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“Muy emocionados –o muertos de miedo”

Al comienzo de este trimestre, hice una rápida encuesta en mi clase de Escuela Sabática sobre el tema de las lecciones de este trimestre, “Evangelización y testimonio.”  No sólo tengo una fuerte preferencia por las lecciones arraigadas en el texto de la Escritura en lugar de las  basadas en un tema, sino que también sé que el tema “La evangelización y el testimonio” realmente excita a algunas personas, pero aterroriza a las demás.  Les dije que yo no estaba entusiasmado con el plan para este trimestre, pero quería sondear su opinión sobre el tema como base para la discusión de la clase.

Me refiero a la clase como “mi” de clase, aunque yo soy uno de los cuatro maestros.  Rara vez anunciamos de antemano quién va a enseñar, porque queremos desarrollar lealtad a la clase y no a un maestro en particular.  Generalmente funciona.   Nuestra clase se reúne en el Salón de Conferencia “Chan Shun”, en el campus de la Universidad de Walla Walla, y normalmente asisten unos 120 santos, mayormente de la categoría “maduros”, aunque también van algunas almas más jóvenes.

La mía no fue una encuesta científica sino simplemente una votación a mano alzada.  Pero hizo disparar un animado debate, tal como yo había esperado.  La pregunta fue: “En una escala del 1 al 10, ¿cuál fue su reacción cuando vio por primera vez el tema de las lecciones de este trimestre,” La evangelización y el testimonio”?”

Las manos se levantaron.  “Veamos la evangelización y el testimonio por separado”, sugirieron varias voces.

“Paciencia”, les contesté.  “Vamos a llegar a eso.  Sólo quiero saber cuál fue su reacción inicial al saber que éste era el tema para todo el trimestre”.  Después de algunas quejas adicionales, hicimos la votación.  Empecé con los negativos, el número uno en el extremo inferior, y pedí que levantaran la mano en cada número hasta llegar a diez.

El impacto visual de las puntuaciones en la pizarra fue sorprendente.  En casi todos los números teníamos una buena cantidad de votos, culminando con cinco votos en el extremo superior.

“¿Por qué no dejamos que estos cinco hagan el trabajo, ya que realmente lo disfrutan?”, pregunté.
La discusión partió de allí.
Antes de terminar, habíamos discutido la percepción de que la “evangelización” es para los profesionales, mientras que el “testimonio” era para los laicos.  En realidad, no me gusta el sabor de ninguna de las dos palabras, en parte, a causa de mi primera experiencia con el “testimonio” cuando era adolescente en Clarkston, Washington.  Con el apoyo de mi padre, participé en una ruta sabática de literatura, entregando una serie de periódicos a un grupo de residentes de la calle Novena, donde se ubicaba la iglesia.  Cada semana llevaba un periódico a la puerta de las casas, sin quedarme de visita para conocernos sino simplemente para darle el volante a los residentes.  Con el paso de las semanas, cada vez más personas de mi ruta me decían amablemente que no querían más tratados y que no tenía que volver.  En resumen, la experiencia no me pareció positiva para nadie.

¿Eso era “testificar”, “evangelización”, ambos, o ninguno?  En mi caso, creo que no era ninguno de los dos.  La verdadera testificación consiste en contar lo que el Señor ha hecho por nosotros, como lo hizo el endemoniado que fue sanado por el milagro de Jesús.  Él pidió ir con Jesús, pero descubrió que el Señor tenía otros planes: “Vete a tu casa y cuéntales a tus amigos cuán grandes cosas ha hecho el Señor contigo y cómo ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19, VSR).  El hombre fue y contó su historia.  “Todos los hombres se maravillaron”, informa Marcos (v. 20).

¿Alguien se maravilló con mi testimonio?  No conozco a nadie que lo haya hecho; ciertamente no en un sentido positivo.  La literatura puede haber tocado alguna vida en algún momento.  Pero nunca lo supe.

¿Mis esfuerzos se ajustan mejor bajo el título de “evangelización”?  En realidad no.  Traducida literalmente, la palabra simplemente significa compartir una “buena noticia”.  Se puede definir esta “buena noticia” más estrechamente como el “Evangelio”, a menudo entendido por los cristianos como una visión particular de la salvación en Cristo Jesús.  Pero más ampliamente entendida, “la evangelización” es simplemente el intercambio de cualquier tipo de buenas noticias, religiosas o no religiosas, y el “evangelista” es el portador de las buenas noticias.  Desde la perspectiva del Antiguo Testamento, aun la “ley” es una buena noticia (“Evangelio”).  Moisés, de hecho, cita a los vecinos paganos de Israel reconociendo el valor de este “evangelio”.  La obediencia cuidadosa a la ley de Dios, dice Moisés, “va a mostrar vuestra sabiduría e inteligencia a las naciones, que se enterarán de todos estos decretos y dirán: ‘Sin duda, esta gran nación es un pueblo sabio y entendido'”.  Entonces, Moisés agrega su propia contribución y declara: “¿Qué otra nación hay tan grande que tenga a sus dioses tan cerca de ellos como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?  ¿Qué otra nación hay tan grande que tenga decretos y leyes justos como este cuerpo de leyes que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deuteronomio 4:6-8, NVI).

