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Ser, tener y hacer

Cuando somos niños, nos gusta mirar juguetes y tenerlos para jugar con ellos, así que no paramos de pedirlos hasta que los conseguimos. Es divertido coleccionarlos y enseñarlos a los demás. Estos hábitos los cultivamos a lo largo de la vida, así que acumulamos muchas cosas y ya de adultos tenemos juguetes caros.

Cada vez necesitamos un vehículo más grande para transportarlos y cada vez tenemos más ganas de llenarlo. Al final conseguimos un camión que es algo con mucho peso.

Con el camión a tope ahora disfrutamos corriendo, las bajadas son muy divertidas, la sensación de velocidad, de libertad, de dominio, de posesión resulta excitante.

Al lado de la carretera hay señales de tráfico, algunas parecen límites de velocidad pero pasan tan deprisa que casi no las vemos.

A lo mejor convendría reducir la velocidad, frenaremos un poco. Al pisar el freno la velocidad no disminuye. Demasiada carga, demasiada velocidad, demasiada pendiente.

De pronto vemos unas señales a las que nunca habíamos prestado atención, son extrañas. Vamos entendiendo… ¡zonas de frenada de emergencia!. Piscinas de arena para que el vehículo se detenga.

Así que damos un golpe de volante hacia la derecha, cerramos los ojos y de forma traumática, brusca, el camión se detiene. La carga puede haberse estropeado pero estamos a salvo, respiramos aliviados.

Muchas veces nuestra vida se parece a lo que hemos explicado. Obsesionados por el tener, por la actividad desenfrenada, por un ritmo irracional, ponemos nuestra vida en peligro.

Jesús, que siempre nos ha invitado a descansar en sus brazos, nos recomienda con insistencia que demos un golpe de volante a nuestra vida, que utilicemos esas vías de escape que nos ha preparado.

Dar un giro a una trayectoria es precisamente lo que significa la palabra CONVERSIÓN. Cuando Jesús llene nuestras vidas, nuestro comportamiento cambiará. La Biblia nos invita a ser niños en cuanto a conservar la inocencia, la credulidad, la capacidad de creer, pero también a abandonar los comportamientos pueriles, a ser maduros.

Así que Jesús nos propone ser creyentes auténticos, y no poner en peligro nuestras vidas, Él quiere que tengamos muchas cosas, que seamos felices y nos ayudará a serlo, pensando en los demás, buscando la felicidad de los otros. Cuando lo hagamos, llega a decirnos que es a Él al que hacemos feliz.

No debemos invertir los términos, porque somos, tenemos y hacemos. Nunca podremos tener y hacer para ser. No somos creyentes por tener una doctrina ni por actuar como tales.

SER Y PARECER

El ser es patrimonio exclusivo de Dios, nosotros somos en Él y por Él. Serlo en forma definitiva también dependerá de Él. En cambio Dios se nos presenta como “Soy el que Soy” en Éxodo 3:14. Algunas versiones lo traducirán por Yo seré el que Seré o Yo soy el Siendo. El que no deja de ser, el Eterno (Éxodo 6:3)

La utilización de la expresión “ser” en el Antiguo Testamento se identifica más con un uso literario concreto. Indica que Dios está y estará para ayudar a su pueblo y despertar su confianza.

Podemos darle también un valor ontológico al término “el que es”, “el que lo es en esencia”, porque nada tiene sentido sin Dios. El es el único ser autónomo, Hechos 17:25, dice que todo y todos dependen de él, y Santiago 1:17 que no está sujeto al tiempo, inmutable, sin sombra de variación. Pero él se involucra en el tiempo para relacionarse con la criatura, llegando a ser el Dios de la Historia de la Redención.

Jesús en Juan 8:28 y 58 retoma la misma formulación de Éxodo 3:14 por lo que es acusado de blasfemia.

Decíamos que nuestro ser depende del Creador, sin Él somos vaho, apariencia fugaz sin esperanza. El ser del hombre deviene cambiante con el tiempo, sin la pedagogía de este y de las circunstancias y sin la memoria de todo ello no podríamos reconocernos a nosotros mismos. La posibilidad de cambio es la que permite, por otra parte, la esperanza.

