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La Creación en la Carta a los Hebreos

El texto que nos ocupa no tiene una introducción epistolar que identifica al autor y a los destinatarios. Sí tiene una conclusión epistolar que incluye la frase “los de Italia os saludan”. Esto hace que muchos piensen que fue escrito para cristianos en Roma, y que cristianos procedentes de Italia que estaban con el autor envían saludos a sus parientes y amigos en la capital. El autor define a su escrito como una “palabra de exhortación” (13: 22), y alude a las exhortaciones contenidas en las escrituras (12: 5).

 

Indudablemente, se trata de una serie de exhortaciones con serias amonestaciones. Por una parte se amonesta que si abandonan la fe y pierden la esperanza no van a tener una segunda oportunidad de arrepentimiento y que para los infieles el castigo ha de ser duro (6: 4-8). Por otra parte, se exhorta a los que se encuentran atribulados y tentados, sufriendo, que si pecan deben confiadamente acercarse al trono de Dios seguros que tienen un Sumo Pontífice no solamente capaz, sino también deseoso de hacer efectivo en ellos el perdón ya ganado en el santuario celestial por “la sangre del pacto eterno” (13:20).

 

Como breve sumario, se puede decir que Hebreos confronta un cristianismo en peligro de quedarse sin gasolina, parado a la vera del camino habiendo perdido hasta el deseo de llegar al destino que se había propuesto. El autor exhorta estos cristianos a no desanimarse, a no dejarse atraer por distracciones y desmoralizarse por sufrimientos de la vida terrenal. Ellos deben fijar los ojos en “el Autor y Consumador de la fe, en Jesús; el cual habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreció la vergüenza (de la cruz) y sentose a la diestra del trono de Dios” (12: 2). La exhortación es, “no os fatiguéis en vuestros ánimos, desmayando” (12: 3). Al contrario, seamos aquellos “que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta, la cual tenemos como segura y firme ancla del alma” (6: 18-19). En otras palabras, a Jesús se le propuso gozo y sobre esa base sufrió la cruz y su vergüenza y ahora goza sentado a la diestra de Dios. A nosotros se nos propuso esperanza y debemos sufrir las vicisitudes de la vida terrenal para poder gozar sentados en la Jerusalén celestial (12: 22). La esperanza es el ancla del alma y si no la perdemos nos mantiene seguros y firmes. Mirad, pues, que no perdáis ni la fe ni la esperanza. La esperanza es el camino (9: 8; 10: 20) que nos lleva donde Cristo, nuestro Sumo Pontífice, está detrás del velo ofreciendo su sangre por el perdón de los pecados (6:19).

 

La fe, por su parte, es “la sustancia (hypóstasis) de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” (11: 1). Esta definición y su explicación nos dan la clave para entender a Hebreos. La explicación afirma: “Por la fe entendemos haber sido compuestos los cielos por la palabra de Dios, y que lo que se ve fue hecho de lo que no era manifiesto” (11:3). Aquí se nos dicen dos cosas importantísimas. En primer lugar, que Dios creó al universo por “la palabra” no es algo que sepamos porque lo dice la escritura. Es algo que sabemos por fe. No es materia ni de ciencia ni de historia. Es cuestión de fe. En segundo lugar, la creación por la palabra no trajo a la existencia lo que es de lo que no era. La creación por la palabra hizo posible que se viera lo que no se veía, pero ya existía.

 

Esto nos alerta a fijarnos mejor en la definición. La fe es la “hypóstasis” de lo que se espera (del objeto de nuestra esperanza), la experimentación convincente (pragmáton elégxos) de lo que no se ve. Estas palabras técnicas nos dejan saber que no estamos en el mundo platónico de la cadena del ser deseando escaparnos del mundo material. Estamos en el mundo de los estoicos que afirman la realidad del universo material, donde aun Dios es concebido materialmente.

 

En Hebreos, leemos la palabra hypóstasis tres veces con el significado que le dieron los estoicos.[i] Ellos rechazaban la manera en que Platón denigró la materia. Habiendo negado la distinción platónica entre la materia y la forma, los estoicos distinguían conceptualmente a la materia primordial de la materia con atributos y facultades. Si bien todo es material, no todo lo es de la misma manera. Hay cosas que son materia primaria y hay cosas materiales que tienen atributos y facultades. Para los estoicos, ser (ousia) nombra a la materia primaria, hypóstasis nombra a la materia diferenciada, o sea con atributos y facultades. Ambos tipos de materia son realidades metafísicas, invisibles. Las cosas en estos tipos de materia no están fenomenológicamente al alcance de los sentidos de los seres humanos. En suma, hypóstasis nombra a la materia diferenciada en la realidad invisible, incorruptible, inmovible, eterna. En Hebreos, las realidades celestiales no son espirituales, inmateriales, como en Colosenses; son hypostáticas. La fe nos pone en contacto con la hypóstasis de lo que esperamos. Basándose en esta definición, se nos explica que la creación hizo que la realidad hypostática se convirtiera en realidad fenomenológica por la palabra de Dios, y sólo la fe nos permite saberlo.

