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La esclavitud del poder vs. la liberación de la adoración

El título de este artículo pretende contraponer las maneras de vivenciar el poder, su responsabilidad y sus consecuencias, tanto por nuestra parte como por  la parte de Satanás, y afortunadamente, por la de un tercero en discordia, el Segundo Adán.

 

Este  concepto es básico en el devenir de la historia de la salvación humana. Sin poder, no existiría el bien común.

 

Ahora bien, estamos introducidos en un laberinto paradójico ya que se ha cuestionado al Dios Todopoderoso por alguien muy cercano a su presencia. Este se ha encargado de calumniarlo entre los ángeles y los hombres. Nos lo presenta como un déspota en su trato con su pueblo Israel. De ahí la necesidad de creer en su poderosa misericordia por fe. Job, David, Esther, Rut y Sansón dan buena prueba de ello, por mencionar algunos ejemplos.

 

El poder es algo que todos ostentamos, disfrutamos, y padecemos en algunas de sus múltiples  polifacéticas manifestaciones.

 

Primero, porque no supimos mantener el poder otorgado como una bendición, y se nos extralimitó sujetándonos a su maldición. Nos quisimos hacer inmortales como Dios y nos degradamos como Nabucodonosor en bestias mortales[1].

 

Segundo, porque Cristo tuvo que recuperarlo para devolverlo a Dios Padre. Él  único que sabe darle el uso debido libremente sin perder ni un ápice de su vitalidad, eficacia, belleza, bondad, justicia, gloria, y santidad.

 

Utilizaré un mito griego para ilustrar la maldición de la codicia del poder y sus fatales consecuencias. Haré un paralelismo con las motivaciones relatadas de la caída de Lucifer. Parafrasearé libremente algunos fragmentos del mito en la conclusión adecuándolos a nuestra perspectiva espiritual.

 

La mayoría de los mitos griegos servían para educar al pueblo en los límites de lo humano. Así evitaban que se extralimitasen en sus pretensiones de afán de poder. Intentaban proteger al pueblo de provocar la ira de sus dioses. Sí, ya sabemos que Pablo conceptualizó dicha religión en el aerópago ateniense como productos de la imaginación artística  humana[2].

El mito de Faetón y Heliosnos cuenta la historia del carro del dios Sol.

Un día, uno de los hijos del Sol, Faetón, visitó a su padre Helios, el Sol, que estaba en el palacio sentado en su trono rodeado por sus colaboradores: el día, el mes, el año, la centuria, las horas, la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

El padre Sol, que brillaba en todo su esplendor, quiso saber el motivo de su visita.

Faetón dudaba de su paternidad porque sus amigos se reían de él y le decían que no era el hijo de Helios, pero el Sol no sólo le aseguró que era hijo suyo y de la ninfa Climene, su madre, sino que quiso probárselo concediéndole un deseo.

Faetón le dijo a su padre que su deseo era hacer lo mismo que hacía él todas las mañanas, conducir su carro de fuego a través de los cielos; pero el Sol le replicó que ese era el único deseo que no podía cumplir porque ese viaje era muy peligroso para él.

Faetón insistió diciéndole que si era realmente su hijo podía hacer lo mismo que hacía él.

Mientras tanto el paso de las horas hacía cada vez más urgente la decisión del Sol, ya que faltaba muy poco para que llegase la diosa Aurora para dar paso a su carro de fuego.

La luna ya había desaparecido en el horizonte y las estrellas se habían apagado cuando Helios y Faetón salieron en busca del fantástico carro que brillaba en todo su esplendor.

Antes que el dios Sol tomara la decisión, Faetón saltó sobre el carro y se acomodó en él para partir.

Viendo que era inútil tratar de convencerlo y mientras trataba de protegerle el rostro del calor con un ungüento mágico y le colocaba una corona con sus rayos, las diosas de las Horas le acomodaban los arneses de oro.

Helios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de partir; debía mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo y seguir el mismo rumbo cotidiano que él recorría en forma cotidiana.

Le aconsejó que mantuviera firme las riendas y que no abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo; pero antes de que pudiera continuar Faetón partió y los alados corceles lo llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del nuevo día.

Pero el carro se movía demasiado y los caballos se asustaron, corrieron más velozmente e impidieron a Faetón detenerlos; y antes que pudiera intentar nada, perdió el rumbo.

Al perder la ruta cotidiana, el Sol de la corona de Faetón comenzó a calentar las constelaciones y se fue alejando cada vez más de la Tierra.

Faetón entró en pánico y perdió el control abandonado las riendas de sus caballos, los que siguieron su desenfrenada carrera transitando por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes y provocando un verdadero caos cósmico.