Los adjetivos conforman la apariencia del ser mientras que los atributos definen su esencia. Sólo Dios posee atributos de forma absoluta. Él es justicia, yo puedo ser justo o injusto. El nos invita a reproducir esos atributos con su ayuda en nuestra vida. Es lo que Jesús nos indica en textos como los de Lucas 6:36 o Mateo 5:48 (ser perfectos o misericordiosos como vuestro Padre Celestial). Pero eso sólo será posible mediante un nuevo nacimiento donde los principios se escriban en el corazón, en la mente de la criatura que así transformará su jerarquía de valores:

– materiales, ya no tendrá ni hará para su propio servicio.

– espirituales, no tendrá creencias sino que será creyente.

– afectivos, no se manifestará amigable o tendrá una familia sino que será amigo o constituirá una familia. No instrumentalizará ninguna relación.

RIESGOS DEL PARECER SER

A lo largo de la vida acumulamos comportamientos coherentes con nuestras convicciones pero muchas veces conformados a las expectativas de los demás. La imagen proyectada acaba identificándonos por parte de los demás y a nosotros mismos. La civilización tecnológica propicia la ocultación del ser , por que su interés se concentra en lo objetivo, lo manipulable y tiende a ignorar lo profundo o misterioso. Hace falta introspección y humildad para llegar a no confundir las apariencias con nuestro yo real.

Ese mismo peligro puede estar presente en nuestra experiencia de creyentes, de forma que acabemos adoptando las formas de nuestro entorno religioso. Y adoptar una actitud fingida, una apariencia, en una vivencia que debe ser relacional, nada menos que con Dios, es el mayor y más peligroso sinsentido. Dios nos invita a tener atributos y no adjetivos circunstanciales de modo.

Es la solemne advertencia que la historia de Ananías y Safira nos proporciona, tal como la encontramos en Hechos 5:3 y 4 (mentir, tentar al Espíritu Santo). Ninguneando al Espíritu Santo no tenemos ninguna posibilidad de transformar nuestras vidas, de conseguir un nuevo nacimiento. Este es el peligro de los “gestos religiosos”, de la superficialidad, del aparentar, del mimetismo sin compromiso que puede llegar a satisfacer nuestra conciencia hasta adormecerla; pero que nos permite dar una imagen social correcta.

El drama de Ananías y Safira consiste en crear una situación sin salida posible, en intentar un equilibrio imposible entre el ideal y el pragmatismo. Si lo meditamos, las consecuencias no son desproporcionadas. Es una advertencia a no tener o hacer para parecer ser.

TENER

La historia que viene a nuestra mente cuando abordamos el tema de las riquezas en el Evangelio es la del joven rico de Mateo 19:16 al 22. Lo que el joven rechaza pagar es nada menos que el “precio” para tener la vida eterna. Resulta trágico sentirse dominado por el amor a las riquezas y no poder compatibilizar principios y conducta, ser consciente de que se escoge a un señor frágil y perecedero. Proverbios 23:5, nos recuerda con que facilidad vuelan las riquezas: el texto parece describir una estafa piramidal.

El atractivo de las riquezas, de los bienes materiales tiene un doble origen. Por una parte nos protegen de las necesidades de la vida física, dándonos una aparente seguridad (Proverbios 18:11 nos dirá que son como una muralla alta en la imaginación del rico). En este sentido, el atractivo de las riquezas tendrá su origen en la fragilidad del hombre. Por otra parte, las riquezas visten nuestra identidad, que coincidirá con la consideración que recibimos de los otros y que definirá nuestro prestigio social. Esto nace del egoísmo.

Analizaremos con brevedad la curiosa evolución que la valoración de las riquezas ha experimentado en el mundo judeo-cristiano:

1- Riquezas como muestra de la bendición de Dios en el Antiguo Testamento.

Abundan los textos como los de Génesis 24:35 o 26:12 donde se atribuyen las riquezas de Abraham (ovejas, plata, oro, siervos…) o de Isaac (cosecha al ciento por uno) a las bendiciones de Dios. Esta forma de pensar oriental primitiva depende de la premisa de que en esta vida todo procede de Dios. Dios me castiga o me premia aquí y ahora. Además existe una base escrítural que se repite hasta la saciedad, sin analizar, el “Dios da y Dios quita” (Job 1:21, 22; 2:10). Job hace una defensa de Dios frente a los ataques de su esposa. Es la expresión de una fe magnífica pero elemental, una fe casi tan grande como su desconocimiento de Dios. Cuando defendemos a Dios perjudicamos su imagen, porque nosotros somos llamados a ser sus testigos y no sus abogados. Cuando hacemos afirmaciones como las de Job al inicio del relato, actuamos como si la introducción del libro de Job en cuanto a la causalidad del mal no existiera, como si Job no modificara su modo de entender a Dios a lo largo de la historia. Como si el ministerio de Cristo no se hubiera producido y no nos hubiera revelado el auténtico carácter del Padre.

