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La valiosa basura del genoma humano

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Cuando Dios quiso hacer reflexionar a Job en cuanto a su arrogante sabiduría, lo hizo con una batería de preguntas sobre la naturaleza. No le preguntó sobre cuestiones teológicas. Las cuestiones abarcaban toda la Creación, refiriéndose tanto a la reproducción de ciertos animales como a la construcción del universo.

Hoy, algunas de esas preguntas serían reformuladas y otras serían diferentes, pero estoy convencido de que quedan prácticamente tantas preguntas por responder como las que quedaban en los tiempos de Job.

El caso es que, al menos en el terreno de la ciencia, cuanto más sabemos, más arrogantes nos mostramos los seres humanos.

Cuando se descubre algo especialmente relevante, es posible que no se manifieste explícitamente, pero se actúa como si se estuviese a punto saberlo todo sobre ello, cuando lo más seguro es que sigamos a las puertas de un viaje infinito.

Recientemente se han publicado los resultados de una investigación en profundidad sobre el genoma humano y de nuevo hemos sido devueltos a la realidad de nuestra ignorancia.

En 2001 se publicaba la secuencia del genoma humano, el secreto de nuestra herencia genética según muchos. Sin embargo, no dejaba de ser un seguir iniciándonos en un misterio del que aun queda mucho por desentrañar.

El genoma, el ADN, se forma por el encadenamiento de cuatro moléculas que suelen denominarse por la inicial de su extraño nombre. A, G, T y C, son los cuatro protagonistas que se encadenan en una secuencia que identifica a las especies y que en el ser humano consiste en 3.000 millones de esos eslabones distribuidos en las cadenas que conforman los 23 pares de cromosomas humanos.

No es lo mismo que en un lugar aparezca la secuencia GTACC a que se encuentre ATACC. Ambas secuencias están “diciendo” cosas diferentes. Esa secuencia lleva codificada una información que dará lugar a una proteína muscular o a otra de la visión y si no es correcta tendremos una mutación, generalmente nociva para el organismo.

Un ejemplo de enfermedad genética puede ser la anemia falciforme. En ella, la hemoglobina que transporta el oxígeno en la sangre es anómala y los glóbulos rojos toman el aspecto de una hoz, en lugar de ser globulares. Afecta a uno de cada setecientos nacidos en los EEUU y el gen mutante es muy frecuente en África y relativamente frecuente en los países en torno al mar Mediterráneo. Pues bien, esta anemia está causada por el simple cambio de una de esas letras en el ADN. En los afectados, en lugar de GTG, pone GAG, en el gen β de la hemoglobina, y este simple cambio provoca que en lugar de un aminoácido (ácido glutámico), que forma la proteína β de la hemoglobina sana, se coloque otro aminoácido (valina), lo que provocará la enfermedad. La información de ese gen se echa a perder por un simple cambio de “letra”.

El caso es que el genoma se había creído que era una colección de genes…, y mucha basura genética. Sí, aproximadamente el 98% del genoma se consideraba hasta estas últimas investigaciones, una inmensa chatarrería. La teoría de la evolución atribuía esos desperdicios a restos evolutivos.

Por cierto, el otro 2% ya nos había dado algunas lecciones impresionantes de humildad. Antes de secuenciarse el genoma, es decir hasta 2001, se creía que el ADN humano constaba de entre 30.000 y 100.000 genes, aunque se pensaba en el límite superior como el más probable. Sin embargo, resultaron no llegar siquiera a 21.000. Pero la mayor humillación fue comprobar que los ratones tienen 23.000 y la microscópica pulga de agua Daphnia pulex, un invertebrado insignificante, posee 31.000 genes.

Desde luego que la complejidad no se encuentra en el número de genes. Esto no se lo esperaba nadie, a pesar de que se aparentaba un control significativo de la genética.

En el año 2000 se dominaba la biotecnología, las técnicas de reproducción asistida, la clonación de diferentes especies…, si Dios nos hubiese preguntado por nuestro genoma, seguramente que habríamos respondido con arrogancia, como si realmente supiésemos. Se determinó entonces la secuencia del ADN y se puso de manifiesto que ignorábamos muchas cosas pero en ese momento volvimos a nuestra soberbia y fue frecuente escuchar o leer que se había descifrado el último misterio de la herencia.