La Tierra, la Luna y el Cielo se cubrieron de llamas ardientes y todos los habitantes del planeta trataban de salvarse del incendio.

El dios Júpiter se estremeció cuando vio a la Madre Tierra agonizando y envió un rayo salvador que destrozó el carro de fuego y apagó el incendio.

Faetón cayó en un río desde los cielos en llamas y las ninfas del agua rescataron su cuerpo, sepultando a quien había osado igualar al Sol.

Helios apesadumbrado por la muerte de su hijo se negó a salir con su carro de oro dejando en penumbras a la Tierra hasta que Júpiter lo convenció de volver a calentar el mundo con sus rayos.

Sollozando tomó firmemente las riendas de su fabuloso carro de fuego y se lanzó hacia el cielo azul.[3]

La fascinación por el podercasi siempre viene revestida de seductoras posibilidades. Estas se nos han mostrado como inalcanzables en algún momento de nuestra frágil existencia. Repentinamente acariciamos la idea de hacerlas realidad. A veces acaban en tragedia como hemos visto en esta introducción.

 

El mito narrado nos advierte contra el deseo de extralimitarnos en la búsqueda de realizar acciones para las que no estamos capacitados. Si no somos precavidos, podemos caer de nuestra condición, a una más vergonzosa, y terrible. Siempre habrá daños colaterales y víctimas inocentes. Algunas sufrirán nuestras equivocadas decisiones y otras lamentarán nuestro fatal destino, al igual que Helios lloró la muerte de su hijo.

 

Supongo que a Faetón le ocurrió como muy bien nos apunta José Antonio Marina en su libro La pasión del poder.[4]  En este autor me basaré para desarrollar gran parte del planteamiento del artículo: la legitimación del poder.

 

Decía que en un primer momento, Faetón se debió de sentir eufórico ante el reto, ya que cuando un ser humano experimenta que su poder aumenta siente alegría, tal y como pensaba Spinoza. También B. Rusell es citado por José A. Marina para respaldar dicha línea argumentativa: “poder es producir los efectos deseados”.[5] Además no hay que olvidar al mismo filósofo español cuando afirma que “el poder nos fascina a todos pero por razones distintas”.[6]

 

Haciendo un símil entre el mito, y la historia de la salvación, también Lucifer quiso ocupar el carro de la gloria de Dios. Se creyó capaz de dirigir los designios de todos los otros seres creados por el Creador. Pidió para sí las riendas del carro del orden establecido, e hizo que el caos fuese posible no solo en la Tierra sino en el Cielo. Aludo a Apocalipsis 12, Ezequiel 28, Isaías 14 y Génesis 3. La corrupción del poder comenzó bajo este axioma de pensamiento revelado. Reformularé a Einstein al afirmar que los axiomas son eleccioneslibres del espíritu humano en vez de creaciones. Yo elijo reflexionar desde esta posición mencionada.

 

Dios, sabio y paciente, a diferencia de las narrativas míticas griegas, permitió que los efectos de dicha rebelión no fuesen extinguidos drásticamente. Ya apuntó el profeta Zacarías que levantaría a sus hijos contra los hijos de Grecia.[7] Su rayo destructor sería su propio hijo Jesucristo. De ahí la tentación planteada en torno al concepto de poder como adoración.[8] De ahí la derrota infligida a Lucifer por Cristo con su resurrección.[9]

 

Satanás buscó el poder por el afán de dominio como fin en sí mismo.

Así se sentía distinguido y reconocido delante del propio Hijo de Dios. Es más con el plan de las tres tentaciones intentó que el hombre ético, el segundo Adán, se animalizara corrompiéndose. Me explico.  Desarrolló tres pasos estratégicos:

 

1.-Intentó que Jesús saciase un deseotan insaciable como el hambre, utilizando el poder de manera equivocada. Empleándolo en beneficio propio. Cristo fue tentado después de 40 días en el desierto. Así se identifica con los   40 años de prueba que vivió Israel en ese desierto sinaítico. El texto citado por Satanás tiene toda una carga malévola de vida autocomplaciente y de queja ante el Altísimo. Sin embargo, el siervo sufriente de Dios le respondió a Satanás con toda una declaración mesiánica, aludiendo al contexto de prueba moral en el que se encuentra la respuesta. La mejor comida es la aceptación de las normas y mandamientos divinos.[10]  No pudo desviarlo de su finalidad sustitutoria, triunfar a través de la obediencia a Dios para  favorecer al ser humano en las mismas situaciones en las que había fracasado Israel. Fracasado en su primera tentativa, el tentador volvió a la carga.

