Skip to content

“Abuela”: Mentora y testigo viviente

En vez de un tomo con muchas notas de pie de página, los comentarios de esta semana son un ejemplo de cómo ser un testimonio vivo.

“Abuela”: Una miembro de la Iglesia “común y corriente”

“Abuela” era miembro de una de mis iglesias. Ella estaba en su 70, no había terminado la escuela primaria y había vivido en la misma casa por más de 50 años, en una zona rural agrícola.  Había sido educada en la “Universidad de la Vida” y sus manos estaban retorcidas por el trabajo duro y la artritis reumatoide.

Hacía mucho tiempo que se había convertido al adventismo, y asistía fielmente a la iglesia a pesar de que su marido tenía poco interés en el adventismo o en “ir a la iglesia”.  Sin embargo, “la abuela” compartía de buen grado su fe y su amor por Jesús.  Oraba con nosotros y por nosotros, para nuestro fortalecimiento y estímulo –incluso en aquellos días que sufría más.  “Pastor, oro por Ud. todos los días”, era la bendición que pronunciaba a su pastor a menudo.  Cuando se animaba, tocaba el serrucho –como número especial de música.  (¡El órgano y el serrucho tocado con habilidad suenan muy bien!).

“Abuela: la Dama de las Latas”

“Abuelita” no sólo testificaba en la iglesia, sino en muchos kilómetros de carreteras rurales.  Cada día de la semana por la mañana estacionaba su camioneta y se dirigía a los caminos –a recolectar latas.  La gente se daba cuenta y se detenía a preguntarle qué estaba haciendo.  “Recolecto latas para mi iglesia”, era su respuesta habitual.  La curiosidad daba lugar al entendimiento de que sus latas iban al centro de reciclaje, y el dinero resultante se convertía en una ofrenda que ayudaba a las familias pobres, a los desplazados y refugiados, y también se destinaba a enseñar a otros acerca de Jesús.

Al enterarse de la misión de “la abuela”, la gente recogía latas y partían a su encuentro junto a la carretera con bolsas llenas.  A veces ella iba al centro de reciclaje con la camioneta llena.  “Abuela” dio testimonio ante agentes de policía, vecinos, presos que recolectaban basura, y ante cualquier persona curiosa, de una señora de más de 70 años de edad arrastrando una bolsa hasta 4 ó 5 kilómetros de carretera cada mañana recogiendo latas.  Cada año, nuestra iglesia local tenía una ofrenda del fondo de inversión de la Escuela Sabática totalmente desproporcionada en relación con sus miembros. (Los proyectos del fondo de inversión de este año se pueden encontrar en
http://www.igivesda.org/site/1/docs/Mission 20Investment/2012-Mission-Investment-Projects.pdf

“Abuela: La Dama de las Latas” – Parte 2

Por octubre y noviembre de cada año, “Abuelita” comenzaba a visitar a los agricultores locales, a los empresarios y gente que conocía en toda la comunidad –algunos de ellos colaboraban en su recolección de latas.  Después de una breve charla acerca de cuán bendecidos habían sido, y luego de agradecerles por el apoyo pasado, les decía que venía a pedir su ayuda para otro proyecto a favor de la gente en el extranjero, para que consiguieran mejorar sus vidas, teniendo en cuenta el bien que sabía acerca de ellos; les habla de ADRA.  Algunos ya sabían que los iba a visitar: “sé para qué está Ud. aquí” era a veces su saludo.  Al final, por lo general salía con un cheque o dinero en efectivo en la mano.

La ofrenda “Esperanza para la Humanidad” era algo que “la abuela” sentía que era su misión personal, y honraba su compromiso al igual que otros en la comunidad.  Los proyectos actuales de “Esperanza para la Humanidad” se encuentran en: http://hope4.com/

“Abuelita” y “el testimonio de los tomates”

Por el hecho de vivir en zona rural de Florida, y un área de muchos camiones agrícolas, la “abuela” y su esposo conocían a los agricultores de la zona y a los empacadores de tomates, cítricos, hortalizas y fresas.  Durante cada temporada, cantidades de cajas de frutas o verduras terminaban en los peldaños de su puerta o en la camioneta de “la Abuela” y ella, a su vez, las llevaba a algunos vecinos, a los inválidos, o a las personas pobres que conocía, y la conversación resultante a menudo se volvía hacia la bondad de Dios y el amor de Jesús.  Tampoco era tímida para orar por las personas.  Siempre me impresionó cómo la constante amabilidad le abrió las puertas y enterneció los corazones de muchos dispuestos a aprender más acerca de Cristo, y con el tiempo, acerca de la iglesia de “la Abuela”.  Muy a menudo fue a través de “el testimonio de los tomates”.

“Abuelita” y Marie – Convirtiendo los Servicios Comunitarios Adventistas en un servicio a la comunidad.