Poco tiempo después ya empezaba a hacerse claro que dentro del genoma había mucho más por descifrar. El consorcio internacional ENCODE (Encyclopedia of DNA Elements), se propuso analizar todos los elementos funcionales del genoma humano, no solo los genes y se ha encontrado con que el 98% del ADN no es basura. Han sido analizados 1640 genomas, no tan solo uno, pertenecientes a 147 tipos de células y se ha descubierto que el 80% del ADN basura es realmente funcional. No son genes sino secuencias reguladoras de la función de los genes. Los resultados han sido publicados en cuarenta artículos a la vez y en diferentes revistas científicas, dejando un paisaje del genoma muy diferente al que conocíamos hasta ahora.1

Analizado con rigor, incluso desde una perspectiva evolucionista, esos supuestos restos genéticos debían haber sido limpiados hace tiempo, al menos en su mayor parte, pero el evolucionismo no parece tener límite en cuanto a su capacidad de asimilación de cualquier anomalía que pueda amenazar su paradigma. Puede adaptarse prácticamente a cualquier cosa.

Hace cuarenta años nadie habría creído que fuese posible extraer materia orgánica a partir de fósiles a los que se atribuían millones de años, o que algunos microbios fuesen capaces de permanecer vivos, quizá latentes, durante millones de años. Muchos no creemos que realmente sean esas sus edades y por eso es posible que se conserven, pero el evolucionista tiene su fe puesta en su teoría y lo aceptan aunque siga sin haber una explicación convincente para ello. Otros simplemente siguen sin creer que lo que se se encuentra sea auténticamente antiguo.

Mary H. Schweitzer ha hecho algunos de los descubrimientos más impactantes sobre moléculas biológicas en fósiles, y cuenta, que uno de los científicos anónimos que revisó una de sus investigaciones, antes de ser publicada, le contestó que ninguna prueba que le aportara le iba a convencer de los resultados que presentaba.2

De momento, lo que se está encontrando no encaja en un tiempo tan largo como el que sostiene el evolucionismo y pensar en espacios temporales más cortos, como los que entendemos muchos que muestra el relato bíblico, resulta inasumible para la mayoría de científicos. Bueno, ahí permanece el desafío para las fechas de la evolución.

Pero, volviendo al caso del genoma y su basura, también este parece tener implicaciones en el diálogo entre las visiones creacionista y evolucionista de la ciencia, presentando ciertas similitudes con al menos un asunto científico que ha trascendido el terreno de la especialización hacia el gran público: ¿por qué desaparecieron los dinosaurios?

Las catástrofes no tenían cabida en el pensamiento geológico hace 35 años, pero cuando apareció la teoría del meteorito, las catástrofes entraron de lleno en ese pensamiento (la famosa plasticidad del pensamiento evolucionista). Pero el creacionismo había insistido desde hacía mucho tiempo en la importancia de las catástrofes para la historia geológica de la tierra, aunque ni siquiera se consideró aquella posibilidad por parte de la teoría de la evolución. Con el genoma ha sucedido algo similar, porque muchos creacionistas sostenían que ese ADN no podía ser simple basura.

Cuando se secuenció el genoma del chimpancé, resultó que la secuencia era casi igual . Quizá no varíe más de un 2% el total de genes entre ambas especies. Entonces ¿dónde se encuentra realmente la diferencia entre los chimpancés y los seres humanos? Ese 2% puede ser determinante, pero podían existir más diferencias entre la “basura”, que serían importantes si realmente no fuese basura. Ahora que se sabe que ese ADN no es basura, y es un 80% del genoma el que está implicado en la regulación, esta, evidentemente, debe ser fundamental.

Ya se sabía que cambios en la regulación de un gen o grupo de ellos pueden determinar cambios significativos en la morfología de las especies y esto mismo podría suceder con las diferencias entre el chimpacé y el ser humano. La distinción entre ambos puede estar entonces en el 2% de los genes y entre el 80% de las secuencias reguladoras. Pero hay que mostrar hasta qué punto esto es así y el siguiente paso será comparar las secuencias reguladoras de los genomas de ser humano y de mono.

Habrá a quien le parezca extraño, pero la Creación es virtualmente infinita y el ser humano no ha llegado más que a arañar en la superficie de su conocimiento. Podemos pensar que hemos llegado muy lejos, pero lo más inteligente es que nos mostremos humildes para poder reconocer, en la enormidad de lo poco que sabemos, lo grandioso del poder del Creador.

Levantad los ojos al cielo y mirad: ¿quién creó todo esto? Isaías 40:26.

1.Varios autores. 2012. ENCODE explained. Nature 489: 52-55. Se trata de varios resúmenes y comentarios de varios investigadores en cuanto a esta investigación, publicada en cuarenta artículos, en varias revistas de investigación.

 

2.Schweitzer, M. H. 2011. Fósiles con restos de vida. Investigación y Ciencia, febrero, pág. 26-33.

 

Celedonio García-Pozuelo Ramos. Presidente de la Asociación Naturalia ailarutan, en España. Autor de varios títulos sobre diferentes temas de naturaleza. Septiembre de 2012.

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