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He acabado la obra

En los evangelios sinópticos las curaciones y exorcismos de Jesús se describen como dúnamis. Las versiones españolas traducen este término como “maravilla”, “virtud”, “milagro”, “prodigio”. El vocablo griego significa “fuerza”, “poder”. Las palabras “dínamo” y “dinamita” derivan de él.

            En Según Marcostambién leemos que los fariseos quisieron tentar a Jesús pidiéndole una “señal del cielo” (8: 11). Viéndose atacado, Jesús “alterado en su espíritu”, dice “¿Por qué pide señal esta generación? De seguro ninguna señal será dada a esta generación”. Aparentemente la visita de Jesús a Dalmanutha consistió en este breve y brusco encuentro. Al otro lado del mar de Galilea Jesús había alimentado a cuatro mil con siete panes y unos pocos pececillos. No podemos asumir que los de Dalmanutha sabían del milagro. Claro está, el hecho de que los fariseos estuvieran “tentando” a Jesús al pedir una señal del cielo nos explica la rotunda negación de Jesús. Pero también nos llama la atención que lo que ellos piden no es un dúnamissino una semeia, una señal. Aparentemente, se diferenciaba el milagro de la señal.

            Este dicho de Jesús está también registrado, aunque en circunstancias diferentes, en Según Mateo12: 39 – 40 y Según Lucas11: 29. En estas versiones del dicho, Jesús hace una excepción. A esta generación le será dada sólo la señal del profeta Jonás. En Según Lucas el contexto da la impresión que la señal de Jonás es la del predicador que anuncia el juicio a gentiles. Según Mateo, destaca que Jonás sobrevivió tres días en el fondo del mar protegido por un gran pez usado por Dios para ese propósito. Por supuesto, el mar es la fuente y el poder del mal y de la muerte. En la literatura apocalíptica los poderes que se levantan contra Dios salen del mar. Aquí se dice que, como Jonás en el vientre del pez en medio del mar, el Hijo del Hombre ha de pasar tres días protegido por Dios “en el corazón de la tierra”. La señal de Jonás, evidentemente, está ligada a su muerte y resurrección.

             En el evangelio Según Juanlos milagros de Jesús no son designados dúnamis, sino semeia. Son señales. Ya notamos en una anterior columna que la transformación de agua en vino es identificada como la primera señal. En la segunda mitad de ese capítulo (2: 13 – 22) Jesús hace una gran demostración de poder al echar del templo a los mercaderes y cambistas. La reacción de “los judíos” es de preguntar “¿Qué señal nos muestras que haces esto?” La respuesta de Jesús es: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Otro dicho con un característico doble sentido que es malentendido. El narrador aclara, “Mas él hablaba del templo de su cuerpo”, y entonces relata que los discípulos se acordaron de este dicho cuando fue resucitado. Esta pareciera ser una versión diferente de lo que en Según Mateose presenta como la señal de Jonás. En este caso, los detalles nos dejan ver que al pedir una señal “los judíos” estaban revelando su ceguera frente a la señal que había sido hecha ante ellos. En ambos casos la demanda de una señal es contestada con una referencia al paso por el ámbito de la muerte.

            En Según Marcoslos milagros (dúnamis) son demostraciones de poder que hacen que los testigos reconozcan que el que los realiza tiene una conexión especial con Dios. En el Antiguo Testamento hay profetas que se distinguen más por sus milagros que por sus oráculos. El ejemplo máximo es Eliseo. Jesús es reconocido como profeta por realizar milagros en la tradición de Elías y Eliseo. La literatura judía del tiempo de Jesús cuenta de varios taumaturgos contemporáneos que también actualizaron esa tradición.

            En Según Juan, sin embargo, toda la narrativa argumenta que Jesús no es un profeta, un ser humano con una doble porción del Espíritu y una conexión especial con Dios. El no hace milagros. El da señales. La diferencia debe ser notada. El milagro contiene su propia importancia. La señal apunta a lo que tiene importancia. En Según Marcosla expulsión de los mercaderes y cambistas del templo hace que los príncipes decidan matar a Jesús. El relato está enmarcado con la maldición de la higuera, símbolo de Israel (11: 12 – 22). En Según Juanla expulsión de los mercaderes y cambistas no tiene que ver con la decisión de matarlo. Apunta al desplazamiento del centro cósmico (el templo) de un edificio en Jerusalén al cuerpo del resucitado. Es una señal que dirige nuestra atención a la nueva vida del que pasó tres días “en el corazón de la tierra”. Es la señal de Jonás.