 

La necesidad de mantenerse aferrado a la esperanza provista por la fe es expresada en forma críptica. “Somos participantes de Cristo si mantenemos firmes hasta el fin el principio de la hypóstasis” (3:14). En otras palabras, nos gozaremos con Cristo si mantenemos lo que la fe nos da, conocimiento de la creación en el principio, hasta el fin. La hypóstasis está relacionada más directamente con Cristo en 1: 3. Después de afirmar que Dios hizo al universo por su Hijo, se describe a Éste como el resplandor de la gloria de Dios y la impresión (xarakter, estampa [no eikon, imagen]) de la hypóstasis de Dios. Como ya dijimos, para los estoicos Dios es también materia. Está compuesto de uno de los cuatro elementos, fuego. No nos sorprende, entonces, leer que “nuestro Dios es fuego consumidor” (12: 29). Aquí se nos dice que Dios es hypostático y que el Hijo es el “carácter” que hace visible a esa hypóstasis, algo distinto a la descripción de Cristo como “la imagen del Dios invisible” (Col. 1: 15). Aquí Cristo es la “huella” dejada en la materia fenomenológica por un Dios que es materia hypostática.

 

Vemos, entonces, que en Hebreos la realidad es concebida en términos de dos líneas paralelas, pero distintas. Una es la realidad material inmóvil, eterna, diferenciada por sus atributos y facultades pero más allá de todos nuestros sentidos. Otra es la realidad material fenomenológica que experimenta cambios, corrupción y que está al alcance de nuestros sentidos. La creación creó la realidad fenomenológica, mientras que todo lo que está en ella ya existía como realidad hypostática. La fe y la esperanza hacen posible que los que vivimos en el mundo de los sentidos penetremos el mundo hypostático, participemos del descanso sabático de Dios, tengamos acceso detrás del velo (la muerte vergonzosa de la cruz) a los beneficios del sacrificio que realmente purifica la conciencia (9: 14) y es llevado a cabo por nuestro Sumo Pontífice, quien entró “en el mismo cielo”, el santuario no hecho por manos (9:24), con materia diferenciada, hypostática, “no de esta creación” (9: 11).

 

En Hebreos la esperanza del cristiano es la de “entrar en el reposo de Dios”, o sea, vivir en la realidad incambiable, eterna, hypostática. Este reposo es uno que Dios está celebrando desde el momento en que terminó la obra de la creación en el principio (4: 3). Este reposo que Dios celebra en el mundo hypostático es ofrecido a sucesivas generaciones, mientras se dice “Hoy” (3: 13; 4: 7). Como realidad hypostática el reposo sabático que Dios celebra eternamente desde que terminó la creación del mundo fenomenológico está disponible a quienes mantienen firme la fe y la esperanza. Por lo tanto se exhorta: “Procuremos de entrar en aquel reposo” (4: 11)

 

Lo notable en Hebreos es que el autor seguramente tiene una perspectiva escatológica hacia un futuro cercano (10:25). Es el único que menciona una “segunda venida” (9: 28), y considera que está viviendo “en los últimos tiempos” (1: 2). Sin embargo, no considera que Cristo debe hacer algo en el futuro para obtener una victoria dramática sobre Satanás. La muerte de Cristo en la cruz ya ha conseguido el triunfo sobre el que “tenía el imperio de la muerte, es a saber al Diablo” (2: 14). El futuro escatológico está fundamentado en algo que ya existe, en la celebración sabática (sabatismós) de Dios, la cual ha estado en pie desde el principio. Lo que hay que tomar en cuenta es que los que mantienen firme la fe y la esperanza van a entrar en ese reposo. Pero Dios ha hecho un juramento que los rebeldes jamás entrarán en Su reposo. El reposo que Dios celebra en la realidad hypostática es el fundamento de la fe y la esperanza, y está accesible por el Hijo que nos abrió el camino hasta él. (Sobre este tema, véase mi libro, A Day of Gladness, University of South Carolina Press, 2003, capítulo sobre Hebreos.)

