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Sectario o Católico

A medida que pasan los años siento más fuertemente una tensión intelectual que, hasta hoy, estoy tratando de resolver. Mi preocupación es decidir si es que el adventismo está supuesto a ser, como en el presente lo es, una secta cristiana o esta supuesto a ser una religión universal, vale decir católica en el sentido original de la palabra.
Cuando el cristianismo antiguo se dividió en el cristianismo oriental, griego ortodoxo y el cristianismo occidental, católico romano, la calificación de “católico”, en contraposición a la de “ortodoxo”, preservaba sus raíces etimológicas. La palabra deriva del griego kata = “de acuerdo con”, “según” y holon = “todos”, “totalidad”. Mientras que la iglesia de oriente reclamaba poseer la “correcta opinión (orto- doxa), la occidental reclamaba enseñar “según (la opinión de) todos”, o por lo menos de la mayoría.
Enseñar las doctrinas certificadas por “todos”, no sólo por unos “pocos”, puede ser un ideal loable. Como bien dice el proverbio, en el consejo de muchos hay sabiduría. Por otra parte, conseguir el asentimiento de todos puede requerir que se diluya la sustancia de lo que se enseña. Cuando hay opiniones que requieren cierta precisión es difícil llegar a un consenso. Opiniones contrarias piden ser oídas y cuando una de ellas es aceptada debiera ser porque ha persuadido a la comunidad de su validez. Siempre ha habido quienes consideran a las divisiones denominacionales una mancha que debiera ser quitada del cristianismo. Estas hacen que pierda fuerza y credibilidad fuera de su ámbito.
Entre 1955 y 1960 los adventistas tuvieron un fructífero diálogo con los evangélicos estadounidenses. Fue un esfuerzo por parte de la denominación de integrarse a la comunidad cristiana y dejar de ser una secta. Es más estimulante y satisfactorio ser parte de algo más grande que uno mismo. El impulso hacia la “universalidad” es comprensible, justificable y legítimo. La apertura al diálogo con los evangélicos, sin embargo, fue un fracaso debido a la reacción vocífera y amenazante de quienes insistían en una identidad sectaria.
La tradición adventista, sin duda alguna, es sectaria. En la retórica denominacional nosotros somos “el remanente”. Esto nos identifica como los pocos rescatados de una humanidad que se pierde en el vacío eterno. Dios no está salvando a “los muchos”, “la mayoría”, “todos”. Ha escogido a “los pocos”, “el remanente”. Es nuestro privilegio contarnos entre “los pocos”.
Una secta puede constituirse teológica o sociológicamente. La secta teológica se caracteriza por declarar que el cristianismo en general es una religión apóstata y asumir que sólo ella, el remanente escogido por Dios, posee LA VERDAD doctrinal. O sea, la secta teológica reclama posesión exclusiva de la verdad. Esto hace que se pase por alto la mayoría de las doctrinas básicas del cristianismo y se hagan determinantes dos o tres puntos doctrinales: el estado de los muertos, el juicio investigador en el santuario celestial, el día correcto para la observancia del sábado. Nuestra predicación de estas doctrinas hace que seamos los únicos verdaderos cristianos, los únicos dignos de vivir en la Nueva Jerusalén. Por supuesto, esta soberbia espiritual hace que el resto de los cristianos no nos tomen en serio. Reclamos de ser la única religión válida sobre la faz de la tierra en vez de despertar curiosidad provocan desconfianza.
La secta sociológica reconoce que la verdad del cristianismo, en primera instancia, no se encuentra en sus doctrinas. Si bien las doctrinas son importantes, su importancia está en su capacidad de influenciar la conducta diaria de un pueblo cristiano. O sea, si el adventismo, o el cristianismo, no es para todos, para los muchos, los pocos no se distinguen, en primera instancia, por lo que enseñan, sino por lo que profesan, por su estilo de vida, por ser una fuerza contra-cultural que se distingue del estilo de vida de la cultura dominante.