Esta mentalidad nos alejará de Dios en algún momento de la vida. El Holocausto conducirá al ateismo entre los jóvenes hebreos, al agnosticismo y a la “teología de la muerte de Dios” en el cristianismo.

En el Antiguo Testamento encontramos textos que no refrendan esta teoría. Proverbios 22:1, 2; o 11:28, opone la confianza en las riquezas a la justicia. Basta ojear los Salmos de David para ver su angustia al contemplar la prosperidad de los impíos, muchas veces a expensas de los justos, para darnos cuenta de la falsedad del binomio obediencia-bendiciones.

En el Nuevo Testamento se profundiza en la idea de que las riquezas no proceden siempre de Dios: Lucas 12:15 (la vida no consiste en abundancia de bienes); Mateo 13:22 (la parábola del sembrador nos habla del afán de este siglo y el engaño de las riqueza que ahogan la Palabra) Mateo 6:24, 25 ( no se puede servir a Dios y al dinero) o en Lucas 6:24 (el que acumula riqueza ya tiene lo que busca pero no recibirá otro consuelo).

2- Valores materiales despreciables en la Edad Media

El cristianismo medieval bajo la influencia del pensamiento griego opone los bienes materiales y la carne al espíritu. Hay que evitar todo aquello a lo que la carne tiende, las riquezas son los peores enemigos de la vida espiritual y se deja en manos de los judíos el manejo de la banca, a los que por otra parte no se les permitirá ser terratenientes.

Desde esta estrechez de miras, la enemistad del cuerpo, el ascetismo insolidario y el frío legalismo, los cristianos parecen más encadenados que liberados por Dios. Jesús es más un ídolo opresivo que alguien vivo que propicia el encuentro.

El clímax de esta etapa llega en España con el catolicismo austero y lúgubre de Felipe II. Precisamente la derrota de la Invencible marcará el impulso definitivo de los países protestantes como Inglaterra y Holanda que progresarán con otros puntos de vista acerca de la riqueza.

3- Riqueza como valor socialmente apetecible

La Reforma protestante con el subsiguiente abandono del dualismo carne-espíritu y el retorno a las fuentes bíblicas propiciará una concepción más hebraica de las riquezas.

Los países protestantes van a controlar el comercio mundial y perseguir el enriquecimiento, por cierto, incurriendo en numerosas atrocidades coloniales.

4- Consumismo

La industrialización, la producción en serie, hará que los bienes de consumo estén al alcance de todo el mundo. La adquisición de estos bienes tendrá un efecto de reclamo y se establecerá una competición pera demostrar la superioridad del yo, para que como a un icono idolátrico los demás lo adulen o por lo menos lo envidien.

Volvamos al relato del joven rico y a la perplejidad de los discípulos. Si los ricos que reciben las bendiciones de Dios tienen difícil acceder al reino de los cielos ¿Quién lo hará?.

Hay que reconocer que Jesús lo va a poner difícil: Mateo 19:23, 24.

Existen intentos de buscar errores léxicos. En griego hay una palabra cuyo grafismo es similar a camello y que significa cuerda gruesa….

La ironía es utilizada en ocasiones por Jesús y profusamente por Pablo. No hay mejor forma de tratar un tema difícil de forma inteligente y que quede grabado en la memoria del oyente.

Jesús emplea la misma imagen del camello en Mateo 23:23, 24 y el mismo tipo de recurso en Mateo 7:3-5 en la figura literaria de la viga en el ojo.

El problema no radica en las riquezas, estas son neutras, tampoco se trata de tener más o menos o de no tener. Lo peligroso es nuestra actitud hacia ellas; el deseo no satisfecho se contabiliza en nuestra cuenta porque Jesús interioriza el cumplimiento de la ley. Nadie está pues a salvo de este riesgo. La Biblia señala que el peligro de las riquezas está en obtenerlas injustamente, en confiar en ellas hipertrofiando el ego, en amarlas más que a Dios y al prójimo, en que el objetivo de nuestra vida, de nuestra conducta sea conseguirlas o mantenerlas.