 

La segunda aparición de Cristo (9: 28), cuando será visto por los que le esperan, será como la aparición de Yahvé en el monte Sinaí, donde la voz de Dios conmovió la tierra. Citando a Haggeo 2: 6 el autor anuncia, “aun una vez y yo conmoveré no solamente la tierra, mas aun el cielo” (12: 26). Esto significa que “las cosas movibles, como de cosas hechas, han de ser removidas para que queden las inmovibles” (12: 27). Entonces leemos esta exhortación: “Así que tomando el reino inmóvil, retengamos la gracia por la cual adoramos a Dios agradándole con temor y reverencia. Porque nuestro Dios es fuego consumidor” (12: 28-29). Para revelar lo que ahora no es manifiesto es necesario quitar, remover, el mundo fenomenológico para que queden las cosas que son inmovibles, el reino eterno, la realidad hypostática.

 

Las realidades paralelas de la cosmología de Hebreos son exhibidas en la descripción del santuario terrenal. Según las instrucciones para la construcción del santuario en Ex. 26: 30-37, éste consiste de una carpa en la cual un velo de materiales especiales separa el Lugar Santísimo del Lugar Santo, y el altar del incienso está en el Lugar Santo. Siendo que el velo no llega hasta el techo de la carpa, el aroma del incienso llega hasta el Lugar Santísimo. En Heb.9 el santuario consiste de dos carpas. La primera para el Lugar Santo y la segunda para el Lugar Santísimo (9: 2, 3, 6, 7), y el altar del incienso se encuentra en la segunda carpa, el Lugar Santísimo.

 

Esta discrepancia en la descripción del santuario ha preocupado a muchos eruditos y es mayormente ignorada por los fundamentalistas. Pienso que la explicación no es difícil de entender cuando se toma en cuenta la cosmología de Hebreos. Siendo que todo santuario en su misma esencia es la representación, la maqueta del universo, el autor de Hebreos no podía menos que tener dos carpas para representar la realidad hypostática y la fenomenológica. Para él la cosmología es más importante que la exactitud histórica. El saca al altar del incienso de la primera carpa y lo coloca en la segunda por el mismo motivo. El que murió “fuera de la puerta” (13: 12) y pasó detrás del velo (6:19), está ahora ofreciendo la sangre del pacto eterno en el altar del Lugar Santísimo, en el mismo cielo, puesto que el Lugar Santo, el templo de Jerusalén, ya ha sido removido. Que el sacerdote terrenal entraba al Lugar Santísimo sólo una vez al año es interpretado por el autor como que mientras el templo de Jerusalén estaba en pie, el camino al Lugar Santísimo, la segunda carpa, la realidad hypostática, “aun no estaba descubierto” (9: 7-8). De esta manera el autor refleja, otra vez, la diferencia entre lo que es y lo que está disponible a la vista hecha posible por la fe de los seres humanos.

 

En el universo simbólico de Hebreos el futuro no traerá nuevos cielos y nueva tierra, o la restauración del jardín de Edén, parte de las “cosas hechas” en la creación del reino móvil. En el futuro viviremos en el reino inmóvil que es eterno y antecede el mundo fenomenológico, cambiable, en que ahora vivimos. Lo que surgió de la materia primaria, indiferente, a la existencia hypostática, diferenciada, es real de la manera que cuenta. El mundo verdadero no es el mundo del futuro. Es el mundo que antecede el principio. El mundo de cambios en que ahora vivimos es el resultado de la creación en el principio. La vida que ha de participar del descanso de Dios es la vivida en el mundo hypostático, y existe desde antes de la fundación del mundo.

 

Lo que hace difícil entender a Hebreos es que mientras visualiza un futuro por el cual vale la pena esforzarse con osadía y confianza, éste no es ni histórico ni apocalíptico. Los que tienen el coraje, la osadía y la confianza propia de la esperanza (3:6) pueden prolípticamente entrar y encontrar en el mundo inmóvil “ayuda para el oportuno socorro” (4:16) mientras siguen sufriendo las peripecias y las tentaciones de la vida en el reino que puede ser sacudido y será removido, quitado de en medio, para darle lugar al reino inmóvil. La fe y la esperanza son los medios por los cuales entendemos la realidad en que vivimos, y ésta incluye la realidad hypostática. Es por eso que podemos afirmar que Jesucristo, la “huella” de la hypóstasis de Dios, es “el mismo ayer, y hoy y por los siglos” (13: 8). Indudablemente, en Hebreos la creación es concebida en un marco cosmológico muy particular.


[i] Hypóstasis adquirió otros significados técnicos en las controversias cristológicas de los siglos cuatro y cinco. Para los Padres de Capadocia, Dios es una ousia (ser) con tres hypóstasis (realidades, personas). En la declaración del Concilio de Calcedonia (451 d.C.) se llegó a la definición de Cristo como una hypóstasis con dos naturalezas (fusis). Esto vino a conocerse como la unión hypostática de la naturaleza divina y la humana. Tiene que haber una hypóstasis en la cual una naturaleza puede concretarse.

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