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Sedientos por comunidad

Varios comentaristas de la realidad social en los EEUU han notado un nuevo “trend”. Muchos padres al decidir donde plantar estacas y edificar el rancho, ya no lo hacen en los suburbios. La juventud que maduró durante la segunda guerra mundial, al volver a la patria encontró trabajos que pagaban bien y ayuda financiera del estado para cursar estudios universitarios. Esas circunstancias hicieron posible que esa generación comprara automóviles y una casa con patios delanteros y traseros en los suburbios. Las ciudades, como consecuencia, sufrieron grandes pérdidas. Muchas viviendas se convirtieron en casas de alquiler para los pobres que dependían de trasportación pública y no tenían alcance a casas propias.
Siendo que los habitantes de clase media y alta se habían ido de las ciudades, los negocios y las oficinas se fueron en busca de ellos en los suburbios donde podían tener grandes playas de estacionamiento para empleados y clientes con trasportación propia. La dinámica de ir a comprar lo necesario para la cena al almacén del barrio era muy distinta a la que rige cuando se va en auto al centro comercial. En la ciudad, caminando al almacén se saludaba y conversaba con los vecinos. El almacenero y su esposa eran también vecinos con los cuales se habían desarrollado lazos de amistad y con los cuales se recibían y se daban favores. Como unidad social el barrio daba a todos sus miembros elementos de identidad y sentido de seguridad.
En el suburbio, donde se va al supermercado en auto, a los vecinos se los ve de vez en cuando, y la cajera es una desconocida ansiosa por que llegue la hora para dejar de trabajar e irse a la distante casa donde vive. Esto ha hecho que, como los sociólogos han abundantemente constatado, los suburbios se conviertan en monótonos repartos de casas cuyos habitantes se sienten desligados socialmente. Tienden a ser urbanizaciones sin vecindarios, dormitorios de solteros donde viven familias.
De la manera en que el automóvil al alcance de la mayoría facilitó la huída de las ciudades, y la llegada de los negocios y las oficinas hizo que los suburbios adquirieran una sólida base fiscal, la revolución cibernética está creando una nueva ola. Las familias jóvenes con niños pequeños están yéndose a vivir al campo, pasando por alto los suburbios, puesto que en ellos no satisfacen la sed de ser parte de una comunidad. Los pequeños pueblos, donde las escuelas funcionan debidamente y donde antiguas costumbres de vida social organizada alrededor de la biblioteca pública, los deportes patrocinados por el departamento de recreación del condado, los clubes organizados con intereses específicos y las antiguas iglesias todavía existen, están teniendo una atracción inesperada. Hay que notar que este modo de vida es facilitado por los teléfonos celulares, las computadoras portátiles y las impresoras electrónicas que hacen posible que un empleado no tenga que ir a la oficina todos los días, o que el profesional trabaje independientemente a base de contratos personales. También hay que notar que los habitantes de los suburbios, que se ignoran mutuamente y son dueños de sus cortadoras de pasto, sopladoras de nieve y generadores eléctricos que les infunden suficiencia propia, manejan al centro comercial sin saludar a ningún vecino mientras mandan textos cibernéticos al otro extremo del continente. La red cibernética que facilita la existencia de este sitio, sin embargo, no crea vecinos.
La sed por sentirse parte de una comunidad se ha acrecentado por el derrumbe de la confianza que antes se tenía en el gobierno, en la empresa comercial donde uno trabajaba y aún en la iglesia a la cual uno pertenecía. Matthew Dowd, uno de los consejeros políticos de Bush y Cheney en la campaña presidencial del 2004, dice: “El número de desempleados, el porcentaje de inflación, y todas las demás cifras económicas ya no dan la pauta de la situación debido a que la gente ha perdido la fe en las grandes instituciones de la nación – desde las iglesias a los partidos políticos y al gobierno – y por lo tanto, no tienen en qué confiar.” Esto hace que haya una gran sed por una comunidad sólida. Según Dowd, parte de lo que ha sucedido en los últimos 20 años es que se han perdido los vínculos entre las personas y de las personas con las organizaciones en que ellos, o sus padres, o sus abuelos en un tiempo participaban. Así es que buscan una nueva manera de establecer lazos comunitarios.
