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“Colapsos espectaculares, notables adaptaciones”

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Si queremos aprender sobre la adoración a partir de la experiencia de Israel en el exilio y la restauración, los paralelismos estrechos entre esos días y los nuestros son escasos, sobre todo si buscamos los compromisos del tipo pendiente resbaladiza que conduce a la tibieza de Laodicea.  Lo que sí encontramos son múltiples ejemplos de colapsos espectaculares mezclados con atrevidos esfuerzos de Dios para adaptarse a las necesidades de su pueblo caído.  Lo que sucedió durante el Exilio y la Restauración es una especie de culminación de ambos procesos.  Pero en primer lugar, hagamos una revisión rápida de la historia que señala el camino. 

Colapso y adaptación: una mirada rápida al Antiguo Testamento 

Desde la caída hasta Abraham.  Los eventos posteriores al Edén son un triste recordatorio de las consecuencias del pecado: Caín mata a su hermano; el Diluvio destruye la tierra; Babel dispersa a los rebeldes.  El colapso fue tan completo que Josué 24:2 hace la asombrosa afirmación de que la propia familia de Abraham servía a otros dioses. 

Desde Abraham hasta Moisés.  La poligamia, el intento de sacrificar niños, el engaño y la mentira interesada.  Esa es la historia de los primeros patriarcas.  Sin embargo, Dios no los abandonó.  Tratando pacientemente de guiarlos hacia su reino, se encontró con todo tipo de violencia a lo largo del camino.  En el Sinaí, ni siquiera su voz de trueno desde el monte que humeaba pudo impedir que el pueblo adorara al becerro de oro. 

Desde Josué hasta el rey Saúl.  La invasión israelí de Canaán fue sobre todo un gemido y un chillido.  Cuando se volvieron a otras deidades, Dios les envió a los jueces para traerlos de vuelta, pero ¡qué grupo heterogéneo: Jefté, Gedeón, y Sansón!  Y el libro de Jueces termina con dos relatos impactantes.  La historia de la concubina desmembrada (Jueces 19-21) debe ser la más espantosa de la Biblia, y la historia inmediatamente anterior dice que el nieto de Moisés fue el sacerdote oficiante en un templo con una imagen tallada (Jueces 18:30).  No es sorpresa que Jueces concluya con la frase: “En aquellos días no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 19:25). 

De la Monarquía al Exilio.  Así que, ¿fueron mejores los reyes?  No lo creo.  Los tres primeros  –Saúl, David y Salomón—  fueron seriamente defectuosos.  Y cuando Jeroboam le arrebató diez tribus a Roboam, hijo de Salomón –con la bendición profética, que conste—  este rey, ungido proféticamente, de inmediato hizo dos becerros de oro para mantener a la gente adorando en casa en lugar de Jerusalén.  ¡Los ecos de la rebelión del Sinaí!  Esto marcó la pauta para el reino del Norte (Israel).  La Escritura describe a cada uno de sus reyes como malignos, incluso cuando profetas como Elías y Eliseo estaban en la tierra. 

Pero la más cruda pista sobre el estado lamentable del pueblo de Dios, se encuentra en el reinado de dos de los mejores reyes de Judá: Ezequías y Josías.  Cuando Ezequías subió al trono, unos cien años antes de la caída de Jerusalén, se encontró con el templo lleno de suciedad y las puertas cerradas (2 Cron. 29:3-5).  Limpió las cosas y celebró una maravillosa Pascua.  Pero la reforma no duró mucho.  Unos ochenta años más tarde, el rey Josías tuvo que limpiar el templo de nuevo.  Sin embargo, según 2 Crónicas 34, aun él no empezó a buscar al Señor hasta el octavo año de su reinado, y no restauró los servicios del templo hasta diez años después de eso.  De hecho, cuando los trabajadores de limpieza del templo encontraron una copia de la ley de Moisés, probablemente Deuteronomio, se apresuraron a mostrarla al rey, que se sorprendió por su contenido.  ¡Así era la estabilidad de la religión durante la monarquía! 

