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Jeremías, un profeta en un tiempo de crisis

 

“Mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no recapacitan: son diestros para el mal, ignorantes para el bien.”

Jeremías 4:22

 

“Sin cesar os envié a mis siervos los profetas […]. Pero no prestasteis oído ni me hicisteis caso.” Jeremías 35:15

 

Estas impactantes palabras registradas en el libro del profeta Jeremías no nos pueden dejar indiferentes ya que estas son todo un llamamiento a la reflexión. Estas palabras fueron pronunciadas en relación al pueblo de Dios de aquel momento recordándoles lo alejados que se encontraban de la voluntad de Dios y de cómo se habían alejado de Él. Por todo ello, estas nos deberían interpelar a que nos preguntemos si nos hallamos en la misma situación que el pueblo de Dios del pasado o podemos llegar a estarlo. Dejo aquí la pregunta que en cierta medida retomaré más adelante cuando abordemos algunos aspectos del mensaje de Jeremías.

La razón para hablar de Jeremías es bien sencilla. Aunque Jeremías vivió hace unos 2600 años, no deja de ser sorprendente las similitudes que podemos encontrar entre su época y la nuestra. Pero antes de analizar algunos aspectos del mensaje del profeta Jeremías me gustaría abordar la cuestión de quién era y en qué circunstancias vivió. Pienso que se trata de cuestiones fundamentales si queremos entender su mensaje. Antes de nada, también me gustaría destacar que el mensaje de los profetas del AT está de rabiosa actualidad, aunque vivieron hace muchos siglos, sus palabras siguen siendo todo un motivo de reflexión para aquellos que nos declaramos cristianos en el siglo XXI.

¿Quién era y cuándo vivió Jeremías?

La respuesta la encontramos en los tres primeros versículos del mismo libro de Jeremías

“Palabras de Jeremías, hijo de Jelcías, de los sacerdotes residentes en Ananot, territorio de Benjamín. Recibió palabras del Señor durante el reinado de Josías, hijo de Amón, en Judá, el año trece de su reinado, y de Joaquín, hijo de Josías, hasta el final del año once del reinado en Judá de Sedecías, hijo de Josías; hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto.” Jeremias 1:1-3

Como hemos podido leer, Jeremías pertenece a una familia de sacerdotes. Eso quiere decir que posee una sólida formación religiosa y que, por su origen, ocupa un lugar privilegiado dentro de la sociedad. Jeremías vive en una época de crisis, en una época convulsa, llena de cambios e inseguridades.

Como el propio Jeremías declara fue llamado por el Señor durante el reinado de Josías. Josías es el último gran rey de Judá, durante su reinado las fronteras del reino se extienden y el culto del Señor es restablecido. Su época es conocida como una época de restauración. Pero esa época de esplendor se ve truncada de forma trágica por la muerte del rey, cuando este sale al encuentro de las tropas egipcias. De alguna manera la muerte del rey marcará el comienzo del fin para el reino de Judá. A partir de ese momento este entra en una época de inestabilidad que finalizará con la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén que irá acompañada de la deportación de parte de la población a Babilonia en tiempos del rey Sedecías.

Aunque hay que ser prudentes y reconocer las diferencias, al igual que en la época de Jeremías nosotros también vivimos en una época de crisis. Además, la mayoría de nosotros nos hemos de enfrentar a una nueva realidad, ya que a lo largo de nuestra existencia nunca nos hemos encontrado con un momento de tanta inestabilidad como el actual. Esta crisis, que en nuestro caso –Occidente- y por el momento es económica, no deja de ser global. Y en otros lugares va acompañada de guerras, hambres, destrucción, etc. Vivimos en mundo convulso, donde los conflictos son abundantes y que en lugar de disminuir parece que van en aumento un día detrás de otro. Por si todo ello no fuese suficiente, todos esos problemas van acompañados de un problema de dimensiones planetarias difícilmente cuantificable como son todos los aspectos que se relacionan con el medioambiente (calentamiento global, lluvia ácida, desforestación, perdida de biodiversidad, etc.). Nuestro planeta sufre una presión como nunca antes en la historia de la humanidad. Vivimos en un mundo que necesita desesperadamente un mensaje de esperanza. Un mensaje que por otro lado se encuentra en la Palabra de Dios. Un mensaje que por otra parte está a nuestro alcance y que tenemos el inmenso privilegio de poder compartir.

