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La dialéctica de Jesús, descubriendo autoengaños

Me gustaría reflexionar sobre las discusiones religiosas más significativas de los evangelios. Sobre las equivocaciones que los hombres contemporáneos de Jesús padecían. Sobre su dificultad para reconocer al que se autodenominó como la Verdad o el Verdadero. ¿Qué provocó dicha resistencia a su mensaje y dicho rechazo a su persona? ¿Qué intereses estaban en juego? ¿Qué motivó a Jesús para seguir discutiendo con ellos? ¿Qué reglas de la dialéctica se manifestaron? ¿Quién ganó la discusión pública? ¿Cómo fue iluminado el pueblo? ¿Qué confusiones superaron sus discípulos?

Basaré parte del análisis en el enfoque que Arthur Schopenhauer explica en su libro El arte de tener razón, Alianza Editorial, Madrid, 2002.

El arte de discutir es lo mismo que el arte de tener razón. Los humanos somos dados a la discusión no como una forma de imponer la verdad de la cuestión sino algunas veces como una forma de imponernos al otro. Así nos creemos superiores al otro. A veces la cuestión de fondo ya no es la verdad del tema tratado, sino que en verdad uno sea el que diga la última palabra. Mi persona como argumento; mi credibilidad; mi competencia; mi prestigio; mi reputación; mi influencia…no pueden verse dañadas por la perdida de imagen pública en una discusión. En otras palabras, el autor citado nos apunta que “si fuéramos por naturaleza honrados, en todo debate no tendríamos otra finalidad que la de poner de manifiesto la verdad […] pero a la vanidad innata se añaden en la mayoría la locuacidad y la innata mala fe. Hablan antes de pensar y al observar después que su afirmación es falsa y que no tienen razón, deben aparentar que es al revés […] lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero.” (p.15)

Ahora bien, lo trágico es que la religión se convierta en un campo de esgrima intelectual. Lo triste es que Jesús tuvo que vérselas con personas, y personajes como las descritas por Schopenhauer. Lo traumático es que en su ánimo, motivación, y naturaleza, sólo existía la honradez, la fidelidad a lo verdadero, la creencia en que Él era el auténtico mensaje, el logos, la palabra, la razón de Dios, la narración argumentativa del Amor humano y divino al unísono. Por ello, debió ser un ejercicio constante de autocontrol paciente- para Jesús- someter su ministerio a la dialéctica humana. Esta funciona bajo sus propias reglas para “defenderse frente ataques de todo tipo […] y cómo uno mismo puede atacar lo que el otro afirma sin contradecirse a sí mismo y, en general, sin ser refutado” (p.27).

Me enamora, me admira, cómo Jesús de Nazaret contraargumenta, las estratagemas de los diferentes grupos que se oponen a su misión principal. Se debate con ellos sin poder utilizar la falsedad, la lógica del mentiroso, los axiomas engañosos. Aparentemente tiene menos posibilidades de maniobra para defender su postura, pero su vínculo con la sabiduría del Padre celestial lo capacitó en la lucha. Fue una batalla sin cuartel, a muerte. La objetividad de lo correcto ante Dios, contra el relativismo del todo vale si me conviene en el uso del Nombre, Yahvé. Poder transgredir la ley falseando su interpretación para “defenderse”, contra el que sólo le puede dar estricto cumplimiento en “defensa” de los transgresores de la misma. Desventaja tras desventaja. Situación a situación razonando con ellos para que acepten la Verdad de Dios, su Mesías, su rescate eterno.

A modo de ilustración, recordaremos algunas temáticas sobre las que esgrimieron públicamente sus argumentos los fariseos, los escribas, los discípulos de Juan el Bautista, los saduceos, y los apóstoles, versus Jesús, el nuevo atípico Rabí de Nazaret.

Los fariseos lo quieren descalificar como Rabí de la Ley aduciendo que enseña mal a sus discípulos. El argumento es que no se lavan las manos para comer, tal y como ellos hacen. Es acusado de insensible o indocto ante el pecado ritual explicitado en el libro de Levítico. Jesús confronta sus opiniones con la misma Ley. Esta los acusa por invalidar la misericordia para con sus propios padres. Se excusan de poderlos ayudar económicamente si han consagrado dicho dinero a las ofrendas del templo. El ritual por encima del mandamiento de honrar a los padres. Ellos no encajan bien dicha acusación. Se ofenden y se apodera de ellos la soberbia. Para Jesús serán guías ciegos a los que intentará traer a la luz. Cuanto menos, se desgastará para que no arrastren a su religión de mandatos y costumbres humanas al pueblo. Ídem con el mayor mandamiento “el sábado”, ya que de su valor simbólico de pacto con el Creador, lo habían elevado a la categoría de identidad moral juzgando socialmente quién lo cumplía bien. La misericordia de un día de descanso se había convertido en una carga de culpabilidad y desencuentro con la autoridad religiosa. La libertad convertida en restricción obsesiva. La relación del sí, transformada en religión del no puedes…, porque si no, ¿en qué mandamos socioreligiosamente nosotros? Está de más decir que Jesús siguió afirmando el sí al trabajo mesiánico también en sábado. El orgullo los pierde, ya que en sábado deciden destruir a Jesús. Ellos incumplen en sábado la Ley, ya que conspiran para “silenciar” esa conciencia ingobernable ante sus propias narices, preñadas de autoritarismo.