Y esto nos lleva a la fuerte medicina del exilio.  Dios iba a destruir la ciudad y su templo.  Les pediría a los babilonios que saquearan los vasos sagrados y arrastraran al pueblo al exilio en Babilonia, de vuelta a los terrenos que Abraham había pisado.  Y así llegamos a la cuestión de la adoración en el Exilio y la Restauración. 

¿Cantando los himnos de Sión en tierra extranjera? 
El Salmo 137 hace la pregunta por nosotros: ¿Cómo cantar los himnos de Sión en un país extranjero?  Con lágrimas, de esa manera.  Israel tuvo que aprender a adorar de nuevo.  No se podía ir a Jerusalén.  No había templo.  No había sacrificios. 
Por lo general, en los tiempos antiguos, la derrota de una nación también significaba la derrota de sus dioses.  No es el caso de Israel.  Su propio Dios planeó su derrota y su exilio en Babilonia.  Además, el Dios de Israel fue con ellos a Babilonia para enseñar al rey Nabucodonosor algunas cosas acerca del Dios viviente.  ¡Eso es una religión radical! 
Antes de ver dos imágenes de la religión y la adoración, una de principios del Exilio y otra de fines del período de Restauración, debemos señalar un punto crucial sobre la religión de Israel, un punto que encuentra continuidad en la enseñanza de Jesús, es decir, que la prueba de la verdadera adoración es que muestre resultados en las personas.  Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo que los rituales son importantes, pero que no debían olvidar “lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23).  En la parábola de Jesús sobre las ovejas y las cabras (Mateo 25:31-46) el juicio se centra en las necesidades de las personas.  “El punto” que se tendrá en cuenta en el juicio, tal como dice Elena de White, es lo que la gente “haya hecho o dejado de hacer por Jesús en las personas de los pobres y necesitados”.  Y ella señala que la parábola es universal; será aplicada a todas las “naciones” cuando se presenten ante Dios en el juicio (DTG, 637). 

El famoso discurso del templo de Jeremías, pronunciado cuando el Exilio se vislumbraba en el horizonte, destaca el contraste entre el mero ritual y la religión verdadera: “Hurtando, asesinando, cometiendo adulterio, jurando en falso, dando ofrendas a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: ¡Estamos a salvo!; sólo para seguir haciendo todas estas abominaciones?  Esta casa, sobre la cual es invocado mi nombre, ¿se ha convertido en una cueva de ladrones delante de vuestros ojos?” (Jeremías 7:9-11). 

Ezequiel hizo una observación similar desde su exilio en Babilonia.  En la visión profética, vio una impresionante variedad de “abominaciones” que se practicaban en las ruinas del templo, todas ellas vinculadas con la adoración de otros dioses.  Pero Dios mismo declara al final de la larga lista de desviaciones rituales: “Después que han llenado de maldad la tierra, se volvieron a mí para irritarme” (Ezequiel 8:17). 

Está claro que Dios quiere que el foco esté en las personas.  La cuestión crucial no es el templo, o el ritual, o los instrumentos, o incluso el nivel de decibeles.  Uno puede adorar a Dios con “pandero y danza” y “címbalos resonantes” (Salmo 150:4-5).  O se puede estar ante el Señor en el silencio puro: “El Señor está en su santo templo”, exclamó Habacuc, “¡que toda la tierra calle delante de él!” (Habacuc 2:20).  A veces, las expectativas de uno no se cumplen.  Elías, por ejemplo, se dirigió a Horeb porque quería algunos fuegos artificiales que lo tranquilizaran en el monte del Señor.  Consiguió los fuegos artificiales, pero descubrió que el Señor no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la “vocecilla”, “una voz de fino silencio”, como dice la NVRS (1 Reyes 19:12). 

Dada la gran variedad de ilustraciones bíblicas, ¿no es sorprendente, incluso trágico, que en nuestros días oigamos voces asustadas condenando tanto el ruido como el silencio?  Es como si estuviéramos recelosos de la crema caliente y el helado.  La leche desnatada a temperatura ambiente es más segura, como es la leche de Laodicea.  Pero ahora, vamos por dos imágenes, una de principios del Exilio y otra de la Restauración tardía. 