            Así como la transformación de agua en vino significa la transformación de la religión de ritos a la religión de vida, la expulsión de los mercaderes y cambistas significa la transformación de un cosmos material a un cosmos espiritual. Un nuevo templo es un nuevo cosmos. La relación de los seres humanos con Dios de ahora en adelante tiene lugar en una estructura diferente a la provista por el templo de Jerusalén. Ambas señales llaman la atención a la transformación radical del universo en que los seres humanos viven gracias a la glorificación del Hijo del Hombre.

            En Según Juanlas señales no tienen como propósito hacer que los testigos crean que Jesús es un profeta con poderes sobrenaturales que le permiten comunicar la palabra de Dios o ejecutar acciones que rompen los límites de la naturaleza. Ellas funcionan para que los seres humanos reconozcan al crucificado como el glorificado, el único que ha ascendido al cielo porque él descendió del cielo. Jesús informa al Padre haber cumplido su misión al declarar que sus discípulos “han conocido verdaderamente que he salido de ti, que tu me enviaste” (17: 8).

            Las señales apuntan a LA SEÑAL. La crucifixión y la resurrección, los eventos de los tres días, proveen, en realidad, el objeto necesitado por la fe, y como tal el camino por el cual el Hijo regresa al Padre, y el camino por el cual los de fe viven en la presencia de Dios. Es por eso que el narrador, muy consciente de que la cruz y la vida del resucitado cambian la realidad cósmica, explica: “cuando resucitó de los muertos sus discípulos se acordaron que había dicho esto y creyeron” (2: 22). Me pregunto ¿Era posible creer en él antes de la resurrección? — esto es, creer que él era el enviado del Padre que descendió del cielo.

Las señales, se nos dice, tienen la función de promover la fe, aunque sea de forma indirecta. La transformación del agua en vino, identificada como la primera señal, hizo que los discípulos creyeran (2: 11). La expulsión de los comerciantes del templo hizo que recordando la ocasión, los discípulos creyeran (2: 22). La curación del hijo del oficial romano de Capernaum, identificada como la segunda señal, hizo que el oficial y todos los de su casa creyeran (4: 53). Al final de su evangelio el narrador afirma que describió suficientes señales como para despertar la fe de los que leen (20: 30). Para los miembros de la comunidad juanita, seguramente, las señales eran dardos que dirigen la vista “al tercer día”. Los que ven “la señal de Jonás” son verdaderos discípulos. 

            Obviamente, sin embargo, antes de su glorificación en la cruz, sus señales son ambiguas. Ellas no despiertan fe automáticamente. La narrativa de este evangelio se caracteriza, entre muchas otras cosas, por no introducir su tema poco a poco, abriendo ante el lector la trama de manera que pueda seguirla y llegar razonablemente a la conclusión deseada. De la manera que se presenta el material, desde un mismo comienzo el lector tiene que conocer a fondo el universo simbólico de la trama si es que va a entender de qué se trata. Sólo quienes hayan creído que el crucificado ha sido glorificado por el Padre pueden comprender las señales como tales.

            Como resultado de la expulsión de los mercaderes del templo, “muchos creyeron en él viendo las señales que hacía” (2:23). El narrador nos advierte, sin embargo, que Jesús no confiaba en la fe de ellos, y Nicodemo, que vino a Jesús atraído por las señales pero de noche para no ser visto por “los judíos”, es su representante. El reconoce que sólo alguien que tiene una conexión especial con Dios puede realizar las señales (3: 2). Pero cuando Jesús le instruye a no darle importancia a las cosas terrenales, o sea a los milagros, Nicodemo se queda desconcertado, pregunta “¿Cómo puede ser esto?”, y desaparece en la noche de la cual vino (3: 9). “Jesús desde el principio sabía quienes eran los que creían” (6: 64).

Más adelante leemos que una multitud le seguía porque había visto señales y curaciones y por consiguiente lo declararon “profeta” (6: 2 -4). Tal reacción, sin duda, no es suficiente. Después de la resurrección de Lázaro, los príncipes de los sacerdotes y los Fariseos reúnen al concilio preocupados porque “este hombre hace muchas señales” (11:47). Sin duda, la resurrección de Lázaro no produjo fe en ellos, pues decidieron matarlo.

            La gente que gozosa le recibió en Jerusalén, mientras las autoridades lo buscaban para matarlo, había sido influenciada por la señal de la resurrección de Lázaro (12: 18). No sólo habían oído de su resurrección sino que querían ver a Lázaro que venía con Jesús a Jerusalén (12: 9). “De manera que los príncipes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro” (12: 10). La curiosidad de la multitud, empero, no era fe.

