría querido tener nada que ver con su muerte.

El simple hecho de que Jesús fue crucificado ya nos dice mucho acerca de él. Su mensaje asustó a la gente instalada en el poder. Los poderosos entendieron que el mensaje de Jesús tiene implicaciones políticas de largo alcance y la única manera de hacerle frente era clavándolo en una cruz. Las personas en el poder entendieron que su poder estaba amenazado por Jesús. Cada palabra de Jesús era una mala noticia para ellos. Y así lo crucificaron. Y la muerte que dejó a Jesús en silencio les trajo consuelo. Su muerte fue una buena noticia para ellos.

Pero Dios lo resucitó, y para el pueblo y los poderes y las causas que se beneficiaron de la muerte de Jesús, su vida resucitada era y sigue siendo hoy en día una muy, muy mala noticia. Sí, la buena nueva de que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos es una buena noticia, pero no nos equivoquemos al respecto: se trata de una mala noticia para cualquier persona que se benefició de matar a Jesús. Pero ¿quiénes eran ellas, las personas que se beneficiaron de la muerte de Jesús?

Volvamos al texto bíblico de hoy:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar a los pobres
la buena noticia de la salvación;
me ha enviado a anunciar
la libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos;
a liberar a los oprimidos
y a proclamar un año en el que
el Señor concederá su gracia.

 

Si las buenas nuevas de Jesús eran para los pobres, entonces Jesús era una mala noticia para los que mantenían a los pobres en la pobreza. Si la buena noticia de Jesús era una buena noticia para los cautivos, entonces Jesús era una mala noticia para los que injustamente se benefician de mantener a las personas encarceladas. Si la buena noticia de Jesús fue para los cegados por la desinformación y la propaganda, y por los políticos mentirosos, entonces Jesús era una mala noticia para quienes se benefician de mantener a la gente en la oscuridad con sus mentiras. Si la buena noticia de Jesús era para los oprimidos, entonces Jesús era una mala noticia para todo opresor.

Por lo tanto, lo mataron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Y hermanos y hermanas, este Jesús que es el mismo ayer, hoy y por los siglos sigue siendo una buena noticia para los pobres, para los presos, para los ciegos, para los oprimidos. Y eso significa que este Jesús que es el mismo ayer, hoy y por los siglos sigue siendo una mala noticia para los ricos, para el complejo industrial de prisiones, para los políticos corruptos, y para todo opresor.

Por lo tanto ustedes que se llaman a sí mismos discípulos de Jesús: ¿es el hecho que usted está vivo una buena noticia para los pobres? ¿Es el hecho de que usted está vivo una mala noticia para los ricos? Ustedes que se llaman a sí mismos cristianos, ¿para quién es su vida una buena noticia? ¿Para quién es una mala noticia su vida? Ustedes que predican el evangelio, ¿su evangelio lleva consuelo a la gente de Wall Street o lleva consuelo a los trabajadores invisibles de la fábrica y a los inmigrantes a quien se les niega sus salarios? Ustedes que llevan el nombre de Jesús, ¿es su vida una buena noticia para aquellos que se benefician de la opresión, o su vida trae libertad a los oprimidos?

Esta es una iglesia adventista del Séptimo Día y tengo que decir que durante mucho tiempo la Iglesia Adventista ha sido una buena noticia para las personas equivocadas. Nosotros, como pueblo llevamos mucho tiempo obsesionados con nuestras vidas espirituales privadas, ignorando el sufrimiento que nos rodea. Hemos estado más preocupados de la carne de cerdo que de la pobreza, más preocupados por el cerdo que por las prisiones. Estamos más preocupados por las bestias que vendrán en el futuro que por las bestias que nos rodean y que pisotean a los mismísimos por quien Cristo murió. Nos obsesionamos con lo que ponemos en nuestros estómagos, mientras tanto gente de todo el mundo no tienen qué comer. Hablamos de ángeles y demonios y del conflicto cósmico, mientras tanto cada día hay personas que pierden partes del cuerpo o de la familia o hasta sus propias vidas en guerras injustas. Esperamos a Jesús para que nos saque de este mundo, y mientras tanto Jesús [nos espera] entre los pobres, los oprimidos, los malditos de la tierra.

Como ya he dicho, este miércoles [28/8/13] se conmemora la Marcha sobre Washington de hace 50 años. En dicha conmemoración nos acordaremos de un hombre que murió mientras seguía a Jesús. Ese hombre no era adventista del Séptimo Día. Cincuenta años más tarde, ¿pediremos perdón? ¿Vamos a optar por seguir a un Jesús que podría hacer que nos crucifiquen, o seguiremos a un Jesús que [se acomoda a los intereses] de asesinos y ladrones?

Hermanos y hermanas, no tenemos más remedio que elegir. O seguimos a Jesús de Nazaret, o no lo hacemos. Mi oración por ti, por mí, por nuestra iglesia, es que los que llevan el nombre de Jesús aprendan a seguirlo. Y que dentro de cincuenta años una nueva generación pueda mirar hacia atrás, vernos y decir: “Gracias a Dios por ellos”.

La transcripción de este sermón fue publicada originalmente en el blog de Interlocutores: Diálogo Teológico (el blog de Matt Burdette que comparte con Shane Akerman y Yi Shen Ma). Matt Burdette es un graduado de la Universidad La Sierra y actualmente hace un doctorado en Teología en la Universidad de Aberdeen. Él creció asistiendo a la Iglesia Adventista del Séptimo Día Hightstown.

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