 

2.-Intentó de nuevo seducirlo en su autoestimacomo Mesías. Le sugiere que utilice el poder divino para lanzarse desde el pináculo del Templo, y así forzar que Dios actúe coaccionado en su favor. Te ama mucho y no dejará que tu vida se autodestruya. Harás una demostración del poder divino delante de tu pueblo. Cristo le responderá que no caerá en el error de percibir el poder como Satanás lo percibió, cuestionando al Señor su Dios. No podía salirse del plan trazado en los designios del Padre. Ni podía conducir el carro mesiánico ni muy alto ni muy bajo. Ni muy lento ni muy rápido. Había de seguir la hoja de ruta profetizada por Isaías 53, Daniel 9, 26-27;  y Zacarías 9, 9-10; 11, 12-13; 13, 1; 6-7; 14, 9.

 

3.-Intentó justificar y legitimar la obedienciaa sí mismocomo un acto de adoración. Todos los reinos de la Tierra con su gloria le ofreció a cambio de ponerse de rodillas ante él. Supongo que se ha de llegar a un estado de ofuscación total para plantearle esto al Hijo del Hombre. ¡Qué escalofrío me recorre pensarlo! ¡Qué no nos propondrá a nosotros simples mortales caídos en pecado para que no podamos adorar a Dios! Cristo le respondió con este axioma personalizado: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás”. “Vete”[11]. Y se fue por un tiempo. Pequeña porción de tregua.

 

Es curioso que todos los dictadores y los déspotas deseenese tipo de servidumbre de las masas y de los individuos. Un ejemplo lo encontramos con la película  300.Esta ilustra con genialidad ese deseo ególatra del sátrapa persa Jerjes, dios-rey, ante el rey espartano, Leónidas. Le pide que se incline ante él en señal de rendición pacífica. Este soldado, al igual que Jesús, prefirió sufrir el horror de la muerte como hombre, que renunciar a su libertad y dignidad humana. También le ofreció riquezas y bastante poder si lo adoraba. Innegociable. Cuestión de principios para un espartano. Cuestión de principios para el Hijo de Dios.

Tras dicha derrota de Satanás, Cristo se mostró como arquetipo de gobernante al identificarse con la figura del buen pastor. Sus sistemas de autocontrol espiritual habían pasado la prueba de fuego. Satanás huyó por un tiempo en busca de nuevas estrategias.

 

Cristo peleaba consigo mismo para tener bajo control su poder como si fuese un asceta, pero tuvo que pelear contra toda la maquinaria mediática de su enemigo como si de un deportista de élite se tratase. ¡Qué se lo digan al Barça [F.C. Barcelona] actual! Tuvo que encajar calumnias, campañas de desprestigio de los líderes religiosos, traiciones de amigos, discípulos, y demás humanos, sin por ello extralimitarse en su demostración de ser divino. Ningún milagro era para beneficio propio, sino que tuvo que vivenciar las consecuencias del mal como humano. Como diría Nietzsche en una de sus obras, siendo humano, demasiado humano. Demasiado real y trágico. Demasiado trasgresor para la mentalidad judía del siglo I. Digo que Cristo tuvo que tener control sobre su poder porque cuando la mujer con flujo lo toca de manera anónima, él nota que por empatía con el sufriente ha salido poder curativo de origen divino de su cuerpo. Da la impresión de que este poder está regulado por un mecanismo de reciprocidad automático. La fe en su condición de Mesías.

 

De ahí se deriva  la lucha titánica que tuvo para vencer en el dolor y en la tortura de la cruz. No beneficiarse de ese poder para sí mismo teniéndolo a su disposición es una heroicidad más sublime que la de cualquier héroe cantado por Homero. De esta extrema dificultad convertida en un reto único, se deriva su preparación en Getsemaní para resistir y fortalecerse en la resiliencia. Un acto de adoración a Dios inimaginable. Un acto de amor a la humanidad inigualable. Un acto de condenación de la maldad incontestable. Inapelable. Tal y como dijo mucho más tarde Napoleón: “Nada importante puede mantenerse sólo mediante las bayonetas”[12] y “Sólo se puede gobernar a un pueblo ofreciéndole un porvenir. Un jefe es un vendedor de esperanzas”[13]

 

Por ello Lucifer fracasó con Cristo. Ni es un ser con grandes esperanzas más allá de una conciencia horrenda del juicio al que será sometido por el tribunal de Cristo y Dios Padre. Ni le sirvieron los clavos, bayonetas antiguas, ni la lanza clavada en el costado de Emmanuel. Así la cuestión del poder oscila entre dos propuestas que explicitaremos a continuación. Antagónicas en su finalidad y en su forma de ser planteadas.  