Un segundo momento tiene que ver con los escribas. Menos numerosos pero mejor preparados intelectualmente. Aquí la cuestión es más difícil. Ellos no se centran en la Ley como el grupo anterior. Ellos se centran en la naturaleza de Cristo. Puede como hombre¬¬¬ – que es- perdonar pecados. Antes de la curación del paralítico, creen estar oyendo a un blasfemo. Sólo Dios puede hacerlo. Pecado de soberbia, según ellos. Declaración humilde del Dios hecho hom¬bre. Y el espectador, la gente, potencialmente discípulos de unos, o del Otro, qué. ¿Quién tiene razón? ¿Quién sabe más sobre el perdón de los pecados? Jesús transformó la enseñanza en curación. Los dejó sin argumentos. Silenció su crítica. No se dejó falsamente etiquetar ni insultar. El pueblo glorificó a Dios por la situación misericordiosa. La vida le volvía a sonreír a uno de los golpeados por el mal. Para ellos había esperanza y no tan sólo discursos enrevesados. Dios hablaba un lenguaje demostrativo, y diáfano, a través de su Rabí.

El espacio de influencia pública a nivel religioso preocupaba tanto que hasta fueron instrumentalizados los discípulos de Juan el Bautista. Cuestión de forma el ayuno. Cuestión de fondo, el porqué no siguen sus discípulos una religión de consagración, de pesar, de méritos, de limitaciones, de autodominio de las necesidades básicas, tal y como ellos habían seguido a Juan, su primo. Querían no tener la sensación de estar haciendo el “primo”. Esto mismo es en lo que estaban incurriendo por influencia de los grupos religiosos respetables. Jesús no responde que el ayuno no sea importante o innecesario. En ningún momento desacredita a Juan, el mayor de entre los hombres nacidos de mujer. Al contrario, les dice palabras que tienen que ver con su misión mesiánica. Les muestra que pese a lo que le ha ocurrido a Juan, hay alegría en Israel porque Él es el mismísimo reino de los cielos aquí y ahora. Es tiempo de encuentro y celebración. Este estado de ánimo es necesario tanto o más que los momentos de dolor, y ayuno necesario. Protege a sus discípulos queriendo empatizar con los discípulos de Juan. Les dice mirad, a vuestro maestro y a mí nos critican por diferentes motivos los mismos grupos religiosos. Abrid los ojos. No importa, la crítica es por nuestra misión de volver el corazón de los hombres a Dios. Yo os hablo bien, como hablo con ternura del ministerio de Juan en mi favor. No sigáis a los que nos quieren enfrentar. A mis discípulos también les seré quitado como Juan os ha sido quitado cruelmente, entonces necesitaréis ayunar, y no como ayunan los fariseos para saberse mejores, y más piadosos que el resto. La relación con Dios tiene sus propias claves. No os confundáis. Reduce al absurdo la importancia de la crítica. De Juan han dicho que tiene demonio, y de mí que soy comilón y bebedor de vino, aunque he llevado mi cuerpo a ayunar cuarenta días en privado. Ni caso. Sólo buscan desprestigiarnos por envidias mediante incoherencias.

Jesús visita Nazaret como un vecino ilustre y “famoso”. Hay gran expectación entre sus vecinos, familiares, y amigos de niñez. Su fama ha mejorado la mala imagen del poblado. Les quiere tanto que no puede dejar de decirles la verdad más importante. Él es la respuesta a sus expectativas de salvación mesiánica. Pueden verlo como Mesías. Ellos en su sinagoga se escandalizan de Él. Un humilde trabajador como nosotros metido a rey de Israel. Un pacifista político quiere derrotar la opresión romana. El sentido común les impide verlo como quien es. No lo vuelven a tener en consideración. Marcha de entre ellos sin honra y rebajado como mucho al ministerio de un profeta más. Lamentan ese día. Todas sus conversaciones de niños rechazadas, no cumplidas, y frustradas por alguien al que consideran digno de ser apedreado, linchado. Desde luego no eran gente pacífica ni entendían así el mesianismo. Lo destierran por loco o blasfemo. Jesús sale de allí decepcionado, pero con paso firme para dar cumplimiento a la profecía de Isaías 53.