La vocación de Jeremías

Y es en esas circunstancias de inestabilidad en las cuales Jeremías es llamado a hablar en nombre del Señor. Jeremías recibe una llamada especial, y esta no deja de ser fundamental si queremos entender la obra de Jeremías. Esta llamada la encontramos en Jeremías 1:4-10

“El Señor me dirigió la palabra: Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombre profeta de los paganos. Yo repuse: ¡Ay Señor mío! Mira que no se hablar, que soy un muchacho. El Señor me contestó: No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor-. El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo: Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, […]” Jeremías 1:4-10

Su lectura no deja de sorprenderme y llamar mi atención. Me gusta porque nos habla de un Dios que sale a nuestro encuentro, de un Dios que se preocupa por cada uno de nosotros, de un Dios que nos conoce desde el mismo momento de nuestra gestación. El texto nos dice que el Señor lo escogió antes de nacer. Y pienso que ese conocimiento también es extensible a cada uno de nosotros, porque tengo el convencimiento que de la misma manera que con Jeremías, el Señor no solo nos conoce sino que tiene grandes planes para cada uno de nosotros, pero estos están condicionados a nuestra respuesta.

Por otro lado, no deja de llamar mi atención la respuesta de Jeremías, pero al mismo tiempo no puedo dejar de sentirme identificado con él. Este, ante la llamada, se siente incapaz de asumir la tarea que el Señor le tiene encomendada. Y fijaos bien, Jeremías se excusa utilizando dos argumentos. Dos argumentos que pienso que en cierta medida también son los nuestros en muchas ocasiones. El primero tiene que ver con sus capacidades, “no se hablar”; y, el segundo con su edad, “soy un muchacho”.

Como hombres a veces nos resistimos a hablar de Dios, de lo que creemos porque pensamos que no sabemos hablar. Y aquellos que son jóvenes a veces se excusan o tienen miedo de hablar porque piensan que aún son demasiado jóvenes para hablar y que no tienen suficiente experiencia. Desgraciadamente,  también puede suceder que aquellos que tienen una trayectoria más prolongada no estén dispuestos a escucharlos. Pero esa limitación que en numerosas ocasiones nos atribuimos no tiene edad, en el sentido de que en demasiadas ocasiones independientemente del momento de nuestra vida en el que nos encontremos nos excusamos y nos resistimos a hablar. Pero el Señor de la misma manera que con Jeremías nos llama a hablar, a dar cuenta de nuestra fe. El Señor le dice a Jeremías que no tenga miedo, que estará con él. Yo pienso que el Señor también está con nosotros siempre y cuando estemos dispuestos a hablar de nuestra de fe. Pero eso solo será posible si somos capaces de ponernos en sus manos. El reconocer nuestras limitaciones, no necesariamente es un inconveniente sino el reconocimiento de la necesidad que tenemos de que el Señor nos dirija. Y en ese sentido, no tengo la menor duda, que nuestra vida estará llena de éxitos siempre que el Señor nos dirija.

Además, me gusta el texto porque este habla de que el Señor pondrá en nuestra boca sus palabras. Me parece muy importante ser consciente de que el Señor está dispuesto a poner sus palabras en nuestros labios. En definitiva, el Señor está dispuesto a hablar a través de nosotros.

El mensaje de Jeremías: amonestación

El mensaje que Jeremías tiene que transmitir de parte del Señor no es un mensaje fácil. Se trata de un mensaje de amonestación y, como consecuencia de ello, se trata de un mensaje impopular. Jeremías se dirige a sus conciudadanos para recordarles que han obrado y obran mal, que se han alejado de Dios. Jeremías tiene que dirigirse como dice el Señor a un pueblo  que “[…] tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye.” Jeremías 5:21

No deja de ser llamativo el hecho de que el pueblo de Dios no sea capaz de ver ni oír. Es como hablar al mismo tiempo con alguien que es ciego y sordo. Pero a pesar de esa realidad y del comportamiento del pueblo de Dios, el Señor no se olvida de ellos y sale a su encuentro. Sale a su encuentro porque los ama, y porque los ama los amonesta. El Señor no guarda silencio ante las equivocaciones de su pueblo sino que envía a su mensajero para amonestarlos indicándoles aquello que no están haciendo bien. Estas amonestaciones pronunciadas por Jeremías de parte del Señor se podrían sintetizar en cuatro aspectos.