 

Satanás, la legitimación de la coacción como mecanismo de poder.

        

Este ser de origen angelical utiliza el poder como mecanismo para influir en las creencias, sentimientos, y deseos de nuestra naturaleza. Caída por sus acciones en nuestra contra, somos herederos del gen de su deseo desmedido. Esto nos sitúa en la lucha hobbesiana. Lobos y corderos en duelo a muerte. Así lo hizo por primera vez con nuestros primeros padres. Caín y Abel anticipan el drama histórico de todos los genocidios.  Tal y como nos enseña la profecía en Ap. 12 y 17, lo seguirá intentando con todos los candidatos al reino de los cielos del Hijo del Hombre.  Lo ha hecho en todas las épocas, y lo sigue haciendo ahora.

 

No seamos ingenuos porque mientras viva sembrará caos y horror por doquier. Podría recurrir a los titulares de cualquier periódico para describir los principios de su reino. Podría recorrer las clases de historia mundial, o local para argumentarlo. No, no lo haré. Iré más allá de La Solución Final del nazismo; o de las purgas de Stalin; o de la crisis de los misiles en Cuba; o del flirteo con la energía nuclear; o de Guantánamo; o del genocidio de Darfur en Sudán; o de Libia; o de las hambrunas y de las pandemias globalizadas.

 

Adonde quiero llegar a parar es a la mentalidad que potencia y sostiene esta praxis. Para muchos, dinámicas del animal poco evolucionado que llevamos dentro por origen. Para otros, tan solo el derecho natural de la ley de la supervivencia de los más fuertes tecnológicamente.

 

Legitimados para someter a otros y exigirles obediencia ciega. Instrumentos vocales a la manera de la clásica aristotélica esclavitud. La diabólica Babilonia. El reino de lo efímero y de lo terreno. La adoración desde la coacción con la consiguiente sumisión animalizada. Caso de la ramera que seduce con sus engaños a lo bestia[14]. O también caso vivido en el devenir histórico del pueblo de Israel tras los dioses cananeos, y asirios.

 

Como diría Maquiavelo “la conquista es la regla para no ser conquistado.”[15] Esta es la verdadera historia en la que tristemente somos y nos movemos políticamente. Todos los Derechos Humanos, y todas las éticas quedan elaboradas como ficciones subsumidas al axioma anterior por muy necesarias que sean. Es el principio elemental, y pragmático, al que queda sometido todo artificio legal. Si no, que se lo digan a los estados con derecho a veto en la ONU. Sus asuntos siempre son de origen interno. Nunca se les aplica el Derecho Internacional. Son demasiado poderosos militarmente hablando.

 

Es muy pedagógico el relato del rey Ezequías ante la amenaza sufrida por Senaquerib.[16] Tras su decisión rebelde de amar al Dios de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y David, recibe un mensaje no solo militar sino espiritual para que tenga miedo, y se retracte de su elección de adorar desde la libertad de su conciencia religiosa. Es curioso que el oficial del ejército asirio lo pronunció a los defensores de Jerusalén en lengua hebrea, y a los pies de la muralla sitiada. Quería provocar la guerra civil interna para así no sacrificar la vida de sus soldados innecesariamente. Israel, conquistada ya su capital, Samaria, en el 722  a C, y el reino del sur, Judá, eran considerados como pueblos rebaño. De categoría nacional inferior a la de su imperio. Hasta Jerusalén, ciudad pacífica, había desplazado sus tropas para convertirla en un baño de muerte, violaciones, deportaciones, y sangre.

 

Como ejemplo de dichas intenciones mencionadas, quiero destacar el contenido de sus palabras por el terror psicológico que siembran, ya que van argumentadas con acciones incontestables. Ezequías lo define ese día como el peor de su vida. Lo clasifica como día de angustia, de humillación, y de castigo. Como si la inminente mamá no pudiera por falta de fuerzas dar a luz en el preciso instante de asomar la cabeza la criatura. Como si ese niño a punto de nacer estuviera destinado a no atravesar el cuello uterino de la madre. La esperanza de la vida infantil, ahogada por falta del poder vital materno. Dramático aborto. Espeluznante situación.

Ese efecto espectacular provoca un giro inesperado. Ezequías se siente como un suicida si no elige lo correcto. O pierde su vida física aquí y ahora, o puede perder la razón de su vida eterna allá y después. ¿Qué dilema existencial? ¿Mártir y fanático radical de su religión o gobernante utilitarista idólatra? Las guerras eran vistas como guerras entre dioses. No hay que olvidar que estamos en la época antigua. Homero en su Iliadaya había explicitado toda esta manera de pensar. De ahí se derivan las palabras amenazantes de que los otros dioses tampoco habían podido salvar a los otros pueblos derrotados, y por consiguiente, deportados a la esclavitud. Ni siquiera YHWH había podido salvar  al reino del Norte, entregando a las 10 tribus de la descendencia de Jacob, según la mentalidad asiria.