Por mucho tiempo los adventistas eran conocidos por no ir ni al cine ni al teatro, no bailar, no tomar café, té, coca-cola y bebidas alcohólicas, y ni trabajar ni asistir a la escuela el séptimo día de la semana. Esto hacía que su estilo de vida se distinguiera no tanto por mantener en alto las tradicionales virtudes al centro de la vida moral, sino, mayormente, por detalles periféricos. Mientras tanto los centros educativos adventistas no incluían en su curriculum cursos de estudio en ética y moral. En esas condiciones, es imposible cumplir la función de levadura transformadora de la sociedad y la cultura predominante.
Personalmente, cuando me encuentro defendiendo mi membresía en una secta, no tengo la más mínima simpatía por el sectarianismo teológico. Tengo, sin embargo, la intención de representar un sectarianismo sociológico. Pero al hacerlo también estoy conciente del peligro de ser visto como un elitista que despierta desconfianza. La barrera del elitismo se hace aún más infranqueable debido a que las expectativas apocalípticas del adventismo hacen que sus miembros no se sientan responsables de mejorar la sociedad “mundana” en que viven.
¿Cómo pueden los que mantienen un sectarianismo sociológico o un sectarianismo teológico ser una influencia significativa en la realidad humana en que participan? Al adoptar una de estas posiciones pareciera inevitable que neutralizan su influencia.
La chispa que encendió mis reflexiones sobre esta problemática fue la conversación que Jim Lehrer, el director del programa The News Hour en la cadena de PBS, tuvo con Mark Shields y David Brooks un viernes no hace mucho. Lehrer sacó el tema del reciente atropello que James von Brunn hiciera en el Museo del Holocausto en Washington, D.C. Como resultado de su acción un guardia fue muerto de un balazo antes que otros guardias mataran al antisemita. Shields dijo que la acción de este fanático decía algo importante acerca de la sociedad norteamericana. Si bien en los últimos años se había hecho mucho progreso en el campo de la justicia social, y la elección de Barak Obama a la presidencia subrayaba tal progreso, todavía quedaba mucho por ser superado para llegar a ser una sociedad donde el valor de cada individuo es respetado, no importa sexo, raza, color de piel, o religión.
Brooks, por su parte, hizo un comentario lacónico. Este fanático de la supremacía de la raza anglo-sajona pertenecía a un grupo al margen de la sociedad. Por lo tanto, lo que él había hecho no decía nada acerca de la sociedad norteamericana. Este comentario me hizo pensar en el riesgo que corren quienes pertenecen a una secta al margen de la sociedad. Su existencia no dice nada acerca de la sociedad y la cultura predominantes pues no son parte de ellas. Ocasionalmente pueden causar molestias, pero por lo demás pueden inmunemente ser ignorados.
El otro día, cuando conversaba sobre esta problemática con mi hijo, él me indicó que tenía que verla en términos del velero en que pasamos horas de sosiego, y su sugerencia inmediatamente me ofreció una perspectiva muy provechosa. Mucho me gusta pilotear mi velero en el lago Michigan. El bote avanza según mi habilidad de mantener en tensión la fuerza del viento en las velas con la resistencia de la quilla y el timón en el agua. Pero para que las velas transmitan la fuerza del viento, no pueden ser veletas. Deben ser aparejadas debidamente. De otra manera, las velas se baten y mi bote no se mueve. Mi sectarianismo sociológico no debe sucumbir a mi tendencia a mantenerme aislado de la sociedad circundante. Debe, sin embargo, impedir que mi tendencia a querer integrarme al medio ambiente triunfe en mi y haga que me sienta vanamente estimulado. Si quiero progresar debo atalajar la fuerza de mi cultura y no dejar que me excite sin razón. En otras palabras, debo recibir su embate desde un ángulo crítico. La cultura en que vivo valora el individualismo auto suficiente, la resolución de desacuerdos con despliegues de fuerza, la posesión de riquezas como prueba de santidad y como la razón de ser. En esta cultura el hedonismo ha triunfado y la sexualidad ha sido sometida a su dominio. La religión es llevada a flor de piel sin ser integrada al estilo de vida. El progreso de mi vida cristiana depende de la manera en que la fuerza del viento cultural es perfilado por mis velas y mi quilla y timón cortan a través de la inercia social. Una secta que está completamente desligada de la cultura y la sociedad proporciona a sus miembros sólo ilusiones de progreso y falsa seguridad pues está anclada en una ideología

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