1. Han abandonado al Señor

El pueblo se ha olvidado de Dios, se han olvidado de lo que ha hecho por ellos. Se han olvidado de las promesas del Señor y, lo que es aún peor se han ido detrás de otros dioses. Por eso el Señor dirá:

“Entablaré pleito con ellos por todas sus maldades: porque me abandonaron, quemaron incienso a dioses extranjeros y se postraron ante las obras de sus manos.” Jeremías 1: 16

Pero a pesar de que se han olvidado de Él, que se han ido detrás de otros dioses, el Señor los ama y por eso exclamará: “Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma.” Jeremías 2:2

Dios ama a su pueblo y añora esos tiempos en los cuales el pueblo le era fiel. Al leer estos textos, no puedo dejar de pensar que estas palabras nos hablan de un Dios que llora, de un Dios que sufre cuando su pueblo se aleja de Él. El Señor ama tanto a su pueblo que no puede dejar de preguntarse el porqué de ese alejamiento. La preocupación del Señor por su pueblo es tal que llega incluso a cuestionarse si ha obrado correctamente, y es por eso que el Señor exclamará:

“¿Qué delito encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí?” Jeremías 2:5

“[…] me abandonaron a mí, fuente de agua viva, […]” Jeremías 2:13

El Señor en todos estos pasajes y en otros se exclama porque el pueblo se ha olvidado de Él, fuente de agua viva. Pero a pesar del dolor que siente, Dios no renuncia a su pueblo amado como veremos más adelante

2. Falta de justicia

Otro aspecto del mensaje de Jeremías se refiere a su falta de justicia. Jeremías acusa al pueblo de su falta de sensibilidad con aquellos que se encuentran más necesitados. Además, nos habla de cómo la justicia brilla por su ausencia. En este sentido me gustaría mencionar dos textos:

“Repasad las calles de Jerusalén, mirad, inspeccionad, buscad en sus plazas a ver si hay alguien que respete el derecho y practique la sinceridad; y la perdonaré.” Jeremías 5:1

Fijaos bien, el texto nos habla de que no existe nadie que actúe correctamente. Y no deja de ser sorprendente que en medio de Jerusalén la justicia brille por su ausencia. No olvidemos que estamos hablando del pueblo de Dios, de ese pueblo en el que Dios se había manifestado de una forma espectacular. Pero a pesar de esa realidad, Dios está dispuesto a perdonarlos si existiese alguien que obrase correctamente. Ante tal realidad, no puedo dejar de exclamar “¡Qué fuerte!”, porque se me hace difícil entender que no haya nadie en medio del supuesto pueblo de Dios que actúe rectamente. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo poder llegar a entender que se hayan alejado de tal forma de Dios? Pero eso no es todo, unos versículos más adelante podemos leer:

“[…] y cavan fosas para cazar hombres: sus casas están llenas de fraudes […], así es como medran y se enriquecen, engordan y prosperan; rebosan de malas palabras, no juzgan según derecho, no defienden la causa del huérfano ni sentencian a favor de los pobres.” Jeremías 5:26-28

El alejamiento de la voluntad de Dios es tan grande que los más desvalidos de la sociedad son los que más sufren las consecuencias de una sociedad sin justicia. De hecho, la justicia es tan injusta que los únicos que prosperan son los  poderosos.

3. Adoración superficial. Falsa seguridad

Otro aspecto significativo del mensaje de Jeremías es que han olvidado lo que es la verdadera adoración. Se creen el pueblo de Dios y que por ser el pueblo escogido nada malo les puede suceder. Cualquier amonestación no es oída porque están convencidos de que su condición los libra de cualquier peligro. Jeremías hablando en nombre de Dios dirá:

“No os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo: «el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor».” Jeremías 5:4

“¿Qué me importa el incienso de Sabá y la exótica caña aromada? Vuestros holocaustos no me agradan, vuestros sacrificios no me son gratos.” Jeremías 6:20

Es curioso que la existencia del templo y los rituales que allí tenían lugar los habían alejado de Dios. Habían llegado al convencimiento de que hacían la voluntad de Dios únicamente porque participaban de los rituales que allí se realizaban. No deja de ser llamativo como los rituales que se llevaban a cabo en el templo habían perdido su razón de ser y se habían convertido en una simple rutina. Estos habían dado una falsa seguridad al pueblo y, en lugar de llevarlo a Dios, lo habían alejado.

Algunos habían llegado hasta tal orgullo que se gloriaban con aquello que poseían como si les pudiese proporcionar seguridad, Jeremías dirá:

“Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el soldado de su valor, no se gloríe el rico de su riqueza.” Jeremías 9:22

Este texto nos habla de como los hombres pueden caer en una falsa seguridad. Esta supuesta seguridad se fundamenta en lo que creen ser o en lo que tienen. Unos se creen sabios, otros fuertes u otros ricos. Pero en el fondo todos ellos han errado al no fundamentar su éxito en el Señor.