 

Subsumido en su pesar personal, y colectivo, afirma su decisión ante Dios, pero la canaliza para mayor seguridad por medio del sacerdote, y profeta, Isaías. Síntoma de respeto al poder establecido por Dios. No quiere caer en una actitud temeraria ni fanática ni ilusoria. Quiere una respuesta de fe convertida en acción salvadora del Dios vivo. Sabe que el Éxodo fue real, y no una leyenda mítica fundacional de la nación. No está pidiendo asilo para su Dios como si del héroe mítico Eneas se tratase en la ruda tierra del Lacio. No, no es la Eneida de Virgilio. El Antiguo Pacto o Testamento que engloba la ley es su realidad. David amenazado por Goliat de nuevo. La ciudad de Dios, y  la descendencia de David, preparada para afrontar el exterminio. El odio del ángel caído ha cobrado presencia en su cara más rabiosa. Su ejército está preparado.

 

No hay que olvidar que las palabras transmiten emociones, y según los psicólogos, el miedo es la más inmediata y difícil de afrontar.

 

Citaré de nuevo a José A. Marina en un texto lúcido, y patéticamente actual como la vida misma: “Todo gobernante sabe que si su pueblo siente miedo está dispuesto a aceptar propuestas que en circunstancias normales no aceptaría”[17]. Podríamos proseguir con otro autor clásico como Jenofonte que afirma que “también los tiranos sienten miedo. En ellos, el poder está perpetrado de terror. El pueblo teme al tirano, que a su vez está aterrorizado porque teme incluso a su propia guardia personal”[18]

 

Sí, sé que ha habido dictadores amados por sus súbditos debido a su personalidad carismática. Caso del Führer en la Alemania nazi. Todos ellos se presentaban ante el pueblo como semidioses. Eran legitimadores sociales de grandes odios y de grandes amores. Todos ellos buscaban la adoración de las masas. Ya apuntó Max Weber, que esta era “una de las formas clásicas de legitimar el poder”.[19] El peligro de dicho tipo de  liderazgo es una obviedad histórica.

 

Debido a todo lo dicho, la historia de la legitimación del poder, nos produce ansiedad y desánimo ya que “el ser humano ha instaurado el poder, lo necesita y lo teme, se guarece bajo él. Y quiere librarse de él. Necesita para conseguir seguridad un fundamento absoluto, un poder constituyente definido, una soberanía absoluta a la cual someterse, pero no la encuentra”.[20]

A no ser que seas Ezequías, y creas en la respuesta del Todopoderoso por boca de Isaías. Así actuó a favor de su pueblo el Ángel de Dios.[21] En una noche se produjo muerte en el campamento enemigo. Miedo y terror en la mente del rey asirio por una supuesta lucha intestina dinástica.  Así le puso Dios límites al abuso de poder, y al autoritarismo militarizado en esa ocasión. Ningún ejército asirio conquistó Jerusalén, tal y como la voz de Dios lo había predicho. La pasión por el poder dejó otro cadáver  sacrificado ante las estatuas hieráticas de los dioses asirios.  

 

Jesús, la legitimación de la obediencia como mecanismo de poder

 

Hemos comentado con anterioridad que Jesús, en cuanto que hombre, apeló a dos autoridades transcendentes, y objetivas. Su Abba, Dios padre, y la Torah, cuya  auténtica dimensión, justa, santa y buena, vino a manifestar con su sujeción voluntaria.

 

El Rabí se convirtió en su verdadero intérprete dignificándola en su finalidad. No como camino de salvación para nosotros sino como camino de encuentro con el Creador, y con sus criaturas.

 

Paradójicamente sí que fue camino de obligado cumplimiento para él a fin de salvarnos. Él no vino a cambiar las reglas de la sumisión al poder divino explicitado en la Ley. Se entregó como siervo para destruir al que nos había sujetado al dominio de la muerte primera. Como hombre no cuestionó a Dios por sufrir carencia, y querencia. Invirtió la regla de la jungla, por la regla del amor, o regla de oro, comúnmente llamada. Manifestó que esta regla es la base de toda relación libre y fundamento de los actuales Derechos Humanos.