            Tanto en el capítulo seis como en el doce leemos que las señales no producen fe. El capítulo seis comienza reportando que una gran multitud le seguía “porque veía las señales que hacía en los enfermos” (6: 2). A los que habían comido de los panes y los peces del otro lado del mar de Galilea y siguen a Jesús a Capernaum, Jesús les reprocha: “Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os hartasteis” (6: 26). Su reacción a la alimentación milagrosa fue querer hacerle rey (6: 14 – 15), una idea mal concebida. Acerca de los que saben de la resurrección de Lázaro y ven al pueblo recibirle en Jerusalén triunfante, el narrador comenta que, a pesar de que Jesús había “hecho tantas señales, no creían” (12: 37).

            Por otra parte, para complicar la cosa aún más, Según Juandice que a los que no creen en él Jesús les dice que debieran por lo menos creer en sus “obras” (erga). Otra vez esquivando usar la palabra milagro, o prodigio (dúnamis). Sus obras dan testimonio de quién él es. En su acalorada polémica con “los judíos”, Jesús afirma, “las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mi” (10: 25). “Muchas buenas obras os he mostrado ¿por cuál obra me apedreáis?” (10: 32). “Si no hago obras de mi Padre no me creáis . . . mas si las hago, creed las obras” (10: 37 – 38). Pareciera, entonces, que las obras, como las señales, no producen el resultado deseado.

            En el discurso de despedida, Jesús explica a sus discípulos que la razón por la cual aborrecen a él y a su Padre es porque han visto sus obras. Si no hubieran visto sus obras estarían sin pecado, pero como han visto las obras que ha hecho en nombre del Padre y no creen están condenados (15: 24). Esta sentencia, sin embargo, nos deja confusos puesto que en este evangelio se hace claro que sólo quienes son entregados a él por el Padre pueden venir a él. “Ninguno puede venir a mi si el Padre que me envió no le trajere” (6: 44). Y a los que han sido entregados a él por el Padre, nadie puede arrebatarlos de su mano (10: 28 -29).  En realidad, la incredulidad de los testigos, nos dice el narrador, era para que se cumpliera lo predicho en las Escrituras (15: 25). Si este es el caso, ¿Cómo se puede responsabilizar a los que no creen en las obras o las señales?

            Cuando “los judíos” lo acusan de haber quebrantado el sábado por haber mandado al paralítico del estanque de Bethesda a cargar su lecho después de haber sido sanado, Jesús les informa que el Padre es el que le muestra lo que él debe hacer “y mayores obras que esta le mostrará para que vosotros os maravilléis” 5: 20. Las obras mayores que él realiza son la de dar vida, y la de juzgar, dos prerrogativas exclusivas de Dios (5: 21 – 30). Ambas obras son realizadas por Jesús al proveer el objeto de fe en la cruz.

            El ministerio de Jesús culmina con su oración final. En ella Jesús afirma, “He acabado la obra que me diste que hiciera” (17: 4). Él ya les había anunciado a sus discípulos junto al pozo de Jacob, “mi comida es hacer la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (4: 34). Que cumplió con la voluntad del Padre queda confirmado por la última palabra pronunciada por Jesús en la cruz, “Tetélestai”, (“Consumado es”, 19: 30). En otras palabras, “He acabado la obra”. Sus señales no realzan las virtudes, los prodigiosos poderes de un taumaturgo. Ellas señalan a la consumación de la obra que él describió como su comida, lo que le da sustento a su vida. Su obra fue consumada cuando fue “elevado”, al tercer día, en la cruz.

            Es, por lo tanto, algo desconcertante leer la promesa que Jesús les hace a los que creen en él: “El que en mi cree, las obras que yo hago también él las hará, y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre” (14: 12). La obra de Jesús fue reproducir la señal de Jonás al vivir en cumplimiento de la voluntad de Dios, algo que Jonás tuvo muchos problemas en comprender y aceptar. Al final, el pudo sinceramente declarar “Acabado está”, ¿qué obra mayor puede hacer el que cree en él? No pienso que los miembros de la comunidad juanina supusieran que ellos iban a poder hacer mayores prodigios (dúnamis).Aparentemente, ellos se veían a si mismos como testigos de La Verdad cuya hora también habría de llegar. Entonces iban a tener que producir la señal que apunta a la obra del glorificado en la cruz. Su comida ahora, lo que le da sustento a sus vidas, es la determinación a transponer las palabras que Jesús les hablara en vidas que las actualizaban. Para ellos, las palabras de Jesús eran “espíritu y vida” (6: 63) cuando estaban encarnadas. Sus vidas debían señalar al que pasó tres días en “el corazón de la tierra”. En las vidas de los creyentes la conexión de sus obras con la señal de Jonás no puede ser ambigua. 

 

Foto de Loci Lenar

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