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¿Todavía comes carne?

En EEUU abogan por cambiar la dieta para paliar su efecto sobre el cambio climático.
Una pareja de cerdos de peluche recorre estos días el país más glotón del planeta con un mensaje así de provocador: “Tax Meat!”. ¡Pongámosle un impuesto a la carne! Igual que se lo ponemos a la gasolina, al alcohol o al tabaco, pero con más justificación si cabe, ahora que sabemos que nuestro voraz apetito por los animales contribuye más que ningún otro factor al cambio climático.
La propuesta la apadrina PETA (Gente para el Tratamiento Ético de los Animales) y se concreta en esto: 10 centavos por cada libra de carne (algo así como 20 céntimos de gravamen por kilo). Para una familia media, serían cinco dólares a la semana. Veinte dólares al año por cabeza para un adulto…
El dinero recaudado con el impuesto de la carne serviría para campañas de educación y promoción del vegetarianismo, como un estilo de vida ecológico y saludable. Y sólo así se conseguiría llegar al objetivo de reducir al menos un 10% el consumo de productos cárnicos de aquí al 2050.
“No estamos pidiendo a la gente que haga un enorme sacrificio”, se explica Nicole Matthews, portavoz de PETA. “Les estamos diciendo que abran los ojos y comprueben el alto impacto que tiene nuestra dieta… Cada comida que hacemos es una elección sobre el mundo que queremos y sobre nuestra contribución al deterioro ambiental.”
Pero lo cierto es que el hambre de cerdos, vacas, bueyes, pollos y pavos se ha disparado desde 1970. El norteamericano medio devora al año unos 100 kilos de carne (y pescado). Los estadounidenses se gastan en hamburguesas y en comida basura 110.000 millones de dólares al año, más de lo que invierten en educación superior.
La obesidad y la diabetes alcanzan ya proporciones epidémicas, aunque el verdadero coste de la carne es el que no se ve. Se necesitan unos 1.000 litros de gasolina para producir la carne que consume una familia media de cuatro personas, o lo que es lo mismo: 2,5 toneladas extras de dióxido de carbono que irán a parar a la atmósfera, más el metano y óxido nitroso que convierten la ganadería y todos sus derivados en el responsable del 18% de las emisiones de gases invernadero.
“¿Eres un ecologista y aún comes carne?”. La pregunta se la hacía en portada la revista E (The Enviromental Magazine) en un controvertido artículo que ha generado desde entonces más de una úlcera de estómago.
“El consumo de carne ha sido posiblemente el secreto más callado de muchos ecologistas”, reconoce Nicole Matthews, la activista de PETA que saltó recientemente a la fama por su campaña contra la crueldad de los pollos en Kentucky Fried Chicken. “En Una verdad incómoda, por ejemplo, no había ni una sola mención a la contribución de la dieta al calentamiento global”.
Al Gore, con su aspecto de carnívoro impenitente, fue crucificado por los chicos de PETA en una de sus famosas vallas publicitarias. “Too Chicken to Go Vegetarian?” (”¿Demasiado cobarde para hacerse vegetariano?”), podía leerse en el reclamo, arropado por las conclusiones del informe de la FAO: “La carne es la causa número uno del calentamiento global”.
Ahora, coincidiendo con la campaña presidencial, y ante la sordera o la indigestión generalizada entre los candidatos (con excepción del enjuto y vegetariano Dennis Kucinich), la gente de PETA ha puesto en danza a sus cochinos de trapo, que recorren el país creando conciencia alimentaria ante el cambio climático. “El nuestro no es un mensaje prohibicionista”, recalca Nicole Matthews, 25 años, desde su terruño en Michigan. “Intentamos ser positivos, ofrecer sabrosas alternativas, incitar a la gente a consumir menos carne o explorar por su cuenta los beneficios de una dieta vegetariana… Pero no intentamos convertirlos: cada cual llega al vegetarianismo siguiendo su propio camino”.
Miles de estadounidenses han dirigido cartas al Congreso reclamando la tasa carnívora. Muchos otros han pinchado en www.goveg.com para empezar a aplicarse el cuento a la hora de la cena. Y aunque el mensaje “Tax Meat!” no inquieta aún a la industria “fast food”, el viraje hacia el vegetarianismo ambiental es cada vez más y más patente como lo demuestra el éxito reciente de In defense of food, de Michael Pollan, con su llamada a la verde frugalidad: “¡Comed alimentos, no demasiados, preferiblemente plantas!”.
La activista de PETA Nicole Matthews explica su caso personal: “Dejé de comer carne por la crueldad con la que se trata a los animales y porque hay muchos modos de alimentarse sin matar seres vivos”.
Pero luego llegó la razón ambiental, que en su opinión refuerza y abraza todas las demás: “Primero fueron las noticias sobre la deforestación causada por el ganado, más el agua y los recursos consumidos para producir carne, los problemas ambientales causados por los desechos de la ganadería industrial. Ahora sabemos que el consumo de carne tiene un mayor impacto en el cambio climático que el transporte. ¿Qué más razones necesitamos para hacernos vegetarianos?”.
Fuente: FRESNEDA, C. «¿Comes carne todavía?» El Mundo [Madrid] (12 de abril de 2008) [Consulta: 22 de abril de 2008]

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