 

Evidenció las turbias intenciones de cualquier criatura que se extralimite en la búsqueda de poder, tal y como le sucedió a Satanás y a sus seguidores. Secuaces homicidas de la imagen divina en el ser humano. Incluso para ello si es menester hacen un mal uso de la ley mosaica. Malinterpretándola, cambiándola, y cayendo bajo la maldición de su poder establecido. Disfrutan confundiendo al hombre religioso. Menuda tesitura en la que nos encontramos a la hora de emitir juicios morales. Esta fue la lucha de Jesús con los fariseos. ¡Qué fácil utilizar el poder sobre otro considerado inferior! ¡Qué lucha la de Jesús para concienciar de este peligro a los humanos!

     

Adoró al Padre pese a otros cantos angelicales desafinados ofrecidos. Murió por ser el perfecto Hijo de Dios, sin utilizar nada de su divinidad para sí mismo. Demasiados recuerdos para que Satanás pudiera digerirlos sin ira ni contienda. Usurpó el poder de la coacción, del miedo al dolor físico, del horror al rechazo socio-religioso,  sufriéndolo desde su libertad de conciencia. Así nos devolvió la posibilidad de adorar a su Padre desde nuestra libertad de conciencia. En amor, sin temor ni temblor. Experimentó la cruz para que seamos habitantes con pleno derecho humano del Reino de los Cielos. Su vida fue y es su mensaje.

 

Su ética establece la ley del servicio a la bondad todopoderosa de Dios. Su Espíritu  así nos lo manifiesta cuando se goza sin miedo en los sistemas coactivos de la fuerza desatada. Job, José, Moisés, Daniel, Esteban, Pablo, y Juan, dan con sus vidas íntegras buen testimonio de ello. Se comportaron como habitantes de la patria celestial.[22] En ella cantarán la paz alegre en la que en Cristo hemos sido llamados.  ¡Nuestro destino será regocijarnos siempre en el amor poderoso de Dios! Bajo su fortaleza, y libres del miedo a las catástrofes que se derivan del ministerio de iniquidad. En Cristo habita la plenitud de la soberanía, y a su debido tiempo se manifestará completamente.

 

Al igual que el mito con el que comenzábamos este artículo, Dios[23] no puede dejar al poder descontrolarse sin más, porque destruiría cual contaminación por fuga nuclear todo a su paso. Ser Dios implica poder gobernar desde el poder, y con el poder, sin ser cuestionado ni corrompido por el mismo. Esta fue la lucha titánica que ganó desde la corporeidad humana, revestida de debilidad, Cristo, a favor del Israel espiritual al que pertenecen individuos de toda nación, tribu, lengua, y pueblo[24].

 

Cada uno de estos conceptos mencionados, han sido utilizados como instancias últimas para justificar la guerra o el amor. Cristo apeló a ellos para recogerlos en una nueva propuesta: su evangelio o buena noticia del reino celestial. Cristo vuelve con poder, gloria, y juicio, para legitimar la liberación del peso del poder que nos oprime: la muerte y la desconfianza en Dios ante su voz. El miedo de Adán y Eva ante su presencia física o sonora.[25] Me gusta identificarme con las escenas de liberación que acaban cantando victoria. Quizá me venga como aficionado al fútbol por la costumbre de gritar: ¡goooooool!

 

Solo deseo inclinar mis rodillas en mi verdadera patria celestial ante mi único Dios, y mi único Señor Jesucristo, en comunión con mis conciudadanos por su gracia e influencia de su Espíritu, para así entonar cada una de las estrofas del canto de su exaltamiento hasta lo sumo[26].

 

Es por ello, que ahora el poder del poder no debe destruirme ni esclavizarme como a Atlas, encorvando mi columna vertebral ante su presencia diabólica. Si mis miedos aparecen cual Pedro, ojalá su mirada fije mi mirada en la visión que fue ofrecida a Esteban, antes de ser asesinado a pedrada limpia.[27]

 

Amo a Cristo, y como consecuencia, amo vivir en su ley para ser más sabio que cualquier poder enemigo.[28] Esta es mi libertad relacional porque habito en la gracia misericordiosa de Dios en su Hijo.

 

Quiero explicitar que el verdadero poder de Cristo es la manera de relacionarse con cada uno de nosotros como personas únicas, pero también como colectivo. Aludiré a un libro de John C. Maxwell El poder de las relaciones.[29]  El poder entendido desde la regla de oro pasa por motivar al otro a que se esfuerce en el bien de manera positiva. La comunicación permite potenciar la confianza mediante acciones pragmáticas y satisfactorias. Esto posibilita desarrollar vidas eficaces recargadas de amor sin reservas.