El auténtico protagonista es el egoísmo que se retroalimenta sin saciarse (Eclesiastés 5:10), y que es incapaz de amar a Dios y al prójimo; el egoísta utilizará y explotará al hermano. Mencionaríamos aquí una larga lista de textos de profetas del Antiguo Testamento empeñados en la justicia social. En el Nuevo Testamento, un ejemplo lo encontramos en Santiago 5:3,4.

Pablo identifica al egoísta con el idólatra (Colosenses 3:5; Efesios 5:5) porque el que se idolatra menosprecia a Dios y es depredador del prójimo, siendo injusto con él (Jeremías 17:11). Sin amar a Dios, sin amar al prójimo , adorando al dios del yo, no se entra en el Reino de los Cielos.

Regresemos a la imagen del camello. El egoísmo hincha , el yo sobredimensionado invade el territorio del prójimo: mi poder Deuteronomio 8:17, mi sabiduría Proverbios 28:11, el control del futuro Santiago 4:13, 14. El rico insensato no reconoce su finitud, su dependencia y como en la anorexia percibe una dimensión del yo irreal. Sin deshincharnos, sin desprendernos de la soberbia, de la avaricia y del egoísmo no es posible recuperar la dimensión que Jesús propone al joven rico. El dar es un sacrificio imposible para el egoísta y por ello el acceso a la vida eterna es demasiado estrecho.

Afortunadamente Jesús afirma “pero para Dios todo es posible” refiriéndose a nuestra transformación.

El Nuevo Testamento da consejos con respecto a este aspecto de la vida, Hebreos 13:5; 1ª Timoteo 6:9-12; 17, 19

HACER (hiperactividad)

Actuar no es sólo ocupar el tiempo, exige un programa coherente. Se corre el riesgo de que la actividad se convierta en un fin, que la agenda nos imponga su ritmo.

Pedro, en las primeras etapas de creyente, hablaba y actuaba antes de pensar. Muchas veces también nos sentimos obligados a actuar sin dar lugar al análisis y a la reflexión. Hoy se valora tanto la respuesta rápida que llega a irritarnos la lentitud ajena.

Marta (Lucas10:38 al 42) tenía la virtud de la laboriosidad necesaria para la vida familiar, social y eclesial, pero los programas apretados, rígidos, sin opción para los cambios se anteponen a la racionalidad y a la conveniencia. Hay que saber valorar cada momento, cada situación. Marta servía al Maestro pero perdía la oportunidad del diálogo, del crecimiento…, “luego le escucharé”, “ ahora tengo que trabajar para él”, “le estoy demostrando mi aprecio”. Podemos cometer el mismo error incluso trabajando para la iglesia.

Tenemos que controlar el tiempo sin dejarnos avasallar por él, tenemos que renunciar a controlar el mundo, renunciar a vivir agitados en un estado permanente de urgencia.

La actividad frenética hace aumentar los niveles de adrenalina y las sensaciones son excitantes. Recordemos la historia del camión o pensemos en los deportes de riesgo, donde se pone en peligro la vida para tener sensaciones vitales. Así nos hacemos dependientes de estos estímulos y sin ellos la vida resulta aburrida.

Un exceso de actividad puede conllevar un agotamiento físico, mental o un desequilibrio emocional, pero sobre todo nos incapacita para la reflexión y el diálogo.

Por esa razón, Dios, que no se cansa, instituye un reposo cíclico, porque para el hombre es una necesidad vital y la oportunidad de encontrarnos con Él y con nuestro hermano.

Hoy necesitamos más que nunca esos paréntesis, víctimas como somos de un ritmo artificial impuesto por la civilización occidental.

El hombre es víctima de sus propios logros, la tecnología moldeará la lógica, la cultura, las actividades y las relaciones humanas. Su ritmo suprimirá la pedagogía de la espera (Biblioteca /Internet).

Debemos estar pues atentos y poner límites a un estilo de vida que va tejiendo una tela de araña imperceptible pero que dificulta nuestra maduración espiritual.

