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Reflexiones de una Ministra del Evangelio de Cristo Jesús

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Recientemente, durante una reunión con mis colegas pastorales, el tema de la ordenación de la mujer dio inicio a una conversación amena acerca del impacto que este asunto inresuelto tendría en la iglesia adventista. Mientras los pastores expresaban su sentir y sus preocupaciones, las memorias de mi pasado inundaron mis pensamientos.

En los años ’60, trabajadores del estado de California se unieron para organizarse bajo el liderazgo de César Chávez, con el propósito de concienciar al pueblo de la lucha de los campesinos. Levantaron sus voces para luchar en contra de la injusticia. Los obreros demandaban un sueldo justo y condiciones seguras de trabajo. Los campesinos y aquellos que apoyaban a este movimiento prometieron utilizar medios pacíficos al marchar con pancartas y rótulos, haciendo conocer su deseo por ser tratados con dignidad y justicia.

Frecuentemente, sus pancartas llevaban la figura de la virgen de Guadalupe, como símbolo de que Dios y los santos apoyaban su deseo por la justicia e igualdad. El liderazgo de Chávez tuvo éxito porque utilizó la paz como instrumento primordial para subrayar la dignidad de todo campesino.

Mi familia formó parte de este movimiento porque nosotros eramos campesinos. La lucha del movimiento de los Campesinos Unidos (United Farm Workers) fue la lucha también de mi familia. Durante los años de adolescencia mi hermano y yo experimentamos el trabajo arduo y las pruebas del campo. Pasamos un verano picando cebolla bajo un sol inmisericorde y al final de nuestras labores, el patrón se negó a pagar nuestro sueldo.

Mi padre era un hombre que creía firmemente que un Dios de justicia también esperaría que sus hijos defendieran la justicia en esta tierra. Por lo tanto, permanecer en silencio ante la injusticia simplemente no era una opción aceptable. Hicimos preguntas, investigamos y descubrimos que podíamos contactar con el Departamento de Vivienda y Labor, quien se comunicó con el patrón y se aseguró de que fuésemos remunerados por nuestro trabajo. Era importante hacer lo correcto para que la justicia pudiera prevalecer y otros campesinos no tuvieran que sufrir las mismas injusticias.

Hoy, este movimiento en favor de los campesinos, y César Chávez se encuentran en los libros de historia como testamento del noble esfuerzo de un hombre que se levantó en favor de la justicia para obrar un cambio positivo para los obreros agrícolas de EE.UU. Las historias del los campesinos y su lucha por la dignidad y la igualdad no son las únicas historias que existen. Las páginas de la Historia están repletas de numerosos episodios de vergüenza y deshonra.

Podemos observar en los anales de la Historia a nuestros hermanos y hermanas de la raza negra subyugados por la esclavitud, mientras nuestros hermanos cristianos y temerosos de Dios permanecían en silencio. ¿Acaso nuestros hermanos de raza negra no tenían valor o importancia? Nos preguntamos ¿cómo es que a los aviones pesticidas se les permitía rociar el pesticida en el campo sobre los campesinos mientras trabajaban? ¿Acaso su salud y bienestar no importaban? Observamos las páginas de la historia y no preguntamos por qué pasaron tantos años para que a las mujeres se les permitiera el sufragio? ¿Acaso su voz no tenia valor? Hoy, quizás nos preguntemos, “¿Qué les pasaba a la gente de antaño? ¿Qué pensaban? ¿Cómo podían permitir que tales injusticias se llevaran acabo? Luego, quizás sentimos cierto alivio porque a través de los años las cosas han cambiado y ya no vivimos estas injusticias del pasado. ¿O será que aún las vivimos?

Hoy, la iglesia adventista se encuentra enfocada en el debate de la ordenación de la mujer. Simplemente las preguntas son las siguientes: ¿Puede una mujer servir y ser reconocida, por medio de la ordenación, al igual que un hombre como ministro del evangelio? ¿Debe la mujer recibir remuneración al igual que un hombre por un desempeño igual?

El hacer estas preguntas acerca de las mujeres o cualquier otra persona que se desempeña en el ministerio, ofende todo lo que representa el cuerpo de Cristo; un cuerpo que incluye y no excluye, y un cuerpo que trata a toda persona con equidad y justicia. ¿Cómo nos atrevemos a hacer tales preguntas? ¿Será que en el futuro nuestros hijos y nietos expresarán su tristeza y decepción y dirán: “Que pensaban nuestros antepasados?” ¿Cómo pudieron tratar de una forma tan hiriente a aquellos llamados por Dios al ministerio? ¿Cómo pudieron permitir tales injusticias en el nombre de Dios?

Mas de cuarenta años de investigación teológica, estudio intenso y oración han concluido que la Biblia no limita la ordenación pastoral a los hombres. Este tema ha tenido un análisis y estudio exhaustivo. Así que ahora es el momento de aplicar una decisión justa y equitativa. Se afirma que la decisión a favor de la ordenación de la mujer amenaza nuestra unidad eclesiástica. ¡La justicia nunca amenaza la unidad! La justicia siempre representa a Dios. La verdadera unidad de la Iglesia Adventista del Séptimo Día reside en la celebración de nuestra diversidad; el respeto a las diversas culturas y a las necesidades representadas en cada esquina del globo para la expansión del evangelio de Cristo Jesus; el amar a nuestro prójimo de la misma manera que Dios ama a todas sus criaturas.

La iglesia Adventista del Séptimo Día ya decidió que las mujeres pueden ocupar puestos ministeriales. Por lo tanto, la iglesia debe cumplir de lleno con esta decisión y asegurarse que ningún empleado eclesiástico sufra discriminación por su género en su sueldo y en cualquier otra condición de empleo.

La ley de EE.UU., bajo el Titulo VII de la Ley de Los Derechos Civiles de 1964 prohibe discriminación basada en la raza, color, religión, sexo u origen nacional. Esta ley fue adoptada porque nuestro sentido de justicia nos lleva a valientemente enfrentar estas prácticas discriminatorias y sancionar a los empleadores que violen esta ley.

Nuestra iglesia busca el apoyo legal defendiendo nuestra libertad religiosa cuando nos enteramos que a alguno de nuestros hermanos lo discriminan en el trabajo por sus creencias religiosas. Pero, ¿quién se levantará por la justicia cuando Dios llama a una mujer a desempeñarse como ministro del evangelio y nuestra cultura/tradiciones/opiniones insisten en callar el llamado de Dios, y por lo tanto pretendemos imponer limitaciones al ministerio que Dios ha planeado para ella?

Parte el corazón, cuando las injusticias del pasado son repetidas en el presente. Es increíble que la lucha por la justicia y la igualdad del pasado se esté haciendo presente hoy en la iglesia. La historia es un buen maestro. Es mi deseo que aprendamos de las lecciones del pasado. Busquemos humildemente a Dios pidiendo claridad y sabiduría. Que el legado que dejemos sea uno de justicia, integridad e igualdad. Que nuestros hijos puedan sentir alivio al analizar la historia adventista, porque en el nombre de Dios, nuestro espíritu de unidad nos lleve a hacer lo correcto – ordenar a toda aquella persona que es llamada por Dios, sin hacer distinciones por su género.

 

Patricia Marruffo es pastora encargada del ministerio infantil en la Iglesia de la Universidad de Loma Linda, Loma Linda, EE.UU.

Pintura de Beatriz Mejia-Krumbien

 

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