Y desde esa perspectiva más amplia, las contribuciones de nuestra clase de Escuela Sabática fueron alentadoras.  Los santos podrían no haber aprobado las etiquetas, pero las experiencias compartidas por muchos de ellos me dejaron en claro, a mí al menos, que entendían lo que significaba dar buenas nuevas a los demás.

Hace varios años, un novelista con raíces adventistas muy conocido, David James Duncan (véase especialmente Los hermanos K), visitó nuestro campus y habló a los estudiantes en varios contextos.  En una ocasión, expresó su disgusto por los “evangelistas”.  Yo sabía qué quería decir, pero lo presioné con su definición insistiendo en que, a su manera, era un evangelista que compartía lo que él creía que era una buena noticia.  Sorprendido, dudó por un momento, pero luego aceptó que, dada la definición correcta, él era en realidad un evangelista.

Y así, cada uno de nosotros puede ser un evangelista, al igual que el endemoniado que fue sanado.  Compartir las buenas nuevas no es algo reservado para los profesionales.  Es un don de Dios para todos los que simplemente no pueden resistirse a contar las cosas buenas que el Señor ha hecho por ellos.

Ahora, el enfoque particular de la lección de esta semana es sobre los “dones espirituales”, uno de los cuales Efesios 4:11 identifica como “evangelismo”.  Pero la lista de dones en el Nuevo Testamento es muy extensa.  De los cinco pasajes principales del Nuevo Testamento que ofrecen una lista de dones (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:8-10; 12:28-30; Efesios 4:7-13, 1 Pedro 4:10-11), el “evangelismo” sólo aparece en Efesios, y la lista en Efesios se centra más que las otros en los dones que por lo general se relacionan con el ministerio formal.  En las otras listas (utilizando el vocabulario de NVI), Romanos 12 habla de “servir”, “alentar” y “dar”; en las dos listas de 1 Corintios 12 leemos de “la sabiduría”, “el conocimiento”, “la fe”, “ayudar” y “guiar “.

Y si realmente queremos ampliar nuestra comprensión de los “dones espirituales”, podemos recurrir al Antiguo Testamento, donde el “Espíritu de Dios” ayudó a los maestros artesanos, Bezalel y Aholiab, a construir el santuario del desierto (Éxodo 31:3), y donde el “Espíritu de Dios” dio poder a Otoniel para ir a la guerra (Jueces 3:10).

Por último, otra manera de ilustrar la diversidad de los dones es centrarse en el tipo de personas que estamos más dispuestos a ayudar.  En muchas iglesias y salones de clase, he utilizado las tres parábolas de Jesús que hablan de los perdidos, en Lucas 15 (la oveja, la moneda, el niño), como base para otra de mis rápidas consultas levantando la mano.  La pregunta es: “En su servicio a Dios, la iglesia y el mundo, ¿a cuál de los siguientes tipos de gente es al que más te gusta ayudar?  (1) Los que ni siquiera saben que están perdidos (la moneda perdida),  (2) los que saben que están perdidos, pero necesitan ayuda para llegar a casa (la oveja perdida), (3) los que saben que están perdidos, pero no han decidido volver a casa (el niño perdido) y, por último,  (4) los que piensan que son salvos, pero cuya cólera sugiere que, efectivamente, podrían estar perdidos (el hermano mayor enojado)”.

Teniendo en cuenta estas opciones, incluso con una muestra relativamente pequeña  –veinte personas por lo general son suficientes—  he encontrado electores para las cuatro categorías.   El trabajo en favor de la oveja perdida usualmente granjea la mayoría de los voluntarios.  Pero otros sienten el llamado para llegar a los pecadores más problemáticos: el secularista indiferente, el problemático hijo pródigo, el santo enojado.  Y si tomamos dos páginas del modelo de Pablo en Corinto, tenemos todo lo necesario para hacer de la iglesia un instrumento eficaz y emocionante para transformar el mundo.

La primera página de Corinto es la metáfora de Pablo sobre el cuerpo de Cristo, en 1 Corintios 12: Cada parte del cuerpo le pertenece al conjunto, e incluso cuando la parte más pequeña está enferma, el cuerpo entero lo sabe.  La segunda página sigue inmediatamente, con el comentario de Pablo sobre el camino más excelente, el camino del amor, tal como se describe en 1 Corintios 13.  Probablemente, el amor no debería ser visto aquí como un don diferente, sino como la levadura o la sal que impregna al conjunto.  Y el apasionado llamamiento de Pedro a usar nuestros dones de la hospitalidad, la generosidad, y el hablar para la gloria de Dios, es parte de la misma imagen que contiene estas conmovedoras palabras: “Por encima de todo, amaos profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados”(1 Pedro 4:8, NVI).

Con este tipo de buenas noticias palpitando en nuestras almas, la Iglesia podría convertirse en uno de los más poderosos agentes de cambio en la tierra.  Algunos de nosotros estaremos muy emocionados de ir de puerta en puerta, mientras que otros se morirán de miedo con sólo pensarlo.  Pero cada uno de nosotros tiene su trabajo para hacer que el cuerpo esté completo.  Nadie tiene que sentirse culpable por no haber hecho todo.  Dios simplemente nos llama a usar los dones que nos ha dado.  Puede que nunca llamemos a una puerta, aunque no tengamos que decir una palabra.  Pero de todos modos podemos ser parte del cuerpo de Cristo, que está tratando de ganar el mundo para él.

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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