Se trata de conseguir un equilibrio difícil entre no violentar el tiempo y no dejarnos maltratar por él. Debemos aumentar la capacidad de acoger al mundo y no olvidarnos de nosotros por el camino. No se trata de un elogio del “dolce farniente” sino de controlar la actividad, los ruidos que alteran la comunicación con otra realidad, que no permiten abrirnos a ella y sin la cual la vida material sería nuestra única posibilidad.

ESPACIOS BIBLICOS DE ENCUENTROS CON DIOS

1- EL DESIERTO en la Biblia tiene un sentido místico, es el lugar donde me

encuentro con Dios y donde reflexiono acerca del sentido último de mi vida (Moisés, David, Juan, Jesús).

Representa un ambiente hostil donde nada distrae nuestra atención, donde no hay tareas a realizar. La sensación de dependencia de Dios es intensa, ningún ruido altera nuestra comunicación con Él.

2- LA MONTAÑA (Sinaí, Horeb, Sión) donde se contempla una realidad que escapa a nuestro campo de acción, a nuestro dominio, nos introduce en un paisaje cósmico que podemos intuir sin manipular, al menos a título individual.

El contraste entre nuestra pequeñez, nuestra finitud y la inmensidad del espacio, la percepción casi de lo intemporal suscita pensamientos de tonalidad religiosa. Los lugares “altos” han sido siempre propicios a la adoración, lugares en donde parece disminuir la atracción de la gravedad que nos une con lo material.

Jesús se retiraba con frecuencia a la montaña (Mateo 14:23) para:

– Descansar de la presión de las multitudes o de la frustración de verse rechazado por su pueblo.

– Completar la formación de los suyos.

– Huir de la atracción de lo inmediato, sentir la presencia del Padre y profundizar en el conocimiento de su voluntad.

CULTURA URBANA Y NUESTRA NECESIDAD HOY

Si la naturaleza fomenta la reflexión espiritual, la ciudad se nos aparece laica y predispone a una reflexión racional.

En el siglo XIII, el desarrollo de las ciudades supuso un estilo de vida nuevo. La universidad, el comercio y la banca impondrán su ritmo. Las catedrales deberán elevarse para dominar un paisaje que limita la contemplación de la naturaleza.

La ciudad tiene una dimensión que engrandece al hombre, le recuerda su dominio sobre la naturaleza.

Sorprende que Jesús, nacido del Espíritu, sin haber perdido nunca el contacto con el Padre, sin haber sucumbido al poder del pecado, buscara con mayor profusión que nosotros los encuentros con Él, en la soledad de la montaña y en el silencio de la noche. Deberíamos ser más vigilantes en este aspecto porque nuestra necesidad es mayor, aunque tenemos un acceso abierto a un Dios mucho más cercano en Jesucristo.

El desierto y la naturaleza serán para nosotros espacios y tiempos para dialogar con Él. Lejos de las prisas, de los ruidos y de la necesidad de respuestas inmediatas. Donde el silencio nos permita escuchar e implicarnos en la respuesta más que en la demanda. San Juan de la Cruz habla de “encontrar a Dios en la música callada y en la soledad sonora”, señalando el silencio y la soledad como condiciones propicias para el encuentro místico.

ANTÍDOTOS CONTRA LA HIPERACTIVIDAD

1- EL SILENCIO: es necesario para escuchar y escucharnos, hay que callar para hacer posible el diálogo, frenar nuestras palabras, pensamientos, argumentos y peticiones.

La gente habla pero no escucha, es monotemática, yo, mis ideas, mis problemas, mis proyectos. Se necesita tanta iniciativa y generosidad para recibir lo que los demás nos ofrecen como para dar, para pedir perdón como para concederlo. El egoísmo puede encontrarse tanto en el no dar como en el no aceptar. Los egoístas no sabrán escuchar nunca, pero no callarán. Esto puede ocurrir también cuando se acude al Padre Celestial en oración, estableciendo entonces una comunicación estéril porque orar es:

– enlazar nuestro silencio con los silencios de Dios.

– esperar en un silencio respetuoso y expectante, una respuesta diferida que no sea el eco de nuestros pensamientos.

– iniciar un camino a ciegas y esperar hasta que una pequeña luz nos dé la seguridad de que no nos hemos perdido.

– esperar en la confianza de ser escuchados, comprendidos y asistidos.