De Reyes a Crónicas, del reproche a la esperanza.
Los niños simplemente disfrutan de las historias de la Biblia.  Sólo con la madurez comenzamos a ver la importancia de la intención del autor.  Mateo adapta su mensaje para los judíos, Lucas para los gentiles.  Elena G. de White apela al modelo bíblico al dirigirse a la diversidad de maestros de la Biblia hoy en día.  Los jóvenes necesitan más de un profesor, dice ella, aunque la variedad pueda significar que algunos de los maestros pueden no tener “tan pleno entendimiento de las Escrituras”, del mismo modo que son necesarios diferentes escritores de la Biblia, “porque la mente de las personas son diferentes”.   Por lo que hoy “es posible que el maestro más sabio esté muy lejos de enseñar todo lo que debe ser enseñado” (Consejos para los padres y maestros, 432-33). 

Para un relato del Exilio, la típica lista de fuentes bíblicas incluye los últimos capítulos de 2 Reyes y 2 Crónicas, junto con Ezequiel y Jeremías.  Para la Restauración, la lista incluye a Esdras, Nehemías, Hageo, Zacarías y Malaquías.  Pero una visión más sutil y más poderosa del Exilio y la Restauración surge de la comparación de los relatos paralelos de Samuel y Reyes con los libros de las Crónicas.  Curiosamente, tanto en la Septuaginta griega como en la traducción de la Vulgata latina del Antiguo Testamento, el nombre de Crónicas es simplemente “Las cosas dejadas al margen”.  Los antiguos escribas que adoptaron ese nombre no se dieron cuenta de que las Crónicas, así como Samuel, Reyes, están predicándonos un sermón.  La tradición judía reconoce esta verdad para el caso de Samuel y Reyes, refiriéndose a nuestros libros “históricos” de Josué, Jueces, Samuel y Reyes como “Profetas Anteriores”, en contrapartida con los “Profetas posteriores” – Isaías, Jeremías, Ezequiel, y los “Doce” (los profetas menores). 

¿Qué nos dice la “predicación” de Samuel-Reyes y la “predicación” de las Crónicas sobre el Exilio y la Restauración?  Mucho. Un breve resumen tendría en cuenta que Samuel-Reyes fueron escritos aparentemente poco después de la caída de Jerusalén, para que quedara perfectamente claro a Israel por qué Dios les había enviado al exilio: ellos habían roto el pacto y rechazaron sus leyes; incluso sus más grandes reyes, David y Salomón, fueron grandes pecadores, y sus pecados se presentan con dolorosa claridad. 
Ese punto resaltado por Samuel-Reyes, sin embargo, sólo resulta claro cuando se lo compara con los relatos en paralelo de las Crónicas, un libro de finales del período de Restauración que  refleja las necesidades del pueblo de Dios, varias generaciones después de la destrucción de Jerusalén.  Ahora, en vez de tener que oír acerca de sus pecados, el pueblo estaba desanimado y necesitaba un mensaje de esperanza.  Así que todos los pecados de David y Salomón simplemente desaparecen de las Crónicas.  Incluso el affaire de David con Betsabé es totalmente silenciado. 

En lugar de centrarse en los pecados de los reyes, Crónicas celebra ahora lo que estos grandes reyes habían hecho para construir el templo y establecer sus servicios.  El cronista vivió después de que el templo de Jerusalén había sido reconstruido.  Pero era una sombra débil de su antigua gloria.  Cuando se pusieron sus cimientos, los que conocían la gloria pasada rompieron en fuerte llanto, ya que la comparaban con la nueva pobreza.  Por el contrario, aquellos que nunca habían visto ningún templo, estallaron en una celebración jubilosa.  El sonido de la alegría tumultuosa mezclada con el llanto fuerte hacía un ruido enorme, indiferenciado, que se escuchó “muy lejos” (Esdras 3:13). 
Pero el mensaje más poderoso del cronista se encuentra en su historia de la gran Pascua de Ezequías y el reavivamiento consecuente, un evento que ni siquiera es mencionado en Samuel-Reyes.  Se sabe que algo está en marcha cuando el autor de Samuel-Reyes dedica varios capítulos para documentar las fallas morales de David, pero ni siquiera menciona la Pascua de Ezequías, mientras que el Cronista se salta todas las fallas de David pero tiene tres capítulos dedicados a celebrar el gran renacimiento religioso de Ezequías y la restauración del servicio del templo (2 Crón. 29-31). 