Se amplia nuestra empatía emocional con Dios en su Hijo, y en los rostros que  observamos recíprocamente.[30] Además un líder como Moisés fue mejorado en su relación con su prójimo, tal y como venimos diciendo. No era dotado en el arte de la seducción comunicativa. ¡Vaya! ¡No presentaría ni conduciría ningún programa de máxima audiencia! Sin embargo, ante la audiencia faraónica actuó convencido, envalentonado, y amando a su pueblo hasta identificarse como si de un esclavo más se tratase. Es por ello, que su pueblo o nación lloró su pérdida durante un mes.[31] Es por ello, que la acción del Señor Todopoderoso en su siervo Moisés trasformó a este en el más grande de los profetas, a excepción claro está de Juan el Bautista, ya que pudo ser un canal poderoso en acciones milagrosas e importantes para la historia de la salvación.[32]

 

Quiero que todo el poder de mi universo, y del universo divino estén en un nuevo orden relacional.

 

Quiero que el carro del poder circule por el recorrido trazado en los designios de la soberanía del Padre, del Hijo y de su Santo Espíritu.

 

Quiero que solo así el amor y la verdad se den cita.  Que solo así la justicia y la paz se besen. Que solo así la verdad brote de la tierra. Que solo así la rectitud mire desde el cielo.[33]

 

Quiero que resplandezca la luz de Dios el Señor en nuestro ministerio de adoración, cuya finalidad ha establecido que sea la siguiente: compartir con él su reino por todos los siglos.[34]

 

Quiero amar a Dios Todopoderoso por ser garantía suficiente de que nunca más habrá víctimas bajo su protección infinita.

 

Quiero que jamás ninguna sangre sea superflua ni riegue con sudor y lágrimas los campos de cultivo de los terratenientes algodoneros, discriminación racial; ni de los traficantes del placer cocainómano, exclusión económica;  ni de cafetales preñados de comercio injusto, marginación laboral esclavista.

 

Quiero que desaparezca la aporofobia sufrida por unos 1.200 millones de personas al saberse llamados a la mesa del festín nupcial del Cordero en el reino de Dios.[35]

 

Quiero que Él que se hizo pobre despojándose de toda riqueza por amor, instaure la justicia social eternamente en la Nueva Jerusalén.

 

Quiero que ninguna mujer, ni ninguna criatura, sean oprimidas en sus carnes por causa del peso injusto de los poderosos, al desatarse la fuerza destructiva machista.

 

Quiero que ningún discapacitado físico o psíquico deje de experimentar el poder milagroso de Jesús de Nazaret, el profeta apocalíptico.

 

Quiero que vean su poder experimentado en su nueva corporeidad recreada a la imagen del Hijo del Hombre, es decir, del Unigénito del Padre celestial. ¡Qué salten como si de estrellas de la NBA se tratasen! ¡Qué vislumbren salud en el horizonte con ojos de halcón!   

 

Quiero intentar reescribir en esta conclusión inconclusa el mito de la caída de Faetont como una ofrenda de sumisión libre a la gloria de Dios:

 

Quiero amar sin dudar de la paternidad de mi Padre celestial. 

 

Quiero amar a mi Sumo Sacerdote, sin burlas sonoras de ningún aerópago intelectual, por ser declarado linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, y templo de Dios para anunciar las virtudes del Príncipe de los pastores.[36]   

 

Quiero amar por fe, sin necesidad de subirme al carro de su gloria como única demostración superflua de nuestro parentesco.

 

Quiero amarte con la inocencia de un niño sin ser prepotente o iluso mi Señor Jesucristo.

Quiero que mi deseo sea hacer lo mismo que hacía él todas las mañanas, conducir su oración fogosa a través de los cielos para que el Sol de Justicia me replique que puedo cumplir ese viaje cotidiano, sin que sea muy peligroso para nuestra vinculación afectiva.

Quiero insistir diciéndole que si soy realmente su hijo, puedo hacer lo mismo que hacía él: ser feliz amando al prójimo[37], pese a estar incompleto por no habitar físicamente ya en su reino.

Quiero que mientras el paso de las horas hace cada vez más urgente la decisión del Sol de Justicia, ya que falta muy poco para que llegue la Segunda Venida dando paso a su carro de fuego consumidor, me encuentre permaneciendo en él[38].

La luna ya habrá desaparecido en el horizonte y las estrellas se habrán apagado cuando Cristo, y sus ángeles, salgan en busca del fantástico carro que brilla en todo su esplendor tal y como vivenció Elías[39].

Viendo que era inútil tratar de convencer a Satanás, y mientras trataba de protegerle el rostro del calor de su gloria, los ángeles rebeldes ya le acomodaban los arneses de oro como nuevo rey de la nada, es decir, de la mortalidad.