– esperar de forma pasiva renunciando a tomar la iniciativa pero de forma activa en la confianza ilusionada y el compromiso de abrir un horizonte más amplio, más nítido.

– renunciar a que se haga nuestra voluntad, sin exigir nada, sin actuar, con las manos en reposo y unidas.

2- LA SOLEDAD. Nuestro estilo de vida no acepta la soledad, como tampoco la inactividad y el silencio, de ahí el drama de la senectud. Pascal afirma “el gran mal del hombre es no saber estar solo en una habitación”.

Y sin embargo necesitamos una soledad comunicativa, donde nos encontremos a nosotros mismos y donde podamos dirigirnos a Dios.

Porque este diálogo a solas es objetivo y eficaz. El diálogo con el otro retrasa la marcha del pensamiento y dejamos de ser el objeto de nuestro interés, además intentamos vencer dialécticamente y podemos perder de vista la búsqueda de la verdad.

3- REPOSO: el reposo ofrecido por Dios no es una inactividad acomodaticia, es una actividad sin ansiedad, sin afán, un ritmo lento que permite la introspección, saborear el goce de las pequeñas cosas y la observación atenta.

Porque cuando nos abandonamos, cuando dejamos de tomar la iniciativa, de ir lo más deprisa posible y aceptamos los tiempos muertos, los silencios, nos enriquecemos y el tiempo se ralentiza.

El sábado quiere ser una pausa en nuestras preocupaciones, nuestros afanes, un espacio relajado que favorezca el encuentro con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. El descanso sabático confirma que ya descansamos en el Señor (Hebreos 4:10), lo observamos porque reposamos en Él y no para conseguirlo sino para disfrutarlo.

EL REPOSO OFRECIDO POR JESÚS ( Mateo 11:28-30)

– Cansados: de tanta actividad febril cuyo resultado muchas veces es sólo vapor, nada consistente, duradero o satisfactorio.

– Cargados: de acumular bienes y preocupaciones materiales y emocionales.

– Os haré descansar: porque soy manso, pacifico (alegato contra la hiperactividad) y humilde (alegato contra el egoísmo). El descanso ofrecido es esa paz interior, al margen de las circunstancias externas (Juan 14:27, 16:33) que Jesús buscaba en el silencio y en la soledad, el abandono de las preocupaciones y anhelos en las manos de nuestro Padre Celestial.

Esa vivencia, no doctrinas ni razonamientos, es la que nos hace sentir queridos por el Padre. No se trata de ignorar la aflicción, de no enfrentarnos a los problemas. Se trata de afrontarlos en función de la esperanza de otra vida.

Jesús nos invita en los versículo 29, 30 de Mateo 11 a llevar su yugo, es decir, a compartir las cargas de nuestra responsabilidad y de nuestras tareas en un camino que ilusiona porque responde a las necesidades y a los anhelos más profundos de hombre, por eso la carga es ligera. Pero si nuestro yugo, el que llevamos, nuestra carga, la que arrastramos, es la ausencia de proyección de futuro, esta la hace insoportable y aún así muchas veces parece que encontremos placer en multiplicarla.

Si nos empeñamos en luchar con problemas que no podemos solucionar, la voluntad del otro, el sufrimiento, la muerte, las convulsiones del mundo físico, social, político o religioso sólo conseguiremos hundirnos más en el desánimo.

El mar representa en la Biblia todo aquello que es hostil al hombre y a su felicidad (Apocalipsis 21: 1 u.p. y 4 u.p.) y cuando está agitado su capacidad destructiva es enorme. Recordemos la escena en el mar de Galilea (Mateo 14:24-30).

La invitación a Pedro del versículo 29, “ven”, Jesús la dirige a cada uno de nosotros. Puesta nuestra vista en Él, con los ojos de la fe, podemos caminar sobre las aguas, sobre los problemas de esta vida sin ser vencidos por ellos y sin ahogar nuestra esperanza. Los discípulos luchan para volver a la vida jugándose la vida. Jesús simplemente camina sobre las aguas y nos invita a hacer lo mismo. El futuro esperanzado será tan nítido que lo inmediato perderá definición, se desenfocará.

El no os afanéis, no os angustiéis de Mateo 6:25, 34 no es una invitación al pasotismo, a la indolencia, Jesús nos diría interesaros por todo pero no os preocupéis en exceso de lo que no depende de vosotros, de lo que el mañana os reserva, basta con el afán de cada día. Pero sobre todo valorar más la vida que lo accesorio, el alimento, los vestidos, los bienes materiales.