En nuestra iglesia teníamos una sede de los Servicios Comunitarios Adventistas.  Era una casa pequeña llena de ropa usada y de restos de donaciones bien intencionadas.  De vez en cuando la gente empacaba cosas y las enviaban para su uso en el extranjero.
Un día, “Abuelita” y Marie, otra miembro de la iglesia, se me acercaron después del culto.  “Pastor, tenemos una idea”, fue lo primero que dijeron.  El resultado fue que la junta acordó reorganizar los Servicios Comunitarios, se permitió que los pobres o necesitados de la comunidad vinieran y llevaran la ropa que necesitaran a cambio de una donación de 50 centavos de dólar por prenda.  Ellas lavaban, zurcían y colgaban la ropa en los bastidores según su tamaño y género.  Limpiaron la casa y reclutaron a otros para arreglar el lugar.

Cuando estuvo listo, se abrieron las puertas y con carteles hechos a mano ubicados en la carretera frente a la casa –y con mensajes de boca en boca—  empezó a llegar la gente.  Algunos vinieron y llevaron.  Otros trajeron otras prendas donadas para colaborar con el proyecto.  Muchos vinieron sólo a hablar, a compartir las alegrías y las penas –y se oraba.  “Abuelita” y Marie consiguieron que otros miembros de la iglesia se sumaran para ayudar  -algunos durante sus reuniones de almuerzo de los martes.

“Abuelita” y Marie – Transformando los Servicios Comunitarios Adventistas en un “Centro de testificación”

El acto final fue que “la abuela” y Marie se acercaron a su pastor en otro día de reposo.  “Pastor, tenemos una idea –y es una buena idea.  Queremos tomar parte del dinero que la gente dona para comprar libros y dejarlos sobre la mesa de los Servicios Comunitarios los martes –para que los lleven de forma gratuita”.

“¿Qué libros?”, pregunté.

“Bueno, las copias baratas de El Camino a Cristo, El Deseado de todas las gentes, El Gran Conflicto, algunos libros sobre la salud, y Biblias económicas”.

Después de una consulta breve, la junta lo aprobó.  Compramos los libros y se pusieron en una mesa perfectamente decorada justo al lado de la puerta, bajo un gran letrero “Libros Gratis”.  A toda persona que entraba se le ofrecían libros gratuitos o Biblias, a veces con la persuasión de “la abuela” o de Marie –que hablaban de lo significativo que éstos habían sido en sus vidas.

Curiosos –o “convencidos”—  algunos tomaban uno o dos a la salida.  Después de un par de meses, y de varias cajas, “Abuelita” me llamó un martes por la tarde.  “¡Pastor, necesitamos más libros para la próxima semana!”

“Acabamos de recibir nuevas cajas hace dos semanas. ¿Qué pasó?”

“¡La gente ha estado leyendo los libros y las Biblias, y vuelven por más!  Algunos toman 5 a la vez para los amigos o la familia.  Están hablando acerca de cómo estos libros están cambiando sus vidas, y lo que están aprendiendo sobre Jesús”.  Como resultado de esta suave persistencia urgente, esa semana el pastor hizo un viaje de tres horas al Centro de Libros Adventistas para una “entrega especial”: un pedido doble de libros y Biblias.

Lo que he aprendido y cómo lo aprendí

¿Cómo me enteré de todo esto?  Había martes en los que intencionalmente “me encontré” en el Centro Comunitario Adventista para hablar con la gente, para ser un observador del proceso de vivir testificando, y ver a la gente salir con ropa, abrazos, oraciones –y los libros.  Hubo momentos en que mi esposa y yo fuimos los receptores de tomates, naranjas o fresas “testigos”.

Aprendí mediante el testimonio de estos miembros, dado a menudo a personas que no se acercarían a la puerta de una iglesia.  A veces fui presentado como “el pastor”, lo cual dio lugar a más oportunidades para la oración y el aliento.  Los visitantes me contaron sobre el impacto que estas dos señoras tenían en sus vidas, y cómo ellas les dieron esperanza y aliento mientras les compartían ropas junto con el evangelio.

Unas semanas más tarde, en una mañana de un día de semana, mientras que recolectaba latas, la abuela enredó su talón en la puerta de uno de los camiones que hacían fila, se cayó y se rompió la cadera.  Significó cirugía y hospitalización.  Fue durante mis visitas  al hospital que más extraños que venían a visitar a “la abuela”, me contaron cómo la habían conocido y lo que ella significaba para ellos, cómo les había ayudado, cómo oraba por ellos, y cómo vivía siendo una testigo de Jesús.

Lo que aprendí fue cómo un testimonio de vida puede tener un impacto tan grande y de un alcance tan profundo sobre tantas personas, ya sea directa o indirectamente.  Lo que también aprendí fue que los miembros pueden ser muy creativos y, si se los apoya –o su pastor permanece fuera del camino—  podrían hacer mucho más de lo que su pastor se podría imaginar.

Mi esperanza es que al compartir esta historia, otros se sientan inspirados a escuchar con atención a la llamada del Espíritu –para ser “Testimonios vivientes de Jesús”.

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.