Dios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de partir; debía haberse mantenido siempre en su lugar, ni más alto ni más bajo, y seguir el mismo rumbo cotidiano que él recorría en forma cotidiana. Sin embargo, las menospreció y desechó por envidia. No quería estar supeditado por amor a dicha autoridad.

Le aconsejó que mantuviera firme las riendas y que no abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo; pero antes de que pudiera continuar, Satanás  partió, y los alados ángeles lo siguieron hacia lo alto, perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del fatídico día hacia el abismo, en el que fue a parar en su destierro.

Satanás entró en pánico y perdió el control abandonado las riendas de sus pasiones, las que siguieron su desenfrenada carrera transitando por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes, y provocando un verdadero caos cósmico.

La tierra y el mar que habitan todos los habitantes descendientes de la mujer trataban de salvarse de su gran ira diabólica[40].

Sollozando Dios Hijo tomó firmemente las riendas de su fabuloso carro de fuego, y se lanzó hacia el cielo azul preñado de nubes, en compañía de sus ángeles leales, para rescatar de la opresión del poder a sus hijos amados, que lo esperaban al oír la gran voz que decía: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche”[41].

Por fin podremos alegrarnos como habitantes de los cielos, ya que tenemos el testimonio de Jesucristo, y amamos atesorar sus mandamientos a fin de caminar en su luz[42].

Por fin el poder divino nos permitirá cantar, y alabar, al Señor en nuestro corazón de carne[43], y así darle gracias siempre a Dios por una liberación tan costosa. Tuvo que entregar todas sus lágrimas, y  todas sus gotas de sangre en la cruz[44].

Como padre que soy, no me puedo ni quiero imaginar lo que tuvo que sufrir Dios dicha pérdida temporal en su propia naturaleza trina, limitándose impotente ante la corrupción del poder desatado por las tinieblas contra su Hijo. Solo pudo manifestar rechazo ante el criminal, que fue querubín grande, protector[45], esperando en silencio la resurrección, y ascensión gloriosa de su Hijo[46].  Días de dolor y trágico silencio en el cielo por la ausencia en la eternidad del verbo de Dios. Esto era lo que pasaría al codiciar el poder de Dios cualquier criatura. La no existencia. Esta es la condenación de quien ha cuestionado el poder de Dios, su ley de amorosa interacción, y ha caído bajo su maldición autodestructiva.

Gracias por librarnos para siempre de esta tendencia al mal por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Dame un corazón enamorado de tu magnificencia para ser libre de mi propia infidelidad narcisista.

Trasfórmame de gloria en gloria a la imagen de Cristo, mi Señor, y libertador de las cadenas de mi servidumbre.  Perdóname por la multitud de tus misericordias para conmigo y haz que nuestro enemigo común huya ante la presencia de los frutos de tu Espíritu[47] en mí. Por Cristo. Amén.  

 

 

 

      



[1]Dn. 4, 16

[2]Hch. 17, 29 

[4]Ed. Anagrama. BCN. 2008.

[5]Ídem p. 17

[6]Ibídem. p. 11

[7]Zacarías 9, 13-14  

[8]Mateo 4, 12

[9]1ª Corintios 15, 12-28

[10]Dt 8, 2-3

[11]Mateo 4, 10

[12]Ibídem p. 70

[13]Ibídem p. 74

[14]Ap 17, 5-6

[15]Discursos, libro II, cap. XIX

[16]2 R 18, 13-36 y 2 R 19

[17]Ibídem p. 78

[18]Jenofonte, Hieron,6, 5; Salustio,Historias,I, 55, 9.

[19]Ibídem p. 189

[20]Ibídem p. 208

[21]2 R 19, 35-36

 

[22]He 11, 32-37

[23]Deus en latín, derivado etimológico del término griego Zeus.

[24]Ap 6, 9

[25]Gn  3, 10

[26]Ap 7, 11-12

[27]Hch 7, 54-60

[28]Sal 119, 97-98

[29]Grupo Nelson, 2010. 

[30]Ídem p. xii

[31]Dt. 34, 8

[32]Dt. 34, 10-12

[33]Sal 85, 10-11

[34]Ap. 22, 3-5

[35]Lc 14, 21; 22, 16

 

[36]1 P 2, 9 y 5, 4.

[37]1 Jn 3, 23

[38]1 Jn 2, 28

[39]2 R 2, 11-12

[40]Ap. 12, 12

[41]Ap. 12, 10

[42]Ap. 12, 17

[43]Ef. 5, 19-20

[44]Col. 2, 12-15

[45]Ez. 28, 14

[46]Jn. 20, 17 

[47]Gá 5, 22-26

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