Esforzaos por lo que realmente tiene valor, ser ricos en Dios (Lucas 12:21) no confiéis en los bienes materiales (Salmos 49:6, 11), poner vuestra fortaleza en Dios (Salmos 52:7); (62:10 u.p.; 49:6-11), echar mano de la vida eterna (1ª de Timoteo 6:11, 12), correr pero con paciencia (Hebreos 12:1, con todo nuestro esfuerzo e interés pero sin precipitarnos sabiendo esperar, dando tiempo a la actuación de Dios), no os canséis de hacer el bien (Gálatas 6:9). En este contexto la hiperactividad es una virtud.

EL EJEMPLO DE MARIA: Maria parece desconocer el trabajo de la casa, pero en realidad no quiere desaprovechar una ocasión única, porque cada encuentro con Jesús es nuevo, diferente. Sentada a sus pies estará pendiente de sus gestos, de sus palabras y le hará muchas preguntas, mañana podría ser tarde.

Nosotros también trabajamos para Jesús, para la comunidad eclesial, pero alguna vez debemos detenernos para escucharle. Nos repite tanto las cosas que las sabemos de memoria ¿no será que no le hemos prestado atención y de ahí su insistencia?

Hay que buscarle un lugar en nuestras agendas apretadas y encontrarnos con ´

El en la soledad, el reposo y el silencio. Hay que estar relajados para reconocer las oportunidades. Cuanto más ocupamos el tiempo menos disponemos de él, lo consumimos sin saborearlo, hay que darnos tiempo y regalarlo a los demás.

En la actividad pausada aprenderemos a disfrutar de las pequeñas cosas, a paladear en lugar de engullir, a observar más que a correr, a percibir los valores abstractos, los camellos de Mateo 23:23, 24, la justicia, la misericordia, la fidelidad y adaptarlos en cada momento a las circunstancias de nuestra vida.

CONCLUSIÓN

MEDITAR más que elucubrar, profundizar en el sentido de la vida, de nuestra vida.

ORAR para escuchar más que para hablar, para ser sensibles a la influencia del Espíritu Santo.

VIVIR en plenitud más que consumir el paso del tiempo y hacerlo sin urgencias, observar mejor, ser espectador privilegiado más que actor en alguna ocasión.

DISFRUTAR de los bienes y de las actividades más que luchar para conseguirlas. Ya no soy lo que tengo ni soy lo que hago. Como Pablo (Filipenses 4:12) ser a pesar de tener o no tener, ser en la riqueza y en la pobreza, en la hartura y en el hambre, en la comodidad y en la dificultad, en la actividad y en el reposo. Ser en Cristo en cualquier circunstancia.

Frente a la necesidad de tener, la tentación de aparentar, el placer de actuar…, la satisfacción de ser nos dará la oportunidad de tratar adecuadamente al prójimo y a las bendiciones materiales. Ser nuevas criaturas en Cristo nos liberará de las presiones externas, de las preocupaciones interiores y nos proporcionará la paz interior que dinamizará la esperanza.

Así conseguiremos ser auténticos creyentes:

– Estaremos seguros de nuestro valor como hijos de Dios, no necesitaremos signos de prestigio social.

– Seremos libres en Cristo, sin ataduras que condicionen nuestra conducta.

– Seremos santos, consagrados a Dios, y no al servicio de otros señores.

– Seremos generosos en el trato y la consideración del otro, porque el amor ha sustituido al egoísmo.

– Estaremos felices de saborear los placeres simples, de inventarlos aquí y ahora. Felices por nuestra comunión con Dios y el prójimo. Felices porque la tristeza nace del deseo no satisfecho, de lo que no se tiene, de lo que no se es pero la alegría nace del ser, de lo real, de lo auténtico, de lo que somos.

UNA PALABRA FINAL, la crisis global en un mundo sin fronteras económicas, sociales, políticas, sanitarias, hace que el mar esté agitado con una intensidad creciente. Todo ello suscita en el hombre el deseo de moderación, de estabilidad y de justicia, “de paz y seguridad”…, que es precisamente lo que los creyentes tenemos ante nosotros, la Venida de Nuestro Señor Jesucristo.

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