4. Han trasgredido el sábado

Por último, Jeremías amonesta al pueblo en nombre del Señor porque han trasgredido el sábado. El pueblo de Dios ha olvidado el profundo significado que se encuentra en la observancia del sábado. Al actuar así, ese día que había de ser un templo en el tiempo, con todo lo que implica, se ha banalizado de tal forma que el sábado se ha convertido en un día como cualquier otro, con todos sus trabajos y afanes. Por ello el Señor les dirá:

“Así dice el señor: Guardaos muy bien de llevar cargas en sábado o de meterlas por las puertas de Jerusalén. No saquéis cargas de vuestras casas en sábado ni hagáis trabajo alguno; santificad el sábado como mandé a vuestros padres.” Jeremías 17:21,22

Llegado a este punto me gustaría señalar que no deja de ser sorprendente lo alejados que se encontraban del Señor y de su voluntad. Como pueblo de Dios  aparentemente eran conocedores de la verdad, pero a pesar de ello se encontraban totalmente alejados de Dios. Es muy fácil ser críticos con el pueblo de Dios del pasado. Pero todos estos aspectos que hemos ido desgranando nos habrían de hacer reflexionar sobre nuestra relación con Dios. El mensaje de amonestación de Jeremías es útil para nosotros en la medida que seamos capaces de preguntarnos dónde nos encontramos nosotros. Siempre que leemos la Palabra de Dios esta nos interpela a que reflexionemos sobre nuestra propia situación. El pasado no es útil por sí mismo, sino en la medida que aprendamos de él, para que no cometamos los mismos errores. Hemos de ser humildes y, al mismo tiempo, ser capaces de reconocer que nosotros no estamos libres de cometer los mismos errores que cometió el pueblo de Dios en el pasado.

De la misma manera que entonces, Dios nos llama en un momento de crisis como el actual a reflexionar sobre nuestra propia condición y a preguntarnos si lo hemos abandonado por otros dioses, si hemos dejado de escuchar su voz, si hemos dejado de ser sensibles a las necesidades de los más desfavorecidos, si hemos dejado de practicar la justicia, si hemos caído en el error de una falsa religiosidad, si nuestra relación con Él se basa en una rutina totalmente alejada de lo que es una verdadera relación con Dios, si hemos dejado de adorarlo en verdad y, por último, si nos hemos olvidado de guardar su día santo como es necesario.

Los problemas del profeta

Después de escuchar al profeta, es fácil darse cuenta de que el mensaje que este   tiene que transmitir al pueblo de parte de Dios no se trata de un mensaje popular. Yo diría que más bien se trata de un mensaje sumamente impopular y desagradable, porque es más que evidente que a nadie le gusta que le digan que no actúa correctamente. Y como consecuencia de ello el profeta tendrá que hacer frente a la impopularidad. El profeta sufrirá de tal modo que tendrá la percepción de que se encuentra solo, por lo que exclamará:

“¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo! […] todos me maldicen.” Jeremías 15:10

Y unos versículos más adelante dirá: “Señor, acuérdate y ocúpate de mí, véngame de mis perseguidores, no me dejes perecer por tu paciencia, mira que soporto injurias por tu causa.” Jeremías 15:15

La predicación de Jeremías provoca la indignación de las autoridades religiosas y políticas del país y, como podemos leer en Jeremías 20:1,2, este es azotado y apresado. Aquellos que detentan el poder no están dispuestos a reconocer que se han equivocado y menos aún a cambiar de actitud.

Las adversidades a las que tiene que hacer frente Jeremías son de tal magnitud que lo llevan al odio y a pedir el castigo de sus enemigos, Jeremías le pedirá a Dios:

“Ahora entrega a sus hijos al hambre, ponlos a merced de la espada, queden sus mujeres viudas y sin hijos, mueran sus hombres asesinados y los mozos a filo de espada en el combate. Que se oigan gritos salir de sus casas, […] no perdones sus culpas, no borres de tu vista sus pecados; caigan derribados ante ti, ejecútalos en el momento de la ira.” Jeremías 18:21-24

Hemos de reconocer que estas expresiones y deseos no serían los que en principio esperaríamos encontrar en un fiel seguidor de Dios y, menos aún, en un profeta. Además, estas contrastan de una forma notable con el mensaje de amor predicado por Jesús. La situación de Jeremías llega a ser tan desesperada que incluso acabará maldiciendo el día de su propio nacimiento, él dirá:

“¡Maldito el día en que nací, el día que me parió mi madre no sea bendito! Jeremías 20:14

Y en los versículos siguientes maldecirá al que dio la noticia a su padre[1] e incluso llegará a preguntarse por qué no le dieron muerte en el vientre de su madre[2]. Hay que decir que no dejan de ser expresiones muy impactantes proviniendo de un profeta, de un hombre del Señor. Pero he de reconocer que esta forma de dirigirse a Dios no deja de gustarme, porque en cierta medida hace posible que nos podamos sentir identificados con el profeta. Jeremías se convierte así en hombre real. Además, ¿quién de nosotros no se ha sentido desesperado ante determinadas circunstancias de la vida? ¿Quién puede decir que no ha gritado o ha actuado en contra de lo que sería esperable de un verdadero seguidor de Cristo? Seguro que todos estamos de acuerdo en que un seguidor de Cristo habría de expresarse de forma diferente. Y además,  habría de ser capaz de amar a sus enemigos en sintonía con el mensaje de amor predicado por Jesús. Pero como hombres necesitados de Dios, no hay la menor duda de que todos en alguna ocasión no hemos actuado de forma correcta. Esa forma de actuar por parte del profeta nos indica que a pesar de nuestras equivocaciones, de nuestros desvaríos verbales, Dios está dispuesto a perdonarnos y aceptarnos de la misma forma que aceptó a Jeremías. Lo importante en esta vida no es no equivocarnos sino ser capaz de reconocer nuestros errores  y saber rectificar.

Pero a pesar de las dificultades, de todos los problemas que tuvo que soportar, Jeremías es capaz de expresar de una forma reiterada su confianza en Dios.

“El Señor es mi fuerza y fortaleza, mi refugio en el peligro.” Jeremías 16:19

“Pero el Señor está conmigo como fiero soldado, mis perseguidores tropezarán y no me podrán; […]” Jeremías 20:11

Al escuchar estas palabras no puedo dejar de sentirme identificado con ellas. Estoy convencido de que el Señor está a nuestro lado en todo momento. Eso no quiere decir que no tengamos dificultades, y más en un tiempo de crisis como el actual. Pero a pesar de las dificultades de todo tipo que nos puedan sobrevenir en esta vida, nunca hemos de dejar de tener la certeza de que el Señor es nuestra fortaleza y que Él está a nuestro lado en todo momento y circunstancia.

Pero esa confianza en el Señor, manifestada por Jeremías, tiene un sólido fundamento. No nacía del vacío sino de una relación estrecha con el Señor. Jeremías exclamará:

“Cuando recibía tus palabras, las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría intima, yo llevaba tu nombre, Señor, Dios de los ejércitos.” Jeremías 15:16 

Además, Jeremías, en un texto que me parece maravilloso, dirá:

“Me sedujiste, Señor, y me deje seducir; […]” Jeremías 20:7

Me encanta este texto por dos motivos. El primero, porque nos habla de cómo Dios pone todos los medios a su alcance para que aceptemos su oferta. El Señor intenta seducirnos, no es indiferente al hombre. Y la segunda razón se encuentra en la actitud del profeta. Este se deja seducir, deja que el Señor actúe. Ojalá que nosotros también nos dejemos seducir por el Señor. Ojalá que de la misma manera que el profeta nos podamos alegrar en las palabras del Señor, que estas nos llenen de gozo.

Hasta aquí hemos hablado de Jeremías. Nos hemos detenido a ver como fue  llamado por el Señor, las dificultades que tuvo que afrontar, cómo confiaba en el Señor, y también hemos hablado del mensaje de amonestación que trajo para el pueblo de Dios. Pero si acabásemos aquí, dejaríamos de hablar de la parte más importante del mensaje de Jeremías, que es el mensaje de esperanza. Todo profeta, y Jeremías no es una excepción, acompaña sus palabras de amonestación con palabras de esperanza.

El mensaje de Jeremías: esperanza

Aunque el pueblo se ha olvidado de Dios y de lo que este ha hecho por ellos, el Señor ama a su pueblo y como consecuencia de ese amor hará todo lo posible para que regresen a su lado. El Señor dirá:

“Vuelve, Israel, apóstata […], que nos os pondré mala cara, porque soy leal y no guardo rencor eterno […].” Jeremías 3:12

“Volved, hijos apóstatas, y os curaré de vuestra apostasía.” Jeremías 3:22

Todos estos pasajes nos hablan de un Dios que no abandona a su pueblo, de un Dios que está dispuesto a perdonar por encima de todo. Estos textos nos hablan de un Dios que actúa de forma diferente a como actuamos los hombres.