La siguiente discusión pública enfrentará a todos los grupos religiosos, aliados por la enemistad compartida hacia dicho Maestro, que goza del respeto del pueblo. Se mencionan a los fariseos, a los herodianos, a los saduceos, a los escribas. Es decir, el Sanedrín pone su mirada inquisitorial en este problema a fin de darle una solución. Jesús visto como un problema. En Nazaret dicen que se autodenominó Mesías. Peligro inminente. Reconduzcamos la discusión a lo políticamente correcto: ¿cómo interpretar la Ley? Desviemos su atención de dicha proclama para no alarmar al pueblo, a Herodes, y a Roma. ¡Qué vuelva el sentido común, y el entretenimiento religioso, piadoso, para la muchedumbre! Jesús ante la pregunta insultantemente elogiosa de cual era el más grande mandamiento de la Ley les propone dos preguntas sobre el Mesías. Ellos le dicen: Tú como gran maestro que eres no salgas de dicho rol. Pregunta trampa no por la semántica sino por la semiótica. Jesús les responde: Yo no he discutido con vosotros como Maestro sino para llevar mi ministerio público hacia este horizonte de esperanza y salvación. Ellos le respondieron por cortesía e interés la pregunta fácil. Tú también puedes jugar al menosprecio. Nos la has devuelto. Sin embargo, Jesús quería que vieran con sus ojos de honestidad, y les hizo la pregunta que no querían oír. Mateo 22.34-36 la recoge como una pregunta paradójica. Se trata de una aporía. Sólo Jesús era la respuesta. No hay palabra ni axioma de pensamiento que la pueda alumbrar en una mente judía. Se quedaron mudos. El silencio fue la respuesta. Afirmar una parte de la contradicción implicaba la posibilidad real de reconocerlo como el Mesías. Era una pregunta recurrente, retórica, y sin contenido para mantener la ilusión del pueblo. La ilusión de que el mal no tendría la última palabra. A los mesías varios, se les sacrificaba por el bien del ideal. Lo importante no era concretarla en un humano, sino acariciarla en la mente, como si de una idea platónica se tratase. Un puro ideal en el imaginario colectivo del devenir histórico narrado en los escritos sagrados.

¿Y los apóstoles? ¿Entendían realmente su ministerio mesiánico? El profético sí. Que era el Hijo del Dios viviente también. Idea corriente en las culturas egipcia y griega, expandidas por el helenismo. Hijo de una mortal y del Padre celestial. Un héroe. Lo habían visto transfigurarse. Ahora bien, ¿Cómo les afectaba que tuviese que morir como cordero entre los lobos mencionados, y derrotados por el Verbo, o logos divino?

Pedro cree que sabe lo que le conviene a Jesús más que él mismo. Le dice que tiene que mirar por sí mismo, es decir, le insta a que actúe con misericordia hacia su propia persona. No desea que le ocurra ningún mal. ¡Qué buenos sentimientos hacia su maestro! Ahora bien, no le había revelado Dios que este era el Cristo. Acaso había olvidado la profecía de Isaías 53. Jesús en un acto de frustración le recrimina que le es tropiezo emocional. No mira con los ojos de la fe sino con los criterios de los hombres que ya han teorizado sobre cómo actuará el Mesías auténtico. Jesús afirma que si su valor último fuese salvar su vida a toda costa, qué sinsentido haber venido a este mundo a soportar la incomprensión humana. Mejor estaba con su Abba, papá o papito, en el paraíso, junto a las piedras sagradas que describe Ezequiel. Ni sus discípulos habían cambiado su forma de pensar del todo. La lección más impactante la tendría que enseñar tras su resurrección. Tomás, el incrédulo, fue curado de este mal gracias a las evidencias palpables. Nunca mejor dicho. Tocó sus heridas y fue curado de la incredulidad. Tal y como dijo ochocientos años antes Isaías. Por sus heridas fuimos curados. Tal y como Jesús en Nazaret había anunciado públicamente. ¡Cuánta soledad! Entonces sí creyó, y exclamó, ¡Señor mío y Dios mío!, tal y como nos lo narra Juan 20. 24-29.

En definitiva, amar a Dios con toda nuestra mente…, implica revisar constantemente nuestro modo de pensar la relación con Cristo. Abrirnos a la escucha como instó en Deuteronomio al pueblo de Israel. El Sema. Aprended de mí… Nos invitará Jesús para que no os dejéis manipular ni os envanezcáis en absurdas disputas, nos recordará Pablo, nuestro apóstol a los gentiles judaizados.

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