Si uno está alerta, incluso los relatos de la Restauración muestran destellos dolorosos del pasado errático de Israel.  Tanto Reyes como Crónicas describen la gran renovación de la Pascua de Josías, y ambos incluyen comparaciones reveladoras.  El autor de Reyes declara que no había habido ninguna Pascua como esa desde la época de los jueces (2 Reyes 23:22); el cronista dice que nada como esto había sucedido desde la época de Samuel (2 Crónicas 35:18).  Otra mirada del triste pasado de Israel se encuentra en Nehemías 8:17, donde se informa que la restauración de la Fiesta de los Tabernáculos, en los días de Nehemías, ha llenado una gran brecha, “porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta ese día, el pueblo de Israel no la había celebrado”. 

Pero es el relato del Cronista de la Pascua de Ezequías el que nos da una visión maravillosa de un Dios que tiene una esperanza monumental y grandes ideales para su pueblo, y que acepta graciosamente sus pasos vacilantes cuando tratan de regresar a él.  Crónicas nos dice cómo Ezequías y su pueblo se prepararon muy tarde en el año para celebrar la Pascua en el tiempo requerido.  Incluso cuando se aplazó un mes, muchos todavía no se habían preparado adecuadamente para el evento, especialmente aquellos que habían venido de las tribus en el antiguo reino de Israel.  Ezequías también les había enviado invitaciones.  Entonces el pueblo vino, pero por desgracia, no estaban “limpios” y “se comió la Pascua de un modo diferente al que estaba prescrito”. 

Luego, esta emocionante descripción: “Pero Ezequías oró por ellos, diciendo: El buen Señor perdone a todos los que han puesto su corazón para buscar a Dios, el Señor Dios de sus antepasados, aunque no esté de acuerdo con las reglas de la pureza del santuario”. 

El cronista se limita a informar la respuesta de Dios: “El Señor oyó Ezequías, y sanó al pueblo” (2 Cron. 30:20). 

Ahora una nota personal.  Hace años, cuando me pidieron que escribiera una columna mensual para Las señales de los tiempos, la historia de la Pascua de Ezequías constituyó la base de mi primer artículo y lo titulé “El Dios que rompe las reglas”.  Todavía se mueven emociones profundas en mi alma.  Este es el mismo Dios que le dijo a Israel en el Sinaí: “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda.  Debes seguir exactamente el camino que el SEÑOR tu Dios te ha mandado” (Deuteronomio 5:32-33).  Pero también es el Dios que reconoce que toda carne es como hierba, y que a menudo no estamos a la altura de su ideal. 

Termino aquí con las últimas líneas de ese artículo de 1985: 

“Tampoco fue la purificación de la gente realizada por el Señor el objetivo final.  Cuando los fieles celebran la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura, que la siguió, la renovación de su fe despertó tanta alegría y gratitud que Dios decidió romper las reglas una vez más –y extender la fiesta por otros siete días. 
“Increíble.  Sin precedentes.  “Desde la época de Salomón, hijo de David, rey de Israel, no había habido nada como esto en Jerusalén”.  Si eso es lo que sucede cuando Dios se rompe las reglas, ¡que las rompa de acuerdo a su corazón! 
“Pero ¿deberíamos hacerlo nosotros?  Ezequías lo hizo.  Con cautela.  Con oración.  El resultado fue una gran bendición para el pueblo de Dios.  En realidad, romper las reglas fue un primer paso hacia la toma más en serio de Dios y de sus reglas. 
“¿Hay un rayo de esperanza en tu corazón, un deseo de encontrar a Dios y caminar con él?  Sin embargo, ¡las reglas parecen insuperables? 
“No esperes a poner tu casa en orden.  La invitación del rey está en tu mano.  Dirígete a Jerusalén.  ¡Ahora!  El gran Dios del Cielo hará todo lo posible para plantar tus pies en el camino a su reino –incluso si eso significara romper las reglas”. 

Las citas bíblicas son de la Nueva Versión Revisada Standard (NVRS).

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