El amor de Dios por su pueblo no tiene límites y por eso el Señor exclamará:

“Con amor eterno te amé,[…].” Jeremías 31:3

“Los miraré con benevolencia, […]; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.”  Jeremías 24:6,7

Estos textos nos hablan del amor de Dios, de como este mira a su pueblo con una mirada que refleja ternura. En definitiva, nos hablan de un Dios que sufre por su pueblo. El amor que Dios siente por su pueblo es tan grande que está dispuesto a olvidar sus transgresiones. Y no solo eso, sino que está dispuesto  a restaurarlo a su condición pasada, y por eso el Señor dirá:

“Yo conozco mis designios sobre vosotros: designios de prosperidad, no de desgracia, de daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis, vendréis a rezarme y yo os escucharé; me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón; me dejaré encontrar y cambiaré vuestra suerte.” Jeremías 29:11-14

Todos estos textos nos hablan de un Dios maravilloso, de un Dios que está dispuesto a escuchar nuestras necesidades y que por encima de todo desea nuestra felicidad. Por eso el Señor nos dirá:

 “Obedecedme, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que yo os señalo, y os irá bien.” Jeremías 7:23

Epilogo

Para finalizar y a modo de conclusión me gustaría hacerlo con dos textos más del profeta Jeremías.

“Ya lo sé, Señor, que el hombre no es dueño de sus caminos, que nadie puede establecer su propio curso. Corrígenos, Señor, con medida, no nos hagas menguar con tu cólera.” Jeremías 10:23,24 

“¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo! Será un árbol plantado junto al agua, arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno, no temerá, su follaje seguirá verde, en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto.” Jeremías 17:7,8

El primero de ellos supone el reconocimiento por parte del profeta de las limitaciones a las cuales estamos sometidos. El hombre no es dueño de su vida, como hombres no controlamos nuestra vida. La vida a veces nos controla a nosotros. En numerosas ocasiones nuestra vida se ve condicionada por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor, y en otras son nuestras propias decisiones las que determinan lo que nos sucede. Pero lo más curioso de todo, es que no siempre somos conscientes de las consecuencias que se derivarán de nuestro proceder. Siendo consciente de estas limitaciones y de las malas decisiones tomadas por parte de pueblo, el profeta pide al Señor que los corrija. Pero que lo haga amablemente, con ternura, podríamos decir que con suavidad. El profeta es consciente de la necesidad que tienen del Señor en el momento de crisis que les toca vivir. De la misma manera que entonces, salvando las diferencias, nosotros también necesitamos que el Señor nos corrija, y nos ayude en esta vida, ya que nosotros no somos dueños de nuestros caminos como dice el texto. Podemos tener la certeza hoy, como la tenía Jeremías, de que el Señor nos ama y que por eso va a actuar con nosotros amablemente, con una compasión que va más allá de la que el hombre puede llegar a entender plenamente.

El segundo texto nos habla de cuál es el secreto para una vida llena de felicidad. Esta se encuentra en confiar en el Señor y en buscar en todo momento su apoyo. El texto nos habla de que ante las dificultades, quien confía en el Señor nada teme. Creo que en estos momentos de crisis, de incerteza, de dudas acerca del futuro no hay otra solución mejor que ponerse en las manos de nuestro Salvador. Confiar en el Señor no nos evitará las dificultades que nos puedan sobrevenir en esta vida, pero nos permitirá afrontarlas de una forma diferente. Porque quien confía en el Señor puede tener la convicción de que Dios está a su lado en todo momento.

Mi deseo es que ante las dificultades de la vida seamos capaces de dejarnos seducir por el Señor de la misma manera que Jeremías, que tengamos el convencimiento de que al lado del Señor no hay nada que temer, que nos arrepintamos de nuestros errores con la seguridad de que el Señor nos va perdonar, que confiemos en sus promesas de restauración y que no tengamos temor de hablar de aquello en lo que hemos creído. Que el Señor nos ayude a ponernos en sus manos, porque si así lo hacemos nada hemos de temer.

 

Foto: El profeta Jeremías de Michelangelo.  Foto de ideacreamanuelaPps



[1]Jeremías 20:15

[2]Jeremías 20:17

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