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Pensar la fe (5): Edmund Husserl (1859-1938)

Judío de Prosnitz (Moravia, actualmente territorio checo) debe convertirse obligatoriamente al luteranismo por mandato del Estado prusiano. En la Primera Guerra Mundial, muere uno de sus hijos y otro resulta malherido. A pesar de implicarse tan decisivamente con la nación alemana, cuando los nazis asumen el poder, expulsan de la universidad a otro descendiente suyo (que enseñaba Derecho). Finalmente el antisemitismo nacionalsocialista acaba prohibiendo sus propios libros y depurando su nombre como profesor de Friburgo (universidad por la que tanto había luchado).

Pero, el desgarro más profundo lo experimenta cuando uno de sus mejores discípulos, Martin Heidegger (1889-1979), rompe con él, asume comportamientos antisemitas (será nombrado rector de la misma universidad, por los nazis) y descalifica sus textos, ironizando sobre ellos, con falsas alabanzas.

Husserl inicia su reflexión en un contexto positivista (sólo proporciona un saber seguro lo que podemos ver, oler, palpar, gustar…). Pero todas sus propuestas van a subrayar que esta limitación del conocimiento a lo perceptible (vía sentidos) o lo medible (vía matemáticas), plantea múltiples problemas.

Primeramente, los fenómenos naturales son particulares y cambiantes. Aunque se comportan con cierta regularidad, pueden variar (el agua hierve a 100 grados centígrados, pero si subimos a determinada altitud, esa cifra se modifica). Nuestro saber sobre ellos sólo puede resultar probable.

Además, si aplicamos estos métodos al estudio de la mente humana (psicologismo), llegaremos a la conclusión de que leyes mediante las cuales pensamos (como, por ejemplo, el principio de no-contradicción: no podemos estar enamoradísimos y odiar profundamente, a una misma persona, simultáneamente), son válidas hoy, pero podrían modificarse mañana. Se convertirían en probables, porque podrían experimentar cambios. Así las cosas, lo que consideramos verdadero o falso, podría ser distinto y nuestros conocimientos dejarían de resultar seguros.

Frente a ello, Husserl busca un saber indudable que incluya a la propia filosofía (rechazada por los positivistas, al ocuparse sólo de ideas y no de cuestiones comprobables). Para ello propone un método que describe lo que pensamos, lo que aparece en nuestra conciencia (el fenómeno; de ahí que denomine su propuesta como ‘fenomenología’). Para realizar esta descripción, debemos dejar de tener en cuenta todos los prejuicios, intereses o interpretaciones que, sobre ese contenido de conciencia, existen (se trata de practicar la ‘epoché’, poner en duda o entre paréntesis lo ya sabido). Así, hemos practicar tres reducciones (tres formas en las que dejamos de tener en cuenta algo):

Primeramente practicamos una reducción fenomenológica. Es decir, si queremos saber lo que es el amor, no consideramos aquello que nos han dicho sobre él, las versiones negativas que han promovido quienes lo han experimentado como desamor, o incluso, deja de preocuparnos si existe o no ese amor fuera de nuestra mente. Nos quedamos sólo con el mencionado amor tal y como se muestra a la conciencia (fenómeno, en su aparecer dentro de nosotros).

Después, realizamos una reducción eidética. Es decir, prescindimos de todo aquello que no lo define necesariamente, de las características que no le pertenecen constitutivamente. ¿En qué coinciden todas las definiciones del amor?¿Qué elementos están siempre presentes en un fenómeno como éste? Al responder, descubrimos un saber seguro sobre ese amor, accedemos a su esencia….Y podemos adquirir dicho conocimiento sobre cualquier cosa que pensemos (a diferencia de los positivistas, limitados a conocer únicamente lo comprobable).

Por último, nos olvidamos de nosotros mismos, del grano que nos ha salido en la frente, de lo mal que nos hemos afeitado por la mañana…, dándonos cuenta de que, por ejemplo, el amor sólo se puede conocer gracias a que se presenta ante una mente que lo define, que le da un significado. Estamos ante la reducción trascendental (dejamos de atender a lo que, en nosotros, varía y prestamos únicamente atención a lo que posibilita el saber: la mente, la conciencia). Dicha conciencia siempre está referida a algo que le es distinto: amamos algo; dudamos de algo; preguntamos por algo; sentimos algo….

Husserl dice que nuestra conciencia es siempre intencional: tiende a lo que no es ella misma. Sólo hay conocimiento cuando aparecen los dos polos: la conciencia (noesis) y lo que se le presenta (noema). Así, le damos significado a las cosas, gracias a que éstas aparecen ante una conciencia. Lo que la define como conciencia, es ser la pantalla donde se proyecta lo pensado, para posteriormente, resultar definido. Sin dicha mente definidora, no habría saber.

Pero Husserl continúa su crítica al positivismo y a su obsesión por convertirse en la única fuente de conocimiento válido. Señala, así, cómo antes de que los químicos analicen los componentes del agua (Hidrógeno y Oxígeno), ya la utilizamos en la vida cotidiana para calmar nuestra sed, lavarnos o cocinar. Es lo que llama el mundo de la vida, donde las personas le damos una explicación a las cosas que luego serán pesadas, medidas o contadas, por las distintas ciencias. Así, antes de que los científicos construyan sus verdades, existen otras verdades previas, creadas por los seres humanos en su relación cotidiana con las cosas. Esto es algo que se olvida. Las ciencias omiten al hombre y pasan por alto lo que le preocupa.

Tres años antes de morir (Mayo de 1935), en una Viena a punto de ser conquistada por los nazis, el anciano Husserl pronuncia unas conferencias bajo el título: ‘La filosofía en la crisis de la humanidad europea’. Allí denuncia la adoración idolátrica que tributamos al método científico. Esa forma de saber comprobado en la experiencia, que progresa aportando conocimientos seguros, nos deslumbra. Pero es precisamente ese mismo método quien olvida los problemas humanos, morales o de sentido (para qué vivir), que nos desgarran. En la antigua Grecia, todavía podíamos utilizar la razón para buscar orientación en esos ámbitos. La crisis actual nos deja a la intemperie. Las ciencias naturales monopolizan el conocimiento objetivo, pero silencian toda respuesta ante lo que nos preocupa radicalmente: cómo compartir valores, cómo encontrar un sentido para continuar latiendo. Sólo resulta creíble lo enseñado por dichas ciencias experimentales que excluyen lo realmente angustioso de la experiencia humana, imposibilitando la realización de una auténtica reflexión sobre estas cuestiones. Aunque es el hombre quien construye las distintas metodologías científicas… Posteriormente, éstas le abandonan en el desamparo de sus preguntas más irrenunciables. He ahí la crisis.

Años más tarde, será Hans-Georg Gadamer (1900-2002) quien nos sugerirá en su obra titulada Verdad y Método (1962), que puede haber verdades situadas fuera del idolatrado método científico. Porque si sólo existe conocimiento de lo comprobable, la crisis denunciada por Husserl, seguirá resquebrajándonos sin tregua.

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