Pareciera que la terminación del siglo XX trajo consigo una re-evaluación del individualismo imperante en la cultura occidental. En los EEUU, con su idealización del hombre y la mujer de la frontera donde la sobrevivencia requería una considerable dosis de autosuficiencia y del sentido del derecho privado, el individualismo parece haber llegado a un extremo excesivo.
Las iglesias tradicionales durante los últimos 50 años han constantemente perdido miembros, especialmente en las ciudades. Desde hace unos 25 años han estado surgiendo las mega-iglesias evangélicas sin lazos denominacionales en los suburbios. Sus éxitos en atraer miembros han sido estudiados minuciosamente y hace unos 10 años muchos pronosticaban que el futuro del cristianismo en los EEUU estaba en las mega-iglesias. Algunos seminarios decidieron que su misión era preparar pastores para servir tales iglesias en los suburbios. Por suerte la popularidad de esta distracción esta pasando. Si bien unos pocos pastores con mucho carisma continúan teniendo éxito en unas pocas mega-iglesias, la ola de la mega-iglesia en los suburbios no parece estar dejando huellas en la playa. Para algunos el cristianismo de la mega-iglesia es un deporte para espectadores. Para otros el atractivo de las mega-iglesias está en que ofrecen muchas oportunidades para participar en actividades de servicio, tangenciales al culto semanal. Esto ha dado lugar a la ola de los “grupos pequeños”.
Hace 40 años la generación de “la juventud florida” (flower children) se rebeló contra la familia burguesa y los ideales que dominaban las vidas de sus padres. Ellos formaron “comunas” de sexo libre y propiedad común, y se establecieron fuera de los centros urbanos en protesta contra un gobierno con tendencias imperialistas que peleaba una guerra sin justificación en Vietnam. Los chicos floridos eventualmente se integraron a la sociedad burguesa y algunos de ellos vinieron a ser elegidos a puestos públicos. En estos tiempos sus hijos están buscando una nueva forma de vivir en comunidad no por rebeldía, pero todavía por frustración con las instituciones en que habían puesto su confianza. Otra vez se está buscando la forma de saciar la sed por el calor y la comprensión del vecino.
Muchas iglesias están tratando de crear comunidades con servicios de cantos y programas en que varios, especialmente jóvenes y niños, participan. Coritos y canciones evangélicas muchas veces son el centro de la hora de culto. Las canciones religiosas populares en las iglesias en estos días ven a la relación con Dios como un romance amoroso con profundas raíces emocionales. Los que están envueltos en una relación romántica, sin embargo, normalmente no se percatan de lo que sucede a su alrededor. Este tipo de programas no crea comunidades. Los verdaderos cultos de adoración son los únicos capaces de cumplir esa función. Coritos y canciones con letras religiosas que apelan a las emociones del individuo sólo refuerzan el aislamiento personal. Los cultos “contemporáneos” no sacian el ansia por la incorporación del ser en la comunidad. Muchos han descubierto que la preocupación egoísta por la salvación y los cultos que manipulan las emociones hacen que uno salga de la iglesia sintiendo un gran vacío. La sed con la que se fue a la iglesia buscando satisfacerla en comunión con Dios y con el vecino perdura al constatar que en vez de un manantial, la hora de culto resultó ser un aljibe seco.
Indudablemente, hay iglesias cuyos cultos crean una comunidad que adora a Dios en vez de proveer satisfacciones personales con anécdotas, chistes y otros entretenimientos en programas especiales. El culto comunal se distingue por concentrar su atención en el objeto de nuestra adoración. La dirección predominante del verdadero culto es de abajo para arriba; no es ni horizontal ni de arriba para abajo. Los adoradores que crean comunidad se ofrecen a sí mismos ante Dios en gratitud por los dones ya recibidos. La comunidad que ha adorado a Dios puede después atender necesidades personales del diario vivir.
Desde que se disolvieron los barrios urbanos, cada generación ha tratado de re-crear comunidades. Los veteranos de la segunda guerra mundial y los “boomers” fracasaron en los suburbios. La juventud florida fracasó en los montes. En estos días se la busca en los pequeños pueblos y las efímeras mega-iglesias. Pareciera que, por lo general, la iglesia cristiana ha estado persiguiendo las nuevas olas en vez de ser la proveedora de las necesidades psicológicas de comunidad.

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